Capítulo XXXVIII

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A todos los lectores; tomen su asiento en primera fila y disfruten de esta boda.

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Se removió sobre su cama con tal comodidad mientras abrazaba su almohada con sus extremidades, roncando y babeando con sus cortos cabellos escondidos. Sin embargo, las celosías que amortiguaban la luz a través de la ventana se abrieron abruptamente cayendo la luz como agua sobre su rostro algo demacrado.

—Liz, Liz, Liz, Liz... — la aludida solo gruñó lanzándole una de las almohadas al rostro en un intento de callar su incesante voz grave mientras se cubría con las mantas buscando volver a conciliar el sueño. El hombre renegó. —¡¡LIZ!!

—¡¿Qué?! — le fulmino con humos saliendo por las orejas. Tenía sueño y como el peor de los castigos se lo privaban.

—Ya levántate, es tarde. — animó quitándole las sábanas de encima ignorando sus quejidos. —¡Que te levantes! Debes arreglarte ahora, ya. — de cierta manera, le recordó cuando su padre le regañaba cada vez que no deseaba ir a la escuela, trayéndole con eso un par de recuerdos.

—¿Y eso que? es sábado, no voy al trabajo. — contradijo luchando en vano contra la fuerza de Estarossa que había logrado descubrirla.

—No, porque hoy se casan Elizabeth y Meliodas. — la mujer dejó de luchar al instante ampliando sus ojos zarcos. Se dio un golpe mental.

—Mierda, es cierto ¿por qué no me levantaste antes?, ¡idiota! — comenzó a reprocharle a su compañero. —Hay tanto que hacer y... ¡ugh! mi cabeza. — debido a la manera repentina en que se levantó, la jaqueca no tardo en caerle de pinchazo en sus sienes.

—Te dije que no bebieras mucho, pero nunca haces caso. Eres terca y testaruda — quizás era su falta de sueño y el dolor la que le mantenía de mal humor o Estarossa siempre fue irritante.

El día anterior solo se encontró a Elizabeth en karaoke en la barra libre tomando simples margaritas mientras entablaba una conversación con el barman; decidió ir a verla y hablar, pero esta solo comenzó a reprochar y a quejarse hasta de lo que no tenía sentido; hasta que poco a poco su actitud se hizo más festiva como si se encontrara en un parque de diversiones con las pupilas dilatadas. Recordaba que estaba más cerca de la noche que decidió llamar a Estarossa para que le ayudara a llevar a la chica de regreso a su casa, sin embargo, se vio contagiada por su optimismo que ilusamente cayó en las tentaciones del alcohol que no le importo pedir botella tras botella hasta perder la cuenta de las que llevaba bebiendo.

Todo era borroso a partir de ahí; solo estuvo cantando un par de canciones de despecho y vida de libertinajes a viva voz desafinada con la albina, inclusive llegó a pelearse con algunos hombres que intentaron acercarse a ellas con el fin de aprovecharse de su estado sin imaginar que la de ojos bicolores era una agresiva sin cadenas, hasta que al fin llego el varón para llevarse a ambas a la residencia Goddess. No fue mala noche después de todo.

—Cállate y por favor, ayúdame a hacer algo de desayunar mientras me baño. — dicho esto, se levantó rápidamente de la cama dispuesta a darse una merecida ducha de agua tibia que relajara su cuerpo tenso y dolorido por la mala postura al dormir.

Solo esperaba que Elizabeth lograra sentirse dispuesta para la boda después de esa cantidad copas.

—Lo que diga y mande mi mujer. — la aludida le gruñó negando un par de veces ocultando un pequeño rubor de sus mejillas.

—No lo soy, que te quede claro. — cerró la puerta del baño a sus espaldas dándose algo de privacidad dejando al peli blanco ahogado entre sus suspiros egocéntricos. Sin embargo, en la privacidad de aquel cuarto blanco, no evitó soltar una risita de emoción por tales palabras. No lo demostraba, pero desde hacía un largo tiempo su corazón temblaba por esos ojos negros que veía todos los días con un gesto adorable.

—Pero lo serás, algún día. — una sonrisa ladina y un corazón acelerado. Dejó la habitación de su amiga para retirarse a la cocina dispuesto a cocinarle algo que le cambiara su humor.

