22- Posesión fantasmal.

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«La estrategia tiene la garantía de que no fracasará nunca».

Lord Nelson.

Jamás pensé que al abrir los ojos estaría rodeada de una multitud. Poneos en mi lugar, hasta dudaba de que volviese a abrirlos. Por este motivo, al principio el ambiente me resulta confuso, pues me siento sin fuerzas y a merced de mis enemigos. Respiro hondo. Lo que tenga que ser, será.

     Pero Taira no Masakado parece preocupado por mi salud y me resulta una incoherencia porque ha enviado a otros a matarme. Al ver que me movía me ha colocado la espada imperial contra el pecho. Y no me la ha quitado del cuerpo hasta que ha vuelto su hija y me he bebido de un tirón la pócima.

—No fui yo quien te tendió una emboscada, guerrera. —Noto que contiene una sonrisa.

—¿Cómo te encuentras ahora, Danielle? —La bruja me analiza el rostro y me da la sensación de que hasta saluda a cada una de mis neuronas.

     Después de beber el líquido verde el vigor regresa a mí. ¡Es magnífico! No me sorprende porque la Bruja de los Yōkais  siempre ha tenido una reputación excelente. La sensación que me provoca el brebaje es comparable a si me abrazasen papá, Da Mo, los tres jefes sioux, los Taira y el resto de los miembros de nuestro ejército espectral al mismo tiempo, con la única diferencia de que no se me pone en punta la cabellera.

—¡Excelente, gracias por preguntar, Takiyasha-Hime! —le respondo enseguida—. No sabía que existiera un elixir capaz de hacer efecto en segundos.

     Noto que padre e hija intercambian una mirada estupefacta.

—¿Cuánto crees que ha pasado desde que tomaste el bebedizo, Danielle? —pronuncia con lentitud Taira no Masakado.

—Cinco minutos. —Ignoro la causa de la extrañeza.

—Transcurrieron tres días, guerrera —me aclara y se lleva la mano a la frente—. Pero no temas. Enviamos a un samurái con la finalidad de acordar la tregua y de explicar lo sucedido. El monje nos visitó aquí para corroborarlo.

     Me atraganto por la impresión y empiezo a toser. La bruja me ayuda a poner de pie y me pasa la mano por la espalda. Enseguida me recupero.

—Gracias. —Aún no me repongo de la sorpresa—. He debido de darme cuenta, estoy sobre una cama.

     Es un pequeño y gran dato en el que no he reparado al regresar del sueño. Me percato de que ya no estoy tendida sobre la cubierta del portahelicópteros. Ni escucho los jugueteos de mis aliados animales ni huelo el perfume del salitre ni los rayos del sol me acarician. ¡¿Cómo he podido ignorar todos estos detalles?! Quizá porque me rodean las mismas caras... Aunque el otro día me pareció ver a un gato y a un zorro parlantes que ahora no se encuentran aquí. ¡Seguro que alucinaba!

     Pero no es tiempo de anclarme al pasado, sino de resolver el futuro. Sospecho que mi debilidad es mi mayor fortaleza, pues noto que padre e hija son sinceros al expresar su preocupación por mi bienestar.

—¿Sería posible, Taira no Masakado, que mantuviéramos la conversación que tanto hemos dilatado? —Lo observo sin parpadear para detectar cada ligera variación en su estado de ánimo.

     Por primera vez desde que lo conozco él desvía la mirada y baja la cabeza para concentrarse en el suelo. Mientras, Takiyasha-Hime le efectúa un gesto que no comprendo. Los orientales son herméticos y más en este caso, en el que provienen de otra época. ¿Sabéis qué es lo positivo? Que ninguno de los dos expresa animadversión hacia mí.

—Muy bien, hablemos —acepta después de clavar la vista en la bruja, que asiente con la cabeza—. Te espero en la sala de máquinas.

—Mejor encontrémonos fuera, samurái —le pido con una pequeña sonrisa—. Necesito un poco de aire, llevo demasiados días encerrada.

—En cubierta, entonces, guerrera. —Y desaparece con una pequeña explosión.

