32. Formales. Parte 1

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Sábado 11 de mayo

Abro los ojos y parpadeo varias veces. Miro hacia el costado de la cama donde dormía Jonathan y, por un instante, siento que vuelvo a tenerlo a mi lado.

Pienso en aquella pesadilla que tuve hace años, en la que viajábamos por el universo y nos atacaba esa fuerza oscura. Con todo lo que sé ahora, comprendo que se trataba de un viaje astral.

Cuando me separé de Jonathan, fue porque sentía que ya no era lo mismo. Entendía que era el amor de mi vida, pensaba que estábamos destinados a estar juntos, sin embargo había una roca en mi corazón que fue aplastando mis sentimientos, sembrando dudas y diciéndome que, quizás, no era el momento para seguir con él.

Pasaron unas semanas, en las que la sensación fue creciendo a medida que se acercaba nuestro casamiento. Me invadió la idea de que, si me estaba pasando eso a esa altura, quizás no quería casarme.

Le planteé esto a Jonathan y fue el peor error de mi vida. Pude ver en sus ojos cómo se le partió el corazón en pedazos. Una noche, Jonathan hizo el bolso y se fue. Vino a buscar el resto de sus cosas cuando yo estaba trabajando.

Me arrepentí enseguida, pero nada de lo que hice pudo arreglarlo. Ni las llamadas, ni los ruegos, ni las visitas sorpresa a su nueva casa.

«Te odio. No quiero verte nunca más», fue su respuesta cada una de esas veces.

Me levanto de la cama y camino hacia el living, donde Buffy maúlla pidiendo su comida. Pero no le hago caso. Me quedo mirando el vacío y pasándome la mano por el rostro, a medida que termino de comprenderlo.

Recuerdo mi mirada distinta, aquella noche frente al espejo. Esa nube transparente que cubría mis ojos... pienso en la nube negra que nos atacó en lo que yo creía que era una pesadilla. Esa energía entró en mí... Esa consciencia cósmica. Si eso fue real y luego, poco a poco, me invadieron dudas sobre mis sentimientos por Jonathan... eso significa que, tal vez, esa energía me poseyó para manipularme.

Recuerdo que, en cuanto le conté lo que me pasaba y rompí su corazón, los sentimientos negativos y las dudas desaparecieron. Todos y cada uno de ellos, como si nunca hubieran sido parte de mí. Y volví a sentir el mismo amor de siempre.

¿Acaso en ese momento la fuerza oscura abandonó mi cuerpo, una vez cumplido su objetivo? Al final, ¿nos separamos porque quisimos o porque esa fuerza interfirió?

Empiezo a temblar de pies a cabeza, ignorando que Buffy me muerde las piernas, hambrienta.

¿Qué será esa oscuridad? Cierro los ojos y vuelvo al momento en que regresé a casa y encontré las cartas de Tarot regadas por el suelo, el altar de Jonathan desordenado y a él temblando en la cama.

Recuerdo que me dijo que había visto a unos espíritus rodeándolo, parecidos a insectos bípedos, gigantes. Y que estos implantaron en su mente pensamientos negativos. Por primera vez, puedo relacionar ambos eventos: el ataque de esos seres y el viaje astral por el cosmos donde me contaminó aquella nube oscura.

No sé qué o quiénes son esas criaturas, ni porqué se metieron con nosotros. Karina dijo que había visto el futuro y que mi misión era llevar a Jonathan a la luz. Pero yo fallé y dejé que esos insectos interfirieran.

Pero por algo lo hicieron. Los espíritus que nos persiguen, el poder mágico que Jonathan desarrolló desde que nos separamos, el portal que está sobre el edificio de la radio; todo está relacionado.

Escucho una notificación en mi celular. Es un mensaje de Tobías.

Tobías: Hola Fran, justo estoy cerca de tu casa. Puedo pasar? Llevo el desayuno.

Francisco: Dale, obvio. Dame 15 minutos que me ducho.

En cuanto salgo del baño y me cambio, recibo un llamado de Tobi en el celular.

—Hola Tobi, ¿por dónde andás? —digo al contestar.

—A media cuadra.

—Bajo.

Una vez en la entrada del edificio, lo saludo con un abrazo. Trae un paquete con facturas.

—Elegí las de crema pastelera porque recuerdo que eran tus favoritas cuando salíamos. —Hace una sonrisa tímida—. A menos que hayas cambiado después de tantos años...

—No cambié, siguen siendo mis favoritas —le respondo, contento.

Entramos a mi departamento.

—Permiso... —dice Tobías y mira curioso el lugar.

Es la primera vez que viene.

Me dirijo a la cocina y pongo el agua a calentar. Una vez que está lista, cargo el termo. Lo llevo con las cosas del mate a la mesa del living, mientras Tobías acomoda las facturas en un plato que sacó de la alacena.

—Me encanta tu departamento. Es hermoso.

—Gracias. Acá viví con Jonathan...

Asiente y mira hacia un costado. Le sirvo un mate y se lo alcanzo.

—¿Cómo estás? Después de lo de anoche, tenía que pasar para verte.

—Todavía muy movilizado... Anoche soñé un montón de cosas de mi vida con Jony. Estoy bastante confundido, para ser sincero.

Le cuento lo que recordé, también mis teorías acerca de esa energía oscura y los espíritus con ojos de mantis. Tobías me escucha atento.

—¿Alguna vez viste algo así? ¿Tenés idea qué puede ser?

—Quizás se conectó con seres de otra dimensión. Dejame consultarlo con Gustavo. Él sabe más del tema.

Se produce un silencio de unos segundos, en los que me alcanza el mate. Me cebo uno para mí. Me da la sensación de que Tobías no me está diciendo toda la verdad.

Llega un mensaje a mi celular:

Nicolás: Hola, Fran. ¿Cómo estás?

Francisco: Mejor, gordito, más tranquilo. Desayunando con Tobi en casa. Venite si querés.

—No puedo creer que tengas esto después de tantos años... —dice Tobías. Cuando levanto la mirada, veo que está parado frente a un estante, señalando un pequeño oso de cerámica que sostiene un cartel con mi nombre—. Te lo regalé cuando salíamos.

—Sí, ¿viste? No iba a tirarlo porque me dejaras. Además, me traía lindos recuerdos.

Se ríe y vuelve a sentarse frente a mí.

—Karina y yo te mandamos protección anoche.

—Gracias. No sentí nada en especial. Supongo que fue lo que me ayudó a sacar afuera esas cosas del pasado. Necesitaba procesarlas. Como sea, ya estoy listo para ir a encarar a Jonathan en el astral. Pero no quiero lastimarlo. Pienso que está siendo influenciado por esas mantis siniestras.

—Me parece que no estás listo todavía. Quizás necesitás procesar lo de Jonathan primero, antes de que visitemos el astral de nuevo. Fran, ayer nos precipitamos y te hicimos sufrir. Disculpá. No podemos arriesgarnos a que salgas del cuerpo así, es peligroso.

—Bueno... ¿y qué hacemos?

—Pienso que tenemos que despejarnos. Con Gus y Kari arreglamos ir mañana a Parque Rivadavia, quedé en avisarles a vos y a Nico.

—Tenemos tiempo para eso, ¿Tobi? ¿No es mejor ocuparnos de los espíritus? El portal de la radio debe estar inmenso.

—Solo por un día, Fran —insiste—. El lunes nos ocupamos de todo al ciento por ciento. Pero ahora necesitás elevar tu vibración. Además ya nos pusimos de acuerdo con los demás. —Se cruza de brazos y sonríe—. No podés decir que no.

—Está bien —respondo con un pequeño gruñido.

El celular me vibra. Acabo de recibir un mensaje.

