2. Compañeros del alma

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Me desplazo por un cielo limpio y brillante. Debajo de mí, a cientos de kilómetros de distancia, está el suelo. El campo se ve como una serie de rectángulos de distintos tonos de verde, marrón y gris, uno al lado del otro y de diferentes tamaños. A lo lejos, diviso la ciudad.

Me impulso con rapidez entre las nubes, llevado por una fuerza poderosa. Esta me rodea como un tubo transparente y me desplazo por su interior, que por momentos es una cascada de energía. Cuando los rayos del sol la atraviesan y me tocan, siento un hormigueo tibio cubrirme por completo.

Vuelo hacia unos cúmulos y cuando los traspaso diviso una ciudad con grandes pilares y jardines, flotando en el cielo. Aterrizo como un experto, frente a un sendero amplio, flanqueado por unos canteros con árboles. A lo lejos, se ve un edificio inmenso. Hay personas que entran y salen caminando de él, pero otras vuelan. De alguna forma, sé que van ahí a buscar información. Es como una biblioteca.

Percibo una serie de ondas que llegan hasta mí y atraviesan mi campo de energía. Escucho una voz, mejor dicho, un pensamiento que rebota en mi mente:

—¿Fran? ¿Sos vos?

Giro y encuentro una figura de luz azulada.

—Sí. ¿Quién sos? ¿Qué es este lugar?

El tiempo se detiene, mientras la observo. Empieza a formarse un rostro... llego a ver un flequillo largo y una barba. El cambio de forma me impresiona tanto, que giro hacia el otro lado para no verlo. Comienzo a gritar, deseando escapar de ahí. Surge un torbellino que me arrastra lejos de la ciudad flotante, a través de las nubes y del cielo. Los rectángulos verdes y marrones giran y se fusionan en un borrón, al desplazarme a mayor velocidad. Un instante después, la velocidad disminuye y me encuentro flotando sobre mi barrio. Empiezo a caer...

Me despierto con un sacudón. Parpadeo un par de veces mientras aguardo a que el ritmo de mi respiración se tranquilice. Me refriego el rosto, después miro mi celular. Todavía falta una hora para que suene la alarma. Salgo de la cama y aprovecho el tiempo extra para bañarme tranquilo. Después le hago unos mimos Buffy, le pongo comida y me visto. Me miro en el espejo del living. ¡Esta remera me marca la panza! Me la saco y la arrojo sobre la cama, molesto. Busco una más grande, que me queda mejor. Tengo que hacer dieta ya, si no ya no va a entrarme nada. Me acomodo el pelo corto y me observo de perfil. Cachetón, morocho, barbudo. No le voy a gustar a nadie.

—A mí me encanta tu pancita —me dijo Tobías, aquella vez.

Vuelvo al pasado, a esos recuerdos que me prometí no visitar de nuevo.

Estábamos en el baño de una habitación de un telo. Éramos más jóvenes y él me abrazaba con tanto cariño.

—Vos sos lindo, yo soy un gordito.

—Me gustás así. —Me guiñó un ojo y me dio un beso en el cachete. Enseguida, el brillo en su mirada se apagó—. Tengo que ir a casa. Mis viejos me van a mensajear en cualquier momento.

—Yo también.

—Sería lindo no tener que dar tantas explicaciones, ¿no? —Suspiró.

—Sí.

—A veces tengo ganas de darte la mano o de darte un beso en medio del pasillo del ISER —dijo.

Nos quedamos en silencio unos segundos.

—Podemos ir de nuevo al cuarto piso. Sigue vacío. —Le sugerí, con una sonrisa pícara.

—Eso está bueno, pero también me gustaría que pudiéramos ser como los hetero; ellos no se andan escondiendo. Ojalá fuéramos normales. —Sacudió la cabeza, como sorprendido por lo que acababa de decir—. ¡Lo somos! Somos normales... Es esta sociedad de mierda la que lo complicó todo con sus prejuicios.

Lo abracé y lo besé con fuerza. Me emocionaba su forma de hablar, su valentía. Esas ganas de rebelarse ante todos para hacer un mundo mejor.

—Esto es lo que hay, Tobi.

—Debería ser diferente.

—Lo sé. Lo importante es que nos queremos.

—Ya sé... —Sonrió, ruborizado.

—Vamos —le dije y salimos de la habitación.

Una vez afuera, nos abrazamos y tomamos caminos separados, rumbo a las paradas de colectivo que nos llevaban de regreso a nuestras casas.

***

Me hallo de nuevo en el presente, delante del espejo. Más gordo y ojeroso, con algunas canas y pocas ganas de vivir aventuras. ¿Cuánto pasó desde entonces? Casi diez años...

Cómo me gustaría tener la energía de aquella época. Y menos responsabilidades... sin embargo, entonces me encontraba viviendo con mis papás y no podía ser libre de verdad.

Observo la expresión triste que pone mi reflejo cuando pienso en todo lo que sufrí en aquella época, así como en las decepciones de los últimos años. A veces me gustaría volver a tener esa inocencia, esa esperanza...

De pronto, algo llama mi atención en el espejo. Noto una presencia invisible, al lado de mi imagen. Abro bien los ojos y me acerco al cristal. Se ve como una nube transparente. Me aparto del espejo y miro a mi lado, donde debería estar eso, pero no hay nada ahí. Vuelvo a mirar el espejo: esa nube transparente sigue del otro lado del vidrio. Siento una puntada en la cabeza y me llevo una mano a la frente. La nube está conectada a mi mente. ¡Observa mis recuerdos! Desde el otro lado del vidrio, se tiñe de color violeta y empieza a crecer, tomando una forma humana.

«¡Mostrate!», pienso.

La luz que entraba por las ventanas del departamento disminuye y el living se oscurece, como si se hubiera nublado de pronto.

Buffy viene a mi lado y se pone a maullar mientras, todavía del otro lado del vidrio, la figura empieza a brillar. Entonces, la imagen cambia: el vapor violeta se solidifica en escamas del mismo color, revelando a un reptil humanoide, alto, que me observa con unos ojos verdes de pupilas rasgadas.

Retrocedo gritando. En cuanto parpadeo, todo regresa a la normalidad; el departamento se ilumina y solo veo a mi reflejo en el espejo. Buffy se frota entre mis piernas, para calmarme. La acaricio, buscando olvidar lo que pasó. No vuelvo a mirar el espejo, aunque siento que alguien o algo me observa desde ahí.

***

¿Por qué vuelvo a pensar en Tobías? Lo nuestro terminó hace años. Y no de buena manera. Qué tristeza... Menos mal que es un buen pibe y no guardó rencores. No dejo de recordar los besos que nos dábamos en el Instituto, escondidos en los pasillos o en el baño. ¿Qué me pasa? ¿Quiero volver a estar con un varón?

—Así pasaba Ed Sheeran, Shape of you —anuncio al aire—. Enseguida continuamos con más música en FM Baires 95.7.

En cuanto se apaga la luz del cartel de aire, entra Nicolás al estudio. Es un locutor del informativo del turno tarde. Lo primero que llama la atención de él es su bigote largo, un poco curvado en las puntas, y su piel blanca, muy pálida.

—No vino Daniela, mi compañera. —Comenta, pasándose una mano por el cabello oscuro, bien corto—. ¿Leés conmigo?

—Dale. —Sonrío.

Me mira de arriba abajo con unos ojos grandes y brillantes.

—Arrancá vos —dice con sequedad y se sienta a mi lado. Recién ahora noto que es algo petiso—. Yo me pego a tu tono.

¿Qué le pasa? ¿Por qué es tan mala onda?

Suena la cortina del informativo y se prende la luz de aire.

—Cielo nublado, temperatura en la Ciudad de Buenos Aires: veintinueve grados, seis décimas; humedad: sesenta y dos por ciento... —abro el noticiero.

Continúa Nicolás, leyendo el título de la primera noticia. Su voz es de tipo medio grave, no muy intensa. Cuando me toca leer la bajada, que amplía la información, hablo con volumen un poco más bajo, para armonizarme con él y no taparlo. A través de los auriculares, escucho como salimos al aire: mi voz grave y la de él son un lindo contraste. Parece como si leyera una persona mayor con un joven. Sin embargo, yo ya pasé hace rato los treinta años, mientras que Nicolás debe tener veintiocho.

Una vez que terminamos, se levanta y se va rápido, sin decir palabra ni echarme una mirada. ¡Qué maleducado! ¿Qué le pasa? Tal vez le caigo mal porque me vio hablando con Gustavo y Tobías y piensa que soy gay. Puede haber escuchado alguno de los chismes que andan dando vueltas...

—¡Fran! —escucho el grito de Ricardo a través de los auriculares—. ¡Volvé a la Tierra! Tenés que anunciar.

—Ah, dale...

