40. El regreso

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Martes 21 de mayo

Vuelo a toda velocidad entre las estrellas hasta llegar a una isla que flota sobre las nubes. Me acerco a ella y noto una cúpula de energía transparente y, en su interior, el templo que nos sirve de refugio. Atravieso el campo de fuerza y paso sobre el pórtico. Esta vez, el remate no está oculto por las nubes y pueden verse con claridad los sellos de cada uno refulgiendo: las lunas amarillas de Karina, la estrella azul de cuatro puntas de Tobi, mi flor magenta, la serpiente violeta de Nico. Solo queda uno oculto todavía detrás del vapor de una nube.

Ya sobre el interior del edificio, paso sobre el camino de piedra rodeado por vegetación, donde están las mesas de piedra con pequeñas aureolas boreales con las que Tobías creaba imágenes para instruirnos. Casi estoy por llegar al edificio con puntas de cristal que se halla al fondo.

Aterrizo sobre una plataforma de cristal. Mi cuerpo espiritual, que está hecho de luz magenta, se transforma y adquiero mi apariencia normal. Me dirijo hacia el edificio por el camino de baldosas blancas y atravieso la puerta alta decorada con geometrías doradas.

Del otro lado, encuentro a Tobías esperándome. Me saluda y hace un gesto para que lo siga por una alfombra púrpura hacia un salón inmenso, hecho de mármol en tonos claros. En las paredes hay cuadros con paisajes que se mueven, también vitrales abstractos, que cambian de forma. Por un momento, llego a ver en uno de ellos una cruz egipcia que se transforma en un nudo celta.

Tobías me conduce hasta un cuarto. Ahí encuentro a Karina, recostada sobre un sillón futurista. Tiene los ojos cerrados y una luz desciende sobre ella. Miro hacia arriba y me doy cuenta de que estamos en el interior de una torre. Lo que sana a Karina proviene de la cúpula de cristal del techo.

El aura amarilla de mi ex novia se expande y por momentos cambia de color, al igual que el resplandor que la alimenta. Puedo ver cómo las zonas oscuras o afectadas por esferas de energía corrupta son disueltas.

Tobías me invita con un gesto a sentarme en otro sillón, al lado de Karina. Obedezco y la luz cae sobre mí. Cierro los ojos, invadido por una sensación cálida, un cosquilleo reconfortante que me recorre de pies a cabeza. No sé cuánto tiempo pasa, pero cuando me levanto me siento repuesto.

Karina ya está parada al lado de Tobías, aguardándome con una sonrisa inmensa. Su aura se ve radiante. La saludo con un abrazo.

—Me alegra que estés mejor. ¿Vino Nicolás?

—Hola. —El chico se asoma por la entrada y se ve tan renovado como Karina—. Vengo de la otra torre de sanación.

Nos hace un gesto para que lo sigamos a la sala.

—¿Y Gustavo? —pregunto a Tobías, que se encoge de hombros.

De la nada, se manifiesta una mesa con una pequeña pirámide violeta en el centro. También unas sillas, en las que nos acomodamos.

En cuanto apoyo las manos, surge una burbuja suspendida frente a nosotros. En ella se ven imágenes del exterior del edificio de la radio, con el portal en forma de tornado oscuro girando sobre él.

—Es cada vez más grande —dice Nico.

Los servidores con forma de bruja verde, felino humanoide y hombre de hojalata entran cargando esferas de energía y luego salen con las manos vacías. Recuerdo a los espíritus insectos haciendo lo mismo en el futuro alternativo.

—Como nos dijiste ayer, Fran, están alimentando a sus amos.

—¿Qué hacemos, Tobi? ¿No se puede cerrar con un hechizo?

—No. Pero quizás sirva para contenerlo un poco.

Nicolás toca la mesa y surgen más burbujas. En ellas, vemos el Congreso de la Nación, el Palacio Barolo, los teatros de la Calle Corrientes, repletos de servidores que entran atravesando las paredes y salen con esferas de energía. Una burbuja nos muestra a unos hombres de hojalata que siguen a los transeúntes. Estos se enojan y comienzan a discutir en plena avenida. Con sus manos sobre ellos, los servidores recogen la energía para formar una esfera. Después, se alejan volando y las personas quedan golpeándose en la calle.

Dos conductores se gritan en un embotellamiento y los demás se suman al altercado. El semáforo se descompone y el tránsito se vuelve un caos mayor. Los conductores insultan a los peatones. Sobre ellos, las brujas verdes recogen la energía antes de dirigirse hacia el portal.

—Las imágenes las recolectaron los fantasmas que ayudé a trascender. Me las pasaron cuando hablé con ellos antes de acostarme. Volvieron del más allá para advertirnos y auxiliarnos. Me dijeron que pueden ser nuestras cámaras sobrenaturales de la ciudad.

Miro a Nico y le sonrío, orgulloso de lo mucho que creció en este poco tiempo. Asiento, agradecido con los espíritus.

—¿Pueden decirnos si el portal estuvo siempre o si nosotros lo invocamos?

—De acuerdo a ellos, estaba todo tranquilo hasta que nosotros llegamos, Fran. De algún modo, nuestra presencia en el lugar atrajo el portal y lo reactivó. —Nico suspira.

—O sea que fue despertando y tomando fuerza con los años, a medida que cada uno iba entrando a la radio —deduzco.

Tobías asiente.

—¿Qué pasa si lo atravesamos? —Señalo al tornado oscuro—. ¿Apareceríamos en el mundo donde vi a los gigantes con cabeza de mantis?

—No tengo idea. Jonathan y vos siguieron el hilo que conectaba al servidor con esos seres. Entrar al portal directamente es otro tema. Creo que podríamos terminar en cualquier rincón del cosmos si no sabemos cómo funciona —explica Tobi.

—Es mejor no acercarnos a eso. —Karina se frota los brazos, como si hubiera sido invadida por un escalofrío—. Al menos astralmente. Deberíamos cerrarlo desde nuestros cuerpos físicos. Sé que un simple hechizo no va a bastar, pero podemos tratar creando uno más complejo o con otra cosa. Voy a investigarlo con mis amigas del aquelarre virtual.

—Una meditación colectiva podría ayudar —sugiere Nico—. Mi mamá me dijo que si muchas personas se concentran con una intención, son capaces de dirigir su energía para manifestarla.

—Hay que ser cuidadosos con eso: quizás terminamos fortaleciendo a los enemigos lo suficiente para que logren entrar a este mundo. —Tobías se pasa la mano por la barba y suspira—. Mirá cómo nos fue en nuestras vidas pasadas en Egipto. Si no intervenían los dioses, seguro esos parásitos cósmicos ya hubieran invadido la Tierra.

—Bueno, pero ahí queríamos alimentarlos, ¿no? Quizás ahora logremos algo diferente —comento.

—No podemos arriesgarnos. Hay demasiado en juego. —Karina se cruza de brazos.

—Tenemos que intentarlo de alguna manera, si no, tarde o temprano van a invadir la Tierra —insisto.

—Creo que lo mejor es que investiguemos hasta que encontremos una forma segura de eliminar a los servidores y cerrar el portal para siempre —dice Tobías—. Mientras tanto, podemos aliviar la cosa limpiando a la ciudad con nuestros poderes.

Tiene razón. Asiento y respiro profundo, buscando calmarme. Nico y Kari asienten también. Las esferas que flotan delante de nosotros desaparecen. Salimos del edificio, camino hacia las plataformas, y los saludo antes de abandonar nuestro hogar astral y regresar a mi cuerpo.

Me despierta un trueno. La lluvia cae furiosa y hace bastante frío. Me visto y una vez bien abrigado, me hago un café con leche y unos tostados para desayunar.

Mientras saboreo la bebida caliente, que me reanima, pienso en Jonathan. Abro el celular y chequeo que está conectado. No entiendo porqué no escribió después de lo que pasó en el astral. ¿Debería hacerlo yo primero? ¿Y si decidió unirse de nuevo a los enemigos? Suspiro y guardo el teléfono.

A la noche, camino a la radio, me cruzo a unos hombres que se agarran a golpes. Los empleados de otros locales los detienen y escucho que uno llama la policía. En la esquina, antes de doblar para la calle de la radio, me cruzo a dos mujeres que discuten a los gritos en la parada de colectivo. Siento olor a humo y escucho la sirena de los bomberos que se aproxima.

