~Capítulo 71~

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Cuando Bastet volvió a tener consciencia sintió tanto dolor por todo su cuerpo que parecía que había cruzado a nado el Mar Angosto y luego había echado una carrerita hasta Vaes Dothrak... Y que luego había decidido que era buena idea hacer el camino inverso de la misma manera.

Se despertó con un tacto suave. Estaba en una cama. Oía el mar, lo que le hizo suponer que se encontraba en Roca Casterly.

Los párpados le pesaban, pero los abrió. La claridad la cegó en un primer momento. Parpadeo varias veces hasta que sus ojos se acostumbraron.

—Por fin despiertas. —Asha estaba sentada a su lado. Las ojeras de su cara delataban que no había dormido mucho.

—¿Qu...? —Quiso preguntar qué había pasado, pero su garganta estaba seca y le dolió el intentar hablar.

—¡Ey, despacio! Primero bebe algo. —Asha le tendió una copa con agua. Bastet se incorporó un poco y bebió; el líquido bajó fresco por su garganta—. Cuando nos encontramos durante la batalla intenté sacarte de allí, pero te derrumbaste nada más subir al caballo. Has estado dos días fuera de combate.

—¿¡Dos días!? —Ahora que había bebido ya no le dolió tanto, pero su voz sonó desusada— ¿Y mis hijos?

Intentó salir de la cama, pero estaba tan débil que Asha solo necesitó agarrarla del hombro para que no se moviera.

—Están bien, lo juro. Mandé a Marie a buscarlos y los encontró y los trajo a la Roca sanos y salvos. Ahora mismo están en una habitación cercana a esta; Sansa se ocupa de ellos y les hemos buscado un ama de cría para alimentarlos mientras tú no podías. Están bien.

Bastet se relajó, pero no del todo. Dos días... Eso era mucho tiempo, demasiado. Debía ponerse al día.

—¿Y la batalla? —preguntó tras beber otro trago.

Asha suspiró de cansancio.

—Sansa envió desde aquí una nueva tropa de soldados de Érinos y más caballeros del Oeste cuando les pudo encontrar armamento decente. Viseniam acabó con una gran cantidad de enemigos y cortó sus principales vías de ataque. Las tropas de Aegon se retiraron de repente. Se apagaron todos los incendios posibles y los que no se cortaron como se pudo. Todavía hay partidas de búsqueda por si hay sobrevivientes en el bosque, algún botín de interés o cuerpos de aliados. Ah, y Viseniam lleva dos días volando alrededor de la Roca esperando a que salgas.

Bastet asintió. Asha había resumido mucho todo lo sucedido, aunque sentía que se estaba guardando cosas importantes para sí misma.

—Quiero ver a mis hijos —pidió. Esperaba que Asha no volviese a impedirle nada.

—Está bien.

Ayudó a Bastet a levantarse de la cama. Sus piernas temblaron ligeramente y Bastet se agarró del brazo de Asha para no caer.

—Apóyate en mí para andar y no tengas prisa por llegar, la habitación no se va a mover del sitio.

Salieron al pasillo, Bastet agarrada al brazo de su amiga. Caminaban lento, a un paso insufrible mientras Asha le preguntaba a cada momento cómo se sentía, si necesitaba descansar o podía seguir y le contaba más cosas sobre lo ocurrido aquellos días. Los sirvientes que se cruzaban con ellas las miraban con curiosidad y, al menos eso creyó Bastet, pena. Debía de tener un aspecto horrible.

Llevaba una sencilla túnica blanca. Era holgada y cómoda, aunque se sentía expuesta a la vista de todos.

—¿Estuviste velando por mí estos dos días? —le preguntó Bastet a Asha.

—Marie, Sansa o Lucerys se turnaban para que pudiera ir a por algo de comer o simplemente estirar las piernas. También me hacían compañía.

—¿Lucerys Velaryon? No me lo esperaba de ella.

—Está asustada —explicó Asha—. No se tienen noticias de su padre y su hermano desde hace dos días. Le hemos dicho que es posible que estén escondidos en las cercanías, aunque ella se pone en lo peor. Después de mucho insistir, hoy se ha unido a la partida de búsqueda.

—¿Nadie más vino? —preguntó Bastet, extrañada. ¿Drogo no había ido a verla? ¿Estaba tan ocupado ayudando al resto que no había ido a su lado?

—Jon Nieve vino una vez, en un descanso de la búsqueda; ahora está acompañando a Lucerys. Tyrion intentó venir a menudo, pero como señor de estas tierras tenía mucho qué hacer. Ordon está ocupado con el khalasar y hemos mantenido al trío fantástico ocupado para que no molesten. —Asha notó la mirada extrañada de Bastet—. El tío Pedro con Wilson, Serhat y Jack; mejor tenerlos ocupados con tareas.

Bastet asintió. Había nombres que faltaban en el relato de Asha, pero supuso que simplemente no podía decirle qué estaba haciendo todo el mundo.

—Hemos llegado —anunció Asha después de aparentemente una eternidad, aunque no habían ni subido ni bajado a otro piso.

Marie montaba guardia en la puerta y al ver a Bastet hizo una amago de arrodillarse a pesar de que una vez le había dicho que no era necesario.

—Mi señora, cumplí mi cometido.

—Nunca tuve dudas sobre ti, Marie. Gracias.

Entraron las tres en la habitación. Nada más poner un pie allí, Sansa se abalanzó a abrazar a Bastet, casi sin dejarla respirar.

—Por fin has despertado. —Se separó de ella. Al igual que Asha, Sansa también tenía cara de cansancio, aunque sus ojeras no eran tan prominentes—. Cuando Asha te trajo pensé que estabas muerta...

—Sansa, ¿y mis hijos?

Sansa se sonrojó y murmuró una disculpa por no haber pensado en eso primero. Bastet notó entonces que Tyrion también estaba allí, al lado de una gran cuna.

La cuna era mucho más grande que todas las que Bastet había visto. Tenía toda clase de adornos dorados y carmesíes que no encajaban con el uso del mueble, lo que delataba que se trataba de una cuna hecha para un Lannister.

Bastet se acercó con cuidado, temerosa por si sus hijos tenían algún tipo de herida o una malformación. La aparición imaginaria de su hermano le había dicho que tenía dos hijos preciosos, pero en su familia se habían dado todo tipo de casos: malformaciones espantosas, muertes prematuras, daños inexplicables... Apenas recordaba nada de la batalla, ni siquiera a sus hijos a pesar de que había intentado memorizar cada detalle de ellos. Tenía miedo de lo que pudiese encontrar durmiendo en aquella cuna.

Cogió aire. Era su madre y los aceptaría pasara lo que pasara. Cuando ya estaba al borde de la cuna miró hacia ellos y...

Sus hijos no tenían ninguna malformación, ni herida apreciable y, por todos los dioses, eran preciosos.

Estaban durmiendo, con una tranquilidad que sólo es posible en infantes. Sus cabellos creaban un gran contraste: uno de ellos tenía el pelo oscuro como Drogo mientras que el otro lo tenía plateado como ella.

Bastet acarició al de pelo oscuro. Tenía la piel suave. Ninguno de sus hijos tenía la piel cobriza de su padre; en eso ambos se parecían a ella.

El de pelo oscuro empezó a llorar, y Bastet se apresuró a cogerlo en brazos antes de que Sansa pudiese hacerlo.

—Han comido hace poco —informó Sansa—, no llora por hambre.

Bastet lo acunó para calmarlo.

—¿Tienes una pesadilla, eh? —preguntó Bastet con dulzura—. Ya estoy aquí, nada puede pasaros.

El bebé poco a poco se calmó. Bastet lo puso a su altura para darle un beso.

—Mamá está aquí, no va a dejar que os pase nada.

Entonces su hijo abrió los ojos, y Bastet se encontró con un par de ojos violetas como los suyos que la miraban directamente. Tenía sus ojos, la mirada de los hijos de Valyria. Bastet rio al verlo como una niña.

En la cuna su otro hijo hizo un amago de llorar, pero al final no lo hizo.

—Mira lo que hiciste —dijo riendo Bastet—, despertaste a tu hermano.

Bastet le dio el niño a Sansa y después cogió al otro bebé. Los ojos de este no eran violetas, sino oscuros como el carbón.

—Sin envidias entre hermanos —dijo Bastet—, os quiero por igual a los dos.

—Rhaegar no suele llorar mucho —contestó Sansa, dejando a Bastet sin aire—, en eso es mucho más tranquilo que su hermano.

Bastet tardó un momento en darse cuenta de que se refería a su hijo.

—¿Rhaegar, eh? —A él también le dio un beso—. Te llamas como tu tío, ¿lo sabías pequeñín?

Tyrion había presenciado toda la escena un poco alejado, como si no tuviera derecho a participar, pero se adelantó en ese momento.

—Drogo les puso los nombres, solo por si acaso... —Pensó un momento qué iba a decir—. Solo por si acaso pasaba lo peor. Sabía que querías honrar a tu hermano, así que al de pelo plateado lo llamó Rhaegar. Al otro le dio un nombre un poco más dothraki: él es Thorin.

A Bastet no le importó que Drogo hubiese elegido los nombres a pesar de que la tradición le daba a ella ese derecho. Ambos podrían haber muerto en la batalla y sus hijos se habrían quedado sin nombre, y no quería que otra persona los nombrase.

—Rhaegar y Thorin Targaryen —murmuró Bastet—, príncipes de la Casa del dragón por derecho propio, sangre de mi sangre.

Rhaegar se rio en sus brazos, como si entendiera lo que acababa de decir.

Bastet era feliz, pero le faltaba alguien...

—¿Dónde está Drogo? —preguntó.

La cara de todos los presentes, antes cansada pero también emocionada por la escena, adquirió de pronto una expresión gélida.

—Marie, por favor —dijo Sansa.

Marie cogió a Rhaegar de los brazos de Bastet. Ella no entendía nada... Sintió que Asha ponía una mano sobre su hombro.

—¿Quién se lo dice? —preguntó Tyrion.

—Tú estabas allí —respondió Sansa apartando la mirada al tiempo que ancunaba a Thorin para que se calmara.

Tyrion suspiró.

—Bastet —comenzó Tyrion—, Drogo murió durante la batalla.

Entendió porqué le habían quitado a Rhaegar. Bastet empezó a temblar mientras gritaba o gimoteaba o daba alaridos, no sabía qué estaba haciendo.

Asha intentó sujetarla para que no cayera al suelo, pero Bastet parecía un muñeco de trapo. Ambas acabaron en el suelo. Bastet lloraba y daba gritos, clavando sin querer sus uñas en el brazo de Asha. Su amiga no intentaba sabiendo que era inútil.

Thorin y Rhaegar también empezaron a llorar debido al jaleo.

—Que alguien llame a un maestre —dijo Sansa—. Bastet necesita un sedante.

—No. No. ¡No! —gritó Bastet—. !No quiero! ¡No quiero!

Bastet se resistió todo lo que pudo, con una fuerza que no sabía que tenía.

Al final dejó de moverse pero siguió llorando y temblando.

—Mi shekh ma shieraki anni—gimoteó entre dos sacudidas.

¿Qué sentido tenía todo ahora? ¿Qué iba a hacer ella sola? Para Bastet el sol y las estrellas nunca volverían a tener luz. Era como la luna, estaba sola en el cielo oscuro.

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Desembarco del Rey

Dany recibía a Aegon como si fuera un gran general que regresaba de obtener gloria para ella cuando no era en absoluto necesario.

Se había puesto su mejor túnica y la corona que había mandado hacer recientemente: un círculo de oro con el dragón tricéfalo de su casa, cada una con los colores de sus hijos dragontinos.

Lo recibiría con toda la pompa posible; él entraría en caballo mientras ella esperaba sentada en el trono, con Zhaerys y Naerys sentadas a media altura de las escaleras. Había sido idea de Zhaerys estar acompañada de su hermana, aunque Dany seguía pensando que Naerys era demasiado pequeña para una ceremonia como aquella.

—Zhar, ten cuidado. —Se había fijado un momento en qué hacían sus hijas mientras esperaban y se habían acercado peligrosamente a los cientos de pinchos—. No dejes que Naerys juegue así.

—Sí, mamá.

Zhar estaba un poco molesta porque su padrastro se había llevado a Rhaegal. Zhar decía que el dragón era el suyo y que tenía que haberle preguntado a ella si podía llevarlo a la batalla. Dany le dijo que cuando fuera lo suficientemente mayor podría quedarse con Viserion, el favorito de Aerys. Zhar había contestado algo inentendible y Dany había dado la conversación por terminada.

Las puertas de la sala se abrieron antes de que pudiese volver a regañar a Zhaerys.

Aegon entró a caballo seguido de sus mejores hombres. Entre ellos no estaba Connington, lo que extrañó a Dany. Puede que estuviese herido o incluso muerto. En el último caso, mejor; no soportaba al viejo grifo y creía que podría rebelarse contra ella en el momento menos pensado.

—Muchas noticias llegan del Oeste —comenzó a decir Dany en voz alta, dando por empezado la ceremonia—. Hablan sobre las grandes bajas entre nuestros enemigos. Mis felicitaciones son para tan valientes hombres.

—Así es, mi reina —contestó Aegon—. Los hombres lucharon con valentía y fuerza así como vuestro dragón. Nuestra victoria es para vos, nuestra señora, y hay algo más. —Aegon hizo una señal y uno de los hombres del fondo se adelantó llevando un saco—. Os he traído un regalo.

—Qué considerado. —Dany no se esperaba algo así. Si la bolsa tenía la cabeza de Bastet, Dany le concedería a Aegon todos los deseos que pidiese desde aquel momento en adelante—. ¿Qué cosa puede ser encontrada durante una batalla que sea digna de una reina?

Aegon hizo otra señal, a la cual su subordinado respondió mostrando el contenido de la bolsa: una larga trenza de pelo oscuro adornada por campanillas.

Dany la miró un momento antes de comprender su verdadero significado y luego sonrió.

—El salvaje al que has derrotado podía jactarse de ser imbatible hasta que te cruzaste con él. ¿Sabes a quién has vencido?

—A Khal Drogo, mi reina, el marido de tu hermana.

La sonrisa de Dany se amplió aún más.

«¿Qué se siente al saber que alguien a quien amas ha muerto? ¿Sientes el dolor que sentí al encontrar a mi hijo muerto? ¿Eh, Bas, lo sientes?».

—Es un regalo grandioso entonces; has vencido a aquel que nunca conoció derrota. Te felicito y te concedo una petición.

Aegon miró para ella y le dedicó la sonrisa pícara que tanto le gustaba.

—Es un honor, pero hay algo más que debéis saber, mi reina —dijo Aegon.

Dany vio que Zhaerys se empezaba a aburrir.

—¿Qué más?

—Vuestra hermana ha dado a luz, pero huyó antes de que pudiésemos seguirla. Pero su ejército está muy debilitado y ha perdido a grandes generales; no podrán responder en una tiempo.

A Dany no le gustó nada lo que acababa de oír a pesar de saber que había salido ganando su bando. Bastet tenía un hijo. Un punto por el que dañarla de por vida.

Dany no pudo volver a hablar porque Aegon subió algunos peldaños para coger a Naerys de los brazos de Zhaerys. Aegon se puso a hacer carantoñas a su hija mientras Zhar se dedica solo a mirar.

Dany sabía que su hija se sentía un poco sola a veces aunque ella no se lo hubiese decido. Tal vez podía buscarle compañeras de juegos entre las hijas de los nobles. O podía intentar pasar más tiempo con ella... aunque las nuevas noticias la tenían preocupada.

Así se lo hizo saber esa noche a Aegon cuando estuvieron solos en sus aposentos privados.

—No puede hacer nada —replicó él—. Tuvo muchas bajas, e importantes, además de que debe de estar muy debilita.

—Debiste haber ido a por el bebé, dije que quería que sufriera lo que yo sufrí con Aerys.

—He matado a su marido, ¿acaso no debe de estar sufriendo? —replicó Aegon.

—Sabes a lo que me refiero. Haré que pongan la trenza donde todos puedan verla y me encargaré de que sepan qué significa, pero eso no es suficiente.

Daenerys se preguntó si Aegon sabía que ella había estado casada con Drogo también, al menos hasta que consiguió "divorciarse" según una antigua norma que escuchó por casualidad. Si conseguía huir lejos sin ser capturada por su esposo podía considerarse roto cualquier vínculo existente entre la pareja. Ella pudo hacerlo gracias a que los salvajes se habían maravillado por el nacimiento de sus dragones y la habían aclamado como una deidad en la tierra; muchas otras ni tenían esa suerte.

La noche en la que nacieron sus dragones era un misterio para todos, excepto tal vez para ella misma.

Viserys la había amenazado por el numerito que montó delante de las viejas brujas del Dosh Khaleen. Estaba tan acostumbrada a sus insultos y amenazas que al principio lo ignoró, pero luego amenazó a Aerys, y ahí supo que no era capaz de seguir.

Durante los días anteriores aquello había tenido sueños sobre dragones que salían de una hoguera. Ella hizo los mismo con los huevos petrificado. Por cobardía, por miedo o por lo que fuera, todo acabó cuando sus tres hijos dragontinos salieron del cascarón. Era una diosas en la tierra, una madre de dragones, una reina; ella era la que tenía el mando, nadie más.

—¿Estás enfadada? —preguntó Aegon.

—Solo cansada —respondió Dany—, y preocupada por Zhaerys y Naerys.

—¿Qué les pasa?

—A ellas nada; temo lo que podría hacer Bastet si atacara la ciudad.

—No puedo atacar.

—Ahora no, ¿pero y más tarde qué?

Aegon pensó un momento antes de responder.

—Puedo llevarlas a Dorne con mi familia.

—No, mejor a Altojardín —contestó Dany, que no quería tener a sus hijas en manos de la princesa Arianne Martell y aún menos la quería cerca de Aegon. Solo los dioses podían saber de qué era capaz esa mujer—. Dicen que es un sitio precioso y el nuevo lord está en deuda con nosotros para siempre, no se atreverá a hacer nada malo. Y está cerca para ir a verlas. Zhaerys podrá conocer niñas de su edad, y el tiempo es cálido, no afectará a la salud de Nae.

—Al Dominio, entonces —respondió Aegon de mala gana.

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Cuando Lucerys tenía un plan en mente nadie, absolutamente nadie, podía convencerla de lo contrario. Por eso, tras varios días sin noticias de Daemon y de su padre, decidió ir que se uniría a las partidas de búsqueda para encontrar ella misma a su familia.

Sabía que ir con su ropa habitual solo le retrasaría, así que fue a la habitación de Daemon y buscó un pantalón y una camisa. Su hermano era de constitución fuerte, no tanto como otros caballeros, pero sí los sufiente para que su ropa prácticamente bailara sobre el cuerpo de Lucerys: le quedaba demasiado grande. Había solucionado el imprevisto con un cinturón. Apretó la ropa alrededor de su cintura, se anudo el pelo y buscó unos zapatos cómodos; estaba lista.

Antes de salir se había encontrado con otro problema imprevisto: Jon Nieve. El bastardo se había pegado a ella como una lapa para ayudarla y todos coincidieron en que era una buena idea, aunque ella pensaba que solo la retrasaba.

—Ten cuidado, Velaryon —advirtió Jon Nieve a su espalda—. Puedes tropezar con las raíces.

Lucerys dio las gracias entre dientes y siguió su camino.

Jon había estado en la batalla, así que conocía parte de los acontecimientos, aunque había perdido pronto de vista a Daemon y a lord Velaryon cuando tuvo que huir con los hijos de Bastet.

—Llevamos horas buscando por el bosque —pensó Lucerys en voz alta—, y con tanta gente haciendo lo mismo que nosotros, alguien ya los habría encontrado. No están aquí.

—¿Y qué sugieres?

—Quiero ir a donde empezó la batalla, tal vez desde allí podamos encontrar un rastro.

—No creo que puedas hacerlo, y además aún no hemos registrado todos los cadáveres. No es una visión agradable.

Lucerys se paró en seco, haciendo que Jon casi chocase contra ella.

—Mira, Nieve. Soy mayor que tú, así que deja de tratarme como una niña tonta; si no me quieres acompañar, perfecto, pero no pararé hasta encontrar a mi hermano y a mi padre.

—Yo no he dicho que te rindas. —Jon arqueó una ceja—. No aparentas ser mayor que yo.

—Vaya insulto a una dama —respondió Lucerys—, si Daemon estuviera aquí te habría roto los dientes por insultar a su hermana.

¡Qué malhablada acaba de ser! Tendría que disculparse con el bastardo más tarde...

—Quieres mucho a tu hermano, ¿eh? —preguntó Jon en cambio—. También tenía un hermano al que quería tanto como tú al tuyo, pero lady Stark se encargaba de recordarme que solo era mi medio hermano. No perdía la oportunidad de recordarme que era un bastardo y que no tenía lugar en su familia.

—Daemon y yo nacimos como bastardos —confesó Lucerys sin venir a cuento—, pero nuestro padre amaba tanto a nuestra madre y nos amaba tanto a nosotros que nos dio su apellido y nos acogió como hijos legítimos. Mi padre era amigo del príncipe Rhaegar; el príncipe convenció al rey para legitimarnos. Desde entonces Daemon es el heredero de Marcaderiva.

—Lord Stark nunca hizo eso por mí —murmuró Jon.

—Lord Stark tenía una mujer que le había dado un heredero, nuestro padre nunca se casó. No me importaba decir que nací como bastarda, que ahora lleve el apellido de mi padre solo significa que nos ama profundamente a mi hermano y a mí.

«Ahora sí que me he pasado completamente».

—Lo siento, no quería hacerte sentir mal.

—Un gran sabio me dijo una vez que usará los insultos como un armadura. No tienes porqué disculparte, lady Velaryon.

—Ah, vamos, enfádate aunque solo sea un poco —dijo Lucerys—. Y puedes dejar las formalidades y llamarme Lucerys, ¿ambos máximos bastardos, no?

Jon sonrió y le indicó por dónde debían ir para llegar hasta el lugar de inicio de la batalla.

Cuando llegaron, vieron que ya había gente revisando entre los cuerpos. Pudieron distinguir a Jack, el tío Pedro y a Serhat a lo lejos, armando demasiado barullo para la misión tan seria que tenían entre manos.

—Son buenos tipos —dijo Jon cuando Lucerys y él los vieron—, ruidosos y un poco inexpertos entre los tres. No se lo tomes en cuenta, no actúan así por maldad.

Buscaron entre los cuerpos. Jon tenía razón: no era la vista más agradable que había tenido el placer de presenciar (aunque no iba a decirle que tenía la razón, era demasiado cabezota para eso).

Hombros con los emblemas de distintas casas, algunos mejor armados y protegidos que otros, dothraki que habían muerto al lado de su caballo, cadáveres mutilados, armas manchadas por todos lados... Era una auténtica carnicería.

—¿Se ha encontrado a alguien conocido? —preguntó Lucerys.

—Theon, el hermano de Asha, aunque ella lo vio morir y sabía dónde encontrar el cuerpo; y Marie dijo dónde estaba el de Jamie Lannister en el bosque. Por lo demás algunos saldados rasos y dothraki han sido identificados, pero todavía hay muchos que no.

Buscaron durante horas, el sol ya se había desplazado notablemente en el cielo. Lucerys empezaba a sentir hambre. Ella y Jon no hablaron mucho más.

Casi quería darse por vencida, al menos por ese día, hasta que lo vio: un brillo de una espada que le era reconocible. Rompeolas, la espada de su padre, la espada valirya de la Casa Velaryon.

Lucerys echó a correr dejando a Jon atrás. Quería estar equivocada porque si no lo estaba entonces...

Apenas había llegado al lado de la espada cuando los vio.

—¡Aaaagh!

Un lamento ronco salió de su garganta.

Jon llegó hasta ella y la abrazó por la espalda para alejarla de allí.

—¡Déjame! —gritó Lucerys mientras peleaba por librarse del agarre de Jon. Le clavaba las uñas, le daba patadas y pisotones, pero los fuertes brazos de Jon no la soltaba—. ¡Suéltame! ¡He dicho que me sueltes! ¡Te lo ordeno, bastardo!

Jon la soltó al oír la orden; Lucerys era superior a él en título y no tenía más remedio.

Lucerys cayó precipitadamente de rodillas al lado de su padre y de su hermano.

—Papá... —Su visión se había nublado, apenas veía nada por las lágrimas—. Daemon...

Arañó la tierra con las uñas.

Su padre tenía una espada clavada en el pecho y Daemon... ¡por la Diosa! El pecho de su hermano estaba marcado por un enorme arañazo que casi le había cortado un brazo.

Lucerys vomitó sin dejar de llorar.

—Eres imbécil —consiguió decir entre arcadas—, ¡Daemon, idiota! ¡¿Por qué?! ¡Nos prometiste que nos protegía! ¿¡Así nos protege la diosa Bastet, papá!?

Lucerys temblaba, vomitaba y lloraba.

Jon cayó a su lado, protegiéndola con su cuerpo.

Sintió que otros llegaban a preguntar, pero ella solo tenía ojos para sus seres queridos.

—¿Qué ocurre? —preguntó Jon Nieve mientras seguía intentando calmarla.

—Es Bastet, ha despertado.

Aviso: ¡Quedan 4 capítulos!

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