Se prende la luz de aire. Después de anunciar varios temas, salgo y bajo al octavo piso a comprarme un chocolate caliente de la máquina. Quizás estoy muy paranoico y necesito despejarme. Esa... visión que tuve frente al espejo me dejó alterado. Me recuerda a las cosas que viví con... no importa. Sacudo la cabeza, apartándolo de mi mente. No quiero ni nombrarlo.

Miro el celular. Queda poco menos de una hora para irme. De pronto, noto que un tipo grandote se acerca por el pasillo. Es Gustavo.

—Hola, Gus, ¿cómo andás? —lo saludo.

—Todo bien, ¿vos? —me observa, cruzado de brazos.

—Todo bien... Viniste temprano hoy. ¿Vas a tomar un café? —le digo, señalando la máquina.

—No. Vine a llenar unos papeles para el traspaso de área de Tobías. Soy su jefe, y tengo que autorizar el pase para que trabaje con vos.

—Ah... sí. —Qué incómodo hablar de eso, justo con el novio actual de mi ex—. Bueno... tengo que ir arriba, a seguir conduciendo.

—Esperá un minuto. Tobi me contó que ustedes fueron novios cuando estudiaban.

Me estremezco y miro a ambos lados. Solo hay unos productores trabajando en las computadoras, a lo lejos. ¿Por qué me sacó el tema de una, acá en el pasillo? Quiero decirle cualquier cosa y salir corriendo, pero los ojos azules del tipo parecen unas estacas de hielo apuntando hacia mí, listas para atacarme ante el primer movimiento. Trago saliva. No me queda otra que enfrentarlo.

—Sí...

—Me contó que sufrió mucho con vos —asegura, con una expresión inexcrutable.

El corazón se me estruja. Dios, me siento tan incómodo. Qué tipo desubicado, hablarme así sobre algo personal que pasó hace tanto tiempo... Mi cuerpo quiere temblar, pero me contengo. Me aclaro la garganta antes de hablar:

—Ya sé. Le pedí disculpas en su momento, ya pasó mucho tiempo. Para mí también fue difícil.

Espero que diga algo, pero se queda en silencio. Nos miramos durante unos instantes. Siento como si saliera una ola de energía caliente desde él, cubriéndome. Retrocedo, inquieto. Parpadeo un par de veces antes de levantar la mirada hacia Gustavo, que no se movió del lugar.

—¿Estás bien? —me pregunta—. ¿Te mareaste?

Escucho un sonido a mi lado, como de líquido cayendo, y giro... La máquina de bebidas chorrea café. ¡Se descompuso!

—¿Qué pasó? ¡Está sacando varias bebidas a la vez! —exclamo.

La máquina no deja de escupir vasos y bebidas. Los productores que están lejos se alarman y preguntan qué sucede desde sus escritorios, pero no se acercan al notar que Gustavo está conmigo. El hombre se agacha y la desenchufa.

—Voy a llamar a alguien de limpieza, para que arregle todo este echastre.

—Bueno. Ya debería subir. —Empiezo a caminar hacia las escaleras.

—Che... —me llama y me detengo. Giro hacia él—. Tobías ya te perdonó. Pero cuidalo, ¿sabés?

—Quedate tranquilo. Todo va a estar bien. En serio.

—Gracias —me dice y asiente.

Después, se aleja por el pasillo, caminando despacio.

Miro el reloj en la pared y el corazón se me acelera. Subo las escaleras apurado, porque estoy a segundos de salir al aire.

***

Me encuentro en el comedor de una casa grande. Es muy luminoso; tiene un ventanal que da a un patio y a un jardín grande. Sobre la mesa hay una manta sobre la que descansa un bebé, con el que estoy jugando. Me sonríe y le doy un beso. Karina se acerca con el termo y un mate y se sienta frente a mí. Siento un amor inmenso y un agradecimiento infinito hacia ella por haberme dado un hijo. Los amo tanto a los dos.

—Si tus papás no nos hubieran prestado esta casa, no sé cómo hubiéramos hecho —dice, antes de pasarme la bebida.

Doy unos sorbos por la bombilla y le devuelvo el pocillo. El sabor es amargo y me gusta. Qué extraño, yo prefiero los mates endulzados con miel.

—Nos hubiéramos arreglado igual —contesto, mientras Buffy se refriega entre mis piernas.

—¿Te imaginás con el bebé en un departamento, pagando alquiler? Hubiera sido todo mucho más difícil. —Kari sonríe y me acaricia una mano, antes de ponerse a jugar con nuestro hijo.

Me invade una vibración, que se concentra en mis pies. Es como si unas manos me tomaran de los tobillos con firmeza. La fuerza tira de mí y atravieso el piso, cayendo a toda velocidad por un túnel de energía transparente, en medio del cosmos.

Despierto sobresaltado, con un vacío en el pecho. Ese sueño, se sintió tan real... También el amor que tenía por ese hijo que en algún momento planeé tener con Karina. Me seco unas lágrimas y escucho un maullido. Giro y encuentro a mi gata, que se posa en mi pecho y me pide de comer.

—¿Qué decís, Buffy? ¿Somos más felices ahí? —le pregunto, acariciándola.

Entrecierra los ojos amarillos y vuelve a maullar. Me levanto y le pongo alimento en su pocillo.

Pienso en el sueño: en esa fantasía, mis viejos nos dejaron esa casa a Karina y a mí, porque teníamos un hijo. ¿Habrían hecho eso en la realidad? A mi hermana le pusieron un departamento a su nombre cuando se embarazó del novio. Ellos conocieron a Karina y la querían mucho... probablemente me hubieran ayudado en el mismo caso. De hecho, alguna vez mencionaron que en el futuro podían darnos una mano.

En cambio, cuando formé pareja con Jonathan, jamás quisieron conocerlo. Solo podía hablar de él a escondidas con mi mamá, a veces. Mi papá no quería escuchar nada sobre él. Es injusto. Solo consideraron ayudarme si formaba una familia tradicional. Si salía con un tipo, tenía que "bancármela y seguir alquilando". Eso dijo mi viejo. Como sea, no me importa. Prefiero pagar un alquiler y ser libre, sin deberles nada a ellos.

Abro mi celular. Hace mucho que no les hablo. ¿Debería ir a verlos? Cuando les conté que me peleé con Karina se enojaron muchísimo. No tenía que importarles tanto. Era mi vida, ¿no? Después me di cuenta de que se pusieron así porque tenían miedo de que volviera a salir con un varón. Y así fue. Poco después conocí a Jonathan. Esa no fue la vez que se enteraron de mi bisexualidad. Salí del clóset mucho antes, cuando tenía veintitrés años y estaba de novio con Tobías. Reaccionaron tan mal...

***

—El hospital no tiene recursos —rezongaba papá—, estoy cansado de poner de mi bolsillo o recaudar plata para sacarlo adelante. Que sea el director no significa que tenga que solucionarlo todo.

No le prestaba mucha atención. Siempre habla de los mismos temas, porque le apasionaba su profesión. A veces creo que se dedicó más a ayudar a otras personas que a entender a sus propios hijos. En esa época se lo reprochaba, ahora que pasé por tantas cosas para conseguir trabajo en los medios de comunicación, puedo imaginar lo que fue para él esforzarse en su profesión. Debe haber sido muy difícil luchar contra la desidia del Estado en un centro de salud. Además, mi viejo estaba aliviando el dolor de las personas con menos recursos. Ta vez, haciendo del mundo un lugar mejor. Yo solo busqué reconocimiento en mi carrera.

—¿Cuándo vas a traer una chica a casa? —me preguntó mamá ese domingo, en la mesa donde estábamos almorzando con mis hermanos.

Vanina, mi hermana, carraspeó molesta. Mientras, no paraban de caerme mensajes de Tobías al celular:

Tobías: Sos tan bonito...

Tobías: Cuándo nos besamos de nuevo?? Te voy a agarrar en los baños del Instituto.

Sonreí.

—No sé si te escribe una o si son varias, pero te tienen loco. —Se rio mi viejo.

—No son varias —le contesté, harto de escuchar siempre lo mismo—. Tampoco, una chica. Es un chico.

Silencio. Todas las miradas clavadas en mí. Néstor, mi hermano, sonrió. Papá abría los ojos cada vez más. Creí que se le iban a salir de la cara.

—¿Es un maricón que te está molestando? No le contestes.

Me estremecí, espantado por su pregunta. ¿Cómo podía hablar así, con tanto desprecio? Debería haberle contestado con bronca, pero sus palabras me dolieron tanto... Me dejaron paralizado, como si me hubiera encajado una bofetada de la nada. Hice toda la fuerza del mundo para contestarle. A pesar de eso, mi voz salió apagada, o al menos así la sentí en mi garganta.

—No le digas maricón. Es un chico, un compañero del ISER. Y me gusta. Lo... lo quiero.

—Dejá de decir boludeces, Francisco.

