3. Nieve derretida

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Sentada junto a la ventana, miraba detenidamente los pétalos de cerezo que caían lentamente. “Parece nieve”, se dijo a sí misma, y volvió la vista al cuaderno que tenía en frente. “Ya hace un tiempo que no se ve siquiera nieve derretida, pero la primavera se parece un poco al invierno de cierta forma, ¿no lo crees?”. Así concluyó el apunte en su diario. Miró la mesa y ordenó cuidadosamente sus materiales: lápices, acuarelas, pinceles, bocetos desparramados. Se percató del sobre que estaba en una esquina…Tenía que llevar la segunda carta que había escrito a Shiori al puesto de correo.

Dejó el escritorio y abrió el armario. Dentro, y aún cubierto por su envoltura transparente, estaba el uniforme que usaría a partir de mañana. Era bastante bonito, y el diseño le gustaba, pues era distinto al sailor fuku de la Secundaria. Consistía en una camisa blanca con cuello, una chaqueta negra al igual que la falda, y un lindo lazo negro con franjas blancas. Se quedó observándolo por un tiempo, y de pronto comenzó a dar vueltas y saltos de alegría, hasta lanzarse sobre su cama y abrazar todos los peluches y almohadones que tenía alrededor.

No sabía si la emoción la dejaría dormir esa noche. ¿Cómo sería su nueva escuela? ¿Conocería a alguien especial? ¿Haría nuevos amigos? Las preguntas se acumulaban en su cabeza, haciéndola sentir mareada pero al mismo tiempo feliz. Se puso en pie y tomó el sobre que estaba en la esquina de la mesa. Quería que su amiga supiera que las vacaciones de primavera habían sido increíbles, pero que lo que más la emocionaba era el inicio de un nuevo curso escolar. Quizás lograba ver nuevamente al chico de ojos violeta con aquella expresión perdida en la mirada, al cual había conocido en el día del examen de ingreso.

Sentado sobre el colchón, miraba fijamente, a través de la ventana, la luna llena que iluminaba la noche. Haru… Desde aquel día no había dejado de pensar en ella. Cuando  publicaron los resultados del examen no la pudo ver, pero se fijó en que su número estaba en la lista de los aprobados. ¿Ella se acordaría de él? ¿Pensaría en él tanto como él pensaba en ella? Claro que no… De seguro ella ni había notado su existencia. ¿Por qué iba a recordar su rostro, que era uno entre tantos? Quizás ella nunca sabría su nombre, o sus aficiones, o las cosas que lo hacían enojar, o sus inamovibles sentimientos hacia su persona. En ese momento deseó ser la luna, y que ella lo estuviese viendo desde donde quiera que se encontrase.

Cerró la cortina y la habitación se quedó completamente a oscuras. Extendió su cuerpo sobre el colchón, y cerró los ojos. Mañana comenzaría todo. Mañana la volvería a ver, estaba seguro de eso. Esa noche soñó con ella, con el afortunado día en que la conoció: Aquella mañana de marzo los pétalos del cerezo caían lentamente, y formaban ondas al posarse en los charcos de nieve derretida que aún quedaban en la acera.

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