16- Con la muerte en los talones

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

«La senda del samurái se halla en la muerte. Cuando le llega a uno o a otro, solo queda la fugaz elección de la muerte».

Yamamoto Tsunetomo [*].

No sé si a vosotros os pasa igual, pero hay instantes cruciales en los que se me desmoronan los planes que he elaborado sobre la base de malas decisiones. Para que os hagáis una idea de la sensación, es como si se hubiese venido abajo una montaña y que ahora mismo me aplastara.

     Al quedarme a solas con Nathan en Shimonoseki lo veo más claro que el agua. Porque siempre es una putada apartarnos de aquellos que nos quieren tal como somos. Él nunca ha dejado de demostrarme su incorruptible cariño desde que convergimos en la vida.

     Y me ha demostrado su lealtad millones de veces. ¿A cuántas personas de las que nos podamos fiar conocemos? Pocas. ¿Verdad que los dedos de una mano sobran? La mayoría de la gente se vende por un precio, pero mi jefe no. Por eso su periódico —The Voice of London— destaca por encima de los otros, porque en él aplica sus principios.

     ¿Cómo he podido olvidar, además, que gracias a él conseguí el respeto en mi profesión? Logró que me aceptasen como médium. Esta fue siempre para Nathan la generosa meta y gracias a su labor hoy trabajo en el MI6. Sin la intervención de mi jefe jamás me hubiesen tomado en serio. ¿Y cómo le pagué sus desvelos? De una forma ruin. Puse los caprichos del mafioso y mi necesidad de reconocimiento dentro del Secret Intelligence Service  por encima de él.

     En cuanto al sexo, ¡¿cómo me he olvidado de la electricidad que recorre nuestros cuerpos cuando, desnudos, nos rozamos?! Apenas le he desabrochado la camisa, y, con solo pasarle el dedo índice por el cuello, compruebo cómo se estremece. Y yo reacciono igual cuando él me roza. La química que existe entre ambos genera tanta energía que podría dispararnos hasta la estrella más lejana. Y el perfume de nuestras pieles armoniza de un modo perfecto.

—¿Te has hecho un tatuaje? —Me asombro al tocar la superficie rugosa del brazo y a continuación analizo las letras—. ¿«BFF»?

—Créeme cuando te digo que no quieres saber. —Me esconde la cara en el cuello y suelta una risa—. Imagina el resto si te confieso que Van de Walle tiene uno igual. ¡Bebimos demasiado sake!

—Por ahora lo dejo pasar, cariño, pero más adelante me lo tienes que contar. Yo también quiero reírme.

—¡He extrañado tanto tenerlos entre las manos! —me susurra en el oído y me sujeta los senos.

     Mis pechos se desbordan de ellas mientras los contempla con fascinación. Nat me convierte en una adolescente que juega a ser mayor, pues una simple caricia basta para que me duela el bajo vientre de tanto deseo.

—Y yo anhelaba que los acariciaras. —Respiro su aliento y siento que somos uno.

     Le absorbo el perfume del traje, del cuello, de la cabellera. Añoraba cada pequeño detalle de él. Sobre todo la sonrisa o el amago de sonrisa cuando buscamos juntos el placer. Hay hombres que fruncen el ceño durante el sexo —el mafioso es uno de ellos— y que nos sumergen dentro de una obra de Shakespeare porque por cada caricia luego pagamos nuestra libra de carne. Otros dan la impresión de que transportan ladrillos o que revuelven el cemento mientras trabajan en la construcción porque los rostros son los de aquellos que realizan una dura y ardua tarea. Algunos deberían hacerse navegantes porque ni con una brújula reconocerían el norte y el sur del cuerpo femenino. Y, menos todavía, las zonas erógenas. Nathan, en cambio, es un maestro del erotismo, y, encima, hace el amor con alegría. ¡No hay otro como él!

—¿Puedes imaginar cuánto te he extrañado? —Y le bajo la cremallera, ansiosa—. Quiero que sepas, amor, que tú me importas de verdad.

—Lo supongo. —Me besa en la nariz—. Sé que me quieres tanto como yo a ti.

     Por comparación, me viene a la cabeza la frase «no me quieras tanto, solo quiéreme bien» aplicada al mafioso. Porque ¿de qué sirve que te amen o que te digan que te aman si no te permiten ser feliz y te manipulan? El amor a veces se siente como si te aplastase la lápida del sepulcro en el que yacen tus antiguos sueños y tu verdadero yo.

