25- CAPÍTULO FINAL. Madre a la fuerza.

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«Para criar a un hijo, primero hay que fomentar en él el sentido del coraje».

Yamamoto Tsunetomo[1].

Nathan se hallaba en paz consigo mismo, pues Danielle lo había elegido a él. ¡Eran tan parecidos! Excepto en el gusto por la ópera, la chica la odiaba. Y en lo relativo al mar, al que le tenía mucho más respeto que su prometida. Se hallaba convencido de que la felicidad que ambos irradiaban bañaba en estos momentos Gran Bretaña entera y no solo Pembroke Manor.

     Su futura esposa se vestía y se acicalaba, así que aprovechó para salir un momento a recibir a unos conocidos. Y cuando iba a entrar lo vio. El hombre se escondía detrás de uno de los arces y resultaba obvio que no le importaba que él se percatase de su presencia. Incluso le efectuó un gesto con la cabeza para pedirle que se aproximara. Decidió ir, pues nadie lo echaría en falta.

     Sin embargo, antes de encaminarse hacia allí llamó en voz alta:

—Liz, ¿puedes venir?

     Enseguida apareció su hermana.

—¿Hablarás con él? —lo interrogó ella.

—Sí, pero tú vigílame por si acaso. —Frunció el entrecejo—. ¡No me fío ni un pelo de ese tío!

—Ve, hermanito—lo animó—. Te prometo que no intenta raptarte para impedir la boda.

     No bien la mujer fantasma lo tranquilizó, el periodista se acercó al intruso con pasos apresurados. Al llegar extendió el brazo y le tendió la mano para saludarlo. El otro la apretó con firmeza.

—¡Vaya indumentaria llevas puesta, Rockwell! —Lo analizó desde todos los ángulos—. Pero luces bien.

—El conde de Leicester me ha prestado su traje para la celebración. —Nathan se señaló el cuerpo—. ¿Cómo decirle que no a un muerto, y, encima, amigo de Dan?

     No le confesó que era de satén rojo con bordados en oro y en brillantes y que hacía juego con el de la Reina Virgen que llevaba su futura esposa. La bragueta se ceñía a las caderas y las medias le marcaban los músculos de las piernas.

—Supongo que después de verte así tendría que estar agradecido por no ser yo el que se case con Danielle. —Le lanzó a su rival una mirada furtiva.

—Antes de que hagas una tontería quiero que sepas que ahora estoy muy custodiado —le advirtió sir Nathan mientras se acomodaba la pluma del sombrero para que no le hiciera cosquillas en la nariz—. Por si se te ocurre secuestrarme otra vez.

—¿Secuestrarte justo ahora? Jamás se me pasaría por la cabeza. Ella me mataría sin dudarlo porque me aborrece, no tendría sentido. —Se notaba que no dormía desde hacía semanas porque lucía unas enormes ojeras—. No me lo refriegas en la cara, esto dice mucho de ti. ¡Eres un buen tío, Nathan, sé que contigo estará bien!

—¿Para qué refregártelo, Willem? —Arrugó la frente—. No tendría sentido. Estoy completamente seguro de que tú también la quieres. Aunque de una manera equivocada, por supuesto, que es lo que la ha alejado de ti.

—Cuídala por mí. —La tristeza se hizo más patente.

—¡Lo haré, te lo juro! —Sacó una de sus tarjetas de visita de un bolsillo oculto dentro del traje y se la entregó al mafioso—. Tú cuida al niño. Aquí están todos mis teléfonos, cualquier cosa que necesites me llamas enseguida... Y, por favor, avísame al momento cuando nazca.

—La cojo, pero no era necesario que me la dieras. Tengo todos tus números, los que me habías dado y los que no. —El delincuente esbozó una sonrisa irónica que no disimulaba la angustia de la mirada—. ¡Nathan, siento que se me parte el corazón!

—Te entiendo, Will. —El otro hombre se acercó para darle un abrazo comprensivo y una palmada en la espalda—. No te olvides de que antes estuve en tu lugar y sentí esta misma tristeza que te embarga cuando os fuisteis a vivir juntos. Pero debes entender que lo que has hecho la ha alejado para siempre de ti, dudo que algún día te perdone. Se comporta como si no existieras y te aseguro que no es una pose, te ha borrado de sus pensamientos.

—Si fuese una mujer como las demás un hijo nos uniría. —Van de Walle se mostraba tenso.

—Pero tú sabes que Dan no es una mujer como todas y que ese hijo os ha separado sin remedio. —Hablaba con suavidad—. Ama a todos los animales, pero no le gustan los niños, siempre dijo que eran monstruos pequeños. Y si congeló los óvulos fue porque Anthony se lo suplicó. Has tomado la decisión por ella y no la has dejado elegir... Debo volver, Willem, dentro me esperan.

—Entiendo —y luego le prometió—: Te llamaré.

     Nathan traspasó el acceso y caminó hacia el altar. Como era habitual la novia se demoraba, y, aunque disponía de tiempo para meditar sobre la conversación, el periodista no le dedicó ni un solo pensamiento al otro hombre mientras esperaba, pues se encontraba rodeado de personas que lo querían y que lo apoyaban. El recuerdo del mafioso se difuminó igual que los trazos de tinta sobre un papel al mojarlo la lluvia.

     Lady Helen y su padrastro ejercían de padrinos. La anciana cada tanto le palmeaba la mano, cariñosa, y le decía bonitos comentarios.

—¡Danielle no podía haber hecho una mejor elección! Se lleva al único caballero soltero que queda en estos tiempos. —Y él se sentía arropado.

     Todas las caras eran conocidas. Se trataba de amigos de Dan y suyos, compañeros del Secret Intelligence Service  y del periódico, familiares. Solo faltaba Diane, la madre de la muchacha, a la que no habían invitado para que no le aguara la celebración.

     Cuando se escucharon las primeras notas de la canción Love story  de Taylor Swift —la que ambos eligieron para que Danielle hiciese su entrada triunfal— Nathan giró y la belleza de la chica estuvo a punto de cegarlo. Resplandecía entre diamantes, rubíes e hilos de oro. Le tiró un beso, imposibilitado de correr hacia ella como le pedían las entrañas.

     El color carmesí del vestido le sentaba de maravilla; los ojos se centraban en ella y una exclamación colectiva recorrió el recinto:

—¡Hermosa!

     Caminó hacia el novio del brazo del padrastro de él, lo contemplaba con una sonrisa en los labios y en la mirada.

Le lanzó un fogoso beso cuando el tema llegó a la siguiente parte:

And I said
Romeo, take me somewhere we can be alone
I'll be waiting, all that's left to do is run
You'll be the prince and I'll be the princess
It's a love story, baby just say yes [2].

     Al arribar le entregó a su abuela el ramo de hiedra y de orquídeas y lo cogió de la mano.

     Pero antes de que pudiese empezar la ceremonia se materializó Da Mo y en dirección a los asistentes, que también lo podían ver, anunció:

—Mi muy querida discípula, ¡este es mi regalo de bodas!

     Con un movimiento del brazo corporizó a los demás espectros. Y los asistentes pudieron percatarse de que había muchos más invitados al casamiento de los que suponían. La mayoría eran personajes históricos que los invitados solo habían visto en los retratos de algún museo.

     Los que más impactaron a Nathan fueron la reina Betsy y Dudley. Tenían unos ropajes similares a los que les habían prestado y parecían de una edad aproximada a la de Dan y él.

     Se emocionó cuando la joven pronunció sus votos:

—Yo te amo y me entrego a ti, dispuesta a que seas libre en mi compañía.

     Y estuvo a punto de lagrimear cuando le tocó el turno:

—Te amo, Dan, y jamás te pondré en una jaula de oro, como un ave que nunca más participará en el coro del amanecer. Al igual que tú, pretendo que seas libre al lado de mí.

     No dudaron al darse el sí, seguros del paso que daban. Anthony y Cleopatra aplaudían y lloraban a moco tendido.

     Tal como su esposa le prometió, tanto la noche de bodas como la luna de miel fueron extraordinarias y las pasaron en el yate. Salieron de Southampton y atracaron en todos los sitios que les apetecía. En Gibraltar, en Barcelona, en Mónaco, en Pompeya, en Messina, en Venecia, en El Pireo, en Kuşadasi, en Mykonos. Y luego, al regreso, en Cádiz y en Gibraltar de nuevo.

     Al llegar vivían entre la mansión de él en Londres, el periódico y Pembroke Manor. Por algunos meses no les encomendaron ninguna misión para el Secret Intelligence Service, como recompensa por los desvelos de Japón.

     Nathan instaló en una de las salas de la casa un taller de cerámica para que pudieran recrear la famosa escena de Ghost. La chica intentaba de manera infructuosa darle forma a una vasija de barro y él la abrazaba por la espalda.

—¿Sabes, Nat? —Ella se recostaba contra él—. ¡Cada día te quiero más!

—¡Y yo! —Emocionado, le pasaba la lengua por el cuello—. Nunca hubiese pensado que lo de trabajar con las manos fuese tan excitante.

—Lo dirás solo por manosearnos porque lo que es la alfarería se me da fatal —se lamentaba la médium—. Al menos con mis dibujos manga progreso.

     Ella giraba, se limpiaba y lo ceñía por el cuello. Y hacían el amor sobre la mesa del taller.

     Pero una noche los interrumpió el móvil de Danielle. Y cuando vio quién la llamaba se lo pasó a Nathan.

     Le rogó:

—Contesta tú, mi amor, hazme este favor.

—¿La llamada es del mafioso? —le preguntó, asombrado—. Te ha telefoneado a ti.

—Sí —le respondió ella, seca.

     El periodista cogió el teléfono y habló enseguida:

—Dime, Willem.

     Durante unos minutos Nathan permaneció en silencio, escuchaba lo que decían del otro lado de la línea. Mientras, su esposa se ponía cada vez más tensa.

—Quiere que te comunique que ya sois padres. —Colocó la mano sobre el micrófono para que el delincuente no pudiese escucharlo—. Habla desde Estados Unidos... Mira, Dan, sea lo que sea ese sujeto el hijo también es tuyo. Deberías oír lo que tenga que decirte.

—Te amo, Nat, y te aseguro que cada día más. —Danielle lo abrazó con fuerza—. Pero ten en cuenta que si lo hago Will conseguirá lo que pretende: volver a interponerse entre nosotros dos. Para él nuestro matrimonio no significa nada, solo un pequeño obstáculo con el que le gustaría acabar para luego formar su modelo de «familia perfecta». Y yo, como comprenderás, ahora que al fin soy feliz no estoy dispuesta a darle el gusto. Tú eres mi esposo: yo te lo pedí y tú me aceptaste. No seré desleal contigo.

—¿Y el bebé, Dan? —le preguntó, perplejo—. ¿No tienes curiosidad?

—Sabes a la perfección que yo no estaba preparada para ser madre todavía y que los niños no me gustan. Vivimos en pleno siglo XXI. ¿Por qué los hombres no podrían hacerse cargo de sus hijos? —Muy nerviosa, se arregló la cabellera—. Y Will me ha impedido que lo sea a mi ritmo. Dame el teléfono, corazón.

     Lo cogió de la mano del marido y le espetó a su expareja:

—¡Enhorabuena, Willem, por tu reciente paternidad! Como comprenderás la decisión ha sido tuya. No has tenido en cuenta mis sentimientos ni mi opinión al respecto en ningún momento. Has elegido ser padre en solitario y te deseo muchísima suerte. ¡Felicitaciones otra vez! Si tengo que firmarte algo para que tu custodia sea legal, envíaselo a mi abogado y enseguida te lo haré llegar.

     Y, así, la chica colgó sin esperar a que el mafioso le contestase.

—¿Estás completamente segura, Dan? —Nathan tenía la boca abierta por la impresión.

—¡Segurísima, vida mía! —y luego gritó—: ¡Papá!

—¿Me pedirás, nena, que vaya a vigilar al bebé? —El fantasma efectuó una sonrisa torcida.

—Sí, ocúpate de que nada le pase, papi —y a continuación añadió—: Pero antes de irte prométeme que no me volverás a engañar.

—No puedo prometértelo, nena, hay demasiadas cosas que te oculto y que tengo prohibido revelar. —Serio, se puso la mano sobre el corazón—. Y si me preguntas por enésima vez sobre la profecía te diré una y otra vez lo mismo: no puedo decirte nada.

—No estoy de acuerdo, pero por ahora lo dejo pasar. —Danielle le envió un beso en tanto él se desmaterializaba.

     Enseguida se acercó a su marido y lo ciñó desde atrás por la cintura.

—No te preocupes, Nat, pensaré en el niño mañana. O quizá dentro de un mes. —Le acarició el trasero y le besó el cuello con pasión.

—¡Claro que sí, mi querida Scarlett O'Hara! —El periodista no perdió el sentido del humor ni siquiera en estos momentos, pues la frase de la chica le sonó similar a la de la escena final de Lo que el viento se llevó, otra película que la joven lo obligaba a ver hasta el cansancio—. Siempre te amo, cariño, sobre todo cuando escondes la cabeza en la arena como el avestruz.

     Y su esposo tenía razón. Porque dilataría el momento de pensar en el bebé que llevaba sus genes hasta el infinito si pudiera.

[1] Obra citada, página 174.

[2] Y yo dije:
Romeo, llévame a algún lugar en el que podamos estar solos,
estaré esperando, todo lo que queda por hacer es correr,
tú serás el príncipe y yo seré la princesa,
es una historia de amor, cariño, solo di que sí.

En esta oportunidad el pulso lo ha ganado Nathan.



Al mafioso solo le queda lamentarse de sus pésimas decisiones.



La invitación al casamiento.



Pese a que Nathan le dio todos sus números de teléfono a Willem, el mafioso ha llamado a Danielle.



Danielle se olvida de los problemas. Disfruta de la vida, del mar y de la compañía de su esposo.




¿El motivo? Porque ella sabe que el amor trasciende  la muerte.



Danielle también intenta hacer cerámica y no le sale, pero pasa unos momentos inolvidables con Nathan.




https://youtu.be/BMaT2nGaEVg












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