Ivana: Hola, desaparecido. Hace más de una semana que no me escribís. Bah, yo también colgué. Cómo andas?

—Mierda —digo.

—¿Qué pasó? —pregunta Tobi, intrigado.

—Es una chica con la que me veía antes de que arregláramos todo con Nico. Pobre, nunca le avisé nada. Soy un forro. Dejame que le escriba.

Tobías sonríe y niega con la cabeza.

Francisco: Bien. Disculpame que te colgué tanto tiempo. Pero conocí a alguien y me enamoré.

Ivana: Ya me parecía. Todo bien, Fran.

Francisco: Gracias.

Ivana: Te puedo preguntar algo?

Francisco: Y dale...

Ivana: Es un chico, no?

Francisco: Jajajaja

Francisco: Como supiste?

Ivana: Intuición.

Ivana: Les deseo lo mejor, en serio. Es tan tierno como vos?

Francisco: Sí. Es divino.

Ivana: Si algún día les pinta un trío, llamame.

Francisco: Whaaat?

Francisco: Todo bien, pero ni en pedo. Que sea bisexual no significa que haga tríos.

Hice uno una vez, pero no me gustó mucho. Igual, no se lo pienso contar.

Ivana: Okey, okey. Era un chiste, no te enojes.

Francisco: Jajaja, okey.

Sí, seguro. "Un chiste". Ya me pasó esto; una persona se enteró de que yo era bi, empezó con los chistecitos y terminó por proponérmelo en serio. No me gusta que me traten como una máquina sexual o un fetiche.

—¿Qué pasó que pusiste esa cara? —pregunta Tobías.

—Nada, ya está. La corté.

Encuentro un mensaje de Nico.

Nicolás: No llego, estoy desayunando con mi vieja. Mandale saludos. Venís a la tarde? No van a estar mamá ni Florencia.

Francisco: Dale.

Guardo mi celular.

—¿Cómo va todo con Nicolás? —pregunta Tobías.

—Estoy muy contento la verdad. Veremos qué pasa, pero por ahora nos llevamos bien. De hecho, me pasó el celular de Jonathan por si quiero hablar con él... No cualquiera hace eso sin un berrinche.

—Es cierto que es más joven que nosotros, pero la gente en algún momento tiene que madurar, Fran. Quizás todo esto de los espíritus nos está cambiando.

—¿Y vos? ¿Cómo estás con Gustavo?

—Mucho mejor, por suerte.

—Me doy cuenta por ese brillo en tu mirada. Me alegro.

—Igual, siento que me oculta algo...

—¿Algo como qué?

—No sé. No tengo indicios tampoco. Lo percibo, nada más —dice, con expresión preocupada.

—Tranquilo, te estás persiguiendo.

—Puede ser... Volviendo a Jonathan: ¿lo vas a llamar?

—No sé. ¿Creés que sirva tratar de hablar con él, como sugirió Nico?

—A esta altura de las cosas, no tengo idea, Fran. Habría que probar.

—Bueno... en un rato le escribo.

Terminamos de desayunar recordando anécdotas del ISER y de la radio. Cuando le abro la puerta del edificio, para que se vaya a almorzar con Gustavo, lo abrazo fuerte.

—Gracias por venir a animarme. Va a estar todo bien con Gus.

—Gracias, Fran. —Se separa de mí con una sonrisa tierna—. Mandale un beso a Nico. Y suerte si le escribís a Jonathan. Contame.

Nos separamos y se aleja camino a la parada de colectivo.

Suspiro. Tengo que hacerlo ahora o nunca.

Francisco: Hola, Jonathan. Soy Francisco. Cómo estás, tanto tiempo? Espero que bien. Tu teléfono me lo pasó un periodista. Agendame si querés.

Francisco: Te pido perdón por lo que pasó la otra vez con mi productor. Cuando quieras, me gustaría hablar para arreglar las cosas. Te mando un abrazo.

