La muerte de Lynn Jr.

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La muerte de Lynn Jr.

Domingo, 7:30 pm, hora en que ya tenían puesta la mesa, los niños Loud clareaban del hambre a la espera que sus padres llegaran con su cena de esa noche.

Sus ansias eran tantas que algunas de las chicas sacudían las rodillas bajo la mesa, otras zapateaban, el resto se frotaban la boca y miraban con impaciencia a la puerta. Lincoln se mordisqueaba las uñas y tamborileaba con los dedos de su otra mano.

-¿Dónde estarán? -le dio por preguntar, igual de ansioso que sus hermanas-. Estoy impaciente.

-¡Dios, se me hace agua a la boca! -secundó la pequeña Lana saltando ansiosa en su silla.

-¡¿Por qué tardarán tanto?! -inquirió Lola frunciendo el entrecejo-. Mamá y papá dijeron que nos iban a traer pollito frito de Kentucky Fried Chicken. ¿Lo traen o qué?

Como una inmediata respuesta a sus plegarias, en ese momento se oyó el ronroneo de "Vanzilla" aparcando en la cochera de su casa, ¡gracias a Dios! Segundos después el chasquido de una llave en el picaporte de la puerta principal, la cual se abrió permitiéndoles entrada a mamá y papá quienes venían cargando cuatro cubetas grandes de cartón pintadas a rayas blancas y rojas con el logo de KFC y la cara del coronel Sanders estampada en ellas.

-Hola, niños -se anunció el señor Lynn al entrar-. Lamentamos la demora.

-¡Es papá! -clamó Luna entre los gritos de jubilo de sus hermanos.

-¡Ya llegó! -exclamó Lisa igual de entusiasmada.

-¡Y nos trae el Kentucky! -las siguió Lincoln.

Así, ni bien el señor Loud puso sus dos cubetas de pollo encima de la mesa, y que sus hambrientos hijos no se hicieron esperar para abalanzarse vorazmente sobre estas, llegando incluso al extremo de derribarlo a empujones.

-¡Oh, Dios!

-¡Que rico!

-¡Si!

-¡Si!

-¡Es ese el crujiente!, ¡¿no?!

-¡Pido pierna!

-¡Y yo pechuga!

Al aproximarse a la mesa con las otras dos cubetas, la señora Loud no se sorprendió nada al advertir que estaba por generarse una nube de pelea masiva en la que todos sus hijos lucharían ferozmente con uñas y dientes por ver quien se quedaba con las mejores presas. Lo típico un domingo por la noche en la casa Loud.

Sólo que esta vez les puso un alto antes de que se diera lugar a la anarquía y el bullicio de siempre.

-¡Hey, hey, no se desesperen, niños! -interrumpió, y a fuerza de manotazos los hizo apartar sus manos de las cubetas-. Primero ayúdennos a traer el resto de las compras y podrán comer su pollo.

Como era de esperarse, sus hijos protestaron refunfuñando y gruñendo.

-Mamá, tenemos mucha hambre -replicó Luan.

-Sólo les tomará un minuto.

-Vamos, chicas -sugirió Lincoln-. Si todos ayudamos será mas rápido.

-Si, vamos -lo apoyó Luna-. Oh, my god, que rico huele.

De modo que todos ellos salieron de la casa en estampida... Todos, menos Lily, a la que dejaron en su sillita de bebé... Y Lynn Jr., la más ágil y veloz de los once quien habría ido a la cabeza si hubiera querido.

No obstante, esa vez ella se quedó atrás porque así lo quiso y, aprovechando que los demás se estaban atropellando entre si por llegar a la van, se escabulló de regreso al comedor.

Ante la cara confusa de Lily, empezó por destapar una de las cubetas y sacar una presa de allí, le desprendió toda la piel y se la metió con avidez a la boca. El restó lo puso en un plato aparte.

No terminó de engullirla por completo, cuando sacó una segunda presa e hizo exactamente lo mismo. Luego con una tercera y una cuarta y así sucesivamente hasta dejar sin piel a todas las presas de esa cubeta.

A continuación destapó la segunda cubeta y repitió la operación a prisa. Para entonces Lily supo lo que se proponía a hacer y empezó a sacudirse furiosamente en su sillita entre berridos estruendosos.

-¡Oye!... ¡ÑO!... ¡DYNN!... ¡DEJA ESO!... ¡AH! ¡AH! ¡AH! ¡AH!...

Indiferente a los reclamos de la pequeña, su hermana mayor le sacó la lengua y se apuró a despellejar las piezas de las cubetas restantes.

-¡Oye!... ¡ÑO!... ¡Espeda!... ¡Ese pollo mío!...

-Eso es todo, mamá.

-Gracias, chicos. ¿Ven que no tardaron nada?

-¡Bien, comamos pollito!

-¡Genial!

-¡Si!

Lamentablemente, para cuando Lincoln y sus demás hermanas regresaron al comedor ya era demasiado tarde.

-¡¿Pero qué ra...?!

Estupefactos, los ocho pillaron a Lynn desprendiendo la piel de la ultima presa, de la ultima cubeta, y llevársela a la boca al tiempo que Lily rompía en un llanto devastador y la señalaba con un dedito acusatorio.

-¡BUAAAAHH...! ¡MI POLLO!... ¡SE COMIÓ TODA DE PIED! ¡BUAAAAHH...!

-¿Qué rayos, Lynn...? -habló primeramente Lincoln, con voz entrecortada.

-¡TE COMISTE LA PIEL DE TODAS LAS PIEZAS! -rugió Lola.

-Si -contestó la castaña de forma altanera tras soltar un eructo con hedor a doce hiervas y especias-. Pero les dejé el resto del pollo.

-¡La piel es la mejor parte! -reclamó Lana con enfado.

-Bien, me voy a dormir -sin mas, Lynn se retiró de la mesa-. Mañana tengo practica de roller derby.

Ante tal descaro de su parte, los ojos de Lola se eyectáron de sangre y su boca empezó a chorrear espuma.

-¡AY, TE MATO!

Pero Lincoln la atrapó a tiempo rodeándola de la cintura con ambos brazos.

-¡No, Lola! -dijo, con voz más calma, pero no menos furioso que las demás con su hermana la deportista-. ¡No merece la pena!

-Hasta mañana, perdedores -se despidió Lynn con una mueca burlona-. Mejor suerte para la próxima.

A los pocos segundos que dejó de forcejear, Lincoln soltó a Lola. Tras lo cual él y el resto de sus hermanas se limitaron a contemplar en silencio aquel panorama tan desolador: Las cuatro docenas de piezas de pollo estaban servidas en sus platos, pero sin la piel que era donde estaba la sazón que les daba su sabor tan exquisito.

-Eso si que fue perverso -gimió Lucy con un hilillo de voz, y se le escapó una lagrima.

Lily había dejado de berrear al haberse quedado sin energía para hacerlo, y ya sólo se limitaba a lagrimear y a hacer pucheros. Por otro lado, Leni fue la siguiente en romper el silencio sepulcral que invadió el comedor al recostarse de cara sobre la mesa y echarse a llorar sin consuelo alguno.

-¡Buuuuhuhuhuhuhuhu...! ¡BUUUUHHH...!

***

Al otro día mientras desayunaban y se preparaban para ir a la escuela, Lori se puso en contacto con sus hermanos por vía virtual, siendo el coraje hacía Lynn lo primero que notó en todos ellos; y cuando le contaron de su travesura de la noche anterior, la mayor de los once también quedó indignada.

-No puedo creerlo -exclamó desde la pantalla de la tablet que era sostenida por Leni-. ¿De veras hizo eso?

-¿No lo crees? -repuso su hermano cuyos ojos parecían echar chispas-. Si cada vez que puede hace cosas como esta.

-¡Pero esta vez si que se pasó de la raya! -bramó Luan dando una patada al suelo.

-¡Shi! -balbuceó Lily con el ceño fruncido.

-Y encima la muy desconsiderada descompuso el inodoro anoche -añadió Lana-. Ahora mamá y papá tendrán que comprar uno nuevo.

-¿Por qué igual seguimos dejando que pase por encima de nosotros? -inquirió Lucy entonces-. Digo, ya van ocho veces que rompe mi busto de Edwin.

Tal fue la sorpresa de todas cuando Lincoln se carcajeó, del mismo modo que Luan esperaría lo hiciera con alguno de sus estúpidos chistes.

-Perdón, chicas, yo que soy a quien más molesta, llevo años preguntándomelo.

-Pero nosotros tampoco la tratamos bien -señaló Lola-. Muchas veces nos damos de golpes con ella, a veces hasta la insultamos.

-Si, pero, literalmente, a ella le gusta eso -señaló Lori desde la tablet.

-Bien -concluyó Lisa con voz firme-, la zoluzión a nueztra incógnita ez zimple: Vamoz a ignorarla de aquí en máz.

-Buena idea -secundó Lincoln-. No sé ustedes, pero yo ya estoy harto de Lynn y su pésima actitud. De ahora en adelante yo ya no le hablaré más. Ni siquiera regresaré a mirarla. ¿Quién me apoya?

Después de reflexionarlo en breve sus hermanas se mostraron en total acuerdo, incluyendo Lori que no había tenido que sufrir lo de la noche anterior, pero igual le seguía resultando indignante.

-Si, hagámoslo -sentenció Luna.

Precisamente, en ese instante, Lynn llegó a la cocina desperezándose, ante lo cual Lori dio por finalizada su llamada y sus otros hermanos apartaron la mirada de ella.

-Hey, tontos -se anunció al entrar-, ¿qué hacen?

Pero nadie se dignó a saludarla o siquiera a verla a la cara, según acordaron.

-Pasé toda la noche en el inodoro por culpa de la piel de pollo -contó tras servirse un plato de huevos con bacon-. Creí que moría.

-¿Me prestas dinero para mi leche? -pidió Lana a su gemela, sin hacer caso a la castaña.

-Claro -asintió Lola pasándole un billete de a dólar-. Toma.

-Gracias.

-Yo también necesito un dólar -pidió Lynn.

Pero Lola tampoco le hizo caso. Simple y llanamente volvió a su plato de cereal como si nada.

-Hey, Lola -volvió a llamarla Lynn-. Que yo también quiero que me prestes un dólar para mi bebida energizante... Lola...

La chiquilla, sin embargo, persistió en seguir pasando de ella, por lo que Lynn resolvió pedirle dinero a Lincoln.

-Nha, olvídalo... Oye, apestoso, préstame un dólar para mi bebida energizante... Hey... Apestoso... ¡Contesta, que te estoy hablando...!

Dado que su hermano tampoco se dignó a contestarle, Lynn le soltó un golpe en el brazo. No obstante, pese a que esto si llegó a molestarle, en lugar de reclamarle y confrontarla como lo hubiera hecho otras veces, Lincoln sólo se apartó de su lado y se sobó el brazo como queriendo ahuyentar a algún insecto de naturaleza desagradable que se hubiera posado allí. A continuación preguntó a sus otras hermanas:

-¿Alguna de ustedes dijo algo?

-No -contestó Luan moviendo la cabeza de lado a lado.

-Pues que raro -comentó el peliblanco disimuladamente-. Me pareció oír una voz muy molesta.

-Nha, seguro fue sólo el viento -sugirió Luna encogiéndose de hombros.

-Chicos, dense prisa -oyeron avisar a su madre al poco rato-. Es hora de ir a la escuela.

Con lo que los hermanos de Lynn dejaron los platos en el fregadero y salieron camino al porche pasando de largo frente a ella. Leni, al hacerlo, alzó la cabeza con indiferencia. Otros la empujaron como si no se hubiesen dado cuenta que se interponía en su camino.

En breve, una muy confundida Lynn los siguió hasta afuera, pero el autobús ya había cerrado sus puertas y puesto en marcha sin ella, puesto que el conductor le había preguntado a Lincoln si venía alguien más y este había respondido que no.

-¡Hey!... ¡Oigan!... ¡Espérenme!... -reclamó Lynn que echó a correr tras el autobús. Mas ni con sus piernas poderosas lo pudo alcanzar-. ¡Hey, chicos!... ¿Qué no me oyen?

No fue hasta que terminó de correr unos dos kilometros que desistió y resolvió regresar por donde vino, pues fue ahí que se dio cuenta que se había olvidado su mochila y su maletín deportivo en casa.

Durante el camino de regreso siguió preguntándose que rayos pasaba. Porqué sus hermanos actuaban de pronto como si no existiera.

-¿Qué les pasa a estos tontos?

***

Hasta mientras, a la casa Loud llegaron unos fontaneros que Rita y el señor Lynn mandaron a llamar para que arreglaran el gran desperfecto en el baño que dejó su hija.

-Bien, señor y señora Loud -informó el jefe de los fontaneros para cuando terminaron parte del trabajo y ya iban de salida-, nos llevamos el inodoro que está roto y hoy, a eso del mediodía, vendremos a instalarles uno nuevo.

-Se los agradezco -dijo Rita entregándoles la primera mitad de su paga-. Aquí tienen.

Habiéndose quedado solos en casa de nuevo, ella y su esposo se sonrieron mutuamente. A pesar del dinero que se vieron forzados a gastar de abrupto, lo cierto es que si supieron sacar lo mejor de esta situación.

-¿No es grandioso, querida? -dijo con entusiasmo el señor Lynn-. Tendremos inodoro nuevo esta tarde.

-¡Si! -chilló su mujer de la emoción-. Hace tiempo que quería uno nuevo, el viejo ya casi no servía. Esto hay que celebrarlo.

-Bueno... -el hombre se mordió el labio inferior y la miró de un modo sugerente-. A mí se me ocurre algo que podríamos hacer...

***

-Que raro... -dijo la castaña para si-. Parece como si no pudieran verme u oírme... Es como si estuviera...

Lynn sacudió la cabeza y rió de lo tonta que sonaba su suposición.

-Bha, ¿qué tontería estás diciendo, LJ? Seguro ha de haber una explicación para esto.

Estaba por llegar, cuando al otro lado de la calle vio salir de su casa a dos hombres en traje de overol cargando entre ambos una caja de madera, ni muy grande ni muy chica.

-¿Qué pasó? -preguntó el un hombre a su compañero-. ¿Qué dijeron?

-Había tanta piel de pollo pegada al sistema que le causó una ruptura interna - respondió el otro.

-Que tragedia.

Lynn no les prestó importancia, ni a los hombres ni a lo que dijeron, de momento. Por tanto ellos tampoco la tomaron en cuenta. Igual, que para cuando cruzó la calle el mini camión en el que cargaron la caja ya se había marchado. Tampoco se fijó en el logo y el nombre de la empresa de plomería en sus costados.

Ahora, que al entrar a su casa si se extrañó bastante al escuchar unos gemidos y alaridos retumbando en las paredes.

-¿Y eso?

La castaña paró oreja y siguió ese sonido tan extraño hasta la habitación de sus padres, la única recamara que había en la planta baja. El ruido, en efecto, venía de allí mismo.

-¿Por qué mamá y papá lloran? -se preguntó entonces.

Y hasta consideró entrar a preguntarles ella misma y ver si podría hacer algo para consolarlos. Sonaba a que se les murió algún ser querido o algo similar. Pero en esas recordó que ya se le hacía tarde. Por lo que cogió sus cosas y se fue, con la idea de averiguarlo regresando de la escuela.

Quizá esa fue la mejor decisión que Lynn pudo haber tomado en toda su vida. Sus padres si eran quienes gemían y gritaban, pero por una causa por la que uno no se pone a llorar precisamente, a no ser que lo que hacían no fuera de mutuo consentimiento.

Dicho de otra forma, menos sórdida, de haber entrado a la recámara sus padres ya le estarían buscando un terapeuta y otra historia sería la que estuviéramos contando.

***

En la entrada a la escuela media de Royal Woods, el peliblanco platicaba con su grupo de amigos, cuando las compañeras de roller derby de su hermana se aproximaron a preguntar por ella.

-Hey, Lincoln -lo saludó Margo de primeras-. ¿Dónde está Lynn?

-No sé ni me importa -le contestó-. Mis hermanas y yo la estamos ignorando.

-¿Ignorando? -repitió Paula-. ¿Por qué?

-Porqué es una insoportable, egocéntrica y una cretina de primera y ya nos cansamos de su pésima actitud.

Para su sorpresa, las otras chicas que decían ser amigas de su hermana la deportista concordaron con él.

-Si es cierto -dijo Maddie-. Ya que lo mencionas, confieso que a mi tampoco me agrada tu hermana en realidad. Nos presiona demasiado en las practicas y esta tan obsesionada con ganar que le quita la diversión a los juegos.

-A mi tampoco me agrada realmente -confesó Paula también-. Si no fuera por ella mi pierna ya se habría recuperado hace tiempo.

-Por su culpa casi me lesiono el brazo -mencionó Liam en eso.

-Lynn siempre quiere toda la gloria sólo para ella -señaló Margo-. Creí que debíamos tolerarla por ser la capitana de nuestros equipos, pero no se me ocurrió que podíamos ignorarla.

En breve el rumor se esparció como la pólvora en toda la escuela media y todos acordaron que de una u otra forma nadie soportaba a Lynn Jr. Hora la agresividad desmedida que mostraba para que nadie se metiese con ella, hora el modo que abusaba de su cargo como cuidadora de pasillos, y demás.

A la hora que la susodicha llegó a la escuela, todo mundo ya tenía resuelto seguir el ejemplo de Lincoln en hacer de cuenta que no existía.

-Hey, Chicas... -saludó a sus amigas y, ¿qué creen?, ninguna de ellas, ni nadie, le prestó la más mínima atención-. ¿Chicas?... Chicas... ¡Chicas!... ¡Chicas!... ¡¿Alguien puede oírme?!

Hasta el punto que Lynn hizo de todo para hacerse notar: soplar oídos, pellizcar codos, eructar en la cara de alguien, cada intento era en vano.

-Jordan, estoy aquí... ¿Hola?... ¡¿Hola?!... Francisco... Francisco, ¿no me ves?... Mírame, Francisco... Charlie... ¡Charlie! ¡Soy yo, Lynn! ¿No sientes como se mueve tu cabello?... ¡Soy yo!... ¿Qué les pasa a todos?... ¿Por qué nadie me hace caso?... Es como si estuviera...

En una zona muy espaciosa en la cabeza de Lynn que no ocupaba nada relacionado con el deporte, las competiciones o cumplir funciones vitales tales como comer, dormir y defecar, allí unos engranajes oxidados y recubiertos de telarañas echaron a andar trabajosamente conforme Lynn repasaba los sucesos tan raros acontecidos esa mañana: Sus hermanos ignorándola y estando de mal humor, sus amigos y compañeros de escuela ignorándola y estando de mal humor, sus padres que se habían encerrado a llorar en su recamara... Los hombres que sacaron una caja de su casa y la cargaron en un camión... Aquella caja, se dio cuenta, le quedaba a la medida. Cabría en ella y sobraría poco espacio, pero... ¿Que había dicho uno de esos hombres?... "Tanta piel de pollo pegada al sistema le causó una ruptura interna... ¡Eso dijo!

-Como si estuviera... -aquel mecanismo en su cabeza chirrió mal y echó humo por la fricción. Los pernos saltaron de sus uniones, los resortes salieron disparados en todas direcciones y todo el sistema colapsó-. Muerta...

En medio del pasillo, la castaña se llevó las manos a la cabeza y gritó aterrada.

-¡NO!... No puedo estar muerta... ¡NO PUEDO ESTÁR MUERTA!...

Y echó a correr despavorida hacia la salida y, ni así, ni sus compañeros de escuela, ni sus amigas, ni sus profesores, valga, ni siquiera su propio hermano la tomó en cuenta.

Si acaso Francisco la mosqueó con un ademán y siguió en lo suyo.

***

-Ni se han enterado... -sollozó mientras andaba por la banqueta sin un rumbo fijo, de vez en cuando aullando como fantasma-. ¡Ooohh..! Que una de sus mejores amigas... Ha muerto... ¡Ooohh..!

Al pasar junto a la gasolinera de Flip, Tyler y Scoots se quedaron viéndola en la puerta del mini supermercado.

-¿Qué está siendo esa niña? -preguntó el rubio musculoso a la anciana.

-No lo sé -respondió esta entre susurros-. Sólo ignórala.

***

Más adelante, junto a ella pasó Clyde McBride que iba camino a la escuela en su bici canturreando alegremente.

-Oh nena, si yo pudiera, oh nena, darte el, oh nena, el mundo...

-No merezco esto -se lamentó la castaña-. ¿Cómo pudo Dios olvidarme? ¿Será mi destino marchar sola por la eternidad?

A sus espaldas, el chico de color dejó de pedalear y levantó una mano para saludarla.

-Hola, Lynn.

Al oír eso, la muchacha detuvo su paso y se regresó a verlo estupefacta.

-¿Qué?... ¿Qué dijiste?

-Sólo dije: "Hola, Lynn" -contestó Clyde con una amigable sonrisa.

A toda prisa, la hermana de su amigo corrió a su encuentro.

-Clyde... ¿Tú... Puedes verme?

-Si -asintió-, por supuesto.

-Oh... ¡Dios!... ¿Y puedes oírme?

-Cielos, Lynn, ¿por qué no habría de oírte?

-Porque... Clyde... Estoy muerta.

Al cabo de tres segundos, suficientes para procesar lo que acababa de oír, Clyde pegó un agudo grito aterrado. Le arrojó su mochila a la cara y echó a pedalear en dirección contraria para huir de ella.

Naturalmente Lynn corrió tras él; y gracias a su buena condición física y a la mala condición física de Clyde fue que pudo seguirle el paso. Frente a la residencia McBride lo embistió tumbándolo de su bici y al cabo estaba sentada sobre su espalda.

-Clyde, quiero hablar contigo.

-¡¿Moriste?! -gritó el aterrado chico en lo que forcejeaba por quitársela de encima-. ¡¿Cómo?!

-Comí mucha piel de pollo y reventé por dentro.

-¡¿Pero si estás muerta cómo es que puedo verte?!

-No sé, pero eres el unico que me ve.

Producto del subidón de adrenalina, culpa del terror que lo invadió, Clyde consiguió quitársela de encima y correr a su casa a asegurar las puertas con llave y correr las cortinas antes de que lo pudiese alcanzar.

-¡Clyde!... -lo llamó Lynn tocando la puerta furiosamente-. ¡Rayos, Clyde, necesito tu ayuda!

***

Dentro, el señor Howard McBride pasaba un plumero por los muebles de la sala tarareando, feliz de la vida, cuando en esas halló a su hijo escondido bajo un sofá.

-Clyde, cariño, ¿qué estás haciendo ahí?

-¡Me convertí en el niño de la película! -respondió, aterrorizado a más no poder-. ¡Veo gente muerta!

-¿Gente muerta?

-¿Quién ve gente muerta? -preguntó el señor Harold, que en ese momento salió de la cocina con una taza de café en mano.

-¡YO! -gritó Clyde-. ¡Vi a un fantasma!

Harold se agachó a hablarle con dulzura en afán de calmarlo.

-No, amorcito, los fantasmas no existen.

-¡Pero yo lo vi, igual que los veo a ustedes!

-Clyde, esas cosas pasan a menudo -dijo el señor Howard-. Tienes una imaginación muy activa y tu mente te está jugando bromas.

-¿De veras?

-Así es.

Con las muy acertadas palabras de sus padres, el chico se calmó de a poco.

-¿Entonces fue sólo mi imaginación?

-Así es -asintió Harold-. No hay razón para temerle a las cosas que no son reales.

-Hay muchas cosas reales a las que temerles -reafirmó Howard-, como la nueva variante del coronavirus.

-¡¿La nueva variante del coronavirus?! -repitió Clyde con mayor espanto-. Pero si recién nos estamos recuperando de la pandemia que se desató hace apenas un par de años.

-Pues esta que viene va ser todavía peor -advirtió Harold.

-Si, al parecer alguien tuvo sexo con un murciélago de Wuhan en una de las zonas más sórdidas de china -siguió explicando Howard-, y eso desató esta nueva variante que se resiste a los medicamentos llamada súper covid. Lo bueno es que sólo afecta a las mujeres y a los heterosexuales.

-Por eso mismo tú tienes que cuidarte mucho más que nosotros, hijo -advirtió su padre de tez morena-, y evitar las zonas infecciosas de alto riesgo.

-¿Como cuales? -preguntó Clyde.

-La boca de las chicas, por ejemplo -señaló el padre de roja cabellera-. Según las estadísticas, el lugar más lleno de agentes patógenos del planeta es la boca de la mujer americana. Un poco de saliva infectada con súper covid en la puntita del pene y te mueres sin remedio en tres semanas.

-¡OH, CIELOS!

-¿Ya te sientes mejor? -insistió Harold en confortarlo.

-¡NO!

-Tranquilo, hijo -dijo Howard-. Los fantasmas no existen y no hay que temerles. Sólo al súper covid.

***

Aquella noche se desató una breve pero muy sonora tormenta eléctrica que no dejaba al pobre Clyde conciliar el sueño.

Debido a lo muy alterado que estaba, sus indulgentes padres le permitieron faltar a la escuela ese día para que pudiese descansar un poco.

-Oh, rayos... -gimió asomando su cabeza bajo las cobijas y paseando la mirada en derredor-. No hay nada que temer. Sólo son relámpagos y truenos...

Al poco rato que el relampagueo cesó, el desdichado chico se pudo tranquilizar y cerrar los ojos... Fue entonces que oyó una voz femenina hablándole al oído.

-Clyde.

-¡OH NO! -gritó.

-¡Clyde, tienes que ayudarme! -se apuró Lynn a insistir.

-¡Vete, no eres real!

-Bien, no tengo otra opción.

Molesta, la castaña cogió una cadena para perros grandes que se había traído del jardín de una casa vecina y se puso a sacudirla y emular los gemidos lastimeros que hacían los fantasmas en las películas.

-¡Ooohh..! ¡Ooohh..!

Lo que hizo a Clyde gritar por ayuda.

-¡PAPÁ!... ¡PAPÁ!...

No pasó mucho antes de que los McBride acudieran a los gritos de auxilio de su hijo.

-¿Qué pasa, cielito mio? -se aproximó Howard a consolarlo.

-¡Vi al fantasma! -respondió a gritos, y señaló el rincón al que Lynn había ido a ocultarse.

Harold posó su mirada en la pila de animales de peluches de la que asomaba la cara de la intrusa con los ojos abiertos como platos y la boca torcida en una sonrisa de lo más inquietante. Lo que llevó a cuestionarse cuando le habían comprado o quien le regaló una muñeca tan fea a su hijo. Después de observarla otros cinco segundos se dirigió nuevamente a él.

-Aquí no hay nada, cariño. Sólo tuviste un mal sueño.

-¿De veras? -jadeó Clyde.

-Si -asintió su padre-. Tranquilo, no hay nada que temer.

-Ahora vuelve a dormir -dijo Howard arropándolo y dandole un beso en la frente-, y no más pesadillas.

Una vez los padres de Clyde se retiraron, Lynn salió de su escondite bajo la pila de muñecos de felpa y se aproximó a su cama. El chico de color quiso gritar otra vez, pero la castaña fue más rápida en taparle la boca para impedírselo.

-¡Rayos, Clyde, no es tu imaginación, estoy muerta y por algo me ves!

-¡Pero yo no quiero verte! -replicó luego de que le quitara la mano de la boca.

-Tranquilízate, fui yo quien murió. Y, por alguna razón, mi espíritu está atrapado y no encuentra el camino al cielo.

-¿Y cómo sabes que debes ir al cielo?

-¿Qué dices?

-Pues, ¿cómo sabes que tú no iras al...? Tú sabes... Infierno.

Lynn rodó los ojos.

-Yo no iré al infierno, Clyde. No soy china.

-Oh.

-Escucha, pienso que mi alma sigue aquí porque debo concluir cosas con mis seres queridos. Puedo decirles mi ultimo adiós a través de ti.

Asustado, Clyde atenazó el cobertor en sus manos y se lo llevó a la cara.

-No puedo, tengo que ir a la escuela.

-Ese es problema tuyo -exigió Lynn-. Me ayudas o te perseguiré por el resto de tu vida.

Nuevamente cogió la cadena para perros y se puso a sacudirla y soltar gemidos disque fantasmales.

-¡Ooohh..! ¡Ooohh..!

-¡Está bien, está bien! -accedió un muy amedrentado Clyde-. Si, te ayudaré.

***

Al día siguiente los dos se apersonaron en el restaurante del señor Lynn bien temprano, a la hora que este mismo alistaba los ingredientes que usaría en el transcurso del día.

-Señor Loud -se anunció Clyde al ingresar a la cocina, seguido de cerca por una Lynn sollozante en cuya mano sostenía un pañuelo sucio con sus propias lagrimas, babas y mocos.

-¿Si? -contestó el hombre dejando en breve de lado las patatas que había empezado a pelar-. Oh, hola Clyde.

-Eh... Esto le parecerá muy extraño, y puede que no me crea -empezó a explicarse el chico de color-; pero, bien, su hija quiere que yo le diga algo.

-Oh, ¿y qué es?

-Dile que lo quiero -sollozó Lynn Jr.

-Ella dice que lo quiere -repitió Clyde.

-Ouh, eso es tan dulce -dijo conmovido el señor Lynn.

-Dile... Que quisiera... Quisiera haber sido una mejor hija -prosiguió la castaña con sus sollozos.

-Que ella hubiera querido ser una mejor hija -repitió Clyde.

-Pero me preocupé por otras cosas, tratando siempre de triunfar en mi carrera deportiva, que no le di importancia a mi familia.

-Que se preocupó por otras cosas y no le dio importancia a su familia.

-Ouh, eso es muy dulce -sollozo esta vez el señor Lynn quien quedó tan conmovido con estas palabras, que en absoluto le importó que ambos niños no estuviesen en la escuela a esas horas que debían estarlo-. Ouh, te amo también, hijita...

De este modo, padre e hija empezaron a derramar lagrimas de felicidad. Siendo un chico tan sensible, Clyde se dejó contagiar por el momento y se sumó al llanto.

***

Más tarde repitieron el mismo proceso con Lincoln, el rato que toparon con él en la acera cuando iba regresando de la escuela a su casa.

-Hey, Linc -lo saludó Clyde.

-Clyde, ¿por qué no fuiste hoy a la escuela? -le preguntó su amigo-. ¿Y por qué tampoco fuiste ayer?

También le pareció extraño verlo llegar en compañía de su hermana la deportista; pero seguía tan enojado con ella que decidió seguir ignorándola fuesen cual fuesen sus motivos.

-Eso no importa ahora -respondió Clyde-. Quiero que sepas que Lynn se arrepiente de todas las veces que se burló de ti por ser un tonto y un debilucho.

Al oír esto, el peliblanco se sintió más que decepcionado de lo bajo que había caído su hermana. Sinceramente no podía creer que se aprovechara de la buena voluntad de su mejor amigo para arreglar las cosas con tanta facilidad.

-Quiere tu perdón ahora y que sólo recuerdes los buenos momentos juntos.

-Los buenos momentos -sollozó la castaña.

No conforme con usar a otras personas de mejor voluntad a la suya, la muy descarada le estaba montando un melodrama. Pero Lincoln no cedería a unos ojos de cachorro triste, ni tampoco a esas lagrimas de cocodrilo que no engañaban a nadie.

-No hubo buenos momentos -repuso frunciendo el entrecejo-. ¿Y si está arrepentida por qué no me lo dice ella misma?

-¡No puedo! -gimoteó Lynn-. ¡¿Es que no entiendes?!

-No puede -repitió Clyde-. ¿Es que no entiendes?

-Bien -prosiguió la chica enjugándose las lagrimas-, vamos a pedirle perdón a Dexter por usarlo para no sentirme excluida por mis amigas y sus novios.

-Está bien -accedió Clyde.

Y siguieron su camino dejando tras de si a un muy desconcertado Lincoln.

***

Quien al retornar a casa les contó del extraño suceso a sus demás hermanas, a las que halló reunidas en la sala frente al televisor.

-Oigan, chicas, no van a creer esto. Ahora que venía de regreso, me encontré a Lynn e hizo que Clyde pidiera perdón por ella.

-A Lana y a mi nos hizo lo mismo esta mañana que íbamos camino a la escuela -contó Lola.

-Y a nosotras a la entrada de la preparatoria -dijo Luna señalándose a si misma, a Leni y a Luan quienes asintieron con la cabeza.

-Zeguramente pienza que zi le pide perdón a todoz volveremoz a hablarle -dedujo Lisa.

-Pues yo no caeré en su trampa -aclaró Lincoln, quien de todos era el que estaba más enfadado con ella.

***

A su vez, que ella y Clyde iban de regreso a la residencia McBride, Lynn terminó de tachar el ultimo nombre de la lista en la que tenía anotados a todos con quienes debía disculparse.

-Bien, ya le pedí perdón al apestoso, a Dexter y a Rusty... Son todos, creo...

Después bajó los brazos y se regresó a ver al chico que gentilmente había accedido ayudarla, a pesar de todo.

-Sólo faltas tú, Clyde... Lo siento si hice algo que te hirió.

-Oh, no importa, Lynn -dijo este brindándole una cálida sonrisa.

-Bien, terminé -suspiró la castaña-. Mi alma está en paz ahora. Creo que ya puedo irme.

-¿Ya no te veré más? -preguntó Clyde con un dejo de melancolía.

-No estés triste -lo consoló Lynn-. Lo que nos espera en el cielo es paz eterna, descanso divino y diez mil dólares en efectivo.

-Eso suena increíble, Lynn.

Entonces empezó a alejarse en retroceso de forma dramática, esperando en algún punto desvanecerse en el aire y trascender al más allá.

-Adiós, Clyde... Voy a un lugar mejor... Quizás te vea pronto algún día... Adiós...

Obviamente, nada de eso sucedió.

-Sigues aquí -le avisó Clyde a Lynn cuando esta por fin se detuvo al borde de la acera.

-¿Pero qué rayos? -reclamó enfadada-. ¿Qué es lo que esta pasando?

-Parece que no fue suficiente perdón -sugirió Clyde.

-¡¿Y qué más tendré que hacer?!

-Pues, ¿sabes?, el pastor dice que para que el alma esté en paz uno tiene que reparar todo lo malo que haya hecho.

-¿Reparar?

-¿Haz hecho algo muy malo?

Lynn se rascó la barbilla pensativa.

-Mmm... No realmente.

***

Al caer la tarde, Clyde estaba sentado frente a su escritorio tomando nota de todo lo que iba mencionando Lynn conforme esta se paseaba por su habitación.

-Déjame ver... Ah, si, arruiné las petunias del señor Quejón y nunca se lo dije.

-Arruinó petunias -repitió Clyde mientras anotaba aquello en la lista.

-Vomité en la mochila del apestoso, unas siete veces -mencionó Lynn a continuación-, y me cagué en ella otras cinco.

Ante lo cual Clyde se echó para atrás, sorprendido y asqueado ante semejante revelación. Igual anotó eso también.

-¿Qué más?... -preguntó a la castaña.

-Pues... Hice que un chico se hiciera enemigo del apestoso al amenazarlo; pero lo hice porque creí que lo estaba molestando cuando en realidad era Ronnie Anne la que hacía eso. ¿Aquello también cuenta?

-Eh... Creo que si -dijo Clyde, y procedió a anotarlo en la lista.

-Bien... -dijo Lynn con resignación-. Entonces también anota las veces que le bajé los pantalones y los burritos de desayuno que le he quitado.Y también la vez que lo obligué a ir a una cita con mi amiga Polly aun sabiendo que tenía otras tres citas a las que tampoco quería ir, por si acaso.

Clyde rodó los ojos y negó con la cabeza antes de seguir tomando nota.

-Si, por si acaso.

-Mmm... El ultimo campeonato de baloncesto, que fui elegida a formar parte de Las tiras de pavo, acaparé el balón -siguió mencionando Lynn-. Hice ingresar jugadoras profesionales y no dejé que las otras chicas se divirtieran... Veamos... Casi hago que mis hermanas mayores pierdan sus empleos de niñeras... Ah, y también me hice un tatuaje sin permiso de mis padres.

-¿Un tatuaje, dices?

-Si -Lynn le mostró las letras que tenía grabadas en su antebrazo-. Mi FLIBBR.

-¿Esa cosa es real?

-Si, es real, y lo pagué con dinero que saqué de la alcancía del apestoso.

-No me digas... -a esas alturas Clyde ya no estaba tan sorprendido-. Esas cuentan como dos cosas más que enmendar.

-¿En serio?

-Si.

-Nha, rayos... Bien, anótalo.

-¿Alguna otra cosa?

-Eh... Si, está la vez que sentí envidia de Margo cuando metió ese gol, mi mal comportamiento en la búsqueda del tesoro de Royal Woods por el que me vetaron, las noches de juegos que les he echado a perder a mis hermanos al ser una mala ganadora... ¿También cuentan los días nevados que pierdo el control? Se supone que sólo me estaba divirtiendo.

-Por lo que sé, tú les hacías la vida imposible a tus hermanos con eso. Así que si.

-Bueno, anota eso también... Y ya de una vez que solía abusar de mi cargo como vigilante de pasillos y, para qué negarlo, le hice la vida imposible al apestoso su primera semana en la escuela media cuando debí ayudarlo como una buena hermana.

-Si, ya sé.

-También que casi les arruino nuestra visita a Lechelandia a mis amigas que tenían muchas ganas de subir a la nueva montaña rusa, sólo por mi miedo a vomitar, y porque tampoco tuve valor para admitirlo frente a ellas.

-Aja.

-Están las veces que hablé mal del acto de magia del apestoso y esa que lo golpeé por limpiar mis medias de la suerte, y, claro, todas esas veces que junto con todas mis hermanas me puse en su contra.

Clyde bostezó.

-Muy cierto.

-También están los desastres que provoqué en cada partido de Hockey al que he ido con mi familia por culpa de mis supersticiones... Y hablando de supersticiones, una vez puse a toda la familia en contra del apestoso por creer que daba mala suerte y los convencí de que lo hicieran dormir en el patio y usar un traje de ardilla como por una semana... Creo que es todo... Creo.

Clyde dejó a un lado su lápiz y suspiró, bastante cansado de todo lo que había tenido que anotar en la lista, la cual acabó siendo tan larga que se gastó media resma de hojas de papel.

-Cielos, Lynn -dijo acomodando la gruesa pila de hojas y echando un vistazo a su contenido-. Tienes mucho que arreglar.

-¿Tú crees?

-Si. Osea, lo que hiciste no es tanto para decir que fuiste una mala persona, pero si alguien bastante odioso, por no decir insoportable. Y algo de lo que me di cuenta es que nueve de cada diez de estas cosas se las hiciste a Lincoln y eso si es bastante malo. Es como si tuvieses algo en contra suya.

-Pero si yo no tengo nada en su contra. Yo lo quiero.

-Pues no parece. Digo, sé que los hermanos se pelean constantemente, pero lo que está escrito aquí demuestra que en vida te comportaste como una bravucona, sobre todo con Lincoln. Francamente me sorprende lo mucho que te ha aguantado hasta ahora. Yo en su lugar me habría cansado de ti hace mucho y habría empezado a ignorarte como si no existieses.

-¿Tanto así?

-Si.

-¿Y que puedo hacer?

-Para empezar, deja de llamarlo apestoso, ¿no?

-Si, tienes razón. ¿Qué más?

Clyde revisó la extensa lista con mayor detenimiento y se encogió de hombros en respuesta.

-La verdad, francamente no sé cómo le vas a hacer para redimirte de todo esto.

Preocupada, la muchacha se rascó la cabeza y siguió paseándose por la habitación. Pensó y pensó, empleando toda su capacidad mental en ello, hasta que la cabeza le dolió.

De pronto tuvo una idea.

-Ya sé como.

***

De nuevo Clyde mostró su buena voluntad para ayudarla al brindarle parte de su fondo para la universidad, con que financiar lo que tenía en mente.

Para ello se surtieron con una vasta variedad de cestas tejidas a mano, rollos de papel brillante, cintas para decorar de todos los colores, cajas de tortugas de chocolate, quesos finos, embutidos, frutos secos, frutas frescas, jaleas, conservas de primera y demás viandas... Y se pusieron manos a la obra.

Una vez tuvieron todo listo, con una alegre canción en el corazón y la ayuda del chico que sacaba la cara por ella, Lynn salió a recorrer el pueblo para ir repartiendo cestas de regalos a todos los que figuraban en su lista.

(Clap clap, clap...)
(Clap clap, clap...)
(Clap clap, clap...)
(Clap clap, clap...)
(Clap clap, clap...)
Voy a hacer, hacer el bien.
Me tomará un tiempito para rectificar.
Voy a hacer, hacer el bien.
Pagar por mis pecados me hace sentir bien.
Me siento especial, al rectificar todo el mal que aquí dejé.
Hoy sé lo que el señor en el cielo quería que hiciera por él...
(¡Por él, si!)
Voy a hacer, hacer el bien.
Porque Jesús quiere que vuelva a empezar.
Voy a hacer, hacer el bien.
Pagar por mis pecados me hace sentir bien.
Voy a hacer, hacer el bien.
Voy a hacer, hacer el bien.
Voy a corregirlo, baby, y esta noche tendré tu amor...
(Hacer el bien...)
(Hacer, hacer el bien...)

Dejó una cesta en la puerta del señor Quejón y dio otra a la alcaldesa Davis en su oficina del ayuntamiento; otra a Fern, la acomodadora del estadio de hockey sobre hielo; otra a Flip, que se la recibió felizmente, siendo grato, aunque no dijo nada; otra a cada una de las familias que contrataban a sus hermanas como niñeras; otra a Úrsula, la vaca más brava de Lechelandia; y así, sucesivamente. Todos recibían las cestas y no sabían que opinar al respecto.

Por ultimo elaboraron una bien grande y extracargada de viandas para Lincoln; pero este se negó a recibírsela a Clyde ni bien le dijo que era de parte de Lynn, pues tomó esto como otra jugada muy patética de su hermana.

Lo que llevó a su amigo a seguirlo a todas partes e insistirle que la recibiera: desde los pasillos de la escuela, pasando por el arcade, la tienda de cómics, los eventos a los que iba a ayudar a sus hermanas, hasta la estación de autobuses una vez que iba a visitar a Ronnie Anne en la ciudad.

Fue ahí que el joven McBride se cansó y decidió ponerlo en su lugar.

-¡Lincoln, ya deja de ser tan obstinado! ¡¿Qué no sabes que tu hermana está sufriendo por ti?! ¡Sólo acepta la bendita canasta y hagan las paces ya para poder terminar con esto de una vez!

Asomándose por detrás de Clyde vio a su hermana asentir entre lagrimas. Mas no por ello iba a ceder tan fácil. Menos dejarse comprar con una cesta de regalos. No después de todas las malas pasadas que había tenido que sufrir por culpa de ella.

Sin embargo aceptó la cesta sólo por corresponder a la buena voluntad de Clyde hacia ella.

-Está bien. Pero lo voy a pensar.

Tomó la cesta y subió con ella al autobús. Cuanto menos le sacaría provecho y compartiría los dulces con su amiga.

Así mismo, Lynn y Clyde consideraron que la parte que le correspondía a ella ya estaba hecha tratándose de redimirse con Lincoln. Si este seguía sin aceptar su perdón ya dependía sólo de él.

***

De vuelta en la habitación de Clyde, él y Lynn terminaron de tachar todos los pendientes de la lista.

-Ya eso es todo, Clyde -dijo la castaña-. Ya lo hice todo bien.

-¿Quieres decir que te vas ahora? -preguntó el chico de color.

-Si, Clyde, ya mi alma está en paz. Llegó la hora de partir.

Una vez más, Lynn empezó a alejarse en retroceso de forma dramática, esperando esta vez si desvanecerse en el aire y trascender fuera de este plano.

-Adiós, Clyde... Gracias por tu ayuda... Cuídate y pórtate bien... Adiós...

Obviamente siguió donde estaba para su disgusto.

-¡¿Pero qué rayos?! ¡Si ya lo arreglé todo!

-Oh, vaya. Quizá tu alma siga aquí atascada por alguna razón -sugirió Clyde.

-¡Yo quiero mi paz eterna! -rugió Lynn mirando para arriba-. ¿Te crees gracioso, Dios?!

Presa de un creciente sentimiento de rabia e impotencia, la castaña agarró un bate con el que empezó a destrozar todo lo que halló en la habitación de Clyde para desahogarse.

¡CRASH! ¡KAPOOW! ¡CRASH!

-¡¿Piensas que es gracioso, hijo de puta?!

-¡Lynn, calmate! -suplicó Clyde.

-¡Estúpido Dios, idiota!

Después de destrozar todo lo que había a su alrededor, Lynn rompió la ventana de un batazo, saltó al exterior y echó a correr calle abajo gritando y halándose los cabellos llena de rabia. Razón por la cual todos los que la vieron pasar prefirieron ignorarla, no más por precaución.

Todo esto segundos antes de que los señores McBride irrumpieran en la habitación de su hijo y encontraran el desastre que se dejó atrás.

-Clyde, ¿pero qué has hecho? -inquirió Harold.

-¡No fui yo! -se excusó en el acto-. ¡Fue la fantasma!

Por lo que sus padres se miraron preocupados entre si.

-Llamaré a la Doctora Lopez -avisó Howard a Harold.

-Buena idea -lo apoyó su esposo.

***

Al anochecer, el pobre chico se hallaba sedado y atado con correas a la cama de un psiquiátrico, y a su lado estaban sus padres y su terapeuta que lo ayudaba a tratar sus problemas de ansiedad.

-¿Qué piensa, doctora Lopez? -preguntó Howard a la especialista.

-Su hijo sufre de una demencia severa -respondió tras revisar el expediente-. Insiste que el fantasma de una amiga muerta le habla.

-Oh no -gimoteó el hombre a nada de echarse a llorar.

-¿Qué estoy haciendo aquí? -balbuceó Clyde-. Déjenme ir.

-Te dejaremos ir cuando admitas que no hay ningún fantasma -le hizo saber la doctora Lopez.

-Bien, lo admito... ¡Ayudame, amiga fantasma! ¡Ven a darles su merecido!...

-Es urgente comenzar con el tratamiento de electro convulsiones. Conecten, muchachos.

-¡¿Electro qué?! ¡Oigan, no!

***

-¿Cómo te sientes, cielo? -le preguntó Harold a su hijo, que al cabo yacía atado a otra camilla con electro conductores conectados a sus sienes y sus orejas echaban humo.

-Mucho mejor... -jadeó, aliviado al sentir que sus músculos dejaban de estremecerse.

-¿Ves aquí a alguien que no sea real? -le preguntó la doctora Lopez a continuación.

-No... Sólo a usted, mis papás y al sapo musculoso... Ja ja ja... Bromeo.

-Ja ja... Buena esa, Clyde -rió de vuelta la doctora-. Veo que tu sentido del humor no resultó afectado... Lo cual es muy malo... Aumenten la intensidad.

***

Otra larga y dolorosa sesión de descargas eléctricas más tarde, la doctora Lopez dio su diagnostico final a los McBride.

-Bueno, después de catorce horas de exámenes, puedo decir que Clyde sufre del síndrome de memoria reprimida aguda -de ahí se dirigió al chico al que habían vuelto a atar con correas a su cama-. Verás, Clyde, cuando el cerebro quiere borrar algo inventa sonidos e imágenes en tu cabeza.

-¿Dice que el fantasma estuvo en mi mente todo el tiempo?

-¿Ahora nos crees, hijo? -preguntó Harold, todavía preocupado.

-¡Si, papás! -afirmó sin dudar-. ¡Les creo!

-Bien, estamos progresando -dijo satisfecha la doctora Lopez-. Mañana seguiremos con el tratamiento. Dejemos que descanse ahora.

-Buenas noches, amor -lo despidió Howard con un beso.

En cuanto se quedó sólo con las luces apagadas, Clyde se dispuso a dormir para reponerse del agitado día que había tenido.

-Hey, Clyde.

Fue entonces que vio a Lynn asomarse al pie de su cama.

-¡¿Eh...?!

-No te preocupes -dijo esta en lo que desataba sus correas-, yo te sacaré de aquí.

-¡Por favor, déjame solo! -gritó Clyde, aterrado y cansado de que pasara lo mismo una y otra vez-. ¡No eres real! ¡Sal de mi cabeza!

-Ya sé con quien puedes hablar por mi -le avisó Lynn-. Ellos nos dirán que hacer.

-¡Eres una imagen que mi mente creó por un evento trágico!

-Vamos, antes de que se nos haga tarde.

Indiferente a sus protestas, la chica castaña lo agarró de la muñeca y lo guió fuera del hospital.

-Odio mi estúpida mente maniaca -se lamentó.

***

Horas después, Lynn y Clyde se adentraron en lo más profundo del cementerio de Royal Woods, lugar donde los chicos del club fúnebre celebraban un picnic a la luz de la luna mientras veían Vampiros de la melancolía en una tele vieja a blanco y negro.

Al verlos aproximarse por el camino empedrado, Lucy se puso en pie, se calzó su capa negra y llamó a Colmillitos a que se posara en su hombro.

-¿Te vas? -preguntó Haiku a su mejor amiga.

-Si, recordé que tengo algo de tarea pendiente -fue lo que respondió.

Por no decir que ella tampoco estaba de humor para lidiar con su hermana y sus patéticos intentos por ganarse su perdón. Aunque si le resultó extraño verla llegar en compañía de Clyde en sandalias y bata de hospital.

Para cuando llegaron hasta donde se hallaban reunidos el grupo de niños góticos, Lucy ya se había ido.

-Hey, chicos -saludó Clyde a los góticos con voz cansada-. Necesito su ayuda. ¿Podrían consultarme?

-Eh... Claro -accedió Haiku a su petición-. Siéntate y dinos que sucede.

Con lo que Clyde y Lynn se sentaron en el tapete de piernas cruzadas.

-Pues hay un fantasma, ¿saben? -empezó a explicarse el chico de color-. Pero probablemente no sea un fantasma, sino una ilusión mía por un trauma. Se supone que le ayude a averiguar porque su espíritu divaga en la tierra pero yo creo que estoy loco de remate.

Los chicos del club fúnebre se miraron entre si y entre todos analizaron la situación.

-Pues -empezó Haiku a explicar-, muchas veces la razón por la cual un alma sigue anclada a la tierra es porque está destinada a algún propósito divino.

-Para quizá prevenir algún evento muy trágico -le siguió Dante.

-Claro -concordó Lynn-. Eso es, Clyde. Estábamos equivocados.

-Pero no debes pensar que estás loco -dijo Persephone queriendo consolar a Clyde-. Nosotros siempre vemos fantasmas.

-¿De veras? -preguntó el chico de lentes.

-Si -aseguró Boris.

-¿Cuando fue la ultima vez que viste uno? -le preguntó Morpheus.

-Bueno -Clyde señaló con el pulgar a Lynn-. Está sentada aquí a mi lado.

Nuevamente, los niños góticos se miraron entre si sin decir nada, segundos antes de gritar aterrados y salir corriendo despavoridos en diferentes direcciones.

-¡Hay, mamá!

-¡Un fantasma!

-¡Socorro!

-Te vieron, Lynn -exclamó Clyde-. Si eres un fantasma.

-Te lo dije, Clyde -asintió Lynn.

-Interrumpimos este programa para un boletín especial. Un evento trágico ha ocurrido en Royal Woods.

Al oír eso, los dos guardaron silencio y se regresaron a mirar la pantalla del televisor viejo en el que los góticos habían estado mirando su programa de vampiros hasta hacía unos momentos.

-Soy Katherine Mulligan, reportando afuera de La hamburguesa del eructo, donde las autoridades por fin han conseguido localizar y acorralar a los Miller, la familia de espías interestatales que hasta hace un par de meses intentaron acabar con todo el abasto de cerezas de Royal Woods. Sin embargo las cosas se pusieron color de hormiga, ya que estaban a punto de arrestar a los espías cuando de pronto se metieron en la hamburguesería y tomaron a doce rehenes. Ellos exigen un helicóptero y doscientos mil dólares en efectivo.

-¡Oh, dios mío! -exclamó Lynn-. Esto es, Clyde. Es lo que debo detener. Vamos, Clyde. El chico psíquico y su amiga la fantasma van al rescate.

***

En el lugar de los hechos, una gran multitud de testigos preocupados se aglomeraba en torno a la trinchera que los policías habían levantado para mantener a los civiles a raya.

-Señor, no puede cruzar la cinta.

-¡Al diablo! ¡Mi mujer y mi hija están ahí!

-Mantengan la calma -habló otro de los policías a través de un megáfono-. No queremos que nadie salga herido.

A lo que Ryan Miller se asomó por la puerta del establecimiento con un revolver en mano.

-¡Queremos el helicóptero y los doscientos mil dólares o empezaremos a matar personas!

En medio de toda esta conmoción, Lynn y Clyde se escabulleron sigilosamente por la parte de atrás del restaurante.

-Bien, Clyde -le indicó la castaña-. Entraré sola primero. Dame treinta segundos y entras y rescatas a los rehenes.

-¡¿Entrar?! Pero me podrían ver.

-Tranquilo, tengo un plan.

Lynn se encaramó al contenedor de basura para así poder entrar por la ventana de uno de los baños del restaurante; pero antes Clyde la detuvo sujetándola del tobillo.

-¡Lynn, espera!

-¿Qué pasa?

-Ten cuidado, amiga... Fantasma.

-No pueden hacerme daño, ya estoy muerta.

De lejos, otro de los policías que patrullaba la zona la avistó, justo en el momento que entró por aquella ventana.

-¡¿Pero qué rayos hace esa niña?!

Dentro de la hamburguesería, los Miller se alertaron al oír el ruido que provocó Lynn al entrar.

¡Crash!

-¿Oyeron algo?

-¡Por allá!

Sin temor alguno, Lynn abrió la puerta del baño de una patada e irrumpió en el comedor principal del restaurante, a lo que Ryan le apuntó con su revolver y sus padres con un rifle cada uno.

No obstante, la castaña no se inmutó ante ello y siguió adelante con su plan, que consistió en soltar aullidos fantasmales para confundir y asustar a los espías. Después se puso a sacudir una de las mesas.

-¡Ooohh..! ¡Ooohh..!

A la hora de la verdad, su plan si funcionó con todo el riesgo que implicaba, puesto que los Miller si que se quedaron sin saber como reaccionar al verla comportarse de forma tan extraña.

-¿Qué rayos está pasando? -preguntó Jeff Miller a su esposa.

-No tengo idea -contestó Carly Miller.

-Si, funciona -clamó Lynn en tono triunfal.

Así mismo, con la idea en mente de que no la podían ver, aunque en realidad si, sacó las servilletas de los dispensadores y empezó a aventarlas al aire conforme soltaba más gemidos fantasmales. Acción que confundió más a los Miller que acabaron bajando sus armas.

-¡Ooohh..! ¡Ooohh..!

-Oigan, esto está muy raro -comentó Ryan.

A su vez, Clyde entró por la misma ventana por la que había entrado Lynn. Cuando salió por la puerta del baño del restaurante, el chico aprovechó la distracción de los tres espías para escabullirse a la cocina e ir a abrir la despensa grande que era donde tenían encerrados a los rehenes.

***

-¡Un increíble acontecimiento! Me acaban de informar que dos valientes niños han entrado a la hamburguesería...

Lucy acababa de llegar a la casa Loud, en el momento exacto que sus otros hermanos veían el reportaje de Katherine Mulligan en la tele grande de la sala.

-... ¡¿Lynn?! -exclamó Lincoln, sin dar crédito a lo captado por las cámaras.

***

¡Riiiiinnnngggg!

De vuelta en el lugar de los hechos, la familia de espías seguían sin saber como reaccionar ante la errática conducta de Lynn que había corrido a activar la alarma de incendio.

-Oigan, esto es muy confuso -insistió Carly Miller.

Mientras tanto, a sus espaldas, Clyde guió a los rehenes fuera del restaurante.

-De prisa, vamos, vamos...

-¡Ya salen los rehenes! -se oyó avisar a uno de los policías en medio de los vitoreos y aplausos de los testigos.

-¡Muy bien, adelante! -se oyó que ordenaba el jefe del operativo-. ¡Vamos, vamos, vamos, vamos...!

Fue entonces que Ryan se volvió a hallar las puertas abiertas de la cocina y al ultimo rehén saliendo apresuradamente del restaurante.

-¡Los rehenes se fueron!

-¡¿Qué?!

-¡¿Cuando?!

En esto ingresó un escuadrón de policías armados quienes rápidamente sometieron a los espías.

-¡Vamos!

-¡Los tres, al suelo!

Entre todo este altercado, Lynn aprovechó la ocasión para escapar.

-¡Una increíble historia de valor! -reportó Katherine Mulligan segundos después-. Dos niños, armados sólo con el arma de la confusión, se encargaron de salvar a todos lo rehenes. Nadie sabe quienes son estos chicos o hacia donde partieron, pero son unos héroes.

***

A un par de cuadras de distancia, Lynn volvió a reunirse con Clyde.

-Bien, lo logramos, misión cumplida.

-Oh, vaya, es cierto.

-Ya puedo descansar. Por fin tendré paz eterna, un eterno descanso y mis diez mil dólares. Clyde, después de todo esto, nos hemos hecho amigos.

-Si, así lo siento yo.

-Necesitábamos uno del otro... Bueno, te voy a extrañar.

-Yo también, amiga... Fantasma.

-Hey, Clyde.

-¿Si?

En un ultimo arrebato, la muchacha de castaños cabellos se arrojó a rodearle el cuello con los brazos al chico de color... Para de ahí plantarle un apasionado beso en los labios como muestra de gratitud.

Después de soltarlo, por tercera vez, ante la enrojecida cara de Clyde que se había quedado en una pieza, Lynn se alejó en retroceso esperando por fin transcender al más allá.

-Adiós, Clyde... Debo irme... Voy a estar mirándote desde arriba... Que tengas una larga y linda vida... Adiós...

Obviamente siguió sin suceder nada, ya que Lynn no estaba muerta en realidad; y no fue hasta ese preciso instante que Lincoln y sus hermanas llegaron a hacérselo saber que se dio cuenta de ello.

-Hey, Lynn -la saludó su hermano de pelo blanco-. Lo que hiciste estuvo bien.

-Si, Lynn -secundó Lola-. Decidimos dejar de ignorarte.

-No pensamos que al ignorarte cambiarías -comentó Luna-, pero cambiaste. Bien hecho, hermana.

-Literalmente, estamos muy orgullosos de ti -la felicitó Lori a través de la tablet que era sostenida por Leni-. Bien hecho.

-Sólo queríamos que lo supieras -le hizo saber Luan.

-Hablamos mañana -se despidió Lana.

-Nos vemos en casa, Lynn -igual hizo Leni.

Con que todos sus hermanos se retiraron, dejándola nuevamente a solas con Clyde.

Al cabo de un minuto y medio, aproximadamente, la muchacha logró romper el shock en el que quedaron ambos tras enterarse que todo lo que pasaron había sido en vano.

-¡Eres un hijo de puta, Clyde! -bramó enfurecida, al tiempo que empezaba a escupir repetidas veces como si la hubiesen hecho probar algo asqueroso-. ¡Puaj!... ¡Me dijiste que era un fantasma!... ¡Puaj!...

-¡Pensé que si lo eras! -se excusó el otro.

-¡Que idiota eres, Clyde!... ¡AAHG! ¡Que asco!... ¡Que Dios me perdone...! ¡GUÁCALA...! ¡Pero me las vas a pagar! ¡¿Oíste?!... ¡BUAJ!... ¡Me las vas a pagar!...

Acabando por derribarlo de un puñetazo en el estomago, Lynn agarró la cabeza de Clyde, la puso en su trasero y le perfumó toda la cara con un sonoro y maloliente gas.

-¡Puaj! ¡Frijoles! -chilló asqueado el chico.

Luego lo soltó y se alejó camino de regreso a su casa, mientras seguía escupiendo con repudio a diestra y siniestra. Al llegar lo primero que haría sería cepillarse los dientes unas cincuenta veces, como mínimo.

Por si fuera poco, seguido a esto la doctora Lopez y los señores McBride llegaron a reunirse con el pobre y desafortunado muchacho en ese mismo lugar.

-Aquí estas -exclamó Howard-. Nos tenías tan preocupados.

-No te preocupes, cariño -dijo un muy afligido Harold-. Sé que es difícil, pero te ayudaremos a superar esto.

-Mas temo que tendremos que intensificar la terapia de electro convulsiones -le informó su terapeuta.

-Oh, rayos.

FIN

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