Capítulo XXVIII

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Faltaban Nacho y Alejandro, que habían ido otra vez, a ayudar con la mudanza a los amigos de éste último; las parejas formadas por Belén y Paloma con Rafa y Diego respectivamente; y también faltaba Nuria, que tenía que trabajar.

El resto, que no eran pocos, estaban allí en la playa, tumbados al Sol y sin hacer nada más que comer pipas y charlar un poco, justo lo que tenían planteado.

El cansancio de las semanas anteriores se notaba ahora más que nunca. Alguno que otro se daba un chapuzón para paliar el calor que hacía. Irene fue a refrescarse en un momento en el que, casualmente, Miguel Ángel estaba en el agua.

―Métete ―le dijo él desde dentro.

―Está congelada.

―Venga, no seas quejica. No me hagas que vaya a por ti.

―Mi venganza sería terrible, no podrías soportarla, así que por tu propio bien, te quedarás ahí donde estás ―lo amenazó ella.

Haciendo caso omiso de la sugerencia de ella, Miguel Ángel salió, Irene huyó lo más rápido que pudo, pero él la pillo en plena carrera y, después de cogerla en brazos, cumplió su amenaza de meterla en el agua. Los gritos de Irene, alertaron a sus amigos, que no se perdieron detalle de lo que ocurría mientras se desternillaban de la risa.

―¡Capullo! ―le dijo concisa cuando sacó la cabeza del agua.

―De todas formas te ibas a meter, así que te he ahorrado unos pocos minutos. Además, quería hablar contigo.

―¿Ah, sí? ¿Y por qué tendría que hablar contigo después de tu alta traición?

Él sólo puso cara de cachorro abandonado, esa que sabía que ella no podía soportar, para ablandarla. No tardó mucho en ceder.

―Bueno, vale. Pero deja de poner esa cara. Al final hago todo lo que me pides, tengo el cielo ganao ―él tan sólo sonrió―. ¿De qué querías hablarme?

―Pues de lo que les ha pasado a Víctor y a María, me dijiste que me lo ibas a contar.

―Que yo recuerde, te dije que te lo iba a contar cuando tú me dijeras quién era la chica que te gustaba. Me dijiste que la conocía.

―¡Ah, sí, sí!

―Pues no pasó nada, o por lo menos gran cosa, es una tontería. María se enteró de algo de Víctor, que no te voy a contar, porque es algo suyo y yo no soy quién. ―él tan sólo asintió y ella supo que no le preguntaría más al respecto―. Ella se enfadó porque no se enteró por él, te lo puedes imaginar. No me gusta ver a la gente enfadada por chorradas, la verdad. Mucho menos cuando los dos son tan amigos míos y tan amigos entre ellos. El discutir por absurdeces no sirve de nada.

―Qué buena samaritana eres.

―Ya ves, hago lo que puedo. Bueno, y ahora cuéntame. ¿Es... esta... Inma?

―¿Qué Inma?

―La que trabaja contigo, la profesora esa de Educación Física que conocí un día que fui a buscarte.

―¡Ah... Inma! Uff, ni me acordaba de ella. Llevo bastante sin verla, ya no trabaja allí ―vio que estaba dando más explicaciones de la cuenta y se cortó―. No, Inma no es.

―¿Es alguien del grupo?

―Sí, del grupo, sí.

―¡¿Quién?! ¿Aída? ¿María? ¿Nuria?

―No, ninguna de ellas.

―No será alguna con pareja, ¿no? ―abrió los ojos mucho y se tapó la boca con las manos, evitando que un agudo grito saliera de ella―. ¿Es un amor imposible?

―¿Qué? ―se sorprendió él―. ¡No! Espero ―añadió en voz más baja.

―Pues si no es alguna con pareja, ya sólo quedamos mi hermana o...

Él la miró con asentimiento y a ella se le hizo un nudo en la garganta.

―Así que mi hermana...

―¿Tu hermana? ―la interrumpió él alarmado, creyendo que ella lo había entendido mal―. ¡No! En serio, ya podrías haberme entendido a la primera, chiquilla.

Ella se quedó callada, así que él continuó sin esperar respuesta alguna.

―Creo que no me queda nada más que decirte, ya te lo dije todo el otro día o al menos lo intenté, tampoco soy tan bueno con las palabras como tú.

―Yo es que... realmente no me esperaba esto porque... ―no dejaba de titubear―. Mi hermana y Laura me dijeron que estabas hablando de mí, pero... yo no lo creí por tu forma de explicarlo y ahora... pues... no sé qué decir ni...

―¿Les contaste a tu hermana y a Laura lo que yo te dije?

―Son mis mejores amigas. ¡Y le tenía que dar ese empujoncito a Laura! ―se excusó―. Me pareció algo de lo más inocente.

―Bueno, da igual ―la interrumpió para que no siguiera justificándose―. ¿Qué me dices?

―No sé, Migue, no... Somos amigos y...

―Vale, tranquila. Escúchame ―la volvió a interrumpir, poniendo las manos sobre sus hombros―. Sé que somos amigos, y seguramente no te esperas o te planteas nada. Pero algo hay entre nosotros, lo sabes. Yo lo veo, tenemos algo. Pero en caso de que yo vea más allá de la realidad, lo que no quiero es que, independientemente de lo que decidas, nuestra amistad cambie. Y, si al final he podido entender mal las señales, y me dices que no, no quiero que te sientas incómoda, al fin y al cabo yo sólo estoy asquerosa y perdidamente enamorado de ti.

―Veo que no quieres presionarme ―comentó irónica.

Él se zambulló para mojarse la cabeza antes de salir del agua y volver a su toalla. Ella aún continuaba allí paralizada. Salió poco después que él pero, en vez de tumbarse en la toalla, se puso las zapatillas y fue hacia la ducha. Su hermana, al verle la cara, cogió su toalla y se fue tras ella.

―¡Irene! ―la llamó.

Ésta se giró para ver lo que quería.

―¿Qué te pasa? Parece que hubieras visto un fantasma ―dijo andando junto a ella.

―No, ni mucho menos, es que me da mucha rabia tener que darte la razón.

―¿La razón a mí? ¿Por qué?

―Por lo de Migue. Tenías razón, hablaba de mí.

―Eso es genial. ¿Qué le has dicho?

―No he conseguido decirle nada, me he quedado paralizada.

―¿Por qué? Si a ti te hace tilín.

―Vale, sabes que odio las palabras esas tan absurdas. Tilín ni tilín ―se burló―. No te voy a negar que hay cierta atracción pero, ¿y si no sale bien? Ya me conozco la historia, Nadia ―concluyó mientras se metía bajo la ducha.

―¿Por eso te vas a quedar soltera el resto de tu vida?

―No estoy pensando en quedarme soltera, Nadia. Pero tampoco estoy pensando en perder una gran amistad. Dame la toalla.

―Eso es una gilipollez, niña. A ti te gusta. Pues joder, salid juntos, no tiene por qué salir mal, y si sale pues nada. Mira a Dani y a Laura, después de romper siguieron siendo amigos. Además, ¿en serio prefieres quedarte con la duda de qué hubiera pasado si...? Tú no eres yo, Irene. No huyes, no eres cobarde, nunca lo has sido, no empieces ahora. Si no sale bien, al menos no te quedas con la cosa de no haberlo intentado.

Irene sólo se quedó callada y siguió a su hermana, rumbo a donde estaban sus amigos, descansando un poco y resguardándose debajo de las sombrillas.

―¿Qué? ―dijo María a modo de saludo.

―¿Qué de qué? ―preguntó Irene.

―¿De qué hablabais de que a lo mejor no sale bien? ―volvió a preguntar María con una media sonrisa.

―¿Cómo nos has escuchado? ―le preguntó Nadia en voz baja.

―Porque os he leído los labios pero sólo al final, por lo que me he perdido el contexto ―contestó en el mismo tono.

―Eres brutal, chiquilla. Toda una cotilla nivel profesional ―volvió a decir Laura.

A ellas tres se les unió Laura y Aída y, por su parte, Miguel Ángel hablaba con ellos. Irene contó a sus amigas lo sucedido y lo mismo hizo Miguel Ángel, hasta que Ernesto cayó en la cuenta de que ambos grupitos estaban hablando de lo mismo, por lo que decidió meter, como era su costumbre, algo de cizaña en el asunto.

―Oye ―dijo en voz alta por lo que atrajo la atención de todos―, ¿no os dais cuenta de que todos estamos hablando de si Irene y Miguel van a salir juntos?

―Tú no te puedes callar, ¿no? ―le dijo Miguel Ángel apretando los dientes, y con poco humor.

―Pues no. Yo soy así de...

―Bocazas ―interrumpió Irene.

―Venga, hombre. Si sois tal para cuál. El amor es así de bonito, cuando es correspondido. Si no es correspondido por supuesto es una mierda, pero ese es otro cantar. Lo que aquí importa es que, y no te quiero presionar, Irene ―aclaró―. Los dos os gustáis mutuamente así que...