Me dirijo al ascensor y subo. Una vez dentro del departamento, me tiro en el sillón y acaricio un rato a Buffy. Miro la pantalla de nuevo. Nada todavía.

Suspiro.

Me hago una ensalada para almorzar y, después de un rato, me preparo para ir a la casa de Nico. Una vez en la parada de colectivo, vuelvo a chequear el WhatsApp. La foto de perfil de Jonathan aparece y me salta el corazón.

Viste una camisa negra con estampado hawaiano. Es una imagen del video de la cumbia que me hizo.

No entiendo bien cómo funciona esta aplicación, pero si apareció la foto creo que significa que no me bloqueó. Aparecen dos tildes azules en los mensajes que le envié. Acaba de leerlos. No me contesta.

Llega el colectivo y me subo.

Cierro los ojos y me pongo a escuchar el álbum de Ziggy Stardust de David Bowie. Dejo que la música me lleve, alejándome de todo este lío con mi ex. Me despabilo un rato antes de llegar a Belgrano y voy chequeando en el celular cuánto me falta para la parada que me deja cerca de la casa de Nico.

Recibo un mensaje de Karina, que me avisa que William Ray sacó otro video en el que analiza la cumbia que me hizo Jonathan. En Twitter también lo están comentando.

Se me escapa un bufido, harto. De pronto, aparece un mensaje nuevo en la pantalla.

Jonathan: no me interesa lo que tengas para decirme. Ojalá que a vos y a tu productor les vaya como el culo.

Francisco: Jonathan, por favor. Lo que pasó entre nosotros quedó en el pasado. Perdoname y sigamos adelante con nuestras vidas. Prefiero que nos juntemos y hablemos bien, antes de que andes dedicándome cumbias. Ya están haciendo quilombo en las redes. Terminemos con esto de una vez.

No me contesta.

Bajo del colectivo en la avenida Cabildo y camino hacia lo de Nico. Llego a una zona de veredas arboladas y casonas señoriales... Me impresiona el chalet de dos plantas, de ladrillos a la vista y con un pequeño jardín al frente, separado de la vereda por rejas. Chequeo la numeración. Sí, esta es su casa.

No me imaginé que era de clase media alta. Eso me pone nervioso. ¿Qué puedo darle yo si está acostumbrado a todo esto?

Si no recuerdo mal, el padre es abogado. Se ve que le fue bastante bien, porque, según me contó Nico, les dejó todo esto a su mamá, a su hermana y a él para que vivieran.

Toco el timbre. Nicolás sale enseguida y me recibe con una sonrisa inmensa.

—Hola, ¿cómo estás? —Abre la reja y me da un beso en el cachete.

—Mejor, ¿vos? —le digo, cuando paso al jardín y nos dirigimos a la puerta principal.

—Todo bien.

Una vez dentro de la casa, le cuento de la reunión de mañana con los chicos en Parque Rivadavia.

—Buenísimo. Tobías tiene razón. Nos va a hacer bien despejarnos —dice.

Luego me toma de la cara y me besa. Me separo de él y frunzo el ceño.

—¿Estás seguro de que tu mamá no va a venir?

—Sí, Fran —Nicolás suspira, mientras avanzo por el living con la sensación de estar siendo vigilado por cámaras invisibles—. Hoy da un curso de meditación con los ancestros cósmicos en José León Suárez.

—¿Meditación qué...?

—No tengo ni idea de qué se trata. No sé si lo canalizó o lo inventó.

Nos reímos.

—Y vos que no creías en estas cosas... —lo cargo—. Por algo el universo te dio esa madre.

—Basta, Fran —me codea, mientras dejo el abrigo en el perchero y pasamos al living.

El ambiente tiene pisos de madera lustrada y está decorado con cuadros en los que se ven paisajes del campo. También hay estantes con mates y morteros tallados.

Nicolás avanza hacia el comedor y apoya sus llaves en una mesa de vidrio.

—¿Querés mate, té, café?

—Mate...

Mi novio se va hasta la cocina y me siento a la mesa. Noto unos mandalas colgando de la puerta doble vidriada que da al patio, también piedras y cuarzos pulidos sobre un aparador.

—¿Y tu hermana? —pregunto, cuando me trae un bol con galletitas, el termo y el mate.

—En la facultad —contesta, mientras ceba y me pasa la bebida—. Vuelve como en tres horas.

Me toma de la mano y me acaricia despacio. Veo ese brillo en su mirada...

—Tu casa es hermosa, me encanta.

—Gracias. En un rato te llevo a mi cuarto. —Se levanta de la silla y me da un beso.

—Nico... —digo, una vez que nos separamos—. No vamos a hacer nada en tu cuarto.

—Sí, claro. —Se ríe con maldad.

—¿Estás seguro de que no va a caer nadie de visita?

—Sí, tranquilo, Fran.

—Porque podemos ir a mi casa, en vez de arriesgarnos a que...

—Shh. —Vuelve a besarme—. No seas mala onda, Fran.

Me quedo en silencio, disfrutando de sus besos.

Terminamos de tomar mate. Nico me hace el tour por el resto de la casa: me muestra la cocina grande e impecable, la biblioteca y después tomamos aire en el jardín. Luego nos dirigimos a su cuarto en la planta alta. A medida que subimos las escaleras, me invade la intriga. Lo escuché tantas veces hablar de las cosas que le gustan... Nico abre la puerta y pasa. Lo sigo. Entrar acá es conocerlo un poco más.

Lo primero que me llama la atención es un estante lleno de muñecos de películas y serie de animación, la mayoría de Disney. Son tantos que me pierdo y hay varios que no conozco.

En el estante inferior, encuentro libros de arte de las películas e historietas de las caricaturas, y al lado una foto donde debe tener catorce años y está con su familia delante del castillo, en el parque de Orlando.

—Tenés cosas increíbles.

—Sí, son lindas... las amo. —Larga un bufido—. Quizás Daiana tenía razón. Ya no soy un chico. Debería madurar y dejar de escaparme a mundos de fantasía. Ser fuerte. ¿De qué sirve esta colección a esta edad? Debería venderla.

—¡Nicolás! Es una locura lo que estás diciendo. A vos esto te trae felicidad. Otras personas decoran la casa con cuadros. No tiene nada que ver con madurar o ser fuerte. Sos locutor y productor, una persona creativa. Es parte de tu vida.

Me mira y sonríe, enternecido. Me toma de la mano.

—Sos genial, ¿sabés?

Me río.

—Vos más.

Lo tomo de la cintura y lo atraigo hacia mí para besarlo. Cuando nos separamos, observo el resto del cuarto, de estilo sencillo. A los pies del placard, noto unas cajas apiladas y un bolso.

—Todavía no terminé de desempacar las cosas que me traje del departamento. Con todo lo que pasó, no tuve tiempo. —Mira hacia un lado, con el rostro mortificado—. Me hubiera gustado resolver lo de Daiana de otra manera. Que termináramos bien.

—Tranquilo —camino hacia él y lo abrazo—. No es fácil. Le hablaste bien, ella es la que reaccionó mal. Quizás con el tiempo se le pasa la bronca, entra en razón y pueden charlarlo de nuevo.

—Ojalá... —dice y se mece de un lado a otro, mientras me da besitos en el cuello.

Noto que, en el vidrio de la ventana que da al jardín trasero, hay un sticker de Cadena Top 40. Es una radio juvenil de hace muchos años.

—¡Oooh! —Los ojos se me abren como platos cuando veo un elefante azul de peluche sobre su cama—. ¿Y eso?

—Ah... se llama Dailan Kifki. Le puse ese nombre por el personaje del libro de María Elena Walsh.

—Lo conozco, yo también lo leí. —Levanto el muñeco y lo abrazo—. ¡Me muero de ternura! ¿Dormías con él?

—Sí. —Nico se pone colorado—. Obvio que... ahora no. Pero lo dejo ahí.

—¿Cómo tardó tanto tu ex en entender que eras gay?

—¡Cortala, estúpido! —Nicolás viene a hacerme cosquillas y empiezo a retorcerme—. No seas machirulo.

—Perdoname.

Me saca el peluche y lo pone sobre la mesita de luz. El chico gira rápido hacia mí... ¡Y vuelve a atacar!

—¡No, no! —Me río sin parar—. Tramposo... ¡Por favor, pará!

Se pone a mis espaldas y me apresa entre sus brazos. Después me besa el cuello. Empezamos a mecernos, su agarre se convierte en un abrazo, y siento cómo se presiona contra mí y se endurece. Me muerde una oreja.

Giro hacia él.

—Nico... ¿seguro que no va a venir nadie?

—Sí, boludo. No pasa nada.

Me arrastra hacia su cama y empezamos a besarnos. Las caricias y los besos se vuelven más intensos. Mi entrepierna se pega a la de él y empezamos a frotarnos.

—¡Nico! —Lo tomo de la cara—. ¡Te amo tanto!

—Yo también —suspira, antes de que unamos nuestros labios.

Me pongo sobre él. Le beso la cara, el pecho, la panza, bajo hacia su entrepierna. Intento sacarle el cinturón, desesperado. ¡No puedo! Él me ayuda y en un segundo desabrocho el botón de su jean y le bajo el cierre.

Poco a poco, deslizo sus pantalones, pero no dejo de besarlo, para disfrutar de sentir en mis labios su erección que presiona contra la tela dura del jean primero, después contra la suavidad del bóxer, donde me transmite su calidez.

Le bajo el calzoncillo y le beso la pija despacio, una y otra vez, hasta que por fin abro la boca y empiezo a chupársela. Nico larga un gemido.

—¡Ay! —grita de pronto—. Cuidado con los dientes... No seas bestia —me pide.

—Perdón... —Me río—. Es falta de práctica.

De pronto, escuchamos un portazo en la planta baja.

—¡¿Mamá?! —grita Nicolás.

¿Qué carajo...? ¡Cayó la vieja! ¿No era que estaba dando ese curso?

—¡Hola, Niii! —escucho pasos rápidos en la escalera.

Me separo de él con la velocidad de un rayo.

—Al final no fue nadie a la meditación... —le cuenta en voz alta, mientras sus pasos suenan por el pasillo, cada vez más cerca—. Varias alumnas se enfermaron, más el frío y la lluvia y...

Me paso las manos por los labios y la barba, para asegurarme de que estén limpios, mientras Nico se viste con desesperación.

—¡Mamá, no entres al cuarto!

Silencio. El chico termina de subirse el cierre y se pone el cinturón.

—Pero... ¿estás bien? —Se escucha del otro lado de la puerta.

—Sí... estoy con Francisco —dice—. Bajá al living.

¡NO! ¿Cómo pudo decirle eso así? Me llevo las manos a la cabeza, acalorado. El chico me observa de costado. ¡Guacho! No se atreve a mirarme a los ojos.

Durante un instante de silencio eterno, en el que no sabemos qué está haciendo su mamá, siento ganas de gritar, de arrojarme por la ventana, de agarrar a Nico de los brazos y sacudirlo. Él se queda congelado, hasta que oímos los pasos de su vieja bajando por la escalera.

Camino hacia él.

—Nicolás, te voy a matar.

—Perdón. —Me mira con ojos de cachorro arrepentido.

—Nico...

—Bajemos, dale.

—¡Nicolás!

—¡Dale! ¿No dijiste la otra vez que querías formalizar? Sos mi novio, te voy a presentar.

—Seguro se dio cuenta... Dios, qué vergüenza. Verla de nuevo, así... Va a pensar que soy cualquiera.

—Shh... —Me agarra de la mano—. Está todo bien.

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