7. Mentiroso

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De pie, en medio del revoltijo de su habitación, intentaba poner en orden el caos de su mente. Todavía no le había dado una respuesta, a pesar de querer hacerlo. Lo que lo detenía era el cargo de conciencia, el saber que le estaba mintiendo. Ahora más que nunca temía contarle la verdad, aunque si era verdad que lo quería no tenía por qué temer. Estaba lleno de frustración, tanto que olvidó que debía arreglar su cuarto para cuando ella llegara. Ese día tendrían una cita… ¿Realmente él tenía derecho de invitarla a salir? Su llegada lo tomó desprevenido, y en tanto la invitaba a entrar a su habitación, pidiéndole disculpas por lo desorganizado, bajaba al primer piso a buscarle un vaso de agua, sin sacarse de la cabeza las dudas que lo atormentaban.          

Miraba a su alrededor como si se tratase de un país desconocido. Las paredes estaban llenas de fotos de plantas de todo tipo, y de hermosos paisajes silvestres. Tenía un estante lleno de libros de taxonomía y botánica, y algunos de poesía y novelas. La verdad, todo estaba bastante desordenado, pero se dio cuenta de que había estado ordenando y limpiando un poco. Se dirigió al escritorio, lleno de libretas y libros de texto, e intentó poner un poco de orden. Abrió una de las gavetas para colocar los lápices, pero allí dentro vio algo que la dejó sin palabras, y una lágrima recorrió, pesada, el camino hasta sus mejillas.

El vaso de agua cayó al suelo, deshaciéndose en pequeños fragmentos que brillaban con la luz que entraba por la ventana. El agua derramada mojó sus pies desnudos, y sus pupilas no se apartaban del rostro de aquella joven empapado en lágrimas, sosteniendo temblorosamente un cuaderno rojo.

—Lo puedo explicar…yo…

—¿¡Qué vas a explicar!? ¿¡Qué eres un ladrón!?

—Yo no lo robé…

— Entonces qué hace mi diario aquí! ¡Acaso vino caminando ¡Cuando desapareció creí que lo había dejado en algún lado, y me dolió, pero no le di demasiada importancia! ¿Cómo me iba a imaginar que alguien lo había tomado para verlo? ¡Eso lo explica todo! ¡Por eso parecías saber tanto de mí, y siempre sabías lo que yo quería! ¡Eso es acoso! ¡Invadiste mi privacidad! ¡Acaso eres una especie de pervertido!

—¡Sé que estuvo mal, pero no…!

—¡No hay peros! ¡Yo confié en ti! ¡Creí que tú eras diferente…pero eres lo peor que he conocido en mi vida! ¡No eres más que un mentiroso! ¡Ni siquiera sé si eres realmente quien dices ser!

—Yo iba a…

—¡Cállate! ¡Creí que me había enamorado…pero la persona a quien creía amar solo es un farsante! ¡Nunca más vuelvas a dirigirme la palabra! ¡Haz como si yo no existiera, ¿sí?! ¡Porque para mí tú ya no existes!

Salió corriendo de aquel lugar, con la cara toda mojada por las lágrimas y roja de la ira y la decepción. Él ni siquiera intentó detenerla, o ir tras ella, sabía que sería en vano. Su mayor pesadilla se había hecho realidad. Se agachó para recoger los vidrios desparramados en el suelo, pero no pudo ponerse de pie. El llanto acudió a él y no pudo contenerlo. La había perdido…quizás para siempre. Se quedó en aquella habitación cuyas paredes parecían venírsele encima, y que exhalaban el insoportable aroma de su desesperación.   

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