~Capítulo 22~

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—Retiro lo dicho, solo es un loco con un coco-dijo Drogo en voz baja—. Venga Bastet, vámonos de aquí antes de que nos ataque con él.

Pero Bastet no le hizo caso. Sí, puede que fuese un hombre imaginativo con un coco con nombre, pero no tenía pensado dejar a nadie atrás, y menos a una mente incomprendida acompañada de un coco.

—Hola, Wilson. Encantados de conocerte —dijo Bastet sonriendo.

Todos se quedaron un rato en silencio. El tío Pedro estaba muy feliz.

—¡Le caes bien a Wilson!

Parecía que sí tenían más aliados...

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Una reina se debía a su pueblo. 

El deber de una reina era escuchar sus ruegos y peticiones. Así estaba, en vez de un trono de espadas y acero, en un pequeño banco de ébano en la sala principal. Ya el día anterior había mandado poner cojines por el dolor provocado tras tantas horas. Hoy los pies la mataban. Quitarse los zapatos estaría mal visto, pero aun así lo hizo. 

Petición más petición... La mayoría solo eran nobles que querían una compensación. Muy pocos tenían problemas de verdad.

—Missandei, ¿puedes anunciar que por hoy se acaban las audiencias? - le pidió a su amiga.

Missandei nunca se movía de su lado. Si a ella le dolía todo tras estar tanto tiempo sentada, su amiga debía querer morirse por estar al mismo tiempo de pie, parada. Ser Jorah también estaba allí, pero de él nunca escucharía quejas, al menos no de una forma directa.

—Nuestra reina, Daenerys de las casa Targaryen, da por concluida la sesión de hoy —anunció su amiga con su voz profunda.

Hubo alguna queja, pero pronto todos se fueron.

Solo un hombre quedaba allí con un bulto entre las manos.

—Señor ya ha escuchado, su majestad no atenderá más peticiones hoy —le dijo ser Jorah amablemente.

Pero el hombre no hizo el menor caso. Se quedó allí abrazando fuertemente el bulto de sus brazos. Miró para él un momento antes de decidirse a andar. Lentamente se colocó bajo las escaleras que daban al trono de Dany. Volvió a mirar a las viejas mantas una última vez y lo abrazó antes de depositarlo en el suelo cuidadosamente, como si temiera que algo su contenido se rompiese.

—¿Qué tienes tan importante que enseñar a la khaleesi que no puede esperar? —dijo ser Jorah con la mano en la empuñadura de su espada, preparado para un posible ataque.

—¿Qué tienes para mí? —preguntó Daenerys tranquila desde su asiento.

Se había negado a usar el anterior trono de Meereen. Ese trono, encabezado por la Arpía, el símbolo de la ciudad, representaba todo lo que ella no sería: era el trono de los esclavistas, hecho por esclavos para un esclavista. 

Ella nunca sería eso. 

No había liberado a miles de esclavos para sentarse en el trono de sus opresores. Se merecía algo más. Solo tenía en mente un asiento digno: el Trono de Hierro. Creado con las espadas de los enemigos de Aegon I el Conquistador, su antepasado, el primer rey de Poniente. De niña se dormía pensando cómo hubiera sido crecer en la Fortaleza Roja. Se veía a ella y a su hermana corriendo por los pasillos, escapando de sus septas por alguna travesura. Paseando por los jardines con su madre. Escuchando las canciones de Rhaegar. Animando a Viserys en los torneos. Observando a su padre, el rey Aerys II, se sentaba en el imponente trono y desde allí dirigía el reino. 

«Aerys...« », pensó Daenerys con tristeza.

—No has de temer —le dijo Dany sonriendo al hombre que seguía paralizado—, puedo atender tu petición.

El hombre no sabía qué pensar. Lentamente, empezó a dejar a la vista el contenido de la manta. Missandei ahogó un grito. Ser Jorah no supo reaccionar. Daenerys se quedó paralizada.

—¿Khaleesi, esos son...?—empezó a decir Missandei.

—Los huesos de un niño —completó Dany.

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Con su nuevo aliado ya podían estar al tanto de la situación allá donde se dirigían.


Aquella tierra, bautizada por Richard (quien se estaba acostumbrando a poner nombres a las cosas) como Érinos, no estaba en unas condiciones muy diferentes a las contadas por el capitán Jack. 

Érinos era el único reino en Ypálilos. Sus fronteras abarcan casi la totalidad del continente excepto las zonas cercanas a la costa porque muchas eran inhabitables. Tras la selva en la que se habían refugiado Marie Antoinette y el tío Pedro estaba un gran desierto que servía como frontera natural. Tras varios días de camino por las arenas se encontraba el territorio de Érinos. 

Bastet se preguntaba la razón por la cual el tío Pedro sí tenía nombre. Fue el capitán Jack el encargado de explicárselo.

—Mi tío antes de perder la cabeza tenía una mente brillante —comenzó—. Nosotros, dentro de lo que se puede pensar, teníamos suerte al ser esclavos domésticos. Nuestra ocupación era realizar las tareas del hogar. Mi tío era uno de los pocos esclavos que haya conocido que supiera leer porque desde niño leía a hurtadillas en la biblioteca de nuestro amo. Cuando nació el hijo del amo, este buscó a alguien para cuidar de él. Como mi tío tenía fama de sabios y cuidaba de los niños esclavos, él fue el elegido. Durante diez años mi tío cuidó del niño. El pequeño le quería como a un padre sustituto ya que el suyo apenas le prestaba atención. Mi tío también empezó a ver a ese niño como si fuera su hijo. Yo jugaba algo con él, pero apenas tengo recuerdos de esos años relacionados con él. Fue el niño quien le nombró así.

—Un padre debe tener un nombre para su hijo... —susurró Pedro como si estuviera recordando algo lejano.

—El niño pidió a su padre como regalo por su día del nombre que su cuidado también lo tuviese y le fue concedido —continuó contando el capitán Jack—. Pero cuando tenía diez años el niño enfermó y no hubo nada que los sanadores pudiesen hacer. Cuando murió, mi tío fue obligado a volver al servicio doméstico y no volvió a ser el mismo.

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No había ninguna duda sobre que esos huesos pequeños eran de un niño y que habían sido chamuscados. El hombre dijo unas palabras que Dany no comprendió porque no prestaba atención a nada más que no fueran los restos del niño.

- Dice que hace dos días un gran sombra negra se llevó a su hija volando- dijo Missandei traduciendo sus palabras-. Poco después encontraron los restos cerca del lugar donde desapareció.

- Pregúntale su nombre- pidió Daenerys a Missandei.

-Hazzea —contestó el hombre entre lágrimas tras oír la traducción de Missandei.

—Dile que será recompensado, si es que se puede pagar la pérdida de una hija —dijo Daenerys—. Cada año, por el día del nombre de Hazzea, él y su familia recibirán 150 dragones de oro. Nos encargaremos de que su nombre no se olvide.

Dany se fue tras ver como el hombre apenas reaccionaba a las palabras de Missandei. No fue corriendo en un intento de mantener la compostura. Daario Naharis la vio por el pasillo, pero ella no respondió a sus preguntas. Ser Jorah, quien había salido tras ellas, respondió seco.

 Daenerys llegó a su habitación y allí toda la compostura se fue. Lloró todo lo que pudo y más. Ser Jorah, Daario y Missandei se quedaron en la puerta. Solo el caballero pudo reaccionar. Abrazó a su khaleesi en un intento de calmarla.

—Ser Jorah... Yo...— intentó decir entre lágrimas con la voz la suficientemente baja para que solo él la oyese.

—Ya lo sé —contestó él igual de bajo.

Por supuesto que conocía su secreto. Siempre lo había sabido.

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-¿Mamá?


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