3. La amante (Gośka)

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Płaszów, verano de 1943

Acababa de amanecer y los pájaros sobrevolaban el cielo cantando, ajenos a lo que había abajo. Allí, se hallaba otro campo, con barracones y en constante ampliación, donde la llegada de los judíos supervivientes del Gueto de Cracovia hizo que aumentara significativamente su población.

Al sur de la ciudad se encontraba el campo de Płaszów, construido sobre dos antiguos cementerios judíos, lo cual mortificaba a los habitantes del campo, que pronto tuvieron que centrar sus energías en trabajar duramente y sobrevivir, lo que suponía todo un reto bajo el mando de su comandante, que vivía en una casa con vistas al campo y cuyo balcón le servía para mortificarlos de todas las diversas maneras que se le venían a la mente.

Gośka se asomó al balcón y observaba con indiferencia a los infelices judíos. Se preguntó a quiénes mataría hoy Amon, el comandante y su último amante. Amon Göth, el amo y señor de Płaszów había conocido a la hermosa y coqueta Gośka en los días previos a la matanza del Gueto y, atraído por su juventud, no tardó en seducirla. Gośka se dejó llevar por la posición que ocupaba y supo que mientras estuviera bajo su «cuidado», no le faltaría nada; lujos, buena comida, pero, sobre todo, seguridad, lo que nunca había tenido en su vida. No tardó en dejar la fábrica de Schindler para mudarse con Amon y tal y como supuso, tenía todo lo que necesitaba. Mientras pensaba qué vestido ponerse ese día, vio que Amon ya se acercaba al balcón con su escopeta. Disparar a los prisioneros desde allí era uno de sus pasatiempos favoritos. Apuntó y disparó certeramente a una mujer de unos cuarenta años. El ruido del disparo sobresaltó a Gośka.

—Por lo menos, deberías esperar a después de desayunar —dijo sin mucho reproche. Tendrías mejor puntería con el estómago lleno.

Amon se volvió para contemplarla, pero no respondió. Sería hermosa y un portento en la cama, pero solo sabía decir tonterías. «Si al menos tuviera la boca cerrada», pensó. Guardó el arma y la agarró del brazo. La tiró a la cama y la poseyó salvajemente, sin que Gośka pudiera decir si le apetecía o no hacerlo en ese momento. Cuando terminó dentro de ella, se levantó, se vistió y bajó a las inmediaciones del campo. Gośka permaneció un rato más en la cama, pero una vez se incorporó, se echó a llorar. Por primera vez en su vida y de manera súbita, se preguntó en dónde se había metido. Podía soportar los disparos y los malos modos, pero que la hubiera violado en ese momento, eso no. Se sintió como una puta barata y de repente se imaginó a Solly recriminándoselo.

Dejó de llorar y volvió a asomarse al balcón. Después de la repentina conclusión a la que había llegado, sintió verdadera lástima por aquellos judíos que luchaban por vivir un día más en ese infierno y evitar ser el siguiente objetivo de las matanzas arbitrarias de Göth. Intentó pensar en cómo ayudarlos, pero no se le ocurrió nada. Se puso un sencillo vestido, se comió una manzana y bajó, pero pronto vio que aquello no había sido una buena idea. Las mujeres del campo la fulminaban con la mirada y los hombres escupían con discreción a su paso.

—¿Cómo se atreve a bajar, la muy zorra? —La gente murmuraba, sin importar si ella los oía o no. Mira cómo nos restriega que es la nueva puta de Göth.

—Pues está de buen ver —intervino otro. Yo me la tiraba también. Hay que reconocer que ese hijo de puta tiene buen gusto.

—Shhh, cállate, que la puta se puede chivar.

Gośka apuró el paso, visiblemente incómoda por los comentarios. Ya se había acostumbrado a que la insultaran, pero seguía sin soportar que los hombres hicieran comentarios sobre su aspecto. No importaba el cómo fuera vestida, de la manera más sencilla, como ese día o que se pusiera uno de esos trajes tan provocadores y que atraían las miradas. Siempre tenían que hacer comentarios. Conteniendo de nuevo las lágrimas, no pudo evitar chocar con un grupo de cuatro mujeres ya entradas en edad.

—Perdón —balbució.

—Mírala, si es la zorra de Göth. ¿Te lo has pasado bien presumiendo? Seguro que sí —dijo la mayor del grupo. Miró hacia los lados y no vio a ningún soldado a la vista. No dudó en abofetearla y tirarla contra el suelo.

—Te follas a ese hombre, ves lo que nos hace y solo dices «perdón». Mereces que te matemos como él hace con nosotros —intervino otra de las mujeres, que le pisó la mano. La tercera mujer la agarró del pelo y la cuarta le cruzó la cara varias veces. Hubieran seguido así cuando alguien las interrumpió.

—Dejadla. Ya bastante castigo tiene estar donde está.

—Lehmann, tú no te metas.

—Me meto porque si os pillan, hay nazis deseando matar gente. Yo solo digo eso.

—En vez de decir algo, lo que deberías hacer es dejar de chuparles el culo y ayudarnos un poco más. Si no trabajaras para Schindler, no serías el niño bonito del campo.

—Al menos no soy una vieja cotorra como vosotras, que solo os dedicáis a meteros en la vida de los demás para hacer vuestra vida de mierda menos miserable de lo que es aquí. Ni siquiera que estéis aquí podéis dejar de ser unas víboras.

Una de las mujeres iba a defenderse, pero la mayor de todas la detuvo y con un gesto, las cuatro se alejaron. «Seguro que Lehmann también se la tira como premio, el muy pelota», decían entre dientes. Goska intentó incorporarse, pero volvió a resbalarse. Lehmann, que la había estado mirando, se acercó y la ayudó a incorporarse. Goska había atribuido a la impresión del ataque la sensación de que Lehmann le era conocido. La voz, el apellido. Pero no podía ser él. Cuando lo miró cara a cara, Solomon Lehmann, Solly, la estaba mirando a los ojos. Su mirada no era de odio ni de lástima, sino neutral. Aquello asustó a Goska. Prefería que la hubiera fulminado antes que esa mirada. El no saber qué pensaba en realidad era lo que la asustaba.

—De entre todas las perras que han pasado por la cama de Göth, no pensé que tú estarías entre ellas —soltó Solly, sin dejar de sujetar a Goska.

—¿Y qué si lo soy? Al menos vivo bien. Puedes echármelo a la cara si te apetece y si con eso salvo el culo, mejor que mejor.

Solly pestañeó. Vio los brazos de Goska, que comenzaban a salir cardenales y el labio ensangrentado por la paliza de las cuatro mujeres. La agarró de un brazo y la llevó a un cobertizo. Sacó alcohol y un trapo viejo y se lo pasó por el labio. Todo esto sin decir ni una palabra. Gośka no pudo evitar gemir por el escozor.

—Podría decirte muchas cosas, las que hiciste antes y las que estás haciendo. Pero, ¿quién demonios soy yo para reprocharte nada? Ya no en estas circunstancias. Llevo días observándote por el campo y aunque te odiaba, estoy viendo que por fin te estás dando cuenta de la gravedad de tus acciones. Eres como un libro abierto, puedo sentirlo.

—Solo lo hago para sobrevivir. Sabes que no tengo a nada ni a nadie.

—A mi tampoco me queda nada ni nadie. Yo también he hecho cosas para seguir vivo. Cosas de las que no me puedo sentir muy orgulloso. He vendido a parte de mi gente para conservar mi empleo en la fábrica. Sí, aquí seguimos trabajando para Schindler y hago favores a los putos nazis para que me dejen en paz. Incluso he traído más putas para ellos y para Göth. No, no eres la única. Soy de los pocos que tienen permiso para salir de cuando en cuando. Muchos me odian y me temen. Me he quedado solo, pero si ese es el precio, que así sea.

—Tienes a tu hermana. Por cierto, ¿está aquí Lena?

El rostro de Solly se ensombreció y una lágrima comenzó a caer. Gośka intentó cambiar de tema, pero Solly siguió.

—Ni siquiera tengo a mi hermana. Desapareció en la matanza del Gueto. El no saber si sobrevivió y acabó en otro sitio o murió allí me atormenta.

Gośka quería abrazar a Solly, pero no se atrevía. Temía que la rechazase. Le había hecho tanto daño hace años... ni siquiera Wojtek, por el que había tenido un capricho fugaz le hacía sentir como Solly. Si pudiera arreglar las cosas entre los dos al menos, podría quitarse de encima parte de su pesar.

—Solly, yo... quisiera ayudarte de verdad. Pero necesito que me ayudes tú también. Odio estar en este sitio. Si pudiera, dejaba a Göth si eso te ayudaba. Solly, juro que estoy harta de vivir así. Me he dado cuenta de que te amo y cometí un error dejándote.

—El pasado, pasado es. Eso no lo podemos cambiar —respondió Solly, pero sí podemos mejorar nuestro presente y nuestro futuro.

—Dejaré ahora mismo a Amon.

—No. No es lo mejor que puedes hacer en estos momentos. No te conviene. De hecho, me viene muy bien que seas su amante. Me duele, pero hay que hacer sacrificios. Si quieres ayudar, tienes que seguir con él.

—Solly, no puedes pedirme eso. Amon no me trata bien. Esta mañana... —Gośka se echó a llorar. Solly se acercó a ella y la abrazó. La había odiado durante cuatro años, pero en ese momento supo que no podía dejar de amarla. Tenía muchos defectos, era egoísta y solo pensaba en su bienestar, pero era la mujer a la que amaba. Deseaba matar a Göth con sus manos, pero era realista. No podía. Y no era tan fácil que a Gośka dejara de mantener relaciones con él.

—Escucha —dijo mientras le secaba las lágrimas. Debemos ser prudentes. Es mejor que sigas con él y hagas lo que te diga, aunque hagas lo que hagas con él. No creas que no me duele, siempre me ha dolido, pero ya te he dicho que a veces tenemos que pagar un precio muy alto y puede que ese sea el tuyo. Y si de verdad me quieres o me has querido alguna vez en la vida, me ayudarás. Necesito un gran favor y ahora mismo solo tú puedes ayudarme.

—Haré lo que sea por ti.

—De eso no cabe duda. Lo que necesito es que consigas sacarle a ese cerdo qué fue de mi hermana. Ya no me importa si murió o no, pero no puedo vivir sin saber dónde está. Y si él no lo sabe, debe haber alguien de ellos que sí. Él tiene muchos contactos. Seguro que sabrás cómo ganártelos.

—¿Acaso me estás pidiendo que me prostituya?

—Eso lo dices tú, pero seguro que no te importará mucho, si tenemos en cuenta tu historial.

Gośka miró a Solly horrorizada. No podía creerse que le estuviera pidiendo aquello. No de esa manera. Dudó si de verdad la amaba o solo la estaba mortificando, aprovechándose de la situación.

—¿Cómo puedes decirlo así?

—¿Y cómo quieres que te lo diga? ¿Es que en estos años no te lo has follado a todos porque te obligaban? Todavía me acuerdo cuando te pillé con Schindler. No puedes hacerle daño a los demás y aun así victimizarte. Tienes que ser consecuente con tus actos. ¿Qué importa ya cuantos más pasen? ¿No quieres ayudarme? Pues tienes que sacrificarte. Como lo hago yo, lo hace Wojtek, Lena, si es que sigue viva y todos los que vivimos en esta mierda de sitio. Son tiempos difíciles, no puedes permitirte ser tan orgullosa.

—Pero no puedes pedirme que me venda a los nazis. Ya no. Antes lo hacía porque creía que era lo mejor para mi, pero ya no soy capaz de hacer eso.

—Pues ahora no hay tanta diferencia. No es la opción más moral, lo sé, pero si quieres salvarte y salvarnos a Lena y a mi, si de verdad te importamos un poquito, tienes que hacerlo.

Gośka lo abofeteó. ¿No podía entender que estaba harta de ser la «puta» de los nazis? Una cosa era que sintiera cierta atracción y luego se dejara seducir, pero otra muy distinta era forzarse y acostarse arbitrariamente con todos los que se le cruzaban. Pero Solly no podía ser muy distinto de los demás hombres. Él también la veía como una puta. Y eso era lo que más le dolía.

Solly se llevó la mano a la cara. Quiso devolverle el bofetón, pero la mirada de Gośka se lo impidió. Sabía el dilema moral de lo que le estaba pidiendo, pero no tenía más recursos. Volvió a abrazarla con todas sus fuerzas y ella volvió a sollozar.

—Gośka, entiéndeme, no tengo recursos para saber de Lena y tú eres mi única esperanza. Sé que en algún momento la odiaste, pero si de verdad te arrepientes del pasado, tienes que ayudarme. Yo también te ayudaré, pero hay que hacer sacrificios. Estos tiempos son diferentes, no podemos permitirnos ser tan orgullosos —Solly alzó el rostro de Gośka, todavía lleno de lágrimas y la besó. Podía sentir el sabor salado de las mismas, pero no le importó.

Gośka le devolvió el beso. Parecía que todos aquellos cuatro años habían quedado atrás y solo estaban ellos dos, arreglando lo que rompieron. Solly tenía razón en que el pasado ya no tenía arreglo, pero el presente y el futuro sí. Y no se podía mirar hacia atrás en el pasado para superar aquellos tiempos. Mientras seguían besándose con anhelo, el deseo se apoderó de ambos. Se quitaron la ropa rápidamente e hicieron el amor, procurando no hacer demasiado ruido para evitar llamar la atención y que viniera algún soldado y los ejecutara. A Göth no le haría demasiada gracia que su amante estuviera por ahí revolcándose con un judío en pleno campo. Por primera vez, Gośka supo cómo era yacer con un hombre porque de verdad quisiera y por amor y no movida por el egoísmo y la indiferencia hacia quienes le rodeaban.

Por eso supo que se le haría todavía más difícil cumplir con el favor de Solly, pero también supo que a él le dolía tanto como a ella, ya que tendría que compartir a la mujer de su vida con aquellos miserables. Y de todo lo que tenía que pagar para salir adelante, sin duda ese era el peor de los precios. Para los dos. 

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