Capítulo XVII

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—Entonces, ¿Cómo está la tía Derieri? — cuestionó sin despegar la mirada de enfrente, observando cautelosamente a cada empleado que se quedaba mudo con cierta deferencia entre sus labores.

—Mucho mejor desde que se casó. — a diferencia de su primo, este se mantenía relajado al igual que las modestas ropas que usaba para sus días de largas jornadas. —Ya tiene quien le cumpla. — soltó una risa nasal.

—¿Se volvió a casar? — ignorando lo último dicho, esta vez entonó con sorpresa. El peliblanco asintió. —¿Y la tía Rajine?

—En New York dando clases de artes marciales, ya sabes lo salvaje que es ella. — se hundió de hombros. —Pero eso son otras cosas que no te interesan. — sonrió con cierta indiferencia, Meliodas aclaró su garganta sintiéndose incomodado. —Según el tío Demon o el "Señor Demon", llegaste para balancear los ingresos o gastos o lo que sea. — ladeó una mueca.

—Tengo que enviarle reportes de las gráficas por e-mail. — dijo sin más, bien sabía que el de ojos negros no gustaba de explicaciones largas y algo inentendibles de su parte; en cambio, el silencio hizo presente por varios minutos, hasta que su mente se vio distraída por el recuerdo de particular chica. —Oye, y ¿Cómo ha estado...? — su pregunta quedó en el aire al ver que su pariente se acercó a una mujer de cortos cabellos azabaches.

—Hasta que te encuentro mujer.

—Estarossa, llegas quince minutos tarde. — mencionó sin emoción alguna a la vez que hacía varios mensajes de su teléfono.

—Lo siento, pero tengo que presentarte a alguien. — esta le volteo a ver, quedando algo perpleja de quien tenía enfrente suyo. —Meliodas, ella es Merlín, la gerente.

—Un gusto, Demon.

[...]

—Elizabeth, ¿ya terminaste de organizar los archiveros? — la mujer de hermosas ropas blancas tanteo las caderas al entrar a aquella oficina de asfixiante celeste donde su primogénita se encontraba ordenando un sin fin de papeles desordenados y tendidos en el escritorio y suelo.

—¡Son demasiados! — soltó exasperada.—¿Para qué tanto papel cuando simplemente lo puedes teclear? — la mujer mayor se agachó para juntar aquellos papeles en el suelo.

—¿Acaso teclearás todo este contenido? — los bicolores recorrieron los largos textos de incontables. Solo dibujó una mueca de astenia. —Eso pensé.

Elizabeth suspiró, llevaba largos minutos haciendo lo mismo; estaba fatigada y hasta algo estresada y es que, después de que el rubio le llamara por mera maldad, no había logrado recuperar el sueño. Simplemente, aquella bromita de mal gusto le dejó con una incomodidad, la curiosidad de preguntarle en su bienestar le dejó pensando en la noche a la vez que en contra parte de sus palabras, se negaba a preocuparse por él.

Observó a su mayor entretenida mientras siseaba, unas dudas llegaron en mares a su cabeza. Un consejo materno le sería algo útil.

—Oye, madre... — la susodicha emitió un sonido de atención. —Cuando conociste a papá, ¿en seguida te enamoraste? 

—Hmm, tu padre es muy soberbio. — se quedó por unos segundos más pensando en las palabras correctas para describir al "innombrable" como le apodaba. —Él quería una vida lujosa y de en sueño en París y yo amo mis tradiciones y mis raíces. — comenzó algo evasiva. —Y créeme que agradezco estar aquí, de haber aceptado ir con él ya estaría colgado de la torre Eiffel.

—¿Por qué? — ladeo su cabeza.

—Porque odio los pequeños pueblos llenos de turistas ilusos que suspiran por una ciudad que creen que es simbolismo del amor.

—No me refiero a eso. — rodó los ojos con algo de ironía. —Si no, ¿Por qué a pesar de las diferencias, seguiste con él por años? — la mujer nuevamente se quedó pensativa y, pesar de la intrigante necesidad de preguntar a su hija del porqué de sus preguntas, no le dio importancia.

—Lo que sentí por tu padre no sobrepasó la atracción mutua, pero él solo era un caprichoso que me quería para su manantial. —soltó aires de disgusto. —Cuando supo que estaba embarazada temió al compromiso, pero al menos no fue tan cobarde a sus inicios. Creo que más que nada la costumbre de estar juntos es lo que me mantuvo en una relación.

—Sabes que volverá en verano. — recordó. Aquel hombre, padre de la albina era mal recibido por la Goddess mayor, pero a diferencia de Elizabeth le era indiferente y es que, por más que la hubiese querido cambiar, debía aceptar que aquella actitud sarcástica, hostil e irresponsable de la platinada era por herencia de su padre; ilógicas de la vida porque no convivió mucho con él.

—No lo culpo, en esas épocas la gente cae en estampidas a los lugares más turísticos y clichés. — hundió de hombros a la vez que continuaba apilando las hojas. —Solo espero que no llegue con un ridículo acento francés, suficiente con su sarcasmo tengo. — soltó una risilla audible, esto último dicho dejó confusa a la menor.

—¿Cómo no toleras a él su sarcasmo y a mí sí? — la mujer le vio con sus garzos ojos brillante y soñadores.

—Eso es diferente. Eres mi hija, eso que odio en tu padre lo adoro en ti. — acunó su rostro para planta un beso en su frente cariñosamente. —Creo que esa es mi karma. — Elizabeth ladeo una pequeña sonrisa sin dejar de pensar ¿ese sería su mismo destino?

Aquellos pensamientos quedaron quietos al momento que el teléfono resonó escandalosamente en los bolsillos de la más joven, llevándola a separarse de la mujer.

—Lo siento madre, debo atender. — esta le cedió un momento de silencio para que tuviese comodidad de contestar. —¿Hola? 

"Elizabeth, ¿estás ocupada?"; habló la melosa voz femenina al otro lado de la línea, sonaba algo tediosa y de fondo unas risillas infantiles.

—Estoy con mi madre en la agencia, ¿Qué necesitas, Gelda?

"Quería invitarte mañana a pasar el rato."  Soltó una bocanada de aire. "Dejaré a Amice con mi hermana porque ya no soporto el encierro". Su suplicante voz no le dejó alternativa a la albina, odiaba que la convencieran rápidamente.

—¿Huh? De acuerdo... ¿a las cinco te parece? — la rubia dio un brinco en sus ánimos al escuchar esto.

!¡Perfecto!, mañana mando la ubicación en la tarde".

—De acuerdo. — con esto, dio por terminada aquella improvisada llamada. Elizabeth volteo a ver a su madre que se mantenía sospechosamente sonriente.

—Ves que no sería difícil llevarte bien con ellos. — rodó los ojos ante su burla.

—Son agradables, no puedo ser grosera con personas que han sido amables conmigo. — continúo organizando aquellos encargos como método para distraerse en lo que la hora indicada llegaba.

—Es ilógico porque no piensas lo mismo de Meliodas.

[...]

La tarde avanzó amena y algo ocupada para el rubio, se sentía algo cansado después de recorrer la mayoría del edifico y, aunque lo vio innecesario, Estarossa se mantuvo optimista en todo momento a diferencia de la mujer de cabellos negros, parecía algo distante del par.

Dio un suspiro al encontrarse por fin en la oficina del peli blanco revisando lo que realmente le interesaba.

—Veo que, si hay mucho que resolver, una opción sería minimizar las prestaciones, pero eso traería demandas. — comenzó el rubio analizando los datos proporcionados por el par.

—¿Y si ilimitados las finanzas y prórrogas? Pan comido. — sugerido el peli blanco con poca emoción, realmente le era indiferente a los problemas de la línea de bancos; sin embargo, su habilidad de convencer a inversionistas codiciosos era única y favorable para los Demon.

A este punto, si por algo se conocían en esa gran familia, era por sus trabajos y tratos por conveniencia.

—Eso también tendría demanda. — contrarresto pensativo antes de dirigir su mirada severa a la de ojos dorados. —Merlín. — esta le demostró determinada postura erguida. —¿Podrías mandarme los datos de las devaluaciones? 

—¿Todas? — alzó ligeramente su fina ceja bien remarcada al contrario la expresión del albino se amplió.

—Desde donde comienza el descenso. — Merlín no mostró ningún gesto, solo asintió ligeramente.

—Bien señor Demon. — resonando sus altos tacones azules, se marchó de aquella oficina a la vez que continuaba con aquellas llamadas telefónicas.

—¡¡Joder!! ¡¡Son muchas!! — exclamó el de ojos negros.

—Necesito ver donde fue el problema. — acarició la sien buscando calmar el estrés. —No puedo dejarlo así si no sé de dónde surgió.

—Vaya, mi tío te dejó la peor parte del trabajo. — el oji verde deformó una mueca que este entendió. —Creo que ella va a tardar y ya recorriste todo el edificio. Mejor deja que te invite a comer, muero de hambre. Podría comerme un cerdo entero. — trato de mejorar aquel ambiente frustrante. El blondo lo medito un poco, quizás un momento fuera de aquel lugar con olor a tinta y papel lo calmaría un poco.

—De acuerdo. — accedió sin más.