—¡No estoy diciendo boludeces! —Estallé, de pronto—. Estoy saliendo con un varón.

No hablamos por unos minutos. Mi viejo me clavaba una mirada desencajada, mi mamá tenía los ojos húmedos.

—No quiero escuchar esto, ¡no quiero saber nada! —Papá se levantó de la mesa y caminó hacia su cuarto.

Me quedé en silencio, sin fuerzas para responder.

—Papá, no seas así con Fran —saltó Vanina.

—Alfredo, volvé a la mesa —le dijo mamá.

—Más te vale que termines con eso. ¡O te vas de esta casa! —amenazó Papá, antes de encerrarse en su cuarto.

No pude mirar a mi mamá y a mis hermanos. Sentía tanta vergüenza. Bajé la mirada y me concentré en los mensajes lindos de Tobías en mi celular.

Tobías: Te amo mucho.

—Yo te banco, Fran. Papá es un boludo —aseguró Néstor.

Vani me agarró de la mano.

—Ya me lo imaginaba. No parabas de hablar de tu compañero. Tobías se llama, ¿no? —me preguntó y asentí.

—¿Tengo que irme de casa, ma? —levanté la mirada hacia ella.

—No. Tu padre tiene que pasar sobre mi cadáver antes de eso. —Hizo un silencio incómodo—. Te estás cuidando, ¿no?

—Sí. Igual Tobías es un pibe sano. No pasa nada.

—Ay, mamá, vos con esas preguntas. —La encaró Vani—. ¿Se la harías si estuviera saliendo con una chica del Instituto?

—Sí.

—Dale, claro. —Vani puso los ojos en blanco—. Decime, ¿es lindo? —mi hermana me miró y sonrió. Los ojos le brillaban.

—Sí. Muy —Sentí que la cara se me ruborizaba.

—Ay, qué tierno sos. Después mostrame una foto.

—Fran, si papá se pone pesado, te venís a vivir conmigo —dijo Néstor.

—Gracias.

—Hijo... ¿te gustan solo los varones? —Consultó mamá, de pronto—. Antes saliste con chicas.

—Estuve con chicas, pero también me gustan los chicos. Bah, qué se yo. Ahora me gusta Tobías, nada más.

Néstor y Vani se rieron. Mamá se puso pálida.

—Yo creo que si podés elegir... quizás lo mejor es no complicártela. Digo, vas a sufrir mucho más si estás con... si salís con otro chico —afirmó.

La miré con bronca. ¿Por qué decía esas cosas?

—Mamá, ¿por qué no te callás? —le pidió Néstor—. Estás diciendo pavadas.

—Si elige eso, tiene que saber que todo va a ser difícil —insistió mi madre—. La gente es muy mala.

Sentí que el aire me abandonaba. La garganta se me secó. ¿Acaso tenía razón? Algo en mi interior me decía que no, aunque pasaban tantas cosas por mi cabeza que no pude contestarle algo coherente.

—No creo que pueda elegir de quién se enamora, mami —indicó Vani.

Sus palabras me devolvieron el alma al cuerpo. Entonces, pude hablar:

—La única que me está haciendo sufrir ahora sos vos —le dije a mi vieja.

***

El lunes por la tarde, mientras guardaba unos cuadernos en la mochila, preparándome para ir al ISER, mi viejo se asomó a la puerta de mi cuarto.

—¿Podemos hablar, Francisco?

—Sí, dale.

Lo seguí hasta el living y me acomodé en un sillón frente a él, cruzado de brazos. Nos observamos durante unos instantes, callados.

—Vos podés decir lo que quieras sobre eso que te pasa —empezó—. Pero pienses lo que pienses, no es algo fisiológico.

«¿Algo fisiológico?»

—La medicina te quemó el cerebro —contesté—. ¿Querés que te diga cuántas cosas hacen los hetero que no son fisiológicas?

—¡No se puede hablar con vos! Estás lleno de esos... ¡de esos discursos gay!

—Son cosas que aprendí en la facultad de sociales. Cuando no te conformabas con que hubiera estudiado solo un terciario para ser locutor y me obligabas a hacer una carrera universitaria. ¿Te acordás?

—¡Basta! —se levantó del sillón—. No puedo... ¡no puedo imaginar que estés con otro hombre!

—¿Imaginar? ¿Qué mierda te pasa? ¡No tenés que imaginarte nada! ¡Yo no me imagino lo que hacen vos y mamá, o Vani y su novio! —le grité con bronca.

