Es una jaula de oro pero no te seduce, es como la manzana envenenada, es como volver a casa... Pero no te hace sentir bien. Cuando entras los barrotes se funden y salen tentáculos que te aplastan el cerebro. Vuelven las voces, el miedo, la sensación oprimente del pecho, las ganas de arrancarte el corazón. Y  cierras los ojos y te imaginas todo aquello que te han quitado: el agua recorriendo tu piel, el color de la primavera, la paleta de colores cálidos que tiñen los atardeceres, el olor fresco de la naturaleza, el agua correr entre las rocas, el tacto de la hierva que se te adhiere como una segunda piel. Pero tú sigues encerrada en tu jaula de oro y cada vez te va envolviendo más y más hasta que no queda nada de ti.

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Me salvaste de perderme entre mis recuerdos, me salvaste de naufragar, de ahogarme. Me salvaste cuando ni siquiera sabía que estaba en peligro. Me salvaste de  aquel agujero infinito de pensamientos, de problemas y de dolor. Me salvaste de mí misma.