Debió suponer que aquella ciudad era incluso peor que su ciudad de origen, el tráfico y los cláxones de las otras avenidas terminaban con su paciencia, el olor a contaminación era incluso peor; humos de azufre, humos de tabaco por parte de su primo, la cantidad de gente por multitud era masiva. En serio, ¿Cómo soportaban una vida tan... sobrepoblada?, ¿Qué era peor? La radio incesante sin una buena señal y la boca parlanchina de Estarossa; todo encerrado en un vehículo.

Agradecía que aquel famoso restaurante no estuviera tan lejos como pensó o era capaz de huir e ir al aeropuerto más cercano, incluso la albina era más tolerable.

No pasó más de cinco minutos para que se encontraran en la tranquilidad de una mesa y el albino de complexión robusta se encontrara pidiendo su orden de comida con urgencia. El blondo solo le miró como literalmente devoraba su pedido en cuanto fue servido en la mesa.

—No bromeabas. — alzó ligeramente ambas cejas al presenciar a su compañero literalmente devoraba el plato de comida como si hubiese pasado hambruna desde un largo tiempo.

—Tener dos empleos aumenta el apetito. — se excusó antes de continuar comiendo. Meliodas, por su parte apenas había tocado su comida, solo jugaba un poco con los cubiertos hasta que se dispuso a probar un poco.

—¿Sigues siendo profesor de historia? — interrumpió el silencioso ambiente entre ellos mientras comía con calma.

—Tradición familiar, me gusta seguirlas. Además, sabes que me gusta dar clases antes que estar en una puta oficina. — otro largo silencio. El de ojos verdes se quedó pensativo un rato, tenía una pregunta atrapada en su garganta desde hace unas horas, pero de cierta forma era incómodo.

—¿Cómo sigue ella? — Estarossa le miro algo receloso. Trago lo que contenía su boca y dio un trago a su copa de agua para aclarar su garganta.

—¿Liz? —el contrario asintió. —Ya lo superó, pero dijo que quería espacio antes de volver a intentarlo y yo no puse objeción a esa decisión. — dio otro trago a su copa sin despegar la mirada del semblante sereno y preocupado de su familiar. Suspiró. —¡Vamos hombre, ella está bien! Ahora es diseñadora de interiores y no le va muy mal. — una escasa risa irónica salió del rubio.

—Lo sé, solo me alegro por ella. — tanteó su copa jugando con el vino en su interior. —Me imagino que sigue igual de agresiva y salvaje.

—Aun así, estoy jodidamente loco por ella. — soltó aires amorosos a lo que Meliodas negó con la cabeza. —Mejor dime, ¿Quién es la chica? — un tercer silencio de rostro nesciente. —No pongas esa cara y háblame de Eribeth.

—Elizabeth. — corrigió.

—Es lo mismo. — se hundió de hombros. —¿Cuánto tiempo llevan con el dichoso compromiso? — se llevó un bocado a la boca, esta vez prestando atención a los gestos.

—Tres meses. — su rostro de asombro no se hizo de esperar al tragar.

—Eso es un récord, eso me dijo Zel por mensaje. Me ha mantenido al tanto de lo que pasa por allá. — soltó una risa nasal.

"Maldito lengua larga"; pensó para sí mismo, debió imaginar que su hermano menor no se quedaría callado.

—Y dime, ¿Cómo es ella?, ¿es hermosa? — comenzó para disgusto del rubio. —¿Es alta o baja?, ¿de qué color son sus ojos? ¿es una malcriada hija de papá, una zorra más o de nervios de acero? — a cada pregunta que hacía, el Demon no podía evitar sentirse hostigado.

—¿No crees que preguntas mucho? 

—Solo me da curiosidad qué clase de mujer te conseguiste esta vez, espero que una mejor que las zorras anteriores. — soltó un suspiro, no tenía caso ignorarlo ya que siempre encontraba la forma de volver al tema y, si por algo eran conocidos los Demon, era por su tenacidad y terquedad.

Rendido y sin ánimos de responder, simplemente busco una de las fotos que le fue tomada por Inés en ocasiones de distracción por parte de ambos y se lo mostró al peli blanco.

—Es ella. — los ojos oscuros se dilataron por la imagen de la mujer de largas hileras de plata y peculiares ojos bicolores.

—Wow, ¿seguro que esta es una mujer?, porque parece una diosa. — sonrió con algo de perversión dirigida a su primo. —Con este mujerón no te mueres de hambre.

—¿Disculpa? — arqueó la ceja. —Oye, no seas cínico y ten más respeto. — una carcajada audible ambiento el tenso momento sin dejar de admirar la existencia de la joven a través de la pantalla.

—Solo la analizo, relájate Meliodas. — recorrió su cuerpo entero con gran detenimiento buscando hacer una travesura para molestar al rubio. —¿Huh?, tienen bonitas caderas... — Meliodas arrugó aún más el entrecejo, detestaba ese tipo de comentarios y no porque sintiera celos, era más una fuerte intuición de protegerla de tales palabras de él o cualquier otro hombre que le fuera vulgar por su cuerpo.

—Deja de hablar así de Elizabeth, ni la conoces. — trató de arrebatarle el teléfono, pero este se echó atrás para evitarlo.

—¡Rápido!, ¡¡¿Qué parte de su cuerpo te gusta más?!! — los ojos esmeraldas se ampliaron quedando mudo por unos segundos antes de volver a forzar un gesto de molestia.

—¡¿Eh?!, ¡¿qué estupideces preguntas?!

—¿Sus piernas?, ¿su cabello?, ¿sus ojos? — cuestiono ignorando las quejas del más bajo.

—Ya cállate, Estarossa.

—¿Sus caderas?, ¿su trasero?, ¿sus pechos? — la expresión de Meliodas cambio al escuchar esto último, acto que no pasó por desapercibido por aquel albino. —Con que eso, ¿eh? No te conocía esa parte. — soltó una risa pícara. Por otro lado, el pobre hombre bajo no evitó abochornarse por verse descubierto y es que, era algo que no había podido evitar desde que conoció a la chica, su afán de usar blusas escotadas era tentadora para su vista y aquella vez en que ella lo abrazo inesperadamente, guardando su rostro entre esos suaves montículos solo fue el aliciente de su fetiche por los senos que ansiaba tocar; sin embargo, se retenía.

Aunque, tampoco podía retener sus propios pensamientos indecentes.

—Ya... — aclaró su voz disimulando su tenue sonrojo. —No me hagas enojar. — enunció sereno a lo que rápidamente su primo le regresó el móvil. Este lo tomó rápidamente y lo guardó.

—No seas llorón, solo bromeo. — rodó los ojos cruzándose de brazos. —Además, me lo debes por golpearme con enciclopedias. — el rubio dibujó una mueca.

—Solo así aprendías, además eso fue hace años, deja de ser rencoroso. — musitó sin dirigirle la mirada. Su mala racha se vio desconcertada al verle soltar una carcajada acompañada de una lágrima.

—¡Ay diosas!, hace mucho que no me divierto así. — el blondo negó levemente alzando ligeramente sus comisuras.

—Y tú nunca cambias.

[En la noche, Washington]

La misma hora nocturna en dicho estado americano, Meliodas usaba unos lentes anti reflejantes mientras utilizaba el computador en sus piernas revisando su bandeja de entrada en el correo. Oprimió un suspiro al ver la enorme cantidad de archivos enviados por aquella azabache, no mentía cuando mencionaron que eran exageradas las cantidades. Tenía tres semanas, nada no pudiese hacer.

Su mirada se vio distraído por el reflejo de su teléfono a su lado, el rubio observaba el aparato con algo de ansiedad y curiosidad, claramente era plena madrugada en Londres; sin embargo, se preguntaba, ¿sería buena idea volver a llamar a su "amada chica"?

Quizás molestarla un rato no haría daño.

Tomó el teléfono y marcó el número de dicha fémina esperando pacientemente a que respondiera la línea, pero después de minutos nadie respondió llevándolo directamente al buzón de voz.

"No estoy disponible por ahora, pero deja tu mensaje y te llamare de regreso. Posdata, Demon si eres tú, ¡¡te juro por las diosas que te voy a explotar la cabeza contra la pared...!!"; colgó la llamada antes de terminar de escuchar aquella frase llena de hostilidad y, por el bien de su cráneo, era mejor hacer caso a sus advertencias.

—¡Joder!, qué dulce novia tienes primo. — Estarossa recalcó su ironía, recargado en el marco de la puerta de brazos cruzados. —Ahora entiendo porque duraste más con ella, debe ser emocionante. — bromeó en un respingo, por el contrario, los ojos verdes rodaron hastiado.

—¿No te han enseñado a respetar la privacidad? — su pregunta fue ignorada ya que este se encontraba acomodándose su chaqueta de mezclilla. —¿Y a dónde vas? 

—Con unos amigos a un bar cerca de aquí, ¿quieres venir? — negó con la cabeza volviendo su mirada en el computador.

—No, tengo que revisar los correos que Merlín me envió. — Estarossa lamento a su primo en ese momento.

—Parece que no dormirás en un largo rato, eh. — trato de alegrar el ambiente, pero el rubio no reaccionó a su tono ansioso, suspiro con desasosiego. —En el almacén hay comida por si te da hambre y algo de café. Estás en tu casa. — con esto se dio la vuelta sin antes escuchar las últimas palabras del blondo.

—Gracias y buenas noches.

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