―Para ―interrumpió seria Irene, poniéndose de pie―. No sigas. No me gusta el cariz que han tomado las cosas, porque yo considero que esto es algo que debería haber hablado con Migue, a solas, no aquí delante de todos. Pero como te has puesto así, con tu eterna inoportunidad, debo aclarar algo.

Todos la miraban con atención a ver qué es lo que tenía que decir, así que continuó, más tímidamente que como había empezado.

―A mí... yo es que... ―balbuceaba―. Yo es que no quiero a Migue, bueno sí, pero no como él quiere que lo quiera ―concluyó.

Sus amigos se quedaron estupefactos, sobretodo Miguel Ángel y Ernesto, que además se dio cuenta que había metido la pata.

―Sí, siento mucho decírtelo así, Migue ―se dirigió ahora a él directamente―. Pero... es que realmente estoy enamorada de otra persona.

―¿Ah, sí? ―le preguntó incrédula Aída.

―Sí, Aída, no os lo he comentado a ninguna, en especial a ti porque sé que tú estás por esa persona.

―¿Yoooo? ―preguntó poniendo los ojos como platos.

―Sí, lo siento ―dijo mientras se le resbalaba una lágrima por la mejilla―. Yo siempre he estado enamorada de ti, Ernesto. Nunca he querido decírtelo porque nos conocemos desde niños, es algo muy raro y, además, no quería hacer daño a Aída, pero... no puedo soportarlo más, sobre todo ahora, que me doy cuenta de que con mi silencio hago daño a Migue. Ya no puedo más, de verdad.

Ernesto de pronto se puso blanco como la pared por aquello que escuchaba. A su vez, Miguel Ángel se quedó petrificado y, al contrario que su amigo, su cara se encendía, por el ridículo que había estado haciendo.

―Irene yo... ―balbuceó Ernesto―. No pretendía yo... yo...

Ernesto cada vez estaba más pálido.

―Yo... yo... ―repetía Irene burlándose de él―. ¿Eso es lo único que tienes que decir? Creí que nunca te quedabas sin palabras.

Entonces Irene ya no pudo aguantar más y rompió a reír. Los demás comenzaron también a reír, en cuanto pudieron reaccionar. Todos, excepto Ernesto y Miguel Ángel, que aún estaban bajo el estado de shock.

―Eso te pasa por bocazas y tocapelotas.

Ernesto apretó los labios. No tuvo más remedio que tomárselo con filosofía. Suspiró aliviado porque todo fuera una broma y, pensándolo bien, vio que la broma realmente tenía gracia.

―Me has acojonado en verdad ―comentó sonriendo.

―Te creo, tú no te has visto la cara ―le dijo limpiándose las lágrimas que había derramado por el ataque de risa―. ¡Auch!

Había recibido una colleja por parte de Aída.

―¿En serio me tienes que meter a mí en tus bromitas?

―¡No! ―se quejó Ernesto―. ¿Entonces también es mentira que Aída esté locamente enamorada de mí? ¿Por qué? ¿Por qué, señor?

Irene los dejó bromeando y se dirigió a Miguel Ángel, que estaba aún con el ridículo subido. Se puso en cuclillas y se disculpó.

―Siento el susto que te he dado.

―Da igual, la verdad es que se lo merecía, pero te pido por favor que no me lo vuelvas a hacer, a no ser que sea cierto, obviamente.

―No te preocupes, no te lo volveré a hacer ―le dijo, guiñándole un ojo y con una radiante sonrisa, que dejó deslumbrado a Miguel Ángel.

Se puso en pie acto seguido y pasó su brazo alrededor del cuello de Ernesto.

―Espero que hayas aprendido la lección, pequeño saltamontes ―se mofó.

―¿Cuál era exactamente? ¿No meter cizaña?

―¡Qué va! No intentar ponerme en un compromiso. Aunque lo de no meter cizaña también está muy bien ―rió.

―Vale, ¿amigos?

―¡Qué remedio! Ya que te he criado.

Entonces Ernesto la abrazó. La sujetó fuerte para que no se escapara, como solía hacer.

―No te alejes de él ―le susurró al oído―. Sé que tienes miedo de sentir, pero no pasa nada por hacerlo. Te quiere, extrañamente ―ella se separó, dispuesta a protestar por la puya―, pero podéis hacerlo funcionar.

Ella sólo le sonrió y ambos se entendieron sin más palabras. Él le dio un beso en la mejilla, para sellar aquel silencioso pacto, y todos continuaron metiéndose con Ernesto que, por una vez, recibía de su medicina.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro