~Capítulo 33~

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Querida nieta:

Tus palabras han alegrado al pobre y sufrido corazón de esta anciana. Siempre supe que cumplirías con tus obligaciones de reina y, ahora, me lo has demostrado. La criatura de tu vientre lleva la sangre del venado, el león y la rosa. Pronto iré a ese podrido lugar de la capital para acompañarte. No dejes que la rosa se marchite.
Recuerda: Crecer fuerte.

Olenna Tyrell

Margaery leía la carta de su abuela una y otra vez mientras se pasaba la mano por el vientre. Ambas estaban casi seguras de que más pájaros leían las cartas aparte de los que las enviaban. Por esa razón tenían un código secreto que sólo ellas conocían. 

Para empezar, Sue abuela nunca empezaba los cartas llamándola nieta. El inicio aquel indicaba que leyese con atención. «La sangre del venado, el león y la rosa», estas palabras la advertían de dónde se estaba metiendo. «No dejes que la rosa se marchite» quería decir que tuviese cuidado con su ambiente, que tenía que cuidar al niño que llevaba dentro. Tendría que estar más atenta a su comida. «Crecer fuerte» era señal de que pronto los leones se echarían encima para atacar.

Ese había sido su objetivo desde el principio. Dada la gran cantidad de bastardos de Robert, Margaery estaba segura de que la semilla era fuerte. Sin embargo, durante algún tiempo por su cabeza pasó el pensamiento sobre sí Tommen era capaz o no de darle un hijo. Si nadie sabía del problema del rey mejor. Siempre tuvo "acompañantes" y no sería difícil hacer pasar a un bebé bastardo por el fruto real. Cuando la detuvieron, la situación se complicó un poco pero se solucionaba rápidamente. Por desgracia, Cersei también logró salir de aquella, mucho más debilitada. Su juicio fue rápido, sin imprevistos, y no se logró que se le culpase de nada..

Ya casi estaba por volver a su plan inicial hasta que ocurrió. Cuando el maestre le comunicó su estado no pudo esperar a decírselo primero a su abuela y luego a Tommen. Su señor esposo se alegró de verdad. La reina madre ya fue distinta. No supo leer lo que había en su cara. ¿Frustración? ¿Enojo? Alegría seguro que no. Ella estaba ganando el juego. Por fin tendría a un ciervo real, no un simple bastardo con la sangre de la rosa manchada. Había tenido cierto temor cuando Cersei convenció a Tommen para estar en el Consejo. Pero ahora las cosas daban un giro en su favor. Si aquella criatura resultaba ser un varón todo quedaría solucionado. Ella como reina y Cersei relegada. Y si después, cuando el niño tuviese cierta edad, Tommen era llamado por el Desconocido...

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—Cuéntame más cosas sobre tu pueblo —le pidió Bastet a Elisaerys

—¿De qué exactamente? —preguntó la niña deseosa de complacer a su benefactora.

Desde que acogió a madre e hija, los necesitados no paraban de llegar. Por suerte Asha había conseguido establecer una ruta marítima y todo tipo de suministros llegaba. La mayor parte del suelo de Érinos era estéril para cultivar, pero por suerte algunas zonas eran ricas en minerales y, en ocasiones, piedras preciosas. A todos les parecía increíble no haber tenido nunca noticias de Érinos a pesar de su riqueza.

—Escuché ciertas cosas sobre reyes...

—Los amos decían que nunca habían existido. —Se estremeció la niña, como recordando un castigo—. Estaba prohibido hablar de ellos. Pero mi padre me contaba historias... Él conoció a los reyes y le decía que fueron reales. Hablaba de un último rey, un anciano que fue querido al principio. Pero él decía que se volvió loco. Las conspiraciones entre los amos y los reyes se producían desde casi el tiempo de la Diosa. Papá también me hablaba sobre los últimos príncipes. El heredero y una princesa muy especial.

—¿Qué tenía la princesa de especial? —preguntó Bastet intrigada por la historia.

—Papá me contó que era muy querida— dijo la niña con una sonrisa. Aquel era una de sus historias favoritas—. Y se iba a casar con un príncipe dragón.

¡Un príncipe dragón! Bastet hizo cálculos.

—El príncipe dragón no era de aquí, pero los dos se conocieron y se enamoraron. La princesa murió antes de poder celebrar el enlace.

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—No puedo esperar a que el bebé nazca pronto —le decía Margaery a Cersei—. Tommen y yo ya hemos estado pensando los nombres. Si es un niño queremos llamarlo Robert o Luthor y Joanna si es niña.

—Bellos nombres para un futuro príncipe o princesa —respondió Cersei.

Las dos de encontraban tomando un aperitivo en los jardines. Puede que odiase a la florecilla, pero primero tenía que asegurarse que el bebé era de Tommen. Ya había sido acusada de tener amantes. Cersei apartó los recuerdos de todo aquello de su mente. Tenía que centrarse en el presente.

—Haré arreglar una parte del jardín para el bebé —continuaba hablando Margaery—. Quiero que crezca rodeado de plantas como yo. Esto no es Altojardín, pero se podrá lograr algo hermoso.

—¿Cuándo llega vuestra abuela? —quiso saber Cersei.

—Llegará en unas semanas.

Por si fuera poco, también tendría que alegrarse por la presencia de la Reina de los espinas. Esas dos juntas eran peligrosas. Cersei se veía obligada a esperar para ejecutar su plan.

—Espero que me disculpes, hija —se despidió Cersei—. Asuntos del reino, me temo.

—No entiendo como puedes interesarte en eso—dijo Margaery con voz tímida—. La política no es cosa de mujeres.

Cersei sonrió antes de irse. «La política no es una cosa de sexos», pensó mientras se dirigía a la sala del Consejo. Detestaba a la pequeña flor pero debía disimular un poco hasta que el niño naciese, por eso había rebajado un poco su carácter.

—Siento la tardanza, lord Velaryon— saludó al hombre que ya estaba allí.

—No es molestia, Lady Cersei—contestó sonriendo.

Los Velaryon como hijos de Valyria también tenían los rasgos que tanto caracterizaban a los Targaryen. Jacaerys Velaryon sí tiene cierta luz violeta en sus ojos y pelo de plata como atestiguaba su linaje.

—¿Cómo están sus hijos? Ha pasado ya un tiempo desde la última vez que estuvieron en la capital.

—Ambos bien, gracias por su interés. —El hombre tenía cierto atractivo y la mención de sus hijos iluminó su rostro—. Daemon sigue prefiriendo las espadas frente a los deberes de un señor y Lucerys ha desarrollado un nuevo por la lectura.

—Grandes muchachos los suyos. —Cersei recordó a los mellizos Velaryon. El niño tenía el pelo más plateado que su padre y los ojos violetas. La niña también tenía el pelo de plata, pero sus ojos eran marrones con manchas violetas.

Los conoció cuando se presentaron por el nacimiento de Joffrey. Aquellos pequeños sí parecían hijos de Valyria, parecían más Targaryen que Velaryon. La niña podría haber sido una buena esposa para Joffrey de no ser por su condición de bastarda. 

Era un secreto a voces que los hijos de Jacaerys Velaryon eran bastardos. Velaryon ni siquiera estaba casado y, según el rumor, la madre de los chicos era una cortesana cualquiera. Jacaerys Velaryon había hecho algo que no todos los nobles harían: acogió a sus hijos bastardos y les dio su apellido pidiéndole ayuda a su gran amigo el príncipe Rhaegar para intercerder ante el rey. Por esa razón los mellizos no llevaban su apellido de bastardo correspondiente (Mares) y, a falta de hijos nacidos dentro del matrimonio, Daemon era el heredero.

—Supongo que ha valorado mi propuesta —dijo Cersei.

— Así es. —Jacaerys asintió—. Y tras valorarla debidamente, he decido aceptar.

—Magnífico. —Cersei sonrió—.Bienvenido al Consejo de la corona, nuevo consejero naval.

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Las patrullas en Meereen se triplicaron. A todas horas había inmaculados por las calles, pero aún así los ataques se sucedían. En las calles seguían muriendo sus partidarios y cada día estaba más desesperada. Aerys tenía vigilancia constante. El príncipe no se movía sin que su madre lo supiese. Dany también estaba escoltada día y noche y las audiencias se habían limitado. Todo por los Hijos de la Arpía. Por mucho que buscasen no encontraba nada. Drogon por suerte solo desaparecía para cazar. Daenerys estaba preocupada. Las noticias corrían rápido. Si alguien volviese a intentar hacerle algo a Aerys, volvería a dejar que Drogon actuase.

En ese estado estaba la ciudad cuando Daario e Hizdarh regresaron. Su misión había sido un éxito.

—No he notado raro sospechoso —dijo Daario aquella noche—. Nada que pudiera decir que no te es leal.

Daario intentó besar a Dany pero ella se apartó.

—Estoy preocupada por todo. Casi matan nos matan a Aerys y a mí y no hay rastro de los Hijos de la Arpía.

—Nada desaparece si dejar rastro.

—Pues ellos están cerca de lograrlo. He puesto inmaculados para Aerys y le estoy buscando jinetes de sangre entre los dothrakis que me acompañaron. Ellos morirían por él.

——Tiene que haber una manera de acabar con ellos. No siempre pueden estar atacando.

—La Gracia Verde me ha dicho que el pueblo todavía me ve como una intrusa —dijo Dany—. Me ha recomendado que tome por esposo a un noble ghiscaro para mejorar la situación. Ha apuntado hacia zo Loraq.

—Despósalo y ponlo de diana. Es buena idea. —Carcajeo Daario—. Sería divertido. Adelante, casaros y adiós a la Arpía.

Daario se reía de la situación pero Dany tenía que pensar primero en Aerys.

Hizdarh zo Loraq se presentó a la mañana siguiente para hablar con Dany.

—Me ha sido comunicada la noticia —dijo él —. Siento mucho lo que mi reina ha tenido que pasar.

—Son tiempos difíciles, zo Loraq. —Daenerys asintió desde el trono. Nadie más estaba presente además de Missandei–. Los ataques han aumentado desde vuestra marcha. Vuestra gente sigue pensando que soy una foránea conquistadora.

—Puede que eso tenga solución, mi reina —dijo Hizdarh tras reflexionar un rato.

—¿Cuál? —Daenerys estaba segura de su propuesta.

—Si tomaseis como rey a un ghiscaro puede que eso aplacase a vuestros contrarios. Si no os es una ofensa, soy de respetada y ancestral familia, mi reina. Yo podría ser vuestro rey, compartir el peso de la corona y ser un padre para el príncipe.

—Necesito una prueba, zo Loraq —contestó Daenerys—. Dadme cincuenta días con sus noches de paz. Solo si cumplís esa condición me pensaré vuestra propuesta. Si falláis, puede que otro de respetada y ancestral sangre esté interesado en la prueba.

—Sí, mi reina.

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—Rhaegar, tengo una pregunta —le dijo Bastet otra vez de vuelta a sus sueños.

—¿Necesitas consejo, hermanita? —le preguntó él.

—¿Tú sabías de la existencia de Érinos? —Fue directa al grano. Al ver la cara de su hermano se dio cuenta de la verdad—. Tú lo sabías. Sabías de esta tierra. Tú eras el príncipe dragón. Tú...

—Bastet, ya basta —cortó Rhaegar —. Sí, supe de este reino. La gente normal no se preocupa de los que no sale en su mapa del mundo conocido. Los únicos que se preocupan son los esclavistas. ¿De dónde pensabas que salía tanto esclavo? Este sitio es más grande que la Bahía. Y de haber descubierto los minerales seguro que ya existiría un mapa más grande.

—¿Por qué lo ocultaste? ¿Qué fue de la...?

—Murió —respondió Rhaegar recordando todo—.  Abandonó este mundo pronto, pero no para siempre.

—¿Qué quieres decir?

—Mañana —dijo Rhaegar antes de que Bastet se despertase.

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—Necesitas darle un aire nuevo al Consejo, y ahora que tu esposa se encuentra en estado, tal vez necesite un tiempo —decía con voz tranquila Cersei a Tommen.

Su niño había crecido demasiado rápido. El tiempo no pasaba en balde. Tommen, su reyecito, pronto sería padre. Ya estaba perdiendo los rasgos de niño. «No es como Joffrey. Él se parecía a Jamie y Tommen se me asemeja más a mí».

—Lord Tyrell desempeñaba bien su papel como consejero naval —contestó Tommen no muy convencido.

—Su hija pronto te dará un heredero y será necesario para criar a un futuro rey.— «En realidad ese patán lo máximo que le enseñará será a ser un incompetente insufrible. La vieja sí lo podrá enseñar algo».

—¿Y a quién tenéis en mente, madre?

—A lord Velaryon. Rechazó seguir a Stannis, eligió dar su lealtad al legítimo rey. Es una muestra de lo que les pasa a los leales. Además, su flota no es de menospreciar y la relaciones comerciales de la casa Velaryon son un buen aporte a la corona.

—Lo pensaré.

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Bastet miraba las cabezas cortadas que tenía ante sí. Drogo le había intentado evitar aquello.

—¿Cómo es posible que nadie las haya visto hasta la mañana? ¿Y las guardias nocturnas?

—Nadie notó nada —respondió Drogo—. Tenemos que mejorar las guarniciones.

Allí había por lo menos cien cabezas sin cuerpo.

 
En una pica estaba la cabeza de un hombre con un letrero escrito en Lengua Común. «Para la Reina de las cadenas, muchas más le esperan si sigue así». De la cara de Sansa huyó la vida al ver ese espectáculo. Por si cabeza pasaba las imágenes del día que vio la cabeza de su padre y su septa en un pica.

—Richard, llévate a Sansa de aquí. —Ordenó Bastet. Cuando se hubieron ido se dirigió a Drogo—. Prepara a los hombres.

Los siete infiernos son demasiado fríos en comparación a lo que Bastet causó en la residencia de afentikó. Nunca había usado a Viseniam con tanta crueldad. Nunca había sentido tantas ganas de ver fuego y sangre.

—¡Esa no era la solución Bastet! —Drogo estaba decepcionado con su proceder. Él no se había casado con una mujer tan cruel. Bastet no era así. Ella era su khaleesi, su princesa de pelo de plata. No una reina loca—. Podíamos haber preparado un plan para atacar sin tantos heridos.

—Los ciudadanos dicen que el fuego ha llegado a purificar por orden la gracia de Bastet la Desgarradora.

—¡Pero tú no eres una diosa! ¡Hemos venido a buscar a gente leal! —replicó Drogo.

—¡Y nos serán leales, pero primero hay que acabar con los afentikó! —contestó Bastet.

Nadie osaría interrumpir a esos dos en una discusión. Aquella noche Bastet esperaba volver a ver a Rhaegar. Supo que estaba otra vez con su hermano por la sensación de familiaridad con aquel lugar... 

Sólo que no era Rhaegar quien estaba allí. En lugar de su hermano estaba una mujer joven, un poco más mayor que Bastet. Tenía el pelo y ojos castaños.

—¿Y Rhae... Rhae..? —preguntó asustada, nunca se le había aparecido otro que no fuera su hermano.

—Hola, Bastet. Me dijeron que querías conocerme— le dijo la mujer. Al ver la cara de Bastet sonrió—. ¿Sorprendida de que sepa tu nombre?

—¿Quién eres? —Consiguió pronunciar Bastet.

La mujer volvió a sonreír. En sus ojos había algo... Sus ojos no se correspondían con alguien de su edad. Desprendían sabiduría, como los de alguien acostumbrado a vivir mucho.

—Me llamo Isatra Neferbah. Y hay muchas cosas que debo decirte.








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