     Los hombres se esfuman con él en tanto las mujeres me ayudan a ponerme las distintas prendas blancas —incluido el kimono— bajo la atenta supervisión de la Bruja de los Yōkais. Parezco un Taira más, ya que ambos sexos visten igual.

     Takiyasha-Hime pone palabras a mis pensamientos:

—Siempre te quisimos en nuestro bando, Danielle. Reflexiona sobre ello. —Como es lógico le hago una reverencia, no oculto que me siento muy honrada.

     Ella continúa:

—Ni la muerte del valiente y leal Minamoto ni tu intento de asesinato fueron obra nuestra. El emperador Antoku y su abuela provocaron el incendio. Te pido disculpas por no haber advertido que la traición anidaba dentro de nuestras filas.

     Al oírla hablar de Axel en estos términos me emociono. No puedo evitar que las lágrimas se me asomen a los ojos.

—Gracias. —Efectúo un esfuerzo sobrehumano para contener el dolor—. ¡De verdad, te lo agradezco de corazón! Tus palabras te honran. Y a todos vosotros también...

—Deseaba que lo supieras —y luego me ordena—: Ve con mi padre.

     Enseguida la obedezco, es hora de la verdad. Y, estaréis de acuerdo conmigo, no existe una verdad mayor que salir al aire puro y permitir que los sentimientos se expresen en libertad. Porque es tan grande la alegría que me embarga al percatarme de que el sol brilla con fuerza y de que las ondas calmas no han sido reemplazadas por tsunamis, que vuelvo a sentir deseos de llorar a mares. He conseguido parar la destrucción al menos por tres días.

     En el horizonte —muy cerca de nosotros— el destructor Justice  de la Royal Navy  se mantiene ahí, alerta, y me custodia. Coincidiréis conmigo en que no me equivoco al suponer que con todos los ojos puestos en mí. Imagino que también los de Willem y de Nathan, dudo que los hayan mantenido a los dos juntos y esposados a una cama durante setenta y dos horas. Antes hubiesen vuelto loco al agente que los custodiaba o se hubiesen apuñalado uno a otro.

     Al llegar reparo en que Taira no Masakado contempla el mar, se apoya sobre la barandilla.

     Gira y me pregunta:

—¿Por qué todas las criaturas llevan días así, guerrera? Saltan, chillan y no cesan de efectuar esta frenética actividad.

—Porque desean mostrarte la felicidad que las embarga. —Me acerco a él con energía.

     Necesitaba de este sueño reparador, ahora me encuentro genial. Esta es la misión más agotadora de todas en las que he participado.

     Acto seguido añado:

—Son felices a pesar de que los humanos se lo ponen complicado y contaminan la tierra, los mares, los ríos y los océanos. ¡No quieren que tú destruyas esta dicha!

—No entiendo, Danielle. —Parece confuso—. ¿Cómo pueden conocer mis planes?

—Porque yo les he mostrado las imágenes con la mente —le aclaro enseguida.

—Permite que yo también las vea, guerrera. —Y me coge de las manos.

     Como si tocase la turbina de una central eléctrica, ante su tacto me invade un choque de una punta a otra del cuerpo. Resulta difícil de describir. Alrededor de nosotros se forma un arcoíris que por momentos es azul. Y que luego —sin interrupción— cambia a verde y a rojo. Después de un par de minutos me acostumbro a esta sensación. Y mi sentido del olfato se agudiza, puedo oler cada partícula de aire.

     Bajo los párpados cuando el tono azul francia me rodea. Me concentro y visualizo el instante en el que los misiles con cabezas nucleares caen en este mismo mar de Japón. Veo cómo salpican al cortar la superficie y me detengo en las ondas que generan y en cómo a medida que se acercan a las islas empiezan a subir y a subir para convertirse en grandes olas asesinas. Miles de delfines, de ballenas, de peces espada y de otros cuyos nombres desconozco flotan muertos. Sé que consigo proyectar el futuro fuera de mí porque las gaviotas y los mamíferos marinos chillan con más fuerzas y los vuelos y los saltos se hacen más intensos.

—¿Puedes verlo, Masakado, al igual que todos ellos? —Levanto los párpados y señalo a mis amigos con la cabeza.

—No veo nada, Danielle —sin soltarme las manos me pide—: Inténtalo otra vez.

     Y se las aprieto, en esta oportunidad con más ímpetu. Cierro los ojos de nuevo. Las olas son más impresionantes aún y arrasan las edificaciones a su paso por los continentes, borran islas, ciudades y hasta montañas. Le muestro los cielos en tonos grises claros, tormentas, huracanes, sequías, gente muerta, tiburones blancos que agonizan, crías de ballenas jorobada deshechas, calamares gigantes que se pudren en la superficie y que abarcan kilómetros y más kilómetros. Alrededor del Kaga  cada vez se produce una mayor conmoción.

Lo siento, amigos —pienso con fuerza—. Esta guerra la ganaremos sin pelear, os lo prometo. No estéis tristes.

—Sigo sin ver nada, guerrera.

     Me percato de que Taira no Masakado tiene la vista clavada en mi rostro. No sé qué pensáis vosotros, pero casi le doy la razón a Nathan porque cree que he conseguido impresionarlo más de la cuenta con mi atractivo femenino.

—Si tú no te opones llamaré a Da Mo para que te lo muestre. —Permanezco cerca de él y sin soltarlo.

—Muéstramelo tú, Danielle. —Me observa fijo—. Ya lo llamarás más tarde.

     Me le acerco un poco y analizo la situación:

—Quizá consigas vengarte o hacer Justicia, pero acabarás con los seres que están aquí ahora. Gran parte de la Naturaleza desaparecerá y las olas serán tan grandes que impedirán que desde tierra se vea el cielo. Dime, Masakado, ¿esto es lo que pretendes, terminar con todo?

—No, mi único objetivo es hacer Justicia —me responde de inmediato, sin dejar de contemplarme.

—Pues deseas lo mismo que yo, entonces. —Y sonrío—. Es lo que intento a través del Secret Intelligence Service. Aunque te parezca increíble hasta ahora me han hecho bastante caso y no se puede decir que los resultados sean tan malos, ¿sabes?

—Lo supongo, guerrera. —Y esboza la primera sonrisa relajada que aprecio en él.

—¡Y eso que no suelo cumplir con los procedimientos ni respeto la cadena de mando, soy bastante rebelde! —enfatizo las palabras, haré lo que sea preciso con tal de impedir la Tercera Guerra Mundial—. Con esto quiero decir que a ti incluso te tomarán en cuenta más que a mí. Escucharán tus palabras, samurái, y si tú lo deseas podrán verte, no necesitas de intermediarios. Si no te interesa darles a conocer tu mensaje en persona te prometo que yo te serviré de enlace.

—No deseo relacionarme con mortales, Danielle. —Mueve la cabeza de izquierda a derecha—. Pero si tú les traspasas mis instrucciones consideraré la opción de no seguir adelante con esto.

     Al escucharlo estoy a punto de abrazarlo de alegría. Me contengo, apenas, para no terminar como concubina de Masakado y viviendo en la cima del monte Fuji o donde sea que residan los samuráis.

—Prometo con solemnidad traspasarles tu voluntad de la manera más fiel —y luego agrego, no sea que se le dé por convertirse en el nuevo emperador de Asia—: Todos tus deseos razonables, por supuesto, y que se adapten a la mentalidad de los tiempos actuales. Cada aportación que quieras hacer me llamas y yo vengo a Japón. O, más fácil, te acercas a mí y me la haces saber.

     Taira no Masakado me suelta y comienza a caminar por la cubierta. Los delfines —al verlo— palmean con las aletas delanteras y se paran sobre la cola para cortar el agua. Le cantan una canción que habla de felicidad y de océanos y de mares cristalinos. Mientras, yo me encuentro en ascuas porque los minutos pasan y no he obtenido una respuesta clara.

     Al final anuncia:

—Muy bien, acepto, pero tú serás la única intermediaria entre el Poder y yo.

—¡Genial! —me acerco a la borda y les grito a mis amigos con alegría—: ¡Ha dicho que sí!

     Si la impresión de una fiesta era completa imagináosla ahora cuando hemos obtenido lo que pretendíamos y la celebración es auténtica. Durante algunos minutos la algarabía impide cualquier tipo de diálogo.

     Hasta que les ruego en silencio:

Regresad tranquilos a vuestras ocupaciones, colegas, que ahora sigo yo sola. ¡Gracias por ayudarme, sin vosotros este logro no hubiese sido posible!

     Las gaviotas y el resto de las aves marinas levantan vuelo de inmediato. Los peces y los mamíferos se sumergen en las gélidas aguas.

—Aún quedan varios temas importantes de los que hablar —continúo cuando vuelve a imperar la calma.

—Me parece muy bien, guerrera, pero sentémonos primero. —Y señala hacia una zona despejada de la cubierta.

     Con un movimiento de la mano aparecen ante nosotros dos sillones azules muy mullidos y que invitan al descanso. También una mesa ratona sobre la que hay dos tazas —en porcelana del mismo tono— repletas de té.

—Gracias. —Me siento y cojo la más próxima.

     El aroma afrutado de mi infusión predilecta resulta inconfundible y me trae a la memoria la campiña inglesa.

Así que, sorprendida, admito:

—¡Prince of Wales, lo extrañaba! Conoces mis gustos, Masakado.

—Cuando dormías hablabas de tus tés preferidos, Danielle. —El samurái se ríe—. Y un tal Nathan también parecía estar mucho en tus pensamientos.

—¿Sí? —pregunto, curiosa.

     Pero él solo pronuncia un breve:

—Sí.

     Me clava la vista como si esperara a que yo agregue algo, pero prefiero no hacerlo.

     A continuación me interroga:

—¿Qué deseas saber, guerrera?

—Me gustaría que habláramos de la espada imperial. —Aprovecho su buena disposición.

—No me gusta mentir, pero se trata de una espada mágica sobre la que no puedo contártelo todo —me advierte muy serio—. Hay una regla muy clara, Danielle: ningún mortal debe conocer la voluntad de los dioses y esta espada fue creada por ellos.

      Y se detiene otra vez, igual que si recordase algo. Como pillado en falta, debería añadir. Seguro que se percata de que a esta mortal le ha confesado que la espada imperial y que la de los dioses son la misma. Para ganar tiempo hace que aparezca una tetera y que esta llene nuestras tazas.

—Lo entiendo, Masakado, vivo rodeada de secretos y de realidades a medias. —No sé si existirá el día en el que me permitan conocer todas las verdades—. Pero estarás de acuerdo conmigo en un hecho: Hashimoto Kaito le compró la espada al pescador hace décadas y la escondió en el Templo Byōdō-in para evitar que cayese en malas manos. No deseaba que ninguna persona se aprovechara de su poder. Tú la has traído de nuevo al presente. ¿Qué crees que deberíamos hacer ahora?

—Dímelo tú, Danielle —me escruta con una mirada indescifrable y luego me pregunta—: ¿No te fías de mí?

—Sí que me fío, samurái. He estado varios días en vuestras manos, inconsciente, y sigo viva —y luego de hacer una pequeña pausa pronuncio—: Me habéis salvado la vida, estaba destinada a morir en el incendio. Pero respóndeme solo una cosa: ¿estoy en lo cierto al pensar que de tus palabras se desprende que la espada imperial y la espada de los dioses son la misma?

—Esto sí puedo decírtelo. —Sonríe de oreja a oreja y se ve muy guapo—. La respuesta es sí.

—Pues entonces estarás de acuerdo conmigo en que no debería pertenecer a nadie. —Y, atrevida, intento convencerlo con voz dulce—: Ni siquiera sería conveniente que permanezca en tus manos, Masakado, aunque seas considerado un dios en muchos sitios... Espero que no te ofendas.

—Y no me ofendo, Danielle —me replica enseguida con cara reflexiva—. Es cierto que la forjaron manos mucho más poderosas y más sabias que las mías... Te diré, entonces, lo que haremos. Me pondré de acuerdo con el monje y entre los dos la esconderemos en un sitio en el que nadie jamás la encuentre. ¿Qué te parece? Considero que sería prudente tal medida. ¿Es una condición aceptable para que esta tregua se convierta en una paz definitiva?

—¡Claro que sí, samurái! —No contengo la alegría—. Completamente aceptable, por supuesto... Aunque todavía queda por resolver un punto importante relacionado con ella...

—¿Te refieres a esto?

     Y con un movimiento del brazo aparece Cleo. Está sentada en un sillón azul igual a los nuestros y con una taza de té en la mano.

—¡¿Qué diantres pasa?! —grita mi amiga: levanta el brazo y a punto está de tirarse encima el líquido caliente—. ¡¿Dónde está Chris?! ¡No quiero dejarlo solo con esa víbora, por Osiris que no!

     Al principio se encuentra en estado de shock y solo se tranquiliza al verme. Se notan sus siglos de aprendizaje porque de ser yo ¡menudo escándalo haría!

     Como si descansáramos en la sala de su casa me mira y me saluda:

—¡Hola, Dany! Me alegra verte radiante, nos preocupabas a todos. Nathan y Willem no dejaban de llamar a Chris por si tenía alguna noticia. Están ahí. —Y señala el navío de guerra—. Taira no Masakado, es un gusto volver a verte. ¿Pasa algo?

—Es hora de que regreses a tu cuerpo, Cleopatra —le informa él—. Deseo que sepas que fue y es un placer tenerte como invitada.

—¿Así que en estas nos hallamos? —La reina se muestra encantada—. ¿Ha llegado la hora de hacer las paces? ¡Aleluya, pensaba que este momento nunca llegaría! ¿O te has dado cuenta, samurái, de que nosotros no somos tus enemigos?

—Esto ya lo sabía, reina. —El agita la mano con lentitud—. La guerrera me ha convencido de que es tiempo de descansar y de dejar de odiar, de olvidar para siempre mi venganza. ¡El Minamoto murió y Danielle ha estado a punto! Ella se encargará de que nos escuchen.

—¡Por Osiris que esto es algo que Dany hará a la perfección! —me apoya Cleo; después me da la mano y la cabellera se me queda en punta—. Te ofrezco mi ayuda, también, nosotras dos solemos ser un equipo.

     Y da un largo sorbo a su taza de té para contener la emoción que la embarga.

—Te agradezco el gesto, Cleopatra —y luego la interroga—: Dime, ¿deseas que tu esposo sea testigo de cómo regresas a su lado?

—Nada me gustaría más —le responde ella al momento.

     Taira no Masakado mueve la mano. Christopher y Green —esta última enfundada en la bata del Hospital Británico de Tokyo— se materializan ante nosotros. Pese a haber visto en acción al samurái tantas veces no dejo de sorprenderme. Su poder es inmenso, solo comparable al de Da Mo. Basta que lo desee para convocar a personas y para atraer objetos.

—¡¿Qué hago aquí?! —se desconcierta Aline en tanto el agente se mantiene inmutable y a la expectativa.

—¿Chris me puede ver, Masakado? —le pregunta Cleo.

—Sí, desde que llegaste estás corporizada. Todos te ven —le comunica él—. Y también te pueden tocar.

—Pues entonces desearía responderle yo misma a esa arpía, pero primero...—La reina se interrumpe y se arroja a los brazos de Christopher para besarlo.

—¡Cleo, eres tú! —exclama su esposo, emocionado.

     La agente Green, en cambio, se les aproxima y frunce el entrecejo al apreciar que él abraza con pasión a la otra mujer.

     Luego se pone los brazos sobre las caderas, y, con rabia, increpa a Cleopatra:

—¿Y qué te crees que haces tú sobando a mi marido? ¡Devorahombres!

—Soy la que te mandará al Duat para que Osiris te juzgue. —Se suelta de su esposo y le pone el índice en el pecho a Aline—. O al Infierno, como prefieras. Lo único que me importa de ti, serpiente, es que traicionaste al MI6  y que servías a la mafia que dirigía Willem Van de Walle. ¡Y que a mi esposo nunca más le pondrás las garras encima! ¿Me ayudas, samurái?

—Por supuesto, Cleopatra. —Masakado hace aparecer la espada de los dioses: todos somos testigos del destello que sale de ella cuando señala a la agente—. Ya puedes proceder.

—¿Qué pasa? —pregunta Green, horrorizada—. ¡No entiendo nada!

—¡Ni falta hace que comprendas, por Osiris que no! —Cleopatra entra en ella y ajusta el alma en el cuerpo de la espía con lo que recupera la apariencia habitual—. ¡Al fin en casa!

     Yo me encuentro feliz, pero sé que la echaré de menos con su verdadera esencia, pues me he acostumbrado de nuevo a tener frente a mí al espíritu de mi amiga.

     Así que, en broma y para paliar la emotividad del instante, le advierto:

—Aún tenemos un problema contigo, Cleo.

—¿Un problema? —me pregunta asustada—. ¿Qué problema?

—¿Cuál va a ser? —Me río—. El de siempre: ¡cómo haremos para quitarte la costumbre de mentar a Osiris cada dos segundos!

—¡Por Osiris te juro que jamás volveré a mentar a Osiris! —Divertida, se acerca a Chris y lo ciñe de la cintura.

     Él parece haber perdido el don de la palabra desde que vio a Cleopatra primero como ella misma y luego con el nuevo cuerpo.

—Gracias, Danielle... Gracias, Taira no Masakado —balbucea, emocionado.

—No hay nada que agradecer —y luego el samurái se disculpa—: He sido yo el que arruinó tu boda y la apartó de ti.

—Pero ahora me la has devuelto y esto es lo único que importa —Christopher se pone frente a ella, la coge de las manos y le confiesa—: Te amo donde sea que estés, Cleo, siendo tú o dentro de la agente Green. Dime: ¿quieres casarte conmigo?

—Ya estamos casados, cariño —le recuerda la reina, sorprendida.

—Quiero que al llegar a Londres nos casemos de nuevo. —Los ojos le brillan—. Y que esta vez disfrutemos de la noche de bodas y de la luna de miel.

—¡Claro que acepto, por Osiris que sí! —grita Cleo, alegre—. ¡Te quiero!

     Demasiadas bodas a mi alrededor, aunque sea entre las mismas personas. Ya sé qué pensáis, no me lo digáis, creéis que me ablando. ¿Sabéis qué? No me importa caer en la sensiblería después de esta misión tan peligrosa. Además, ellos dos se merecen ser felices.

—Falta algo aún, reina —anuncia el samurái.

     Se levanta del sillón y se acerca a la pareja. Pone el canto de la espada mágica contra la cabeza de mi amiga. Por un momento me estremezco al ver que la toca con ella, porque recuerdo qué sucedió en el pasado cuando se produjo esta misma situación. Me quedo de piedra cuando un rayo cae sobre el cuerpo de Cleo y solo me tranquilizo al apreciar que no parece dolerle.

—¡Ahora sí! —El samurái tiene un gesto de profunda concentración—. Cleopatra, desde este instante este es tu cuerpo y nadie te lo podrá quitar para poner a otro en su lugar. ¡Ni siquiera yo! Aline Green jamás volverá. ¡Te lo prometo!

—¡Gracias! —Chris parece más conmovido todavía—. Este fue siempre mi mayor temor.

     Una persona ajena a la traición de la agente se horrorizaría al escuchar estas palabras. Sin embargo, estoy segura de que en el MI6  respiraremos más tranquilos al descartar la posibilidad de su retorno.

—Ya no deberás temer esto —le aclara el guerrero—. Sin embargo, todavía no puedo dejaros marchar. Necesito que seáis testigos de lo que sucederá a continuación para que se lo digáis al monje.

     Y el fantasma se me acerca. Estira el brazo y me coge de la mano. Tira de mí para que me ponga de pie. Sin darme tiempo a pensar, entra en mi cuerpo de la misma forma en la que lo hace Da Mo.

¡¿Qué significa esto?! —piensa Christopher, asustado, y yo lo escucho como si hablase en voz alta—. ¿Este tío se habrá encaprichado con ella? A ver si le pasa como al mafioso. ¡Menudo lío nos caerá dentro del MI6 si tenemos que reclutar a todos los ligues y a todos los amantes de Danielle!

—¿Qué sucede, Masakado? —pregunta Cleo, nerviosa—. Si para estar con mi esposo el pago es que Danielle se quede contigo mi respuesta es un no rotundo. ¡Jamás consentiré esto!

—Tranquilos. —El samurái habla a través de mis labios; sé que es sincero, aunque también percibo que algo me oculta—. Será solo un momento y después os podréis ir los tres.

     Nos inclinamos sobre la barandilla del portahelicópteros. Debajo asoman las cabezas de unos peces con rostros de muchachas muy guapas.

Nunca he visto algo igual —le informo al samurái con el pensamiento—. Si no fuera porque tienen cuerpo de pez y carecen de cuello pensaría que son sirenas.

     Desde que nos hemos inclinado se han acercado cientos de estos seres. Me contemplan con profunda melancolía.

     Y, de improviso, empiezan a cantar:

Sabemos que tú, Melody, estás ahí,

con ella, y lo sentimos por ti.

Te añoramos aquí,

en la superficie del mar.

Vive, vive y vive

que el mundo continuará girando

y tú con él irás rodando.

Ni rima ni lo entiendo —le digo a Taira no Masakado.

Ni falta que hace, guerrera, son cantos antiguos. —La voz es cristalina en mi cerebro—. ¿Para qué entenderlos? No nos dicen nada.

Me miran tan fijo que parece que se dirigen a mí —insisto, aunque un poco más tranquila.

Hacen lo mismo con cualquier chica —me aclara—. Son muy curiosas.

     Y a continuación él junta mis manos como si dijese una plegaria. Suben desde el mar pequeñas burbujas de espuma que giran a toda velocidad alrededor de nosotros. Cuando nos da la impresión de que no pueden ir más rápido sin romperse, una luz azulada ilumina el centro de ellas partiendo desde adentro. Parece un claro de luna solo para nosotros dos.

     No es la paz de Da Mo lo que me embarga, sino una emoción de lo más extraña que no soy capaz de identificar siquiera. Como si algo se ajustara dentro de mí. Si os digo que me siento una adolescente que ha vivido miles de años os parecerá raro, ¿verdad? Además, creo que es lo más cercano a una experiencia erótica que he tenido con un fantasma, como si el samurái me hiciera su amante o me regalase un trozo de sí.

—Ya está, guerrera, podéis iros. —Y sale de mi cuerpo.

—¿Puedo irme flotando igual que las burbujas? —le pregunto en broma.

—No, Danielle. —Y se ríe con ganas—. Subid en una de las lanchas e id con vuestros amigos.

—¿Y qué haréis vosotros? —lo interrogo para asegurarme.

—Volveremos a puerto con este navío y todos descansaremos al fin —me confiesa con un amago de sonrisa—. No te preocupes, ya no debes temer nada de mí.

—Me gustaría hacerte una entrevista para el periódico. Piénsalo, no me contestes ahora... Aunque falta que me digas otra cosa, Masakado —y a continuación le pregunto—: ¿Cuándo me devolverás los óvulos?

—¡Jamás he estado cerca de ellos, Danielle! —Me pone las manos sobre los hombros sin que se produzca ninguna explosión—. Deseaba que tú lo creyeras para que perdieses la concentración o para que abandonaras Japón. Pero ¡cuidado! Quien te los robó es una persona en la que confías. Alguien muy cercano a ti. Pídele a Noah Stone que te diga el nombre. Yo no puedo hacerlo, no sería apropiado en estos momentos.

Danielle y Masakado beben el té, casi como si fuesen grandes amigos.



Y Cleo se une a ellos.



Y después Chris.



Y la ex agente Aline Green, que por celos se enfrenta a Cleo.



Y Masakado efectúa unos ajustes cuando posee a Danielle para que ella acepte a Melody, la ningyo que ahora lleva dentro. Claro que la médium no lo sabe...



Hay una larga tradición de relatos que hacen referencia a las ningyos  y a nuestras sirenas.



La de Taira no Masakado no es una posesión malévola, como la de esta escena, sino todo lo contrario.



Ya no hay la menor duda de que Nathan estaba en lo cierto: el samurái tiene debilidad por Danielle.




Y ella se ha aprovechado de esto y de que ha estado a punto de morir.




El mafioso seguro que está preocupado. ¿Recordará los buenos momentos?


https://youtu.be/0uLI6BnVh6w

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