Me alarmo y me fijo si tengo mensajes en el celular. ¿Habrá pasado algo en la radio? Cuando estoy por llegar, el olor a humo aumenta y veo a un grupo de personas en la próxima cuadra que señalan hacia arriba. Un edificio se incendia. El camión de los bomberos llega y los otros vehículos le dan paso.

De pronto, siento un golpe en la cabeza que me deja mareado. Un líquido cae por mi cuello y mi hombro. Giro, asustado, y me toco el pelo mojado. Me invade un fuerte olor a tomate.

—¡Aguante Jonathan! —gritan unos chicos, antes de tirarme más verduras. Se alejan corriendo.

—¿Estás bien? —me pregunta el de seguridad, que recién ahora se acerca. Estaba distraído mirando el incendio.

—Sí, no te preocupes.

Entro rápido. Por suerte no me cruzo a nadie en el ascensor. Ficho y voy rápido hacia el baño. Los administrativos y productores no me ven, están trabajando a full e insultan a las computadoras e impresoras. Parece que varias se descompusieron.

Me limpio rápido y una vez que llego a nuestro escritorio de producción, saludo a los chicos. Nico mira las manchas de mi remera.

—¿Qué te pasó?

—Me crucé a los fans de Jonathan. ¿Vieron que se incendió un edificio de la otra cuadra? —Esquivo a un productor, que viene corriendo desesperado hacia una computadora en el otro extremo de la sala—. ¿Qué está pasando?

—Falta personal. Se enfermaron varios productores.

—A una locutora de la mañana le dio anginas y el locutor que se quebró la pierna en la moto tiene reposo para rato. —Karina niega con la cabeza—. No saben cuándo va a volver.

—Corre el rumor de que la radio está embrujada. —Tobías baja la voz. Noto sus ojeras marcadas—. Nosotros estamos protegidos por nuestros sellos, pero no sé cuánto va a aguantar este lugar, por más que lo reforcemos una y otra vez.

—Hay que hacer algo —dice Nico.

—Ya vamos a encontrar una solución. —Suspiro y miro a Karina—. ¿Hablaste con tus amigas brujas?

—Dijeron que tenemos que armar un hechizo especial. Que nosotros abrimos ese portal y vamos a descubrir cómo cerrarlo.

—Más intrigas. Genial. —Largo un bufido.

—Les dije que no tenemos mucho tiempo y se comprometieron a investigar también. Están haciendo lo que pueden.

—Entiendo. —Cierro los ojos y me froto los párpados.

—Mi mamá se está organizando con las amigas new age para apoyarnos —dice Nico.

Giro hacia Tobías, que se suena la nariz, con la mirada perdida.

—¿Estás bien?

Me mira, con los ojos húmedos, y no responde.

—No me digas que Gustavo... —Karina golpea la mesa—. Justo en un momento como este...

Tobías niega con la cabeza y estira una mano hacia nosotros. Tiene un anillo.

—¡Dios mío! —Karina grita.

—¿Se van a casar?

Tobi me mira y asiente. Empieza a llorar. Nos lanzamos a abrazarlo.

—Por eso estaba tan... misterioso. Me llevó a una cena sorpresa. Yo... Dios, justo en medio de este quilombo con los espíritus. Pero estoy tan feliz.

—Te felicito, Tobi. —Lo palmeo en el hombro.

—Felicitaciones —le dice Nico, riendo.

—Son tan tiernos... Te dijimos que Gustavo te quiere de verdad —Karina le acaricia el rostro, limpiándole las lágrimas, y Tobi asiente—. Mostrame el anillo. ¿A ver...? ¡Es oro blanco! —exclama, emocionada.

Tobías se lo saca y señala el borde interior.

—Miren dice: "Te amo por siempre, Gus."

—Me muero de ternura. —Vuelvo a abrazarlo.

El corazón se me estruja un poco, al recordar nuestros años como novios. Sé que Tobi se merece lo mejor y me pone contento que haya encontrado la felicidad con Gustavo.

—Ahora más que nunca tenemos que salvar al mundo. No vamos a dejar que esos monstruos arruinen tu casamiento —le prometo.

—Gracias, Fran. —Tobi se ríe y se seca las lágrimas.

Miro a Nico, que observa el anillo en la mano de Tobías. Nuestros ojos se cruzan por un instante. Luego, retomamos la charla con el resto.

—Bueno, preparémonos para el programa —dice Nico, luego de un rato—. Tobías sube en diez minutos y ustedes tienen esa hora libre —nos señala a Karina y a mí—, pero no se confíen porque con este caos no se sabe qué puede pasar.

Me río. Asentimos y nos concentramos en los archivos que nos envió. Justo en ese momento, se corta la luz. Miramos alrededor, alarmados.

—Se cayó la transmisión —dice un productor, que deja de hablar por celular.

—Se cortó en cuatro manzanas alrededor —indica otro.

—¿Va a volver la luz para nuestro horario de salida al aire? —pregunto.

—Ni idea.

Nos quedamos media hora esperando, hasta que la directora de la radio nos manda un mensaje para avisarnos que la transmisión se retoma a las siete de la mañana y nos manda a casa.

Dejamos la sala de producción atrás y vamos hacia las escaleras iluminadas por el resplandor pálido de las luces de emergencia. La ventana del rellano muestra un cielo oscuro, encapotado, con nubles grises. Cuando la puerta se cierra detrás de nosotros, Karina prende la linterna de su celular y el resto la imitamos.

—Esperen —dice Tobías, antes de que empecemos a bajar—. Protejámonos primero...

Escucho un grito de Karina y giro para verla tambaleando al borde del escalón. La atajo, rápido.

—Algo me empujó.

—¡Los sellos, ahora! —ordeno.

Nos concentramos. En la penumbra, llego a ver las figuras que aparecen entre las manos de cada uno, antes de fundirse con su aura: la estrella azul de cuatro puntas de Tobi, el sendero violeta de Nico, las crecientes opuestas de Karina. Cuando la flor de círculos magenta entra en mí pecho, me invade un cosquilleo que eriza mi piel.

Retomamos el descenso despacio. Nico me toma del brazo y siento el calor de su energía uniéndose a la mía. Una vez en la recepción, nos despedimos. Acompaño a Nico a la parada de colectivo porque no quiero dejarlo solo. Su bondi llega rápido y me da un beso tierno antes de subir.

Escucho un trueno y miro hacia el cielo. Me pongo la capucha cuando empieza la llovizna. Por suerte, mi parada de colectivo está cerca. Eso sí, se larga con todo durante el viaje y al bajarme me empapo en el corto trayecto hacia el edificio.

Menos mal que en casa hay luz. Me seco y me cambio de ropa. Hago unas caricias a Buffy mientras me preparo un té. Con el frío que tomé, necesito algo caliente antes de acostarme.

Escucho que tocan en timbre. ¿Quién puede ser con esta lluvia? Miro el celular y veo que todos llegaron bien a sus casas. ¿Será alguien que quiere molestar? Insisten y Buffy me golpea el tobillo con sus patitas. Suspiro y levanto el portero.

—¿Hola? —no contestan—. ¿Hola?

Silencio. Estoy por cortar cuando escucha una voz familiar:

—¿Fran?

—Sí, ¿quién es?

—Soy Jonathan. Disculpá que vine... Si querés me voy.

—Esperá. Ya bajo.

Corto y el corazón me late a mil por hora. La garganta se me seca de pronto. Me pongo una campera y voy hasta el ascensor. Llego a planta baja y veo una figura encapuchada, del otro lado de la puerta de vidrio. La imagen es desoladora: está mojado, de brazos cruzados, contraído por el frío. Lleva una campera impermeable verde, demasiado finita para este clima.

Abro la puerta. Nos miramos de arriba abajo, manteniendo la distancia. Sus dientes castañean. Está tiritando.

—Entrá.

Pasa y cierro la puerta. Se saca la capucha, sus ojos húmedos tiemblan. Volvemos a mirarnos por unos segundos y, sin pensarlo, nos fundimos en un abrazo. Jonathan comienza a llorar y un calor se enciende en mi pecho, uniéndose al que sale del suyo. Cierro los ojos y veo las llaves doradas en nuestros corazones, entrelazadas por un hilo plateado.

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