Capitulo XXXVIII: Revelación (I/II)

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Después de Investigar en las ciudades del oeste cercanas a donde encontró el rastro de Hatsú y sin hacer ningún progreso en la búsqueda de la chica, Karan regresó a La Orden. Se dirigía al área de informática porque el sistema de la organización que cruzaba datos con el departamento de policía y el de salud, tenía una pista.

Alguien introdujo las huellas de la hija de Branson al sistema policial y ese alguien se encontraba en una pequeña ciudad, un pueblo enclaustrado en la Sierra, cerca de la costa sur oeste.

—Buenos días —dijo Karan, con cordialidad, entrando al departamento.

El área de informática era un extenso salón lleno de cubículos, ubicado en el segundo piso del edificio. Cada cubículo poseía un computador, donde miembros de la organización analizaban datos provenientes del sistema de seguridad social del Estado, que a su vez estaba conectado al de salud, al policial y al tributario.

Básicamente, los programas informáticos en La Orden respondían a ciertas palabras claves como desaparición, pérdida de sangre, desangramiento, mordida, entre otros términos más, que encendían las alarmas y provocaban que un analista investigara la alerta. Si el hallazgo era consistente con un ataque vampírico, entonces se determinaba quien era la víctima. Los acuerdos entre humanos y vampiros, aún vigentes, permitían a los vampiros cazar indigentes, delincuentes y personas que se comportaban como un lastre para la sociedad. Si el asesinado era alguien socialmente productivo, entonces una comisión de cazadores era convocada para darle muerte al transgresor. Acuerdos injustos desde el punto de vista de los líderes de la Organización. Nadie tenía el derecho de determinar quién moría y quien no, esa era la principal razón por la que en La Orden trabajaban sin descanso para acabar con todos los vampiros.

Karan caminó entre el laberinto de cubículos hasta llegar al centro del salón, donde una mano femenina se había alzado.

—¡Hola! —dijo el muchacho, afable, al llegar al cubículo de una mujer castaña, de unos treinta años.

—Siéntese, por favor —dijo la mujer, sin apartar la mirada de la pantalla.

Karan obedeció viendo aparecer en el monitor el mapa satelital que marcaba un punto en lo que debía ser la Sierra. Anotó las coordenadas y preguntó:

—¿Quién introdujo la huella?

—Un policía, aquí está la dirección. —La mujer desplegó otra pantalla que mostraba la dirección del pueblo en la montaña. Después de un momento, la analista continuó—: Otra cosa que creo es pertinente decirte, ya que tú eres el líder de los cazadores, se encendió una alerta proveniente de esa misma ubicación: "desapariciones". Al parecer, han reportado tres casos de personas jóvenes en las últimas dos semanas.

Karan frunció el ceño y luego interrogó:

—¿Hay algún clan asentado en esa localidad?

—No hay nada registrado. La sierra entera nunca ha sido territorio que cobije vampiros. Sin embargo, el clan de Octavio es el más cercano. Domina el este, el sur y sur oeste, pero sin llegar a la montaña. Puede ser que se hayan movido luego de la muerte de su líder.

—Puede ser —contestó Karan, pensativo—. Gracias por la información. Ya que estaré por ahí investigaré lo de la alerta. ¿Alguien más sabe sobre la huella?

—Aún no he notificado al coronel —contestó la mujer con ojeras alrededor de los ojos oscuros.

—Muy bien, yo lo haré, así te ahorraré parte de tu trabajo.

La analista sonrió agradecida y le entregó la carpeta con los dos reportes.

Karan salió del departamento sin intención de comunicarle a su superior del hallazgo de la huella, ni de la alerta de vampiros. Todo el asunto de Hatsú le parecía extraño y le intrigaba bastante. Tenía la sensación de que si informaba lo que habían encontrado, lo apartarían y no obtendría respuestas. Aún estaba asignado a investigar el paradero de la hija del doctor, de modo que haría su deber, pero sin dar toda la información. Pensó por un momento si sería prudente tomar un compañero para la investigación. Se decantó por ir solo, no estaba seguro de qué hallaría. Si comprobaba que había vampiros transgresores en el área, entonces buscaría apoyo.

Hatsú mantenía la mirada baja mientras se cambiaba de ropa para salir con Arnold. Lili, sentada en la cama, la miraba asombrada.

—¿Por qué estás tan triste? ¿No quieres ir?

La chica le dirigió una sonrisa apesadumbrada. ¿Cómo decirle que su aflicción se debía a la certeza de que nunca dejaría de ser un monstruo? Qué arrogante fue al creer que podría llegar a cambiar su destino, que podía ser como los cazadores, una heroína. No tenía entrenamiento, no conocía el comportamiento de los vampiros. ¡Qué imprudencia fue el enfrentarse a ellos! Todavía podía escuchar los gritos de esas personas a las que les aceleró la muerte.

—Es que no me siento muy bien —le contestó con voz tenue.

—Llámalo y dile que no quieres ir.

—Ya es muy tarde, debe estar por llegar. No importa, luego me sentiré mejor, me tomé algo para el dolor de cabeza.

Lili se levantó abriendo sus ojos grandes con alegría al escuchar el timbre de la puerta.

—¡Ya llegó! Te diré un secreto —dijo la niña bajando la voz —: Arnold es lindo.

Hatsú se rio quedo, Lili tenía la capacidad de alejar la melancolía con su inocencia.

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Karan, con su uniforme negro y la espada en el arnés de la espalda, llegó entrada la noche a la dirección en el pequeño pueblo de la Sierra costera, donde se encontraba la dueña de la huella: Hatsú.

La oscuridad nocturna no le impedía apreciar que era un bonito sitio de casas acogedoras, una zona idílica, ideal para formar una familia y envejecer lentamente al lado de la persona amada. En otra vida tal vez hubiese vivido allí, al lado de Amaya, con dos niños: una niña que sería hermosa, como ella y un varón igual a él. Les habría enseñado a montar bicicleta, a jugar futbol y por las tardes se sentaría con Amaya en el sofá del salón, a hacer planes para el futuro.

Una pequeña ventisca le salpicó el rostro de agua nieve, el frío lo devolvió a su realidad, hiriéndolo, como si de mil alfileres se tratara. 

El cazador se encontraba, de pie, en el techo de una de esas apacibles viviendas y de allí podía ver el hogar, con su techo de dos aguas y paredes de blanco inmaculado en el cual, según el reporte de La Orden, se escondía Hatsú.

Las luces dentro de la casa estaban encendidas y varias personas se movían en el salón de la planta baja. Tendría que esperar que el interior estuviera en sombras para entrar y ver si allí estaba la hija del doctor Branson.

Karan sonrió al ver la suerte de su lado. De la puerta principal salía la chica castaña junto con un muchacho alto de unos dieciocho años. Ambos subieron a un auto rústico estacionado frente a la vivienda. El cazador se movió rápido y cuando el vehículo arrancaba, arrojó un localizador que se adhirió al parachoque trasero.

Los siguió en la motocicleta a través de la señal que marcaba el auto en su móvil. Si seguía las instrucciones debería avisarle al coronel que encontró a Hatsú, pero él quería saber qué se ocultaba en todo ese asunto, por qué la hija de Branson era tan importante para La Orden.

Después de unos quince minutos el auto rústico se estacionó frente a una pizzería en las afueras el pueblo. Karan dejó la motocicleta en un callejón al lado del restaurante y esperó afuera.

Comenzaba aburrirse, los adolescentes tenían un cita común y corriente, nada extraño. Empezó a cuestionarse si sus dudas sobre el asunto de Hatsú no estarían infundadas. Tal vez sí era como su padre le explicó y Branson solo estaba desesperado por recuperar a su hija, quien en un berrinche de adolescente malcriada, huyó de casa.

Luego de dos horas, los chicos salieron. El cazador, a una cuadra de la puerta del establecimiento, al verla salir tuvo nuevamente la sensación de familiaridad que siempre lo asaltaba en su presencia, pero aparte de eso no había nada extraño en ella. Era una chica de apariencia común: de baja estatura, delgada, que caminaba algo encorvada. Nada a simple vista que pudiera identificar como raro.

¿Qué misterio ocultaba Hatsú, si es que realmente existía uno? Tal vez ella sabía algo y por eso era tan importante. Siguiendo ese razonamiento, pensó que tendría que interrogarla y ver qué escondía la hija del doctor, pero en sus adentros el razonamiento que más cobraba fuerza era que allí no había nada extraño, Hatsú no era más que una adolescente retraída común y corriente con problemas en la relación con su padre.

Era casi la media noche y poca gente transitaba las calles. Subió a la motocicleta y los siguió a cierta distancia.

Karan notó por el retrovisor que un auto negro se aproximaba. A medida que se acercaba, más aceleraba. El cazador tuvo un mal presentimiento. El vehículo negro pasó a su lado, aumentó la velocidad y se atravesó frente al auto donde viajaba Hatsú. El rústico maniobró, las llantas chillaron al frenar, pero logró girar a tiempo para evitar el impacto.

Karan, que venía más atrás, condujo la motocicleta a los linderos del bosque y se ocultó en medio de los árboles, aún no quería que Hatsú supiera que la seguía.

El chico que viajaba con Hatsú bajó del auto y se acercó gritándole al ocupante del vehículo negro:

—¡Hey! ¡¿Qué te pasa?! ¡¿Estás loco o qué?!

Las puertas del auto negro se abrieron y tres hombres sumamente extraños salieron del vehículo. El que conducía lo apuntaba con una pistola.

Arnold se asustó. Lo primero que pensó es que se trataba de un robo.

—¡Hey amigo, llévate lo que quieras! —exclamó el muchacho con los brazos en alto— ¡Llévate el auto!

Los hombres del auto negro lo miraron con escalofriantes sonrisas en sus caras pálidas. Arnold sintió que la sangre se le convertía en hielo, empezaba a dudar que se tratara solo de un robo.

De pronto, un hombre aún más extraño saltó desde los linderos del bosque y se colocó cerca de él, de frente al grupo del auto negro.

El rubio hombre que surgió de la oscuridad vestía enteramente de negro y llevaba una larga espada en su mano. Arnold no entendía que estaba pasando.

—¡Vuelve al auto! —le gritó el hombre de la espada con voz potente.

—La queremos a ella —dijo el que sostenía la pistola señalando el interior del auto de Arnold.

El hombre de la espada volvió apremiar para que se ocultara segundos antes de que empezarán a disparar.

Arnold corrió y logró esconderse detrás de su auto. No quería mirar, estaba seguro de que esos locos habían acribillado al tipo de la espada y vendrían por él.

Karan saltó en el aire esquivando la mayor cantidad de balas, algunas pocas impactaron el traje negro sin poderlo atravesar. Los vampiros, al ver que las balas no tenían el efecto esperado, dejaron de dispararle. Frustrados, sacaron sus espadas y comenzaron a arremeter contra él.

Los tres al mismo tiempo dirigieron sus hojas aceradas contra Karan, que tuvo que moverse más rápido que nunca para bloquear las mortales acometidas. Cada vez que su acero chocaba con el de los vampiros, retrocedía varios pasos sin poder realizar un ataque de envergadura, se limitaba solo a defenderse.

Aunque el cazador élite era bastante bueno, tres vampiros contra él constituía una situación adversa. Si continuaba de esa forma no duraría mucho tiempo, esos vampiros estaban bien entrenados. Karan comenzaba a arrepentirse de haber ido solo en esa misión.

Uno de los vampiros, el que había disparado el arma, se le fue encima. Karan bloqueó su estocada y luego, con una poderosa patada, lo arrojó varios metros atrás. Los otros dos vampiros arremetieron al mismo tiempo, en un giro, Karan logró herir a uno de ellos en el pecho. Ya solo quedaba uno.

Ambos luchaban encarnizadamente, bloqueando y atacando sin definir el golpe que le daría la victoria a alguno

El jefe de la élite miró por el rabillo del ojo cómo el vampiro que neutralizó antes de una patada, se levantaba y avanzaba, veloz, hasta el chico que se escondía detrás del auto.

Karan se desesperó, tenía que ayudarlo, evitar que se convirtiera en una víctima más de los vampiros. Pero su contrincante no le daba oportunidad, parecía que adivinaba lo que el cazador se proponía, porque lo atacaba con más vehemencia y poder.

De soslayo, Karan vio impotente como el otro vampiro tomaba del cabello al chico y lo acercaba a su boca dispuesto a desangrarlo.

El joven giró en un nuevo intento de deshacerse de su contrincante y poder auxiliar al muchacho cuando vio a Hatsú salir del auto. Su postura había cambiado, caminaba erguida y a diferencia de lo que podía esperarse, no parecía tener miedo.

—¡Aléjate! —le gritó al mismo tiempo que bloqueaba el ataque del vampiro con quién luchaba.

Pero ella se volvió una mancha en movimiento, cuando logró verla de nuevo, la chica había separado al muchacho del vampiro y estaba prendada del cuello de este último. El cazador abrió los ojos, no daba crédito a lo que veía: ¡Hatsú estaba mordiendo al vampiro!

El vampiro que luchaba con él también se quedó sorprendido mirando la escena, sin embargo, rápidamente se recuperó, aprovechó la distracción del cazador y atacó de frente haciéndole una larga herida en el abdomen. La sangre empezó a derramarse y en su contendiente se dibujó el ansia desesperada por beber ese rojo líquido. Lo atacó con más fuerza llevándolo al límite de su resistencia, herido como estaba no era tan rápido, ni ágil.

El cazador trastabilló. El inmortal, aprovechando el error, de un solo golpe hizo volar la espada de plata y estrancio fuera de su mano. Karan apretó los dientes preparado para morir. Cuando el vampiro estiraba sus manos para agarrarlo, Hatsú se acercó por detrás, lo tomó del cuello y lo arrojó al suelo.

Karan, que se había resignado a morir, la miró con la boca abierta. La hija de Branson exhibía largos colmillos, uñas como garras y un resplandor rojizo en sus ojos que antes eran de un azul cristalino. Sorprendido, vio como ella antes de que el vampiro pudiera hacer nada, rasgó su pecho con sus largas uñas. La sangre empezó a manar del tórax del vampiro quien daba alaridos de terror.

La pequeña chica acercó su boca y empezó a beber y devorar el pecho de su víctima. El cazador no podía creer lo que veía. Estaba entre aterrado y sorprendido. La hija de Branson era como una fiera, como un león o una hiena saciándose. La náusea acudió a su boca ante la repugnante escena, él nunca vio nada semejante.

Después de unos segundos, ella pareció satisfecha. Se levantó y dejó el despojo del vampiro y sus vísceras esparcidas detrás de sí.

El cazador yacía arrodillado en el piso, sosteniéndose la herida en el abdomen. Cuando vio que la chica se acercaba, se deslizó hacia atrás en un intento por alejarse de ella. Karan se levantó con dificultad y tomó la espada con ambas manos, listo para enfrentarse a la hija del doctor.

Ella avanzó hacia el muchacho que la acompañaba, quien había observado todo con el rostro deformado por el miedo y el horror, agazapado cerca de su auto. Sin embargo, la chica había cambiado, ya no tenía las largas garras, ni los ojos encarnados, en su boca no había rastro de los colmillos, pero la sangre manchaba su cara y su ropa.

—¡Aléjate! —gritó Arnold, arrastrándose en el suelo para aparatarse de ella.

Karan la miró y le pareció que lucía angustiada.

—¡Espera! Arnold, por favor. No voy a dañarte.

—¡No! ¡Aléjate! ¡Tú, tú eres un monstruo!

Cuando el muchacho dijo eso, la hija de Branson pareció congelarse.

Karan vio al chico levantarse, montarse apresurado en su auto y arrancar con un chillido de llantas.

Ella se veía bastante lamentable, bañada en sangre, con una expresión afligida, a un lado de la carretera parecía impotente mientras el rústico se perdía en la noche. Karan dudó, no sabía lo que era esa chica, pero no atacó a su acompañante, ni a él. Decidió arriesgarse y dijo:

—¡Espera! Necesito ayuda.

Hatsú lo miró con indecisión, sus ojos azules se fijaron en la larga herida sangrante de su abdomen, se mordió el labio, después de unos segundos se acercó al cazador.

—Eres la hija de Branson.

Ella no contestó. Apoyó el brazo del cazador en su hombro mientras lo sostenía por la cintura para ayudarlo a caminar.

—No sé manejar motocicleta.

—No te preocupes, solo necesito que me sostengas.

La chica asintió. 


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