CAPÍTULO XVII

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Rellintogn contaba con una de las mejores fortalezas, Belmort.

Belmort además de demostrar fuerza y seguridad, era un pueblo con demasiada belleza. A pesar de aparentar un suelo árido, se podía encontrar las más bellas flores y a partir de éstas las mejores esencias.

La fortaleza de Rellintogn ubicada en el límite del condado fue construida durante el reinado de Egan, el Fuerte, abuelo del Rey Roberth y a partir de ese entonces, durante cada reinado aquella fortaleza a sido reconstruida para que no se debilitara con el tiempo. Egan se aseguró de proteger a todo un reino y para ello contó con el apoyo de más de mil hombres. Nunca importó los días y noches que trabajaban sin descanso, nunca importo si la lluvia llegase a entorpecer su trabajo aquello eran simples contratiempos, Egan solo quería un pueblo próspero y seguro.

La fortaleza de Belmort fue construida con las piedras más duras del reino, las piedras Diamond. Se decía que éstas piedras eran inquebrantables y sólo con poder negro podían ser derribadas, un poder maléfico y oscuro, y quien osase a manipularlo estaría condenando su alma.

Aquel sitio no sólo contaba con una fortaleza que la protegía de los invasores, también contaba con las mejores armas forjadas con los metales más duros e irrompibles, pero eran sus guerreros los más destacable de aquella región. Hombres capaces de soportar las condiciones más adversas y temibles, hombres que juraban lealtad absoluta a su Rey.

Cuando el Rey Roberth escuchó aquello, sintió que su mundo se estaba desmoronando, sabía que si Belmort se encontraba en riesgo, significaría que su reino podría caer en cualquier momento.

—Tengo que marcharme en seguida - exclamó el Rey- no puedo permitir que mi reino se caiga.

—De qué sirve ir ahora, lo único que tienes que hacer es proteger a las personas que siguen con vida y honrar a los muertos.

La Reina quería que el Rey, su esposo, entendiera que debía luchar y defender a los más indefensos, a su pueblo que estaba de pie.

—Es mi deber protegerlos.

Antes que el rey siguiera hablando, Dael lo interrumpió.

—Mi reina tiene toda la razón, lo que hay que hacer ahora es preparar la defensa de su pueblo, los muertos no resucitarán. Podría encomendar su trabajo a alguien de confianza, eso es lo único en sus manos.

Todo el salón se quedó en silencio incluidos los jueces de aquel momento que sopesaban lo que acababan de escuchar, pero Dael estaba en lo correcto, Belmort sería un campo de cenizas y sangre, encontrar vida allí sería algo imposible. El Rey tenía una decisión difícil de tomar.

—Es correcto lo que dice la prisionera, que sentido tendría ver los ciertos de nuestros muertos, sino podemos preocuparnos por los que siguen con vida. Y como decisión de los Siete Sabios no permitiremos que el Rey exponga la vida de su pueblo al decidir marcharse.

Nadie, absolutamente nadie podía ir en contra de las palabras de los grandes Sabios, el que estuviera en contra de ellos estaría negando a Dios y por lo tanto sólo quedaría para aquel desdichado la muerte.

—Es necesario que alguien se asegure en qué condiciones se encuentra Belmort; Endric, tú iras.

—No puedo creer lo que escucho, al parecer mi Rey a perdido la cabeza -habló Dael y al notar que nada la interrumpía continuó- el pueblo necesita de todo el apoyo militar posible y envías a tu jefe de caballería a un lugar donde puede ser su tumba.

La tensión entre el Rey y Dael era palpable, no era la primera vez que se enfrentaban, pero la realidad, en ocasiones puede golpear de una manera dura y fría. Esta vez el Rey estaba perdido.

—Yo iré, procurando evitar la muerte, cumpliendo a cabalidad la misión de informar al Rey.

Cada palabra había sido exclamada por Frederick Welseyer, joven luchador y defensor de su casa.

—Es imposible que un novato e ignorante de estas tierras, se acerque a Belmort sin antes estar muerto. No solamente es necesario conocer unas ruinas es necesario conocer a nuestros enemigos.

—¡Exigo silencio! No permitiremos las interrupciones por parte de una prisionera y traidora del Rey, no hables como si conocieras del tema, no podemos permitir aquello.

El odio logró llegar más lejos, Dael había logrado hablar antes y sus palabras eran veraces, pero si una mujer que representaba una amenaza al reino demostraba aquello significaba un gran peligro y por ese motivo el Máximo Sacerdote decidió mandarla callar.

Entre gritos e insultos se negó lo dicho por Dael, que se podía esperar de una traidora, preferían darle muerte antes que ella llegará a salir del castillo.

—Como vocera del pueblo y Reina de Rellintogn pido a los grandes Sabios que Dael sea enviada a Belmort e informe al Rey del estado en el cual se encuentra, de igual manera que estudie a nuestro enemigo.

La Reina quería que su pueblo estuviera a salvo, pero quería que su hija siguiera con vida, que siguiera con ella, aunque sabía que enviarla a Belmort equivaldría a firmar su sentencia de muerte, pero en lo más profundo de su ser, sabía que Dael se defendería y llegaría de vuelta a Rellintogn con vida.

—Como representante de Dios y en muestra de nuestra gran sabiduría, aceptamos la petición de nuestra Reina Maritza, pero esta rea estará acompañada del representante de la casa Welseyer, el joven Frederick Welseyer y antes cualquier acto de rebeldía, será este joven quien ejecutará a la prisionera; en nombre de Dios serán cumplidas las palabras aquí dichas.

Dicho aquello la reunión con los Siete Sabios había terminado, pero de manera paralela la guerra para sobrevivir y defender a un pueblo había comenzado.

La salida de Dael y Frederick del castillo fue silenciosa, nadie sabía de aquello a excepción de las personas reunidas en aquella Ermita.

Recorrieron los pasillos que únicamente se utilizaban en casos de emergencia para salir del castillo, pero sin duda la situación que ahora enfrentaban lo era. Solo llevaban consigo suministros para algunos días, mientras recorrían su camino a Belmort, un camino largo y peligroso.

—Nunca pensé venir a estos lugares en estas situaciones.

Frederick quería romper aquel silencio incómodo, aquel silencio que los había acompañado desde la salida del castillo; pensó que sería más fácil si el la acompañaba, talvez Dael encontraría en él la seguridad que buscaba, pero estaba muy equivocado.

—La seguridad del hombre me asombra.

Frederick quería más, más de aquellas palabras que lo confundían, no le importaba si eran palabras llenas de rabia o sin sentimiento alguno. No importaba si cada vez que él hablaba ella lo contradijera ó se burlara, él quería algo, así fuera algo mínimo, si era necesario quería que le gritara, que le dijera que lo odiaba, sentía que lo necesitaba.

—Señorita Dael me gustaría saber cuántos días necesitaríamos para llegar al Belmort, en necesario saber cuando descansaremos.

Dael decidió parar, así que Strom se detuvo a las órdenes de su ama. Frederick pensó en reprochar aquello y cuando se dirigió a Dael, ella le ordenó que callara. Algo andaba mal.

El aire antes cálido, ahora era frío y había un silencio aterrador, pareciera que el viento hubiese dejado de soplar, pero ¿de dónde provenía aquel frío? Dael bajo de su caballo y tomó su única arma, su espada. Misma que había sido entregada por Frederick en secreto, al principio no entendía porque lo hacía, pero no rechazaría que aquel objeto que tanto apreciaba estuviera en sus manos de nuevo.

Frederick imitó su actuar y se mantuvo a una distancia prudencial de la chica. Los dos estaban estáticos tan quietos como aquellos grandes árboles que los rodeaban.

No sabían exactamente lo que buscaban, pero estaba allí, entre los arbustos y maleza, escondido en la oscuridad del bosque, sabían que era algo diferente, algo desconocido, así que sólo escucharon.

Antes de que Frederick lo notará, Dael se encontraba caminando hacia un lado del bosque, se preguntaba si debía seguirla o esperar y cuidar su espalda, cuando decidió ir por ella, los dos caballos en los cuales viajaban se alarmaron, parecía que las bestias sabían a lo que se estaban enfrentando.

De manera instintiva Frederick miró aquello que atemorizaba a los caballos y no podía creer lo que veía.

—Señorita Dael.

Aquello fue solo un susurro, pero su acompañante lo escucho tan fuerte como si de un grito se tratase, tal vez si había gritado, no lo sabía. El miedo que sentía Frederick de cierta manera la había afectado.

Cuando Dael se encontró junto a Frederick, vio lo que alguna vez creyó había sido un sueño, un sueño que pensó nunca se repetiría.

—Mara.

Frente a ellos había una joven enigmática, que sonreía de gran manera, no daba calidez, al contrario transmitía sociego.

—Dael, nos volvemos a encontrar.

Blanca, así la recordaba, blanca como la nieve más fría. Nunca había olvidado aquel día, nunca olvido las palabras que habían intercambiado, aquellas palabras que abrieron sus ojos y su camino.

No se percató en que momento se había acercado tanto, pero estaba a sólo unos metros de ellos. En ese momento los árboles se movían de nuevo, en viento había regresado golpeando cada rama de le árboles cercanos y moviendo aquel enigmático cabello blanco.

De manera instintiva Dael tocaba aquel cabello, miraba aquellos ojos color de luna, se sentía atraída a ese ser de una manera extraña y no sabía el porque.

Sólo habían pasado algunos segundos cuando aquella mujer, de enigmática belleza se había acercado a Frederick y tocaba su rostro.

—Frederick Welseyer, hijo de Condes, padre de Reyes.

No sabía cuánto tiempo pasó a continuación hasta que Dael habló.

—¿Qué es lo que quieres? Bruja.

—Te quiero a ti querida, solo a tí.

Al escuchar aquello Frederick salió de aquel extraño embrujo e instintivamente su mano ahora empuñaba su espada.

—Andalechz, no sabes cuanto tiempo he esperado por ti. Tu pueblo ha esperado tu llegada.

—Yo no tengo ningún pueblo que me espere.

—Estas tan equivocada, tu pueblo te ha sido ajeno por tantos años que alguna vez se creyó desaparecido; pero si me sigues descubrieras lo que durante tanto tiempo se te ha ocultado.

¿Acaso era verdad lo que decía? No lo sabía, pero por muy extraño que pareciera no tenía dudas de lo que estaba a punto de hacer, sus pensamientos decían que aquello era peligroso, pero antes de detenerse a pensar sí aquello estaba bien, decidió subir de nuevo a su caballo, los planes que el reino le había impuesto estaban cambiando; antes de dar una nueva orden a Storm, sintió la inseguridad de su acompañante.

—No sé en qué piensas Frederick, decide que harás ahora, ¿te quedas y regresaa al reino para dar la orden de mi captura o vienes conmigo aún sabiendo que nuestro camino es desconocido y posiblemente atente contra nuestra vida?

¿Qué es la vida sin las dura decisiones que está nos presenta? ¿Qué hará Frederick?

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