~Capítulo 57~

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Roca Casterly

Despertaron a Cersei mucho antes de que el sol apareciera sobre las Tierras del Oeste.

Su doncella parecía nerviosa, Cersei casi diría que aterrada, pero desconocía a qué se debía.

-¿Qué sucede? -preguntó con la voz más grave de lo normal debido al brusco despertar.

-Un mensajero de Dorne.

«Myrcella», la mente de Cersei se despertó al pensar en su hija.

Cersei se quito la manta y ordenó que le trajese un vestido sencillo y la prepara con rapidez. Pidió que solo cepillase su cabello, nada demasiado elaborado.

-Ha dejado su mensaje en la sala de recepción -dijo la doncella.

Cersei salió de sus aposentos y se encontró con sus dos guardias ya esperándola. Su doncella había actuado con rapidez y la discreción adecuada; Cersei se dijo que debería recompensar su servicio.

Sus guardias la acompañaron hasta el lugar indicado por la doncella, en completo silencio para no despertar a toda la Roca. Mientras caminaba, Cersei recordó que esa misma mañana Bastet saldría en busca de Myrcella, aunque tal vez su hija estaba a salvo y no sería necesario ir hasta Lanza del Sol.

Otro de sus guardias esperaba en la sala, con el misterioso mensaje de Dorne.

-¿Qué es esto? -preguntó Cersei al ver una caja de madera.

-Mi señora, el mensaje de Dorne.

-Abridla -ordenó, al tiempo que hacía un movimiento de cabeza en dirección a la caja.

El alma de Cersei cayó en aquel mismo instante. Quería respirar, pero no podía. Quería girar, pero solo aspiraba aire sin dejarlo salir.

-¡El mensajero! -gritó al fin-. ¡Traedlo! ¡Haced algo!

-Mi señora, se ha marchado...

-¡Encontradlo ahora mismo!

Cersei sentía que sus piernas temblaban. Sus sollozos aumentaron cuando se acercó a la caja. Todo a su alrededor se nubló, todo lo que no fuese lo que tenía delante.

-¡Llamad a Bastet! ¡Ya!

No quería estar sola. Su doncella se aproximó por su espalda y la sujetó para evitar que cayera.

-Mi señora...

-Qué alguien llame a Bastet... -los sollozos de Cersei aumentaron-. Necesito que Bastet venga...

La profecía de la Rana se había cumplido.

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Desembarco del Rey

Cuando Aegon fue informado de lo sucedido, se maravilló de su suerte. Tachó mentalmente el nombre de la joven Baratheon de su lista de rivales, y caviló sobre quién sería su próximo objetivo. Un nombre brillaba más que el resto en su mente, de color rojo como la sangre que sería vertida.

Aegon quería deshacerse de una vez por todas de Bastet Targaryen, quien le parecía su mayor amenaza en aquellos momentos.

Aegon salió de sus aposentos, dispuesto a buscar a Daenerys para hacerle saber las buenas noticias y pedirle permiso para su siguiente movimiento. Detestaba depender de su mujer para movimientos así, pero era Daenerys quien mandaba sobre los dragones y la reina de Meereen por derecho propio; él era el hijo de Rhaegar Targaryen, por el momento tan sólo su consorte, pero cuando consiguiesen deshacerse definitivamente de la Reina Flor y su hija podría reclamar su derecho de nacimiento.

Antes de llegar al jardín donde solía estar su mujer por las tardes, se encontró con Daemon Velaryon.

-Mi señor -dijo Daemon al verlo-. Si buscáis a vuestra esposa, la acabo de ver junto a su hija en el jardín.

Zhaerys, la mocosa, hija de Daenerys y un noble ghiscari, le gustaba jugar allí, por eso se había dirigido directamente hacia allí.

-¿Hacia dónde vas, Velaryon? -preguntó Dameron-. Seguramente a la biblioteca, ¿no? Me han dicho que te gusta leer? Debo pedirte que retrases tu lectura hoy; acompáñame y escucha junto a la reina las buenas noticias, después de todo, tú mismo ayudaste a que se cumpliese mi plan.

Daemon asintió. El Velaryon agradaba a Aegon. Al principio, Jon le había advertido sobre él, pero no tenía razones para sospechar. Daemon se mostraba dispuesto a cumplir sus órdenes sin rechistar, y Aegon sabía que sus padres habían sido amigos, por eso quería creer que le era leal.

En efecto, Daenerys estaba sentada en el banco de piedra, mirando como a Zhaerys jugar, como era su costumbre.

-Myrcella Baratheon ha muerto -dijo Ageon como saludado al llegar junto a ella-. La leona de Roca Casterly ha recibido un obsequio como consuelo por la muerte de su hija.

Zhaerys se acercó antes de que su madre pudiera responder. Aegon la intentaba tratar con respeto, pero ningún lazo los unía más allá de su matrimonio con su madre. Aún así, no quería que supiese lo que le había ocurrido a Myrcella Baratheon, y necesitaba hablar con Daenerys a solas...

-Daemon, ¿por qué no te llevas a Zhar a la biblioteca para contarle los maravillosos cuentos de dragones de los que me hablaste? -preguntó Aegon.

Vio que Daemon entendía el mensaje y se marchó con la niña y la sirvienta de Daenerys.

-¿En serio te fías del Velaryon? -le preguntó Daenerys una vez que estuvieron solos-. Su padre y su hermana están con Bastet.

-Es un buen vasallo, hasta ahora no me ha dado motivos de queja.

-Yo no confío en él. Mis hombres dicen que tiene un comportamiento extraño.

-Cuando no está cumpliendo sus deberes, o está en la biblioteca, o rezando. No hay nada malo en él. Pero no quería hablar sobre eso; es sobre tu hermana.

-Te he dicho que no ya antes. Primero, lo primero, y no voy a aceptar discusión sobre esto. Hay que quitar primero las malas hierbas del jardín.

Aegon asintió, porque no le quedaba otra opción.

-¿Cuándo fue la última vez que te revisó un maestre? -preguntó Aegon para cambiar de tema.

La reina le miró con sus grandes ojos violetas.

-Aún nada.

Aegon maldijo a los dioses. Estaba cansado de esperar.

-Maldice todo lo que quieras -respondió Daenerys-, pero el problema no viene de mi parte.

-¿Has pensado ya un nombre al menos?

-Algunos, ¿y tú?

-Rhaegar, como mi padre, si es varón. No he pensado en nombres de niña. Tal vez Elia o Rhaenys.

«Sea niño o niña, el resultado será el mismo: fuego en el jardín», pensó Aegon.

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Bastet esperó lo peor cuando llegó un mensajero de Cersei a buscarla al khalasar. Salió de su tienda y comprobó que todavía no había salido el sol. Viseniam dormía en las cercanías, pero cuando Bastet pasó por su lado de camino a Roca Casterly, la enorme dragona abrió uno de sus ojos. Aquel gesto era la prueba del vínculo que compartían dragona y jinete.

La Boca del León, la monumental entrada principal de la fortaleza, parecía la entrada al centro de la tierra, oscura y peligrosa, como si en realidad condujera a los siete infiernos de los que hablaban los sacerdotes.

Bastet no preguntó durante todo el trayecto la razón de tan repentina llamada. Los sirvientes no eran, en su mayoría, una fuente fiable de información; sus relatos solían contar con más fantasías que verosimilitud, y Bastet pensó que a Cersei no le gustaría que, lo que fuera que hubiese sucedido, la noticia corriese y la supiesen toda la Roca.

-Mi señora se encuentra ahí -dijo, y señaló una puerta que Bastet reconoció com aquella que daba a la sala de recepción-; la acompaña una de sus doncellas, y el sanador llegará pronto.

«¿El sanador?», pensó Bastet, alarmada.

Bastet entró y escuchó los sollozos de una mujer. La habitación no estaba iluminada, a excepción de unas velas casi moribundas en la mesa. Le llamó la atención la caja sobre la mesa.

Cersei estaba en una silla, de espaldas a la puerta, encogida sobre sí misma, con la que debía de ser su doncella a su lado. Bastet, al acercarse, vio que el cuerpo de Cersei temblaba. La doncella se fijó en Bastet y le dijo unas palabras al oído a su señora.

-Vete -dijo Cersei.

La doncella hizo una reverencia y se marchó, mirando fijamente a Bastet.

-Bastet... gracias por venir...

Bastet se puso delante de Cersei. Ella tenía la cara oculta entre las manos, pero al sentir movimiento alzó el rostro. Nunca la había visto así. Los ojos de la leona, de iris de vivo color verde esmeralda, estaban enrojecidos por el llanto, acentuando el color de la pupila de una manera enfermiza. Su cabello estaba despeinado y Bastet creyó ver algunos hilos de su cabello en sus manos, como si Cersei se los hubiese arrancado.

-¿Cersei? -Bastet puso sus manos en sus hombros. Una idea apareció en su mente de lo qué estaba ocurriendo, pues pocas cosas harían que Cersei se comportara así-. ¿Le ha pasado algo a Myrcella?

Cersei señaló la caja sin decir nada.

Bastet fue hasta la mesa y la destapó para ver su contenido. Dio un paso atrás de la sorpresa. No necesitaba que le dijeran qué era lo que había allí dentro o, mejor dicho, a quién pertenecía la cabeza: su cabello rizado y dorado delataba su identidad. Dentro de la caja también había un sudario dorado, una burda representación de una corona, y un trozo de pergamino.

Bastet lo leyó.

Hace tiempo, como gesto de disculpa por la muerte de mi amado tío Oberyn, me fue enviado el cráneo de un asesino: ser Gregor Clegane, la Montaña. Fue un gesto inútil, en comparación con el dolor causado. ¿Qué podría ofrecernos un cráneo? ¿Consuelo? Si así pensáis, espero que mi presente os ayude a encontrar el consuelo que necesitáis.

-Ella era buena -susurró Cersei, llorando-. Desde su primer aliento, fue tan dulce. No sé de dónde vino. Ella no se parecía en nada a mí. Sin mezquindad, sin celos, solo bien.

Bastet volvió a su lado y la abrazó.

-Ellos nos envían una cabeza -dijo Bastet-, dejando clara la posición de Dorne. Pero nosotras responderemos enviándoles fuego y sangre.

Cersei también abrazó a Bastet.

-Gracias...

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