Mientras tanto en la residencia Demon, el enorme jardín de hermoso verde se veía plagado de trabajadores trajeados, así como meseros colocando lo que eran las decoraciones y adornando las mesas redondas de manteles blancos y grisáceos con hermosos centros pequeños en colores de rosas blancas y amarillas margaritas.

El ambiente del bosquejo parecía ser un espeso mural de privacidad para la ceremonia, hermosos faros eran colocados alrededor con algunas luces que iluminarían el anochecer. La enorme y decorada mesa con hiedra donde los jueces esperarían; nada podía salir mal, exceptuando que la pareja de novios no daba señales de vida por ningún lado por más que insistieran con llamadas telefónicas,

—Uuuh, es un maravilloso día. — enunció en un profundo suspiro la rubia con un entallado vestido bermejo ajustado a su silueta y su tradicional trenza ladeada. Sus labios ligeramente rosados y un par de tenues sombras en sus ojos mientras admiraban la hora mañanera de su reloj. —Zaneri, te encargo a Amice en lo que yo salgo. — la mujer castaña sonrió asintiendo fiel.

—Si señora, no se preocupe. — la castaña tomó a la menor por su muñeca para mantenerla quieta y evitar que ensuciara su hermoso vestido naranja a causa de sus travesuras. —Ven aquí señorita, hay que sujetarle ese cabello con un moño, ¿te parece? — jugueteo con su pequeña nariz haciéndola reír.

—¡Sip! — dando saltitos, acompaño a los ojos agua al interior de la casa dejando a la rubia soltando un suspiro mientras se preguntaba, ¿por qué ninguno de los dos aparecía?

—Gelda... — su mirada se vio atraída por su marido que aún seguida despeinado y en pijama. —Creo que sigo dormido, porque pareces sacada de mis sueños. — esta rio en bajo por tal piropo.

—Hay cariño, aún no te has vestido. — este hizo un puchero tomándola por la cintura, acorrucándose en ella de forma jovial. —Debes arreglarte rápido. Mientras ¿podrías asegúrate de que todo se instale? — soltando un bostezo asintió.

—Claro linda, pero ¿a dónde vas? — la mujer le mostró el mensaje de texto llegado desde la noche anterior.

—Por el vestido de Elizabeth. Hubo un cambio de planes al parecer. Anoche recibí un mensaje de Meliodas pidiéndome que recogiera el vestido y que te dijera que supervisaras todo en lo que llegaba, pero no me dijo más al respecto. — ladeo una mueca.

—Me pregunto en donde estará, no llegó después de lo de ayer. — su mujer negó. Era curioso, la albina organizó todo al pie de la letra y fue muy estrictamente puntual con todo, pero ¿por qué aun así salen cosas inesperadas?

[...]

"Ugh. Mi cabeza, de nuevo... " pensó al recordar la última vez en que se embriago. El dolor era más insoportable dado que bebió de más, hasta hizo mezclas extrañas que la pudieron dejar en hospital, pero ahí estaba, en su cama, en pijama al lado de... "¡Meliodas!, ¿Qué hace...?" su rostro se sonrojo admirando su relajado semblante aparentemente dormido. No recordaba lo que había pasado y ni quería hacerlo. "Rayos, debe pensar que soy una infantil por embriagarme así. ¡Qué vergüenza!"

El blondo se removió a su lado parpadeando un par de veces, clavando sus ojos verdes en el rostro sonrojado de su pareja.

—Hm ¿Eli? — enderezó su compostura para verle mejor y con detenimiento. —Buenos días. ¿Cómo te sientes?, ¿estás bien? — antes de siquiera responder a alguna de sus preguntas, esta soltó un quejido por el malestar a causa del alcohol. —Veo que te duele la cabeza. No seas perezosa y levántate a dar un baño, hoy es un día ocupado.

Sus ojos se abrieron a la par con desesperación; estaba tan molesta consigo misma que no pensó en el día después y ni en las consecuencias de sus actos. De nuevo, actuó por impulso.

—¡La boda! — lo echó todo a perder, lo sabía. —Caramba, ¿Qué horas son? Debí estar hace dos horas allá y supervisar que llegaran a colocar las cosas, esto... esto es un desastre. — titubeó con tropiezos en sus palabras con unas inimaginables ganas de llorar. —Lo siento, soy un desastre. Te casarás con un desastre andante. — terminó escondida en sus rodillas con sus brazos protegiéndose soltando un sollozo mientras Meliodas se mantenía escéptico por su expresión.

—Eli... — tocó su hombro con suavidad en señal de apoyo.

—No fue tu culpa Meliodas, tú me dijiste que leyera el contrato e inclusive me disté una segunda oportunidad después de haberlo firmado, pero mi arrogancia esa vez me tenía tan confiada que no pregunté más al respecto. — sus ojos cristalinos le vieron con un profundo arrepentimiento que removió los sentidos del blondo. —Perdón por culparte.

—Oye, todo está bien; tú estás bien y es todo lo que me importa. — ladeo su sonrisa acariciando sus cabellos en consuelo. —No te alteres, vete a dar un baño yo me encargo de todo allá. — este salió de la comodidad acomodando su camisa dejando a la joven pasmada por su repentina actitud suave.

—Pero...

—Hey, tu sufriste mucho estrés durante estos meses y no tienes cabeza para pensar ahora. Déjame que yo supervise esto. Encargue a Gelda que llevara el vestido allá mientras Zel recibe al personal hoy en la mañana. — explicó notando como esta parecía relajarse. —Yo te espero.

—Eh, de acuerdo. — bajó la mirada aun abochornada, actitud que él notó.

—Tranquila, hay tiempo. — la tomó por la barbilla para verle con la misma angustia que le ocasionó la noche anterior. Deposito un casto beso en su frente ocasionando un sonrojo en sus pómulos. —Por favor, no vuelvas a asustarme así, no sabes lo que haría si algo te pasara. — sin decir algo más, salió de la habitación más que aliviado de que hubiese arreglado el pequeño desacuerdo a causa del desbarajuste de la misma.

Elizabeth se mantuvo mirando la puerta cerrada tocando con las yemas de sus dedos su frente donde aún sentía ese efímero calor promiscuo a la vez que su mano derecha se estrujaba a la altura de su corazón inextricable.

"Él... Se preocupó por mí..." soltó un jadeo involuntario negando sin querer creérselo "¿Qué es esto que siento? "

Los ojos verdes vieron a la mujer más que lista con su traje formal en color celeste, andando en la cocina mientras terminaba de preparar el desayuno.

—Oh, buen día Meliodas, ¿quieres comer algo? — ofreció amablemente mientras le daba una taza de café a lo que este simplemente negó.

—Solo será el café señora, debo adelantarme. — explicó dando un sorbo. —Elizabeth y usted nos alcanzara después, no se preocupe de más, ella necesita descansar bien. — Goddess soltó una bocanada.

—Eso no la salvará de mis sermones. — el rubio soltó una risa baja terminando de un trago lo poco que quedaba en la taza antes de tomar las llaves del auto.

—Nos vemos al rato. — la mujer suspiró en alto desviando sus ojos zafiros en dirección a la habitación de su hija quien aún se encontraba extrañada por la actitud de su prometido.

—Bien. Elizabeth calma solo... — buscaba distraerse con las prendas de ropa que usaría, pero sus pensamientos vacilantes eran más ruidosos. —¡Ugh! compartiré el resto de mi vida con él solamente.

Terminó por cubrir su rostro con vergüenza. Tenía sus cosas hechas, así como la maleta que se llevaría a la residencia Demon, pero pensar en compartir con el resto de sus días era... extraño, de una manera inexplicable.

"Te lo dije una vez Elizabeth, nunca me enamoraré. " Sus palabras eran concretas y forzosas como el acero, frías y carentes de vacilación. Él no lo haría y, aunque no se lo haya prometido, era más creíble en boca de él que en el de ella, porque lamentablemente era mucho más susceptible.

—Pero, ¿Qué pasa si yo lo hago? — un nuevo miedo la invadió. El pavor al compromiso quedó sometido en contra de la voluntad en ese contrato, pero tal vez no era miedo a contraer nupcias, si no que tal vez era miedo a enamorarse de él y no ser correspondida.

Debía someter sus sentimientos, lo complicaría todo si lo permitía.

—Elizabeth, ¿aún sigues en pijama? — llamó su mayor ingresando a la habitación. —¿Qué te pasó por la cabeza para tomar de esa manera? Casi me matas de un susto. — bajó la mirada con un puchero nervioso.

—Lo siento, solo quería dejar de pensar y distraerme de... esto. — la mujer suavizo su rostro tenso.

—Calma mi vida. Todo estará bien... — por un momento Elizabeth creyó librase de los regaños de su madre, pero esa posibilidad quedó descartada después de ver su ceño severo. —Después de que me escuches bien lo que te voy a decir. — tal vez cantó victoria antes de tiempo.

[...]

Las horas transcurrían muy rápido, más de lo que hubiese pedido o deseado, pero los burlones minutos parecían ser simples segundos cuando se trataba de preparase pues el momento se acercaba terriblemente como un asesino serial asechando a su víctima lentamente esperando a que su corazón estallara a causa de todas esas emociones aceleradas. Elizabeth no podía evitar sentir un extraño temor que atormentaba su cabeza, se sentía mareada y aterrada, era difícil describirlo, e incluso su vestido lo sentía sofocante y más apretado de lo que recordaba, por más recogido que tuviese el cabello, un calor la asfixiaba.

Mientras tanto, las féminas a su alrededor solo soltaban ruidos de emoción mientras terminaban de hacer pequeños retoques.

—Yo digo que no es necesario tanto retoque. Mi cabello es pesado, se deshará en cualquier momento. — advirtió sin dejar de recorrer el gran trabajo que su cuñada había hecho con su larga cabellera, recogiéndolo con un par de pasadores.

—Debes verte hermosa para hoy, al menos hazlo por tu prometido. — agregó la pelirroja vistiendo un vestido rojo carmín de generoso escote y holanes. Los ojos bicolores torcieron en desagrado, ¿por qué veían romance en donde no existía?

—A Meliodas no le importa, y dejemos hablar de él que solo me dan náuseas. — no mentía, todo el estrés le retorcía el vientre dolorosamente.

—Mariposas en el estómago querida. — ambas mujeres soltaron una risita cómplice logrando avergonzar a la mujer de impecable blanco.

—No, no lo son. —recalcó. "Y si lo son, me tendré que comer un insecticida para matarlas."

Por un largo tiempo solo se dedicaron a hablar de cosas triviales como la decoración del exterior, las flores que la albina escogió entre otras cosas mientras terminaban de retocar el tenue maquillaje, con tal de mantener la pequeña cabeza de la novia distraída; sin embargo, nunca pensó que había incluso pequeños detalles a los que no les prestó atención.

—Estoy emocionada al "si, acepto". — la platinada alzó la ceja.

—¿Por qué?

—Nunca los he visto dándose cariñitos, esta sería la primera vez que veré un acercamiento entre ustedes. — comenzaba a asustarle el rumbo de la conversación. —Un beso, por ejemplo. — ¡¿El beso?!

—Es cierto. — espetó la rubia. —De hecho, Meliodas no hace ese tipo de gestos en público, al menos nunca lo he visto, a menos que sea tímido.

"¡Maldición!, olvidé de aquella estúpida tradición. No lo hablé con Meliodas. " Mordió su labio inferior en desespero. Tenía que solucionarlo o al menos saber qué opinaba el Demon al respecto, para su mala suerte no traía su teléfono consigo.

Meliodas se encontraba en su habitación, solo debía escabullirse por el pasillo y pedir un momento con él para tratar la situación antes de que la ceremonia diera inicio. Tomó la falda del vestido entre sus manos, minuciosa de no hacer ruido, pero los ojos azules captaron en seguida sus intenciones.

—¿A dónde crees que vas, Eli? — cuestionó con las manos a cada lado de sus caderas.

—¿Al baño?

—¿En serio? — negó un par de veces rechistando si creía que le funcionaria esa excusa trillada. —Es de mala suerte que el novio vea a la novia antes de que esté en el altar. — la jovencita chasqueo la lengua en un rodar de ojos.

—Yo no creo en esas tonterías.

—Pues no te dejaré ir lo creas o no. Tu espera en la habitación, hablarán con una puerta de por medio ¿de acuerdo? — no le quedó de otra más que acceder; solo le interesaba hablar con él al respecto.

Mientras tanto, en la habitación del rubio, era persuadido por su hermano menor a la vez que terminaba de acomodar la corbata azul zafiro alrededor de su cuello con una mirada perdida en su reflejo.

—¿Tienes idea de cuánto tiempo llevo esperando para esto?, creo que llorare de emoción. — enunció un emocionado azabache de brillantes ojos verdes.

—No exageres.

—No exagero, alguien tiene que ser el sensible aquí. A parte que aún me sorprende mucho que al fin te casaras. ¿Seguro no estás nervioso o emocionado? —le dirigió la mirada por breves segundos antes de soltar una bocanada.

—Entre más preguntas, más me das razones.

—¡O sea que sí!, eso es nuevo, pero tranquilo, solo cuenta hasta el 3.000. A mí me funcionó cuando me casé con Gelda ¿recuerdas? — el rubio apretó los labios, evitando mostrar lo tembloroso que se encontraba mientras reconsideraba su consejo.

"Maldita sea, estoy demasiado nervioso como para aguantar esto."

—Meliodas. — Liz ingreso a la habitación con una amplia sonrisa soñadora. —¡Vaya!, hasta que escogiste un traje distinto al negro. Eres un galán.

—¿Gracias? Eh, ¿Qué sucede Liz?

—Creo que Elizabeth quiere hablar contigo de algo. — antes de que pudiese salir de su habitación, la pelirroja lo tomó por el antebrazo. —Pero sin verla. Llámame supersticiosa, pero me encantan las tradiciones, así que no permitiré que la veas antes que estés en el altar. — rodó los ojos dando a entender que no intentaría nada, aunque admitía que tenía curiosidad por ver a la albina.

No tardó mucho antes de que estuviese frete a frente en la puerta de la habitación donde se encontraba su futura cónyuge. Dio un par de golpes suaves en esta para notificar su presencia.

—Eli, ¿qué sucede preciosa? — la mujer reconoció la voz al instante tornándose de repente más ansiosa.

—Meliodas, hay algo que no hemos discutido aún.

—Te escucho. — respiro profundo relamiendo sus labios.

—E-El beso. Después de las firmas y el "acepto", se supone que tendremos que...— no terminó de hablar. —N-No es que me moleste, pero...— sus mejillas estaban demasiado rojas, y aunque no era la primera vez que chocaba sus labios con los del hombre más bajo, pensar en hacerlo frente a su familia le hacía sentir incómoda y pudorosa. No se mostraba ser de esas chicas afectuosas, sería difícil para ella y aun más para el oji verde.

—No tiene que ser así, si no quieres. También lo sientes embarazoso, ¿verdad? — la mujer asintió en resoplido, siendo consiente que este no podía verla.

—Y bien, ¿Qué haremos al respecto? — apretó su gesto pensativo. No tenía que besarla directamente en los labios, solo lo suficientemente convincente como para satisfacer al resto, como un beso en las comisuras o el llamado beso de media luna.

—Escucha, esto es lo que pasará. Hay que... —, sin embargo, Liz apareció a interrumpir sin saberlo.

—Bien, Meliodas; ya tienes que adelantarte rápido.

—Pero todavía no termino de hablar con ella. Dame un segundo más. — esta negó con el tiempo sobre los hombros.

—Nada, ya ve que no hay tiempo que perder, los jueces esperan. — sin dejarlo quejarse, lo tomó por los hombros y lo apartó de la puerta, siendo Zeldris y su mejor amigo, Ban quienes lo acompañaran hasta donde, junto a los jueces esperarían a la albina.

Elizabeth, por el contrario, maldijo en bajo, ya no habría tiempo de discutirlo, y no tenían más de otra que...

—¿Elizabeth? — los bicolores se dirigieron a la puerta con rapidez. Esa dulce voz melosa y femenina la conocía muy bien.

—¡Margaret!, ¡Verónica! — sin pensarlo, abrazó con inmensa felicidad a las chicas de cabellos morados y hermosos vestidos en color verde y melocotón. —¡Qué alegría! — estas correspondieron el gesto teniendo cuidado con el corto velo que reposaba sobre su espalda descubierta.

—Mírate, estás preciosa mi pequeña. — sollozó la hermana mayor acunando el rostro de su pariente con mucha gentileza que amortiguo el nerviosismo de su corazón.

—Carajo, voy a llorar. — se quejó Verónica limpiándose rápidamente las pequeñas gotas de agua de sus lagrimales.

—Por favor no lo hagas, sabes que soy muy sentimental y no quiero arruinar el maquillaje. — pestañeó un par de veces viéndose contagiada de ese sentimentalismo.

—Lo siento, pero estamos muy felices por ti tonta Eli. — aclaró su garganta antes de extenderle un pequeño objeto que traía escondida en su mano. —Y también queríamos darte esto. — un jadeo escapó de sus labios al ver la pequeña piedra azul zafiro; joya perteneciente de la familia Lionés.

—Eso es... — Margaret tomó dicho pendiente para colocárselo con cuidado en la oreja izquierda; mismo que también las hermanas usaban en sus respectivos oídos en señal de su dinastía.

—Dicen que algo viejo y azul es de buena suerte. Elizabeth, eres como nuestra tercera hermana, quiero que también tengas uno. — la aludida admiro la hermosa joya valerosa sonriendo con una enorme felicidad. Tal vez fuera por el significado que estas le daban a dicho pendiente, pero cada duda que la atormentaba hace unos minutos despareció por unos momentos.

—Gracias. — volvió a lanzarse a abrazarlas, esta vez dejando que una traviesa lágrima resbalara de su mejilla hasta perderse en el suelo.

—Chicas... — interrumpió Liz desde el marco de la puerta con el pequeño ramo de rosas blancas que la novia debería llevar entre manos. — Es hora.

[...]

Mordía su mejilla interna y su pie se movía insistentemente sobre su lugar, sus manos sudaban y su respiración cada vez más era pesada, acción que no pasó desapercibido por el señor Demon.

—¿Nervioso hijo? — se burló un poco, cosa que el novio ignoró con su mejor actuación de aparentar estar sereno como siempre.

—No. Estoy bien. — se limitó a decir, pues temía que se viera expuesto por tu torpe forma de hablar. "Demasiado para mi gusto, ¿por qué? ¡Cálmate Demon!"; sus pensamientos fueron repentinamente interrumpidos después de escuchar el chillido de las cuerdas interpretando las nupcias. Si creía que no podía estar más nervioso, ahora quería desmayarse.

Ella caminaba con elegancia hacia él con aires de ser una diosa de hermosas alas que lo arrullarían entre los cielos. Lástima que ahora se sentía cobarde para admitirlo, pero ella era realmente hermosa en contraste con el color blanco.

—Muy linda tu prometida. — le murmuró su hermano con una risa ladina; sin embargo, el blondo estaba tan embobado con ella como para reprimir sus comentarios.

—Preciosa... — murmuró para sí mismo. Sus pupilas dilatadas como un par de ventanas abiertas a la figura de la albina de hermosas curvas resaltando entre telas blancas y unos brillantes luceros resaltando sobre su rostro níveo y labios tentadores como una cereza. Inconscientemente suspiró al tomar su cálida mano titubeante, sonriéndole con amabilidad buscando calmar su ansiedad. Ella temía y lo sabía. —Tranquila, esto será rápido. — fue lo último que le murmuró antes de que el juez tomara la palabra mientras apretaba su mano con la suya para darle algo fortaleza.

Fue romántico para unos, eterno para otros mientras que para Meliodas solo era un camino repetitivo de palabrerías innecesarias, aceptando toda ley jurídica que conllevaba su matrimonio, así como los acuerdos prenupciales. Por otro lado, Elizabeth se sentía muy observada alrededor de su familia y la de su pareja, los ojos a sus espaldas eran caótico que solo le gritaban correr lejos y no volver. Como hacía un año en esa casa, se preguntaba si podría perderse en el profundo y chocante bosque.

Minutos transcurrieron terriblemente lento como una muerte dolorosa y perpetua que buscaba torturar a los amantes, por suerte, tan pronto como terminaron de firmar los testigos de ambos, llegó el turno de ellos. Meliodas firmo rápidamente con temor mientras la albina vaciló y tardó más de lo que esperó, pero lo había logrado; el matrimonio estaba hecho.

—Bien, dado que no hay oposiciones, los declaro oficialmente marido y mujer. — enunció el hombre trajeado mirando al nuevo matrimonio. —Felicidades Demon, puedes besar a la novia.

Esas palabras. Esas a las que ambos le temían fueron al fin dichas como una indicación. Ambos se veían a los ojos, pero ninguno se atrevía a avanzar; como si se comunicaran con las miradas, concordaban con la misma idea de temerle a ese pequeño contacto que sellaría y diera inicio a su matrimonio.

—¿Qué esperan?, adelante. — animó el señor Demon. Los ojos de Elizabeth vacilaron contra los verdes temblorosos del rubio. ¿Qué debían hacer?

—¿Mel...? 

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No tengo mucho que decir ùwú
¿Qué les pareció?, ¿serán capaces de darse el beso?, ¿quien sera quien tome la iniciativa?

Ahora si, los dejo en suspenso hasta mañana. *se va corriendo en tacones*

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