     Dejo de recorrerlo con la lengua y le clavo la vista para convencerme de que volvemos a ser amantes. Y el peso de su cuerpo me reconforta. Gracias a esta ráfaga de lucidez me percato de que me he acercado tanto a Axel porque anhelaba la paz que mi jefe me proporciona. ¡Vaya contradicción!

—Quizá esta distancia a medias, cariño, nos ha servido para darnos cuenta de que nos queremos más de lo que suponíamos. Hay que verle el lado positivo. Siempre nos hemos comportado uno con el otro como si fuésemos un rollo recurrente.

—¡Sin duda, Dan, sin duda! —Juega con el lóbulo de mi oreja—. El lado positivo es que jamás volveré a permitir que nos separen. Y que te seguiré hasta la cima del Himalaya o hasta el mismísimo Infierno si es preciso para seguir juntos.

     Y la veracidad de su promesa resulta incuestionable. Porque yo hubiera fantaseado con muchos actos de generosidad por su parte, pero nunca que se tirase a un mar lleno de depredadores marinos para convertir en realidad su peor pesadilla.

     Intento girarlo para ponérmele encima, pero me detiene:

—No, mi amor, me toca. Me sobas en el trabajo y yo me aguanto para cumplir mi palabra. ¡Prepárate ahora!

     Mientras habla me quita la camisa y la falda. La tanga que llevo es de tono negro y calipso, igual que la ropa de él. Los ojos no ocultan su sorpresa de que vayamos a juego.

—Era consciente de que haríamos el amor y lo esperaba con impaciencia. —Delicada, le muerdo los labios y ronroneo como una gata en celo—. No te equivocas, he elegido este conjunto para ir a juego contigo.

     Nathan, ansioso, se baja el pantalón. Yo lo ayudo con los pies y lo desembarazo del bóxer oscuro también.

—¡No puedo esperar más! —Él se hace el sordo y se divierte mientras juega con la boca en mi vientre para luego bajar entre los muslos—. ¡Ahora, por favor!

—Preciso probarte, saborearte, hace meses que no te como entera. —Me recorre con la húmeda lengua cada uno de los pliegues, pero solo pasa fugaz por el clítoris y yo me derrito como si fuese mantequilla al sol—. Creo que es hora de ir más en serio, sabes a miel. —Y ahí sí se detiene en el pequeño botón hasta volverme loca.

—¡No aguanto, te necesito dentro! —le imploro en medio del frenesí.

—Tú eres la que ordena, duquesa, tienes más rango que yo. —Y me libera de la última barrera que supone la ropa interior, pues es hora de apurarse o nos convertimos en fogatas.

     Entra en mí de una estocada y hasta el fondo. Lo aprieto con las paredes vaginales porque necesito retenerlo dentro por toda la eternidad. ¡Cuánto lo he extrañado! Lo giro y me le pongo arriba, marco el ritmo con movimientos rápidos de las caderas. Y remontamos la cima. Me colma de una forma tan completa que me dan ganas de gritar y de chillar sin control. Solo me contengo porque estamos en una habitación de hotel. Los embistes son cada vez más rápidos y mando al diablo la prudencia, gimo como me pide el alma.

     Mientras nos poseemos —ansiosos a más no poder— recuperamos los meses desperdiciados. Sé que os sonará complicado si os cuento que tengo la impresión de que nos transportamos hacia atrás en una máquina del tiempo. Me siento una cretina —de nuevo— por haberme apartado de Nathan cuando llego a un maravilloso orgasmo. Solo me libro de la culpabilidad después de hacer una y otra vez el amor durante la noche entera.

     Aunque amarnos con nuestros cuerpos ha sido mágico, las horas que hemos dormido juntos y abrazados han sido sin duda alguna la parte mejor. Solo falta que encuentre mis óvulos, que devuelva a Cleo a su sitio y que venzamos a los Taira para recobrar la calma total. Suena ambicioso, pero soy una eterna creyente de que puedo transformar lo imposible en posible si me lo propongo.

     Todavía remoloneo sobre el futón, abrazada a Nat, cuando él me advierte:

—Tu teléfono vibra, amor.

—¡Que vibre! —Lo ciño firme y le rodeo las piernas con más fuerza.

     Creo que tengo los ojos cosidos con aguja e hilo.

—Si es Van de Walle no parará de llamar hasta que le contestes —me previene mi amante.

—Entonces mira, cielo, y dime quién es. —Le escondo la cara en el pecho para que no me ciegue la luz del teléfono.

     Nathan estira el brazo, lo coge y enfatiza:

—En efecto, es el megalodón.

—Atiende por mí —le suplico como una niña pequeña—. ¡Tengo sueño!

—Lo haría encantado, Dan. —Lanza una carcajada alegre—. Pero sonaría a revancha por excluirme de la fiesta. Toma, sé valiente y responde.

     Y me pone el móvil en la mano. No tengo más remedio que apartarme unos centímetros para contestar.

—Dime, Will.

—¿Estás bien, Danielle? —me pregunta enseguida—. ¿Qué estás haciendo?

—Lo mismo que tú cuando yo no estoy delante —le susurro, ronca.

     Sueno igual de amodorrada que siempre que acabo una maratón sexual, así que no le quedará ninguna duda de cuál es la tarea en la que empleo el tiempo.

—Ya —masculla, enfadado—. ¡Me lo veía venir!

—¿Qué veías venir? —lo interrogo, aún sin despertarme del todo.

—Que Rockwell te iría con el cuento para meterse otra vez en tu cama. —La voz afilada corta la línea telefónica como si fuese un rayo.

—Sí, sus informantes se enteraron de que lo vetaste en la fiesta de los Shinode —y le pregunto—: ¿Te refieres a esto, verdad? Tienes razón, me lo ha dicho.

—Entonces hoy no será necesaria mi presencia ahí —pronuncia, preso de una cólera incontrolable—. ¡Adiós!

—¡Me ha cortado! —le comento a Nat, sorprendidísima.

—¿Y te asombra?

—¡Mucho! —y luego lo interrogo—: ¿A ti no?

—No, no me asombra en absoluto —después me da un beso suave y me pregunta—: ¿Qué tal si nos levantamos y nos damos una ducha? En un rato nos encontraremos con Tokugawa en lo de Sato Daike.

     Mientras me enjabona la espalda le acaricio el falo con el trasero. Y de esto a inclinarme para que me vuelva a follar en variantes más audaces hay solo un segundo de diferencia. Demoramos más de lo esperado, pero aun así llegamos antes que Axel a lo del pescador de espadas. Debo reconocer que, a pesar de la negatividad que me rodea, me siento más feliz que una perdiz por retomar mi relación amorosa con Nathan.

     Cuando nos aproximamos a la casa del anciano el exterior me parece más desolado que el día anterior. Y dentro huele a alcohol de romero.

     La enfermera señala la cama y me informa:

—Ha empeorado. Agoniza, ha pasado una noche horrible. La enfermedad es terminal y no le queda mucho tiempo. Ha estado un rato despierto y me ha dado esto para usted.

     La mujer me entrega una hoja de papel blanco en la que han garabateado con dificultad un nombre:

Hashimoto Kaito

     Resulta evidente que en esta oportunidad La Geisha Esqueleto no me ha engañado, se trata del mismo individuo. Ahora lo único que resta es saber qué información tiene el MI6  acerca de esta persona. Salvo que mis amigos fantasmas decidan que con el grueso músculo que ya me han hecho crecer en el cerebro es suficiente y que me iluminen. Ahora sí preciso que me ayuden para ir por delante de Taira no Masakado.

     Al salir del hogar del enfermo nos encontramos con Axel y nos pregunta enseguida:

—¿Y? —Después nos saluda con cortesía.

—Nos ha dado el mismo nombre que la geisha. —Y le entrego la hoja.

—Hashimoto Kaito —pronuncia, despacio—. Lo han comprobado y está muerto. Tengo las direcciones de los hijos, empezaremos por ahí.

—Sé lo importante que es, pero antes me gustaría hablar contigo a solas —le pido y luego en dirección a Nathan agrego—: ¿Te molesta quedarte un rato en el hotel?

     Mi jefe sabe la razón así que enseguida asiente:

—Claro que sí, os espero allí.

     Axel y yo caminamos despacio los metros que nos separan de la vivienda hasta su coche. Se nota cauto, creo que espera que le hable de nosotros. No lo entiendo, ¿qué se le ha pasado por la cabeza para que ponga esta barrera entre ambos? Desde la batalla se escabulle y procura que no nos quedemos a solas.

—¿A dónde vamos ahora? —Y me observa de reojo, igual que un pez atrapado por la red del pescador.

—Donde libramos la pelea el otro día. —Aprieto el bolso en el que guardo el barco: necesito dárselo allí, sé que es el lugar correcto—. ¿Qué te parece si aparcamos y nos sentamos sobre la arena? —Trato de mirarlo a los ojos mientras él me rehúye.

     Finge concentrarse en la conducción. Luego suspira y expulsa el aire con fuerza.

     Se disculpa:

—Mira, Danielle, sé que hemos estado muy unidos, pero quizá nos hemos precipitado. Apenas nos conocíamos y nos dejamos llevar. No quiero que pienses que soy un veleta, pero...

—No deseo hablar de nosotros. Lo que debo decirte es algo de tu exclusivo interés —lo interrumpo sin tomarme a mal el rechazo.

—¡Ah!, ¿sí? —No hay duda de que lo he descolocado.

     Poneos en mi lugar, es un momento muy incómodo. No soy una persona acostumbrada a andar con rodeos y ahora camino sobre cáscaras de huevo, medito antes de pronunciar cada mínima sílaba. Temo que una simple palabra mía rompa la tranquilidad de Axel, pues lo que decimos a veces se transforma en bombas atómicas para quien lo escucha.

     Cuando nos sentamos sobre la arena resulta evidente que todo en él me rechaza. Y la única explicación radica en que la presencia de Noriko ha cobrado fuerza en su interior. Quizá el mensaje que le entregaré le llegue de manera más nítida aquí, en el sitio en el que lucharon juntos contra la Bruja de los Yōkais. O puede que su esposa aparezca y me ayude a proporcionarle argumentos.

—Noriko me ha dado esto para que te lo entregue. —Saco del bolso la botella con la embarcación y se la coloco entre las manos.

—¡¿Noriko?!

     Noto que Axel se queda pálido. Mientras, el cristal le absorbe el calor de la piel.

     Como en trance lee:

HSM Victory, mil ochocientos cinco. ¿Es un mensaje de Noriko para mí? Entonces, ¿está muerta? ¡Pensaba que aún vivía y que había perdido la memoria! Dime, ¿la has podido ver? No me mientas: ¿está bien?

—Sí, está perfecta y siempre te acompaña. Es más, peleaba a tu lado el otro día contra la bruja. —El amor de Axel también es infinito y trasciende la barrera de la muerte—. Ayer me ha contactado. Le he preguntado si debía decirte algo más, pero según ella tú comprenderías enseguida. Ha escrito un mensaje en las velas, pero no he querido traducirlo porque me parecía una intromisión.

—¡Entiendo! —Exhala el aire con fuerza—. ¿Está aquí ahora?

     Observo en todas las direcciones, pero no consigo verla.

—No, estamos solos.

     Noto que Axel pasa la mano por el vidrio, como si acariciase a la esposa muerta, en tanto lee los caracteres con detenimiento.

     Emocionado, me explica:

—Desde niño colecciono barcos antiguos y siempre quise este. Nadie lo sabe, solo ella.

—Entiendo. —Muevo de arriba abajo la cabeza.

—Noriko deseaba que yo no tuviera ni la más mínima duda acerca de su mensaje. —Habla con lentitud—. Quería que supiese que proviene solo de ella.

—¿Y qué debo responderle si la veo? —le pregunto, curiosa ante tanta reserva.

—Que iremos ya mismo a buscar a los hijos de Hashimoto Kaito. —Y se pone de pie al momento.

     Y bucea con la mirada en el mar, como si allí se ahogasen sus ilusiones. O igual que si se tratara de un samurái que se dirige a una batalla que sabe perdida.

     En honor a la verdad —y para seros igual de sincera que siempre— esta conversación solo resalta lo opuestos que somos. ¿Cómo pude pensar que nuestras almas conectaban? Siento que mi espíritu inquieto solo se acopla al de otro hombre, igual de inquieto que yo.

[*] Su obra antes referida, página 11.

Danielle se da cuenta de cuánto ha extrañado a Nathan y de cuánto lo necesita en su vida.



A pesar de que la situación es complicada, después de hacer el amor con él se le queda la risa tonta en la cara.


Cuando están juntos se divierten más que con cualquier otra persona. Y ambos consideran que trabajar para el Secret Intelligence Service  es igual de peligroso que tirarse sin red desde lo alto de un trapecio.



Axel evita estar a solas con la médium. Ella ignora que todo lo que le dijeron Nathan y Willem para apartarlo ha hecho mella en él.



El mafioso hubiera dado la vida por Danielle, pero nunca la dejaría ser ella misma.




https://youtu.be/EgqUJOudrcM









Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro