~Capítulo 46~

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El Norte responde a la llamada. Antes de que la Luz del Occidente sepa nuestra respuesta, ha de acordarse de un asunto: el Norte recuerda, y recuerda que fue un rey Baratheon el que le ofreció a mi señor padre Invernalia. Así que no, la casa Bolton y por consiguiente Invernalia y todos sus vasallos dan su apoyo a la auténtica reina regente, Margaery Tyrell, madre de Alerie Baratheon, única hija superviviente del difunto rey Tommen Baratheon.

Ramsay Bolton,
Señor de Invernalia y Guardián del Norte

Bastet miraba la carta que Cersei le había entregado.

Mal asunto.

Otro territorio para la causa de los Tyrell, y por ende del lado de su hermana.

—¿Qué tan sólidas son las reclamaciones de los Bolton sobre el Norte? —preguntó Bastet.

—Nulas, en verdad, sus reclamaciones recaen en la persona de Arya Stark —contestó Cersei, mientras echaba vino en una copa.

—¿La hermana de Sansa está con ellos?

—Perdimos a la niña el día de la muerte de Robert. Enviamos a otra joven del séquito de lord Stark para hacerse pasar por ella con los Bolton.

—¿Alguien más sabe de esto?

—No, aunque algunos lords norteños han intentado rebelarse para salvar a «la pequeña de Ned».

Una Stark falsa... que casi nadie sabe que es falsa. Un pensamiento corrió por la mente de Bastet. Sonrió ante el plan, que cada vez tenía más piezas encajadas justo donde debían.

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—Partiremos mañana, nos espera un largo viaje hasta el Muro —finalizó Bastet, mientras sus dedos recorrían a lo largo del mapa el camino que seguirían.

La propuesta de Bastet recibió miradas de extrañeza, debido a que ninguno, en especial Sansa, entendía porqué debían ir primero al Muro, en lugar de a Invenalia, el centro del poder del Norte.

—Los Bolton controlan el Norte, necesitamos todo la ayuda posible para acabar con ellos —explicó Bastet—. El único hijo varón vivo de lord Stark está en el Muro.

—Jon es un bastardo, no un hijo legítimo —replicó Sansa—. ¡No ayudaría en nada!

—Los Bolton tienen a tu hermana Arya —dijo Bastet—. Está viva y prisionera. ¿Qué mejor reclamo para los señores del Norte que Jon Nieve y tú luchando para liberar a vuestra hermana?

Sansa permaneció callada, sin mirar a nadie. En su interior, seguía pensando que no necesitaba a nadie más para reclamar lo que era suyo. Ella era la hija legítima superviviente de mayor edad. Las tierras de su padre le pertenecían por derecho, su solo presencia debería de ser suficiente.

Era ella quien tenía el apellido de su padre. Ella era Sansa Stark de Invernalia.

—Sansa, me han dicho que Jon fue a buscarte a la capital —dijo Bastet, en un intento de convencer a la joven para que aceptara su plan—, pero ya estabas conmigo en aquel momento. Bastardo o no, es tu hermano. Tenemos un dispensa real, que le liberará de sus deberes para con la Guardia de la Noche. Os necesitamos a los dos.

«Porque se acerca el invierno, y las peleas de verano deben dejarse atrás», pensó Sansa.

—Vayamos entonces al Muro.

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La temperatura había bajado progresivamente según avanzaban en su trayecto, adentrándose cada vez más en la gélidas tierras del Norte, el más grande de los sietes reinos que Aegon el Dragón había conquistado.

La vegetación también se había vuelto más escasa desde que abandonaron Roca Casterly.

El ambiente no era el apropiado para los dothrakis, y se empezaba a notar su cansancio.

—No te he oído quejarte del frío en todo el viaje. —Bastet cabalgaba al lado de Drogo, encabezando la marcha.

—Ni me oirás.

Bastet sabía perfectamente que no soportaba el frío. Ningún dothraki se habría atrevido a tanto como Drogo. Cruzó el mar en varias ocasiones, había luchado en tierras ajenas y lejanas y ahora se adentraba en territorios gélidos para luchar en una guerra que tampoco era suya. Y todo por ella.

Por su khaleesi.

Bastet se preguntó cómo habría sido todo de no ser por sus hermanos. Si Viserys y Daenerys no hubieran estado en Pentos, ¿qué habría ocurrido? ¿Khal Drogo habría vuelto junto a ella para hacerla su khaleesi? ¿O se habría quedado toda su vida en Vaes Dothrak?

Bastet ocupa demasiado de su tiempo pensando en el pasado, en cómo todo podría ser diferente.

Si Robert Baratheon no hubiera ganado la guerra, ahora mismo Bastet y Daenerys serían las princesas del reino, y posiblemente ya estarían comprometidas, si no ya casadas, con los hombres elegidos por su señor padre, el Rey Loco. ¿Quién sería el elegido para ser su esposo? De seguir la dinastía Targaryen en el trono, ella no habría conocido a Khal Drogo, y de haberlo conocido nadie en su sano juicio lo habría propuesto como cónyuge para una princesa Targaryen.

—En unos días llegaremos a nuestra destino, espero que Nieve acceda a lo que le pedimos. Sansa y yo nos adelantaremos en lomos de Viseniam para hablar con él. Un pequeño grupo puede seguimos a caballo.

—Pones demasiada confianza en el bastardo —comentó Drogo.

—Pongo confianza en el hermano de Sansa —contestó Bastet—. Si mi hermana y yo siguiesemos unidas, también habría dado todo por salvarla.

«Aunque eso ya es imposible. Ella mató a la única madre que he conocido», pensó Bastet, pero no lo dijo en voz alta. La muerte de Cotha aún dolía.

Bastet recordó que su hermana tenía dos hijos, un niño y una niña. Si las noticias eran verdad, el varón había muerto asesinado. Que todos los dioses conocidos, los Siete de Poniente, la Diosa Bastet de Érinos a la que debía su nombre, el Dios rojo, el dios caballo de los dothraki, librasen a su sobrina de encontrarse con ella.

Porque no sabía cómo reaccionaría en ese caso.

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—¡Nos atacan! ¡Qué alguien avise al Lord Comandante!

Jon Nieve no necesitaba que alguien le fuese avisar. Él ya había visto a la bestia que se acercaba por el aire desde su ventana. Su lobo huargo, Fantasma, se había mostrado inquieto y violento de repente. Levantó la mirada y lo vio: un dragón se acercaba.

Las noticias tardan en llegar al Muro, pero siempre llegan: dragones. Los dragones volvían a Poniente para luchar en una guerra. Ignoraba qué clases de alianzas se habían forjada para acabar en esa situación, pero los libros de historia eran la única prueba que necesitaba para saber que nada bueno podría llegar.

Un dragón en batalla ya era terrible; cuatro, un auténtico infierno, y para empeorar la situación, en bandos enfrontados.

—¡Esperad a qué se acerque! —ordenó a sus arqueros mientras bajaba las escaleras hacia el patio, con la empuñadura de su espada agarrada con firmeza, aunque no sabía cuánto le duraría—. ¡Nuestras flechas no le harán nada a es altura!

Jon ya estaba en el patio, sin perder de vista ningún movimiento del dragón ni de su jinete. El dragón empezó a descender al patio del castillo. Vio el cabello plateado del jinete y a su espalda... otro jinete de con pelo pelirrojo.

«No puede ser».

—¡Quietos! ¡Bajad las armas! —ordenó a todos sus hombres.

Los hermanos de la Guardia de la Noche obedecieron a regañadientes a sus palabras, aunque hubo algunos más desconfiados.

El dragón rosáceo llegó por fin a tierra y sus sospechas se confirmaron. La jinete de pelo de plata debía de ser Bastet Targaryen, la mujer de la que tanto había oído hablar. Y detrás de ella estaba su hermana, Sansa.

Jon se adelantó, relajando los músculos de la mano con la que agarraba a Garra, su espada.

Era Sansa, su hermana pequeña.

La primera en bajar de la dragona fue Bastet, seguida por Sansa.

Sansa y Jon se miraron sin saber cómo proceder. La última vez que se habían visto había sido al abandonar Invernalia, lo que parecía que había sido hace un eternidad.

Sansa fue la primera en adelantarse. Caminó con paso decidido hacia su hermano y, al estar a un paso de él, lo abrazó. A pesar de sus reticencias iniciales sobre ir en su busca, el abrazo parecía sincero.

Jon abrazó también a su hermana.

Dos Stark, una que sí portaba el apellido, el otro un bastardo de nombre con la sangre del lobo, volvían a reunirse.

Los lobos estaban apunto de volver a reunir su manada, una que nunca debía haberse separado.

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Sansa casi escupe la cerveza que les había ofrecido Jon al entrar al calor de su despacho.

—Sí, es horrible —rio Jon—. Siglos de antigüedad y aún no saben hacer cerveza.

Bastet se abstuvo de probar la bebida viendo la reacción de Sansa.

—Así que Bastet Targaryen, una de las últimas Targaryen vivas ha llegado con su dragón —dijo Jon, dirigiéndose por primera vez a Bastet.

—En realidad, es una dragona —indicó Bastet—. Se llama Viseniam.

—¿Y a qué debo esta visita? No creo que estuvieras pasando casualmente por aquí.

Bastet le contó las últimas noticias de la guerra. Jon Nieve escuchaba con atención todo lo que decía, mientras que Sansa interrumpía de vez en cuando para añadir datos que Bastet suprimía o para darle la razón.

—Los Lannister mataron a nuestra familia, Sansa —dijo Jon cuando escuchó todo el relato—. ¿Y ahora te alias con ellos? Ellos te tuvieron secuestrada.

—Jon, yo no elegí apoyar a los la Lannister —se defendió Sansa—. Yo apoyo a Bastet. Ella me salvó en varias ocasiones, y yo defenderá su causa.

—Tu votos no serán un problema, si eso es lo que te preocupa —añadió Bastet, tendiendo la carta que lo liberaba de todas las ataduras—. Se te concede el permiso para abandonar la Guardia, si así lo deseas. Necesitamos todos los apoyos posibles.

Jon dudaba, pero no parecía que estuviese por ponerse de su lado.

—Jon, no te pedimos que nos ayudes para lograr que Cersei gane. Los Bolton tienen Invernlia, nuestro hogar, y tienen a nuestra hermana. Debemos salvarla a ella.

El bastardo seguía dubitativo, pero la mención de las más joven de los Stark pareció inquietarlo.

—¿Qué tropas aportas? —le preguntó a Bastet.

—El khalasar de mi esposo, a mí dragona y algunos hombres Velaryon, cedidos por lord Jacaerys Velaryon, que ha decidido acompañarnos. Él fue miembro del Consejo Real. Y hemos oído que los salvajes del otro lado del Muro te son fieles. La corona les cedería tierras si nos ayudan.

Jon suspiró profundamente. Cerró un momento los ojos. Al volver abrirlos, el brillo de su mirada había cambiado, era más decidido, la mirada de alguien que se prepara para luchar.

—Siempre ha de haber un Stark en Invernalia. Vayamos a salvar a Arya.



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