2- Entre biberones y pañales.

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   «¡Qué nos queda sino mugir y balar con el inocente compañero que no nos desdeña, que en el invierno nos calienta en el establo y nos cubre con su vellón! Viviremos entre los mudos y nosotros mismos acabaremos mudos».

La bruja. Un estudio de las supersticiones en la Edad Media

Jules Michelet (1798-1874)[*].

Nathan Rockwell —conocido ahora como duque de Pembroke— se detuvo frente a la mansión del mafioso Willem Van de Walle, la anterior pareja de su actual esposa. No tuvo que coger el coche ni caminar en exceso para llegar hasta ella. El belga vivía a pocas manzanas de la casa que compartía con Dan, se había mudado allí hacía tiempo para acosarla a toda hora.

     ¿Cuál era el propósito de la visita? Uno muy curioso. Will le había telefoneado esa misma mañana bajo el argumento de que deseaba presentarle al niño. ¿Tramaría algo? Lo notó demasiado interesado y debido a eso le pidió a su hermana muerta que lo vigilara por si lo volvía a secuestrar.

     Efectuó una mueca. Luego giró sobre sí mismo y analizó las construcciones. Todas eran lujosas en la calle Gosvenor Crescent del barrio Belgravia, pero le daba la impresión de que su rival había instalado allí la fortaleza de un emperador. Se dedicaba a los negocios sucios, no era de extrañar que tuviese un ejército privado para protegerlo. ¡Si vistiesen de rojo hasta pensaría que se hallaba en Buckingham Palace!

     ¿O tal vez había pretendido enviarle un mensaje a Nathan al comprarla? Esto era lo que él creía. Los primates se golpeaban el pecho, Van de Walle gastaba dinero para impresionar. ¡Había que ver las exposiciones fotográficas que le había organizado a las hazañas de Danielle a lo largo del mundo! Las suyas tenían que ser las mejores. ¡Vaya incordio, el tío lo había opacado en su propio terreno!

     De hecho, Dan y él tenían una relación maravillosa desde que se conocieron hasta que se interpuso ese hombre. El mafioso pasó de ser una misión del MI6  a convertirse en una verdadera molestia. Movió la cabeza y descartó este tipo de pensamientos. Prefirió recordar el primer encuentro con su ahora esposa y suspiró más calmado.

     Fue gracias a unos conocidos mutuos, que se la recomendaron como «la mejor médium que hubiese existido jamás». ¿Con qué finalidad los pusieron en contacto? Muy simple, para que lo ayudase a descifrar el mensaje que deseaba transmitirle el fantasma de su hermana Elizabeth.

     Dan no solo lo hizo de maravilla, sino que, además, despertó una atracción tan fuerte en él que esa misma noche se convirtieron en amantes. Pero luego apareció el delincuente y se la arrebató. Nunca volvería a bajar la guardia cuando se hallase él cerca. Por fortuna, su mujer se apartaba del mafioso como si tuviese la peste negra.

     Y menos cometería errores de bulto como los del día en el que hablaron del maleante con estas o con similares palabras:

—¿Qué piensas hacer con Van de Walle?

—¿Debería hacer algo? —le replicó ella, estupefacta.

Pues sí —afirmó como un tonto, sin darse cuenta de que le ponía a su más peligroso enemigo en bandeja de oro a la mujer que amaba—, aunque no sea santo de mi devoción. Divertirte, pero sin tomártelo en serio y sin dejar que te manipule. Por el Secret Intelligence Service, y, además, porque cuando uno se niega algo la tentación se hace más fuerte y le das más poder al otro. No hay nada mejor que un baño de realidad, verlo tal cual es.

     Ella, ciega, repuso:

No creo que intente manipularme, Nat, ni que trate de hacer nada. En nuestro último encuentro lo dejé desmayado. ¡Literalmente! Me quería llevar a la fuerza.

     Él largó una carcajada al escucharla y añadió:

—Me hubiera gustado verlo, pero lo intentará otra vez. Yo lo he visto en acción y es cierto que tú le interesas. Eres inteligente, culta, hermosa, desenvuelta, sensual, aristócrata, rica, ¿cómo no luchar por ti? Le atraes.

     Danielle lo acarició y le preguntó:

—¿Y a ti?, ¿también te atraigo?

     En medio de las caricias la conversación naufragó e hicieron el amor. Lo peor de todo fue que, gracias a su estúpido consejo, el adversario le ganó la partida y se llevó a Dan a vivir con él. ¡Menos mal que en la misión de Japón consiguió recuperarla y casarse con ella!

     Con decisión y convencido de que debía enfrentar alguna nueva zancadilla del mafioso, pulsó el botón digital que había en el intercomunicador. El tío le enviaba a Dan cartitas al periódico y whatsapps  al móvil, hasta que ella lo bloqueó. Era hora de hacerle frente y decirle en la cara: «¡aquí estoy yo, capullo, vete al Diablo!»

¡Pasa rápido! —escuchó la voz de Willem.

     Conocía por su media naranja las precauciones que tomaba con cada visitante, por lo que le extrañó que sin más ceremonia sus empleados lo dejasen traspasar el portón. Incluso, antes de que llegase a la entrada y de que tocase el timbre, la puerta se abrió y Willem lo recibió con un bebé entre los brazos. El pequeño vestía un conjunto celeste y se removía inquieto.

—¡Al fin has llegado! —exclamó, ansioso.

     Efectuó un gesto con la cabeza y lo apuró para que entrase. Los ojos azules parecían sin vida. Accedieron a una sala gigantesca con una alfombra mullida repleta de artículos infantiles. Nathan pensó, divertido, que se notaba que la utilizaba como base de operaciones. Seguro que antes la usaba para dar órdenes a sus subordinados de que secuestraran o de que matasen a algún desafortunado.

     Muy a su pesar tuvo que reconocer que el delincuente se veía distinto y que parecía un padre preocupado. Antes siempre lucía impecable y ponía el máximo esmero al combinar el guardarropa, también cuando vestía informal. Ahora, en cambio, daba la sensación de que la mascota le había revolcado la indumentaria por la maleza y de que él se la había echado encima sin más trámite. Y olía a vómito de bebé y a colonia infantil.

     Las ojeras eran descomunales, se le deslizaban en dirección a la nariz. Cada tanto se pasaba la mano por la cabellera decolorada por el agua marina y por el sol. El periodista clavó los ojos en el bebé y desde ese momento ya no pudo quitarlos. La carita sonrosada y las manos diminutas le despertaron ternura, al igual que la cabeza coronada por pelusa rubia. Intentó resistirse. Pero ¿cómo hacerlo si era un calco de Dan?

—Estuve a punto de no venir, me pudo la curiosidad por conocer al pequeñín. —Le propinó al dueño de casa una palmada en la espalda—. Tío, ¡te dije que me llamases cuando naciera! ¡Y vas y le telefoneas a Dan sabiendo que ella no quería saber nada de ti! Reconócelo, ha sido una puñalada trapera.

—Debía intentarlo, Nathan, era una estupidez resignarse tan fácil. —Como de ordinario no tenía ningún remordimiento y cuando el recién nacido empezó a llorar con suavidad le besó la carita y lo meció con más energía—. Vosotros los británicos sois más diplomáticos y os dais por vencidos demasiado pronto, como cuando Danielle se fue a vivir conmigo... Pero no funcionó, ahora mismo me aborrece.

     Llevaba una camiseta que dejaba ver el tatuaje que se habían hecho los dos en el País del Sol Naciente en medio de una borrachera, cuando pensaban que Dan se casaría con un japonés. «BFF», Best Friends Forever. Pero esa era otra historia...

—¡Nunca cambias! —Lord Pembroke arrugó el entrecejo—. No te funciona la estrategia de quitarme a mi esposa y la acosas con cartitas para que te haga caso, pero aun así recurres a mí.

—Necesito tu ayuda y ya sabes que no confío en otra persona —le confesó con un suspiro—. ¡Estoy agobiado! Pensaba que Danielle iba a compartir la responsabilidad de ser padre conmigo, pero... No quiero dejarlo con el servicio doméstico ni contratar a una niñera. ¡No me fío de nadie!

     Interrumpió la conversación y le puso al crío entre los brazos, que no paraba de llorar.

—¡¿Y yo qué hago con esto?! —se asustó Nathan porque no sabía cómo sujetarlo, temía que se le escurriese entre las manos.

—¡Se llama Daniel y no es una cosa! —lo regañó el mafioso un poco enfadado—. Y podrías comenzar por ser útil y cambiarle el pañal.

—¡¿Cambiarle el pañal?! —El periodista se horrorizó—. ¿¡Y qué diantres puedo saber yo de cambiar pañales?! ¡Ni siquiera me gustan los niños! Dan y yo siempre acordamos no tenerlos.

—Diriges un periódico, esto es más sencillo —se burló Willem, aunque sin la chispa de sus antiguas réplicas, parecía extenuado.

—Y tú una organización mafiosa. —Lord Nathan lanzó una carcajada—. ¡Y hay que verte ahora! Tío, en lugar de cuidar a un bebé, ¡parece que un tanque de guerra te hubiese pasado por encima!

     Pero no continuó porque la puerta interior que daba a la sala se abrió y entró Brad Hopkins, el jefe de seguridad de Van de Walle. Traía dos bebés vestidos de rosa que lloraban a gritos, uno en cada brazo. ¡Levantaban a los muertos de las tumbas con los chillidos! Nathan se quedó plantado en el sitio como si un rayo lo hubiese fulminado.

—¡Ya no sé qué más hacer con Helen y con Elizabeth! —Brad se hallaba tan angustiado que no reparó en él—. No tienen hambre y les he cambiado los pañales, pero siguen así. ¿No te parece, Will, que es mejor que llamemos al pediatra para que las revise? No sé, me preocupa...

—Sí, será lo mejor —asintió el belga enseguida, abrumado—. Algo tienen, llevan horas llorando. Aprovechamos que él está aquí, así se queda con Daniel. Voy a lla...

     Nathan, en estado de trance, les preguntó a todo volumen para hacerse oír:

—¿Habéis probado quitarles los gases? Yo no sé nada de críos y ni siquiera tengo sobrinos, mi hermana murió antes de hacerme tío. Además, como te dije antes, siempre tuve más claro que el agua que no sería padre. Sin embargo, hace muy poco publicamos un artículo en The Voice of London  en el que se explicaban los distintos llantos de los bebés. Sin duda, si comparo estos con la explicación que daba la autora, son de gases —y salió del estado de shock y le gritó—: ¿¡Tres bebés, Willem, cómo has podido hacerlo!? Me has puesto en una situación imposible. ¡¿Cómo diantres se lo explico yo a Dan sin que le dé un ataque?! ¡Se encuentra conmocionada por la idea de uno, imagínate con tres! ¡Con razón no hablabas del niño! ¡Dios mío! ¿¡Qué hago yo ahora!?

—¿Y sabrías sacarles los gases? —El dueño de casa lo apremió—. Mejor dame a Daniel y te ocupas de una de las niñas. No son lloronas, tienen que estarlo pasando muy mal.

     Le quitó al niño de los brazos mientras Brad le entregaba a una de las suyas, como si intercambiasen cromos para completar algún álbum. Will aprovechó a cambiarle el pañal en tanto el inglés lo observaba desconcertado.

—Se te da bien —admitió, pese a que las circunstancias le parecían rocambolescas, no había duda de que el mafioso siempre lo descolocaba.

—La tuya es Elizabeth —gritó Brad para hacerse escuchar por encima del barullo.

—Se lo puse en honor a tu hermana —le explicó Willem, muy alto—. Le tengo aprecio por habernos ayudado tanto en Japón.

—Mucho gusto, muchachita —la saludó el periodista y sonrió: la pequeña era otra réplica de Dan en miniatura, los tres eran igualitos a ella, rubios nórdicos y de ojos azules—. Recostadlos boca arriba encima de la alfombra.

     Mientras los colocaban Nathan, más calmado, volvió a preguntar:

—Explícame, por favor, por qué tres. Comprenderás que para Dan será imposible digerir una noticia como esta. No niego que es un bonito detalle que una de las chiquitinas lleve el nombre de su abuela, más cuando todos sabemos que la detestas. Dime: ¡¿con qué cara se lo explico cuando regrese de su nueva misión?! ¿Te das cuenta de que me pones en una tesitura peliaguda? De verdad, Willem, deberías tener más sentido común, tú...

     Pero se interrumpió. El mafioso parecía a punto de desmayarse por el cansancio y la pequeña Liz le clavaba los ojillos sin dejar de berrear, como si lo regañase. No era correcto cuestionar sus nacimientos delante de ellos. Se trataba de una conducta rastrera e impropia de él.

     Consideró que era mejor cerrar este tema. Los bebés eran un hecho consumado. Solo quedaba una incógnita, cómo decírselo a su esposa. Pensó que si Will todavía albergaba esperanzas con Dan no podía haberlo hecho peor. Los niños significaban para ella lo mismo que el ajo, la cruz o el agua bendita para los vampiros.

     Van de Walle argumentó:

—No es algo que haya buscado. Después de la fecundación in vitro era necesario transferir varios embriones a la madre de alquiler para asegurar el embarazo. Lo que no me dijeron es que todos podían llegar a término —contempló a los tres niños con ternura y le aclaró—: Y no me arrepiento, es la mejor obra que he hecho en mi vida. ¡Volvería a robarle a Danielle los óvulos una y mil veces para tenerlos a ellos tres!

—Pues deberías, también, explicárselo tú. ¡Le dará algo por la impresión! No puedes acobardarte ahora —exclamó Nathan con un suspiro—. Adoro a Dan, pero hay que ser objetivo y reconocer que no posee ni el más leve instinto maternal. De Ofelia me encargo yo, ella no sabe solventar sus necesidades. No es por maldad. La vida práctica le pasa desapercibida, quizá porque ha vivido siempre rodeada de fantasmas.

—¿Ofelia? —lo interrogó Will, intrigado.

—Nuestra mascota —le aclaró, pensativo—. Aunque es un gusto verlas jugar, la perra la adora... Bueno, ¡pongámonos a la tarea!

—¿Qué hacemos? —El delincuente se hallaba impaciente—. Esto es un escándalo. ¡Pobrecillas!

     Las niñas hacían volar el techo con los gritos. Resonaban en la sala y ellos estaban a punto de quedarse sin cuerdas vocales en el intento por mantener una conversación.

     Así que mientras los ojos azules grisáceos le brillaban por la tarea que le tocaba liderar y contrastaban con el pelo oscuro, Nathan les explicó:

—Hay que sujetarles las piernillas y doblarlas. Las llevamos a la tripa una y otra vez, como si hicieran ejercicio. Y sin parar, hasta que empiecen a expulsar el aire... Resulta curioso, ¡jamás pensé que fuera a encontrarle una aplicación práctica al artículo!

     Aunque las niñas todavía lloraban, a medida que transcurrían los minutos dejaban de hacerlo con tanta desesperación. Daniel, en cambio, parecía encantado. Se lo tomaba como un juego, no dejaba de sonreír en dirección a él. Quizá adivinaba que Nathan era el promotor de la idea y el que los libraba del dolor. Sentía la obligación de explicarle que ignoraba cómo funcionaban los bebés y que solo se trataba de una visita circunstancial, pero se contuvo apenas. Los recién nacidos deberían venir con un manual de instrucciones. ¡Menos mal que había varias aplicaciones para bajar de internet!

     Descubrió que era muy distinto cuidar a los bebés que pensar en ellos como algo hipotético, lejano. Hablaría con Dan enseguida, los pequeños no tenían la culpa de las acciones de Willem. De improviso, escucharon el sonido de varios globos al pincharse, pues los tres niños eliminaban el aire retenido.

—Por favor, ¿nos traerías los biberones con otra marca de leche en polvo? —le pidió Will a Brad con tono suplicante.

—Será lo mejor, jefe —coincidió su subordinado—. Voy ahora mismo.

—Así aprovechamos que está él y nos ayuda. —El belga señaló en dirección a Nathan, agotado, y le rogó con la mirada.

—Me esperan en el periódico. Tengo una cita, no debería quedarme aquí más tiempo. —Y era sincero.

     Pero treinta minutos después todavía seguía allí, plantado sobre la alfombra mientras le daba el biberón a la pequeña Liz y esbozaba una sonrisa complacida.

—No lo hago tan mal. —Buscó el reconocimiento de los otros dos compañeros de batalla.

—Si te interesa trabajar como niñero te contrato ahora mismo. —Le prometió el delincuente, mucho más relajado.

[*] Ediciones Akal, S.A, 1987, Barcelona, páginas 57 y 58.


https://youtu.be/Ul-azr8KDNE

¡¿Tres bebés recién nacidos?! ¡Qué impresión! ¡Con razón Noah Stone le aconsejaba a Danielle que antes de ir se bebiera un vodka triple!





Los hombres están desesperados porque los bebés no dejan de llorar.





¿Te imaginas si el médico le hubiese sugerido a Will transferir seis embriones? 😱





Y Nathan no sabe cómo decírselo a Danielle.





Y menos Will, cuyo cerebro no coordina, agotado por el trabajo que le dan los bebés.




Te pongo una escena de Tom Hardy, nuestro Nathan, con su hijo. ¡Qué bonito!




Channing Tatum, nuestro Will, también es todo un padrazo.




https://youtu.be/OXWrjWDQh7Q


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