1. Amigo triste

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Cuando terminaba de recoger sus cosas, miró por la ventana y se percató de que la primera nieve de diciembre empezaba a caer. Tomó su bufanda y la envolvió alrededor del cuello, tapándole hasta la boca. A pesar de que el invierno fuese su estación favorita, era muy sensible al frío. Salió del aula y subió las escaleras hasta el tercer piso. Siguió de largo el pasillo sombrío y húmedo, hasta detenerse frente a una puerta con un pequeño cartel que escribía, en letras diminutas, “Club de Literatura”.

— ¡Ya llegué!

— Hola, Yamawara, cierra la puerta por favor.

Ella obedeció y en silencio fue a ocupar su puesto. Ese día estaban en el salón todos los miembros del club. Saotome Hikaru, la presidenta, revisaba detalladamente los últimos libros llegados desde la biblioteca; Misaki Yui, una chica de primero, preparaba té caliente para sus compañeros; Suzumura Wataru, en el fondo de la habitación, se sumergía silenciosamente en uno de sus libros de poesía.

Ella, de vez en cuando, levantaba la mirada de las hojas que pasaba lentamente, y la posaba en aquel joven, único miembro masculino del club. Le resultaba inquietante cómo él era capaz de abstraerse solo al papel que tenía en frente, olvidándose de todo lo que pasaba a su alrededor. Siempre mostraba esa faceta, su rostro impasible, su mirada fría. Al principio le resultó extraño y se decidió por investigar, pero solo pudo descubrir que su comportamiento había cambiado sin razón aparente a mitad del primer año. Supo, por antiguos amigos de él, que nunca fue muy comunicativo, pero solía mostrar una sonrisa y conversar animadamente de sus libros de poesía. Le dijeron que solo debía olvidarse de él, dejarlo en su mundo. Sin embargo, cuando todos veían en ese enajenamiento a un chico engreído y apático, ella sentía, cuando se sumergía en esos ojos turquesa, un abismo de tristeza y soledad. Por eso, y a pesar de las críticas, decidió no dejarlo solo.

Al principio él no hacía más que ignorarla, pero ella persistió, hasta que un buen día logró que, con un susurro, le dijera un tímido “Hola”, que significó más que mil palabras. Con el tiempo llegó a tener conversaciones con él, e incluso la acompañaba hasta su casa. Entre los dos había surgido algo que en un momento se atrevió a llamar “amistad”, aunque sabía que para ella él significaba algo más que solo un “amigo”. Por eso, no se contentaba con las palabras que intercambiaban, ni con los encuentros de las tardes en el club. Además, cuando lo miraba, en su rostro seguía latiente esa expresión melancólica, como de ave herida.

— Yamawara-san, ¿nos vamos?

— Sí, senpai.

Cerró su libro y lo guardó en la bolsa. Últimamente él se iba más temprano, seguro porque las noches se hacían más largas. Fue a su lado, en silencio, y por todo el camino lo miró de reojo, sin dirigirle la palabra. Intentaba llamar su atención, y al parecer lo había conseguido.

— Yamawara-san, ya deja de mirarme y dime qué quieres.

— Senpai… Dentro de dos semanas será Navidad… Y pondrán el árbol gigante en la plaza…

— ¿Y?

— Me preguntaba… si quizás… quisiera venir conmigo…

— ¿Armas tanto lío por algo como eso? Está bien, no tengo nada mejor que hacer de todos modos…

Ella sonrío en silencio, feliz de que su invitación hubiese sido aceptada. No importaba cómo, pero sabía que esa era su misión. El destino, que la había sacado de Ayabe, la había traído a la ciudad de Kioto por una razón, y él era esa razón. Ya se lo había puesto en carta a su amiga Haru desde hacía tiempo atrás. No importaba cómo, ella iba a hacer florecer su sonrisa.  

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