34. El reencuentro

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Domingo 12 de mayo por la noche


Parpadeo, sentado en el bar frente a Jonathan, mientras trato de encontrar sentido a sus palabras. ¿Cómo es capaz de decirme que me extraña después de lo que hizo?

No sé qué contestarle.

—¿Cómo estás? —le pregunto, para tratar de sacar conversación.

—Bien, no me puedo quejar. Me está yendo excelente con mi programa, con mis libros y... con la música —dice esto último un poco avergonzado—. ¿Vos?

Pensé que iba hablarme furioso y resentido... ¿qué onda?

—Bastante angustiado, después de la canción que sacaste.

—Fran, es solo un tema musical. Sí, puede ser que me haya inspirado un poco en nosotros, pero no es más que una cumbia divertida que escribí para hacer catarsis después de la separación. Me sentí muy mal en ese momento y creo que al menos me merecía poder sacarme eso del pecho.

Miro hacia un costado, para que no note mis ojos húmedos, y doy unos tragos de café para aflojar el nudo en mi garganta.

—Igual, no te podés quejar: me ganaste en el raiting el mes pasado —continúa Jony—. Felicitaciones. Qué loco que estemos compitiendo en radio por la audiencia después de todo lo que vivimos, ¿no? —Sonríe, tímido.

Estoy por contestarle que no se haga el inocente, cuando en el bar empieza a sonar una canción a todo volumen. Me tapo los oídos, molesto, y giro hacia el parlante que da a la calle.


Yo te quise sin fumarme un verso.

Discriminar no era lo correcto.

Te acepté ya con el primer beso,

solo quería darte más afecto.


Volteo hacia Jonathan y nos miramos a los ojos en silencio, serios, mientras la gente celebra en el bar y se pone a cantar la canción a los gritos.


Pero no pudiste darnos

la paciencia que implica amarnos

y cuidarnos.

Es tu alma la que pide pista...


Mis ojos se llenan de lágrimas, el rostro de Jonathan se pone pálido y noto un brillo triste en su mirada. ¿Cómo pude dejarlo a meses de casarnos? ¿Por qué no pude resistir a esa fuerza oscura que me poseyó?

¿Sabrá Jonathan sobre el asunto? ¿Entenderá que interfirieron con lo que sentía de verdad por él? ¿Podré explicárselo?

Jonathan mira hacia el piso, yo me seco unas lágrimas.


Si no sabés llenarte de alegría,

con nadie...

vas a compartir la vida.


Esperamos callados a que finalice la canción mientras terminamos el café y le pedimos más al mozo.

—Jonathan, no sé qué te está pasando por la cabeza. Pero esto no es una competencia. Tampoco una venganza por lo que pasó cuando salíamos.

—Decíselo a tu novio, que me vino a atacar a la radio.

Suspiro. Este Nicolás...

—Estaba pasando por un mal momento. Y no era mi novio.

—Pero ahora sí, ¿no? —pregunta, con la voz seca.

Asiento.

—Me parece bien que hayas seguido adelante. —Se cruza de brazos y se apoya contra el respaldo de la silla—. Yo también lo hice... y mucho. Aunque ahora estoy soltero y bien.

—Jonathan, no seas injusto conmigo. Me sentí muy mal por haberte dejado. No estaba bien mentalmente, no pude discernir las cosas y me confundí.

—Qué cosa. Si de algo nunca dudé en aquel momento fue de que te amaba. Qué inocente yo al creer que nos parecíamos en ese aspecto. Al final, éramos personas muy distintas, ¿no? Lástima que no lo vi antes.

Suspiro, pasándome una mano por el rostro.

—¿Cuál es tu conclusión entonces, Jony?

—Que sos indeciso, propenso a confundirte...

—Jonathan, no estás hablando. Estás peleando, de nuevo. —Respiro profundo y trato de calmarme—. La canción me hizo pensar muchas cosas, es verdad. Y recordé cuánto me arrepentí por dejarte. Me dolió mucho. Pero también es cierto que en aquel momento te pedí perdón y quise que volviéramos muchas veces. Me importabas.

—No podía volver y casarme con alguien que tenía inseguridades y me dejó meses antes de la boda, por más perdón me pidieras. —Se cruza de brazos.

Asiento. Recuerdo cuando Karina me dijo que vio un futuro en el que Jonathan y yo estábamos casados y felices, y ayudábamos a cerrar el portal del que salen los espíritus. Observo a Jonathan y noto el odio que guarda en su interior. Es todo mi culpa.

—Me dijiste que estás solo... —Mi voz sale temblorosa.

—Sí. Me di cuenta de que perdí muchísimo tiempo dándole amor a parejas y que descuidé mi carrera. Ahora, eso es lo único que me importa.

Nos quedamos en silencio unos segundos, mirándonos fijo.

—Te conozco, Jonathan. Dejá de hacerte el santo. Sé que nos estás atacando con unos espíritus.

Se ríe.

—Me impresiona cuánto aprendiste de ocultismo. —Entrecierra los ojos—. Nunca le prestaste mucha atención a esas cosas.

—Aprendí de vos. Y de mis otros ex.

—¿Esos con los que armaste un programa de radio para competir conmigo? Fue una jugada sucia, Fran. Entiendo si te tocó trabajar justo en la radio que es competencia de la mía. Pero eso de formar un equipo de trabajo con tus otras parejas solo para perjudicarme emocionalmente es caer muy bajo.

—¡¡Yo no hice eso!! —Golpeo la mesa, furioso—. Fue casualidad. La directora de la radio quería que condujera el programa con Tobías y Karina.

—Sí, claro. No me vengas con pelotudeces, Francisco. Fue un ataque, una manipulación psicológica para que me fuera mal en mi programa.

—Estás equivocado, Jonathan.

—Y ahora, ¿me echás en cara que los hechicé? —Hace montoncito con la mano—. ¡Obvio que iba hacerlo! Era la única forma de protegerme.

»Después que me dejaste, terminé literalmente enrollado en el piso, llorando. Semanas y semanas sin salir de casa. Sentía un agujero inmenso en el alma. —Se lleva una mano al pecho, con la voz apagada—. Apenas podía levantarme para comer. Iba al trabajo como un zombi y casi lo pierdo. Hasta que un día, escuché unos susurros. Al principio no eran claros, después comprendí que me dictaban una magia nueva, diferente. Una que yo podía canalizar.

Mi corazón se acelera.

—Jonathan, de eso quería hablarte. Son fuerzas peligrosas. —Hablo atropellado, ansioso por hacerle entender—. Los espíritus que nos atacan son cada vez más fuertes y no creo que te estén ayudando...

—Solo me están defendiendo de ustedes —me interrumpe—. Lo único que pudo sacarme de la oscuridad en la que me hundiste al separarnos, fue esa magia. Los servidores que pude crear me salvaron de la depresión, hicieron que en la radio me pasaran a un horario mejor, ayudaron a que mi programa fuera un éxito, a que publicara mis libros y se vendieran muy bien...

Sos ojos se humedecen.

—Muchas veces pensé que te tenía que agradecer, porque lo que me hiciste me llevó a descubrir este poder —continúa—. Pero ahora veo que querés quitármelo todo. Por eso te confabulaste con tus ex.

—Estás equivocado. Esos espíritus no te defienden. Te están usando para alimentarse, están afectando a todo el mundo, poseen a la gente...

—Dejá de mentir, Francisco. —Niega con la cabeza.

—Es la verdad, Jonathan.

—Si es la verdad no me importa. Solo quiero triunfar, sea cual sea el precio.

—¡Me cansaste, Jonathan! —Me levanto de la silla y lo señalo—. No me importa lo que digas. ¡Al final sos un caprichoso! ¿Querés guerra? Yo te la voy a dar. Estamos los cuatro contra vos.

—Dale, yo tengo a mi ejército de espíritus conmigo.

Jonathan se pone de pie con una sonrisa torcida y en ese momento el paisaje desaparece. Estoy en una dimensión oscura, en un paisaje cubierto de niebla. Esta se despeja detrás de Jonathan, para revelar a cientos de espíritus en forma de brujas verdes, felinos, hombres de hojalata, formados esperando sus órdenes.

Más allá, percibo una oscuridad mayor, detrás de la que se oculta algún tipo de presencia. ¿Serán los insectos malignos?

Lo confirmo, al percibir ese hormigueo desagradable en todo el cuerpo.

—No te vas a liberar de mi maldición —dice Jonathan y todo vuelve a la normalidad.

Tira un billete en la mesa y se da vuelta rápido, triunfal, antes de que pueda responderle.

Me quedo solo en el café, mirando cómo se aleja. Hice todo lo que pude. Este chico no tiene salvación.

No queda otra que ir a detenerlo en el plano astral.


***

13 de mayo


El lunes, me despierto con un dolor de cabeza intenso y solo logro sacármelo cuando me concentro en la respiración y visualizo mi aura magenta revitalizada por una luz, como me enseñó Tobías.

Luego de ponerle comida en su tacho a Buffy, me siento en el sillón a tomar mate con la mirada perdida. Anoche, después de hablar con Jonathan, llamé a Nicolás y lo puse al tanto de lo que pasó. Por las dudas, protegí las esquinas de cada cuarto con mi sello personal y puse debajo de mi almohada la bolsita mágica que nos hizo Karina.

Suspiro al imaginar lo que ella y Tobías me van a decir cuando les cuente que fui a ver a Jonathan solo. Buffy, que terminó de comer, se sube rápido al sillón y frota su cabeza contra mi brazo, para animarme. Le hago mimos y me voy a bañar.

Después de almorzar, me ocupo de las cosas de la casa y salgo para el trabajo. Una vez que bajo del colectivo y camino hacia la radio, encuentro al vendedor de la verdulería de la vuelta a los gritos con el quiosquero de la esquina.

En cuanto paso al lado de ellos, me invade de nuevo el dolor de cabeza. De forma automática, imagino mi sello en una mano y se los arrojo. Los tipos terminan la discusión de forma abrupta y se van a sus locales. Cruzo hacia la vereda del frente, donde está el edificio de la radio.

—¡Cuidado, pibe! —escucho que me grita un viejo, justo cuando un auto pasa acelerado a toda velocidad por la calle.

Corro y salto a la vereda, un segundo antes de que el auto pase. Escucho un estallido a mis espaldas y giro. Chocó con otro auto en la esquina. Todo el mundo se queda en silencio.

Los vidrios del auto que casi me pisa se rompieron. Por suerte, ambos conductores llevaban el cinturón de seguridad.

—Qué raro, en esta calle siempre andan tranquilos —me dice el verdulero.

—Es verdad.

El conductor que fue chocado se baja alarmado y va hacia el auto que lo embistió.

—Loco, ¿qué te pasa? ¿No viste que estaba en rojo?

El otro conductor se baja. Tiembla y se lleva las manos a la cabeza.

—Perdón, perdón.... No sé qué me pasó —repite.

En un momento se da vuelta hacia mí y me observa con ojos temblorosos. Me recorre un escalofrío.

—Mejor llamo a la policía —dice el quiosquero.

Asiento y me voy rápido hacia el edificio. Todo esto tiene una energía funesta.

Llego a la puerta y me paro en seco al ver algo escrito con graffitti verde en los vidrios:

«Aguante Jonathan. Chupala, Francisco. Gordo careta».

¿Quién hizo esto? No creo que mi ex sea capaz de algo así. ¿Serán sus fans?

Miro a ambos lados, pero no hay nadie, solo curiosos que se acercan hacia el accidente. Niego con la cabeza y entro al edificio.

Espero no encontrarme otras sorpresas.

Subo en el ascensor, que se sacude un poco, y bajo en el piso octavo. Entro a la radio y ficho en el aparato.

Una vez que paso la recepción, veo a los chicos sentados en nuestro escritorio de producción. Mientras camino hacia ellos, escucho unos insultos y giro para ver a un chico de administración que reinicia la computadora. Su compañera golpea una impresora, furiosa.

No quiero más mala onda después de lo que vi abajo, así que apuro el paso.

Saludo a los chicos, que se ven cansados. El beso que Nico me da en el cachete me anima.

—Siento olor a café —comento y miro a todos lados. Encuentro un charco frente a la máquina expendedora de bebidas.

—Se descompuso —explica Nico—. Ya vinieron a limpiar y la desenchufaron pero volvió a escupir líquido de la nada.

Trago saliva, inquieto, y noto cómo la sangre abandona mi rostro. Me vuelvo hacia Tobías y Karina. Ambos me observan de forma glacial, con los brazos cruzados.

Miro alrededor. Solo quedan algunos productores del turno tarde en escritorios lejanos. Podemos hablar tranquilos.

—¿Pasó algo?

—No sé, contanos vos —dice Karina.

Me vuelvo hacia Nicolás, molesto.

—Yo no dije nada. —Levanta las manos en el aire.

—No soy de tener sueños premonitorios, eso es más de Karina, pero anoche soñé que te encontrabas con Jonathan. —Tobi me señala—. Y ahora hay una nube de mala onda en la radio. Los productores de los programas anteriores salieron histéricos; me contaron que las llamadas telefónicas se les cortaban de la nada y que los celulares se les apagaron también.

—Me avisaron por WhatsApp que una conductora de la mañana vio un monstruo en el espejo del baño —cuenta Karina—. Uno de los hombres de hojalata oxidados.

—Es compañera de mi amiga Sara, que por suerte estaba para calmarla —dice Tobías—. Ella no lo vio, pero me avisó que sintió una energía siniestra durante todo el turno. Les desaparecieron papeles, se les rompieron cosas.

—Mierda. —Me sostengo la cabeza con las manos—. Jonathan redobló su ataque. —Largo un suspiro—. Fui a verlo, chicos. —Levanto la mirada, asumiendo la culpa—. Perdón, creí que podía arreglar las cosas, yo...

—Esta escalada de actividad paranormal iba a pasar tarde o temprano, Francisco. —Me interrumpe una voz grave y cavernosa. Es Gustavo. Está junto a mí. No lo vi llegar.

—Hola, ¿qué hacés acá?

—El portal que está arriba de la radio creció. Se volvió inmenso. No iba a dejar que Tobi viniera solo acá.

Asiento.

—Necesitamos cerrarlo urgente. —Giro hacia los chicos—. Tenemos que parar a Jonathan, cueste lo que cueste. Ya vi quilombo alrededor de la radio, esto se va a extender por toda la ciudad.

—Y por el mundo, Fran. —Karina pone una expresión sombría—. Eso vi cuando Thot me llevó en aquel viaje astral.

Resisto el temblor que quiere invadir mi cuerpo. Me repongo cuando Nico me toma de la mano.

—¿Que podemos hacer para solucionar esto? —pregunto a todos. Luego, observo fijo a Karina—. ¿Hay algún hechizo o herramienta que nos sirva para cortar los poderes de Jonathan de cuajo? —Después, echo una mirada a Gustavo.

—Ya les dije que podíamos atarlo y enterrarlo. A él no, a un muñeco que lo represente —aclara Karina, al ver mi expresión de horror—. Eso lo va a limitar en parte. ¿No tenés una remera o algo que haya dejado en tu casa? Me sirve para hacer el muñeco.

—Por Dios, Karina.

No quiero pensar en esa opción. Al menos, hasta que la cosa se ponga peor.

—Chicos, ya casi es la hora del programa. —Nico señala el reloj de pared—. Aunque sea lean rápido lo que les mandé.

—Tenés razón, disculpá. —Tobías busca los archivos en su celular y Karina y yo lo imitamos—. Igual, vamos a tener que discutir estas opciones. ¿Les parece venir a casa una tarde? Gustavo tiene muchos libros que podemos consultar.

—Dale, yo también voy a llevar los míos —comenta Karina.

Sonrío, contento porque vamos a tratar de encontrarle una solución a esto. Enseguida, vienen los ojos grandes y dulces de Jonathan a mi mente. Recuerdo estrechar su cuerpo contra el mío durante tantas siestas, su risa y sus bromas pícaras, su mano pequeña en la mía una tarde de verano en la playa.

Ahora es mi enemigo. ¿Cómo pudieron cambiar tanto las cosas? ¿Estoy listo para enfrentarlo?

No puedo pensar en eso ahora. Suspiro y me concentro. Leo la información que nos envió Nicolás y me preparo para hacer el mejor programa de radio. No voy a dejar que Jonathan amenace con destruir al mundo y, encima, me gane en el rating de audiencia gracias a esa cumbia.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro