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Jennie corría incesantemente por el extenso pasillo en busca de Lisa.

Quizás muchos se preguntarían cómo es posible que supiera la ubicación de la niña, pero la simple respuesta es que estaba siendo guiada por el dulce aroma que Lisa desprendía a su paso.

La pelinaranja se detuvo a un par de metros prudentes. Podía ver ya a Lisa sentada en una pequeña banca de madera, dándole la espalda mientras miraba algún punto inespecífico. Agradecía internamente que no hubiera nadie en ese lado de la universidad. A decir verdad, ni ella sabía de aquel lugar en el que se encontraba ahora mismo. Era sin duda un pequeño espacio cubierto de frondosos árboles alrededor y con flores coloridas rodeando toda el área de grass.

"¿Aquí será donde siempre se esconde?", pensó inevitablemente.

Mordió levemente su labio inferior y, a pasos lentos, fue acercándose hacia la omega, quien por obvias razones no podía verla.

Lisa ahora mantenía su vista puesta en sus manos, entrelazando sus dedos y con leves espasmos recorriendo su cuerpo ante lo ocurrido hace un par de minutos atrás. Se había sentido muy tensa y temerosa al ver fijamente los ojos de la alfa. Estaba casi segura que estaba molesta con su presencia y que en cualquier momento le hubiera gritado fuertemente tal y como lo hizo con Rosé.

No. Lisa no quería arriesgarse ante una posible pelea con una alfa que creyó que era perfecta.

—Pero claro, nadie puede ser perfecta, tonta —se recriminó en medio de murmureos, finalizando con un pequeño puchero que decoraba su linda carita.

Estaba tan sumida en sus pensamientos, en aquellos en los que albergaba miles de probabilidades de qué hubiera pasado si no escapaba y, en aquellas en las que recordó los llamados de su loba avisándole acerca de algo. Algo que simplemente ignoró porque realmente no lo entendía. Y por esa misma razón que no fue consciente de la cercanía de Jennie hacia ella. O no se dio cuenta hasta que su naricita percibió el potente aroma.

Menta y canela.

Alzó su vista con rapidez y su rostro se frunció en un estado notorio de pánico.

—¿Qué haces aquí? —Lisa empezó a preocuparse. Y es que nunca nadie, ni siquiera sus más cercanos amigos, sabían de su escondite de aquel lugar que Lisa llamaba 'especial'—. ¡No, espera! —Kim había logrado meterse entre los frondosos árboles y levantó ambas manos en signo de rendición cuando por fin estuvo dentro.

La pelinegra se incorporó también, mirando a su alrededor en busca de cualquier salida. Dio media vuelta y justo antes de avanzar, sintió que la sujetaban de la muñeca.

Tal fue su exasperación y el toque fue tan repentino que logró hacer que Lisa se enredara con sus propios pies y cayera al pasto sin algún cuidado, llevando consigo a la mayor, que terminó estando encima de ella.

Jennie, al notar que se removía demasiado, tomó ambas manos y las puso una a cada lado de la cabeza de la pequeña.

Las mejillas de Lisa tomaron un efusivo color carmín y trataba de regular su respiración, ahora mismo se encontraba nerviosa y totalmente atrapada. Tragó saliva con dificultad y tomó la suficiente valentía como para mirar fijamente a Jennie. Deseaba en lo más profundo de su corazón que no le gritara ni le golpeara. ¡Ella no sabía pelear!

La alfa relamió sus labios y, disminuyó la fuerza que tenía impuesta en el agarre de las manos contrarias. Realmente se estaba tomando el tiempo de observar una vez más las facciones de la preciosa omega.

No, no había dudas, ese era su omega. Su loba lo afirmaba con locura y a la vez le exigía poder cortejarla como se lo merecía.

Jennie se sentía tan ida en la mezcla de sensaciones que lo único que pudo hacer fue esconder su rostro en la curvatura del cuello de Lisa.

—¿Q-Qué haces? —susurró, entre cohibida y sorprendida, tratando de ignorar a su loba que se removía inquieta y feliz por la cercanía de la surcoreana.

Su rostro empezó a arder aún más cuando sintió que la pequeña nariz de Jennie empezaba a frotarse contra su cuello de manera lenta y acompasada, justo en aquel lugar donde su aroma a manzana y caramelo se hacía más fuerte.

—Sí, eres mi omega —susurró esta vez, resistiéndose a dejar un beso en ese lugar sumamente especial, en donde iría la marca. Ya era lo suficientemente extraño haberse acercado a su cuello y lo sabía.

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