—¡Basta, Francisco, basta! —Se agarró de la cabeza—. Tu madre me dijo que todavía te gustan las mujeres. Siempre sospeché que te pasaba algo raro, pero si tenés una desviación eso se puede curar.

—¿Curar? ¡¿Curar?! —Me levanté del sillón de un salto—. ¡Estás mal de la cabeza! Vos sabés que los gais y las lesbianas ya se pueden casar en este país, ¿no? La Ley se aprobó hace meses.

—¡Esos no son matrimonios! ¡Son cualquier cosa!

—Sos un forro, ¡¿sabés?! —grité—. ¡Sos un cavernícola! —Agarré mi mochila, enojado. Ya no podía soportarlo más. Me tragué las lágrimas, mientras caminaba rápido hacia la puerta—. Hoy no puedo hacértelo entender. Pero el tiempo te va a demostrar que yo estoy bien y que soy una buena persona.

Me fui dando un portazo.

Esperé el tren y viajé hacia el instituto aguantándome las ganas de llorar. Una vez que llegué, saludé a mis compañeros con una máscara puesta, pero Tobi se dio cuenta de que me pasaba algo. Sin embargo, no me preguntó nada. Entramos rápido a la clase de Práctica Integral de Radio. Hice un esfuerzo grande para seguir tapando la angustia y concentrarme. No iba a quebrarme delante de mis compañeros y el profesor. Igual, en cuanto empezó el recreo, salí rápido del aula y me interné en los pasillos del instituto hasta encontrar el rincón más solitario. Me asomé a la ventana y me perdí en el paisaje de Retiro con sus cúpulas y terrazas.

—¿Estás bien, gordito? —escuché a mi lado, después de unos minutos.

Era la voz dulce de Tobías, que me miraba preocupado. Aparté los ojos del cielo oscuro y nublado. Mi conciencia flotaba en una anestesia repentina en la que por momentos interrumpían fragmentos la discusión con mi papá, que se repetían como una serie de flashes desordenados. Asentí.

—Yo... mi viejo... —La voz se me quebró.

No quería llorar y me cubrí el rostro.

—Shh, tranquilo. —Tobías me acarició la barba y me estremecí. Giré a cada lado, a los alumnos en los rincones ocupados en sus asuntos. ¿Alguien nos había visto?—. No seas boludo —dijo el chico, dándose cuenta enseguida de lo que me pasaba—. Vení, hablemos donde haya menos gente —indicó.

Caminamos evitando a otros compañeros que tomaban café y conversaban. Sara, la mejor amiga de Tobi, nos observó con curiosidad. En un momento, con mucha naturalidad, él me agarró de la mano y la apreté con fuerza. Solo duró un instante porque, en cuanto me di cuenta de lo que estábamos haciendo, me solté rápido, nervioso. Me alivié al percatarme de que nadie lo había notado. Sin embargo, al voltear hacia Tobías, comprendí lo que había hecho. Nunca voy a olvidar sus ojos húmedos entrecerrados, la decepción en su rostro. Se fue rápido hacia el baño y lo seguí.

—No hay nadie —me dijo.

Dejó escapar un bufido y sacudió la cabeza. Me hizo un gesto para que nos metiéramos en uno de los cubículos y obedecí. Acercó su mano a mi pelo, lo acarició despacio. Después me dio un pequeño beso. Supe enseguida que me había perdonado por mi reacción en el pasillo. Me relajé y mi corazón disminuyó el ritmo de sus latidos. Lo último que me faltaba era perderlo a él.

Me abrazó y guió mi cabeza para que la recostara en su hombro. No pude controlarme y empecé a llorar. Tobías ya sabía que había salido del clóset y venía conteníendome desde el día anterior, pero no habíamos podido hablarlo cara a cara hasta ese momento. Le conté sobre la discusión con mi viejo. Escuché que otras personas entraron al baño, pero no me importaba que pudieran oírme encerrado en el cubículo con Tobías.

—Va a estar todo bien —me dijo—. Es normal todo lo que sentís, tenete paciencia. A mí me pasó lo mismo.

Asentí, refregando mi rostro en su hombro, secando mis lágrimas en su remera.

—Te quiero, Tobi.

—Yo también, Fran.

Cerré los ojos y vi una luz azul en mi mente. Me invadió un cosquilleo cálido, que se expandió hasta cubrirme por completo, y tuve una sensación de paz. Entre sus brazos me sentía en casa. Y empezaba a sanar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro