CAPITULO II Segunda parte: En la Guarida del vampiro

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Despertó sobresaltada, no sabía dónde estaba.

Poco a poco todo fue acudiendo a su mente. Estaba entre las sedosas sábanas de la guarida del vampiro. No fue un sueño. Se encontraba atrapada en su pesadilla. ¿Cuánto había dormido? Se asomó a la ventana y el sol brillaba muy alto en el cielo, de seguro la tarde estaría llegando a su final.

Al poco tiempo de haber despertado, la joven muchacha que fue a llevarle ropa limpia cuando estuvo en la celda, entró en la habitación para pedirle desde el umbral que la acompañara.

Amaya la miró evaluando la situación que la mucama le ofrecía: quizás era la oportunidad de escapar. La siguió mientras observaba el sitio por donde caminaban, buscando una posible salida. Caminaron primero por un pasillo alfombrado de puertas cerradas a ambos lados. Este pasillo daba al salón de las hermosas estatuas de ninfas blancas, allí estaba la puerta y las escaleras por donde llegó la noche anterior y tal vez la salida. Después de atravesarlo, se encontró con otro salón de piso de mármol claro con un enorme ventanal, cuyas cortinas granates permanecían corridas.

En el medio del salón una mesa de caoba oscura de doce puestos estaba dispuesta para un festín. Sobre la mesa, pescado asado, ensaladas, humeante estofado de carne, pavo, postres con fuerte olor a fresas y chocolate y varias botellas de vino y espumantes tentaron su apetito.

La cazadora enarcó las cejas, sorprendida. No entendía a qué se debía todo aquello. Pensó que el príncipe la torturaría, que lentamente moriría de hambre y sería el alimento de sus captores. No pensó que aquel ser tuviera la decencia de permitirle comer.

El delicioso aroma de los diferentes platillos llegaba a sus fosas nasales despertándole un hambre que no creyó tener. Indecisa, se sentó delante de todo aquello, pensando en si comer era una buena decisión, pues podrían estar envenenados los alimentos. Pero tenía sed, mucha sed y estaba además hambrienta. Así que se arriesgó.

«Mejor morir envenenada que ser devorada por estos seres» pensó.

Se sirvió carne asada y un poco de ensalada encontrando deliciosa la comida. La joven doncella aguardaba en un rincón por si Amaya necesitaba algo, mientras comía pensó en ella y en las marcas en sus muñecas. ¿Cuántos sirvientes esclavos más habría en ese lujoso edificio? Deseó poder liberarlos a todos y matar a los vampiros que los mantenían prisioneros, pero para ello tenía que averiguar primero donde dormía el líder de los vampiros e idear un plan de escape.

Una suave y delicada música de piano inundó el recinto sacándola de sus pensamientos. La doncella cerró los ojos e inclinó la cabeza fascinada por la melodía. Ella misma se sintió cautivada por aquella magistral ejecución donde la música parecía llenarlo todo y tranquilizar su espíritu atormentado.

Se levantó, hechizada, hacia el origen del sonido divino y encontró en la habitación contigua un enorme piano negro reluciente. Ante él una mujer fascinante deslizaba sus delicados dedos por las teclas blancas y negras. La mujer llevaba una bata de seda rosa pálido que entallaba bellamente su curvilínea figura. Su cabello, negro como la tinta, caía cual cascada por la espalda y llegaba casi al banco donde se sentaba.

Fascinada por la visión, Amaya se acercó a ella como una inocente mariposa que revolotea alrededor del fuego.

La hermosa pianista dejó de tocar para dedicarle una lánguida mirada de sus ojos violeta que, de inmediato, sumergieron a la cazadora aún más en el hechizo del que ya era prisionera.

Amaya, paso a paso, caminó hacia ella. Dócil, se sentó a su lado en el banco de madera frente al piano. Las manos pálidas de la mujer pelinegra se extendieron hasta tocar los cabellos cobrizos de la cazadora, luego deslizó los dedos fríos para apenas rozar la piel tibia del esbelto cuello. Ante el contacto, Amaya dejó escapar un breve suspiro, tembló cuando esos dedos viajaron hasta el rostro, treparon por los labios y recorrieron su contorno.

—Verdaderamente eres hermosa. Mi hermano tenía razón, sería una pena asesinarte, pero, por otro lado, ya quiero degustar tu deliciosa sangre.

Amaya, en trance, no la escuchaba, solo inclinó un poco más la cabeza dejando al descubierto la tersa piel del cuello.

La pianista se acercó peligrosamente. Detalló los hermosos ojos azules cubiertos de espesas pestañas, la pequeña nariz que se levantaba orgullosa, los labios regordetes de un tenue color carmesí que se entreabrían dejando escapar leves suspiros y contrastaban con la blanca piel de porcelana. La cazadora, lejos de parecer amenazante, parecía estar hecha para desatar pasiones.

La mujer pelinegra recorrió con su nariz el cuello de la otra y degustó el apetitoso perfume que la envolvía. Luego acercó sus labios a los de ella y la besó con hambre. Amaya soltó un leve gemido así como el rubor teñía sus mejillas. Luego los labios inmortales se deslizaron lentamente hasta la arteria palpitante de su cuello.

—Lía, ¿Qué haces? —El príncipe, que observaba la escena desde el umbral, preguntó con su voz grave rompiendo el hechizo.

Lía, se separó de la joven e hizo un mohín de disgusto al ver a su hermano.

—Por favor, discúlpame Ryu, pero no pude resistirme. Se ve deliciosa. Supongo que cuando llegue el momento la compartirás, ¿verdad? —Su voz cándida mientras se levantaba. Caminó hacia él y, coqueta, enredó los deditos pálidos en el cabello del príncipe.

Amaya sacudió un poco la cabeza saliendo del trance hipnótico en el que la tenía la vampiresa.

—¿Por qué estoy aquí?, no lo entiendo.

—Verás, mi hermano ha decidido ser indulgente contigo permitiéndote continuar con vida, lo cual no comparto, pero él es el príncipe, así que su decisión es ley —dijo Lía, sus rojos labios curvados en una encantadora sonrisa antes de marcharse.

El príncipe suspiró y caminó hacia Amaya. Tomó un mechón de su cabello rubio cobrizo y lo llevó tras de su oreja, en voz baja le dijo:

—Querida Amaya, cazadora élite de La Orden, no suelo tomar prisioneros, sin embargo, asesinaste a Octavio, mi hermano y debo vengar su muerte, pero, por otro lado, tu organización nunca se había atrevido a enfrentarse tan frontalmente contra los clanes de los príncipes y me gustaría averiguar porque lo hicieron ahora. Así que estoy en el dilema de qué hacer contigo. Mientras me decido te mantendré aquí. Tú no intentarás escapar y me harás compañía.

—¿Hacerte compañía? Tendrás que hipnotizarme como acaba de hacerlo tu hermana. Yo no soy una dama de compañía, soy una cazadora —dijo altiva, encontrando por fin la fuerza para mirarlo, desafiante.

—Lo sé, y al parecer bastante orgullosa. —Ryu sonrió maliciosamente—. No pienso hipnotizarte, no encuentro diversión a que hagas todo lo que te ordene. Verás, el juego consiste en hacer que tú lo desees, mi querida Amaya.

La mano blanca de finos dedos fue a apartar de nuevo un mechón detrás de la oreja, pero Amaya, antes de que llegara a su destino, la apartó de un manotazo.

—¿Desear que?, ¿estar contigo? ¡Jamás!

Ryu sonrió al notar que, a pesar de sus palabras, el rubor cubrió sus mejillas.

—Cuidado con lo que dices, pudieras arrepentirte. —La sonrisa cínica de Ryu la golpeó de frente—. Y dime ¿encontraste buena la comida?, porque a mí me parece que se ve muy apetitosa —dijo él relamiendo sus labios, mirándola con deseo. Amaya frunció el ceño ante su mirada—. Puedes pedir y hacer lo que quieras, mis sirvientes te atenderán, yo por obvias razones solo estaré presente en la noche, pero tú puedes ir a donde quieras en la casa, solo no trates de huir mi pequeña cazadora.

—¿Huir?, claro que intentaré huir. ¿Qué crees que haré aquí, pasar vacaciones?

—Ja,ja,ja. ¡Me fascina tu espíritu de lucha cazadora! Sin embargo, debo advertirte. Si intentas escapar le darás un excelente motivo a mi hermana para desobedecerme, y créeme, aun siendo tan encantadora es una cruel asesina.

Amaya lo miró con ojos fieros. A pesar de lo que él dijera, ella tenía que intentarlo.

—No me mires así, querida. Deberías estar agradecida que te permita vivir...por ahora.

—¡Y tú deberías arrepentirte de hacerlo, pues en lo que pueda te enviaré al infierno!

Él volvió a reír, sus ojos la miraban con un brillo divertido.

—Verdaderamente me gustaría ver como haces eso, pequeña. Tengo la impresión de que tú me llevarás a otra parte, pero mucho más satisfactoria, belleza.

Amaya odiaba los comentarios sobre su belleza, sentía que era una manera de denigrarla como guerrera. Su mirada se tornó iracunda y furiosa, acorraló al príncipe contra la pared poniendo su brazo en el cuello inmortal, ahogándolo.

—Escúchame bien asqueroso ser, no vuelvas a llamarme hermosa, ni bella. Yo soy una cazadora no tu juguete personal y juro que te voy a destruir, así que deja de hacer esos comentarios sobre mí.

Ryu estaba por demás encantado de ese espíritu rebelde. ¿Cómo podría ella saber que su actitud solo lograba provocarlo aún más? Con ojos llameantes y sonrisa burlona, deshizo el agarre agresivo de la cazadora. Sosteniéndola por las muñecas, le dio la vuelta con su fuerza sobrehumana y la pegó ahora contra la pared, luego se presionó a su cuerpo ampliando la sonrisa cínica antes de besarla salvajemente.

Amaya abrió sus ojos con espanto y sorpresa ante lo que el vampiro estaba haciendo, a los pocos segundos comenzó a forcejear para deshacer el beso.

Cuando por fin el vampiro la soltó, ella estaba alterada y Ryu reía con descaro.

—¡No vuelvas a besarme maldito vampiro! —La ira llenaba sus ojos azules cuando se restregó los labios con fuerza para quitarse la esencia del vampiro—. ¡Te odio, odio toda tu raza!

Una carcajada resonó en la habitación, Ryu parecía por demás divertido.

—¡Debes saber que toda tu rebeldía solo lo hace aún más entretenido, pequeña! Por cierto, no trates de luchar, aquí eso no funcionará —dijo él al ver que Amaya se preparaba para atacarlo—. Tus habilidades están debilitadas y mis poderes están potenciados.

De nuevo volvió a sentirse impotente, indefensa y vulnerable ante él.

—¡Eres un maldito!

—Eso dicen. A pesar de que todo esto ha sido bastante entretenido, debo irme —dijo el príncipe con una mano en su pecho y un puchero en sus labios—. Espero que puedas soportar mi ausencia, hermosa flor salvaje. —La habitual sonrisa cínica curvó su boca y dejó parcialmente expuestos los colmillos—. Nos veremos más tarde, querida.

Al despedirse deslizó sus dedos por el cabello rubio de la joven.

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