Capítulo 25

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—¿A dónde vamos?

Lo tomé por los hombros para guiarlo hacia la entrada de su casa. Nuestros amigos, mis papás y los suyos, estaban esperándonos adentro para darle la gran sorpresa.

—No seas impaciente, solo camina con cuidado.

Llegamos hasta el portal, lo ayudé a subir las escaleras, y cuando atravesó la puerta, el grito de todos al unísono le hizo pegar un salto.

—¡Feliz cumpleaños!

Lo tomé de la mano para guiarlo hasta los demás, y todos se acercaron para besarlo y abrazarlo. Samuel se veía súper feliz. Y estuvo mucho más feliz cuando escuchó la voz de Boris.

—Nunca me dijiste que hoy era tu cumpleaños, si Elías no me llama ni siquiera me entero.

Samuel solo se carcajeó, y buscó a su amigo para regalarle un abrazo.

—Iba a decírtelo.

—Por supuesto que sí —contestó Boris en tono burlesco.

Durante el resto de la velada, Samuel se la pasó conversando los chicos, y comiendolos muffins rellenos de chocolate con crema que preparó su mamá. Yo me encargué de servir las bebidas a los invitados y Johana hizo de DJ. Ella tenía más experiencia en esto de hacer fiestas, así que confié plenamente en su buen gusto musical, y desde luego, no me falló.

A la hora de cortar el pastel, cantamos el feliz cumpleaños, y luego Samuel pidió su deseo y apagó su velita.

En un momento de la noche, nos escabullimos un ratito a su habitación con la excusa de que iríamos a guardar los regalos, mientras los pocos invitados que quedaban seguían disfrutando de la fiesta.

—Hice esto para ti.

Tomé el cartel que hice para él y se lo entregué. Samuel lo desenrolló con entusiasmo. Al ser tan grande, tuvo que apoyarlo en el suelo para poder leerlo.

—Feliz cumpleaños, pequeño gigante —comenzó — gracias por hacerme tan feliz. Te amo. —Se puso de pie luego de enrollarlo. Extendió la mano para buscarme y yo la tomé entre las mías para besar sus dedos. Él sonreía—. Definitivamente tuviste el mejor maestro de braille del mundo.

—No seas presumido.

Se puso en puntillas de pies para besarme.

—Yo también te amo, Eli. La fiesta fue genial. Eres el mejor novio del mundo.

—Deja de decirme esas cosas, que me derrito. Bajemos antes de que Boris empiece a ponerse nervioso y acabe pegándole un bastonazo a tus invitados.

Samuel soltó una carcajada.

Cuando la fiesta terminó, mis papás y yo nos quedamos ayudando a los señores Colman a limpiar. Samuel conversaba animadamente con Boris, que parecía bastante más relajado que de costumbre.

Cuando mis papás se marcharon, acomodamos al invitado estrella y a su amigo Rufus en la habitación de invitados, que estaba junto a la de Samuel.

Llevaba muchísimo tiempo pensando en dar el grandísimo paso. Incluso investigué por internet alguna que otra cosa para no pecar de ignorante. Sin embargo, ahora que por fin nos habíamos quedado a solas y el momento de la verdad había llegado, ni siquiera podía hablar sin que me temblara la voz. Samuel se desvistió delante de mí y se colocó su pijama.

—¿Eli?

—Estoy... Sí, estoy aquí.

Me senté en la cama como un robot.

—¿Estás bien?

—Sí, yo... Diablos. Hagámoslo—solté sin más.

Samuel se quedó en blanco. Arrugó el entrecejo, confundido. No entendió lo que acababa de proponerle.

—¿De qué hablas?

Me levanté de la cama y di una zancada hasta él. Lo tomé de la cintura en un arrebato y atrapé su boca en un beso intenso, pero como ni siquiera estaba respirando correctamente, me quedé sin aliento de inmediato. Samuel seguía igual de sorprendido, pero ya había comprendido mi propuesta.

—Oh...Ya entendí —dijo en voz baja —, Tú... ¿estás seguro?

—Muy seguro.

—¿Muy seguro? —preguntó de nuevo.

—Sí. Muy, muy seguro.

Se sentó en la cama y castañeó los dientes.

—¿Trajiste condones?

Tragué saliva. De repente sentía la boca demasiado seca.

—Sí. Los tengo en el bolsillo.

—Esta bien, em... —Volvió a ponerse de pie y me buscó a tientas —, creo que deberíamos ir a la cama, ¿no?

—Voy a apagar la luz.

Sentía que me había transformado en un muñeco de gelatina. Me temblaba todo el cuerpo y me sudaban las manos. Lo único que esperaba era no arruinarlo todo en un día tan especial, aunque si no conseguía tranquilizarme, probablemente eso sería justo lo que sucedería.

Luego de apagar la luz, me quité los zapatos, el suéter, y me subí a gatas sobre la cama. El corazón brincaba dentro de mi pecho como si hubiese corrido diez vueltas manzanas sin parar. Entonces recordé lo que me dijo Johana antes de irse: "Tómatelo con calma, respira y déjate llevar". Johana daba buenos consejos, pero era más sencillo decirlo que llevarlo a la práctica.

Metí mis manos bajo la camiseta de Samuel y él se sobresaltó, e hizo un sonido muy chistoso.

—¡Tienes las manos congeladas! —exclamó.

—Lo siento, lo siento.

Él las tomó entre las suyas y las frotó durante unos momentos para templarlas.

—Ya está.

Tomé una generosa bocanada de aire antes de volver a meterlas bajo su ropa. Era la primera vez que tocaba a Samuel de verdad, y me aterraba hacer algo que le disgustara o lo pusiera incómodo de alguna manera.

—Si hay algo que te incomode solo tienes que decírmelo, ¿está bien?

—Te lo diré.

—Si te duele o no te gusta solo...

—Eli —estiró las manos para tomar mi rostro. Apretó mis mejillas con las palmas de sus manos como si mi rostro fuese un globo—. Relájate, tonto miedoso. Voy a estar bien, no vas a romperme.

—Cierto, sí.

Mis manos temblorosas retomaron las caricias torpes con un poco de timidez, que poco a poco fue esfumándose cuando los suspiros de Samuel llenaron mis oídos. Mis nervios fueron abandonándome y en su lugar, la curiosidad plantó su bandera. De pronto me vi envuelto en un especie de juego íntimo que consistía en buscar los puntos más sensibles de Samuel, y obtener más de esos suspiros tímidos y adorables que consiguieron encenderme. Y cuando por fin llegó el momento de la verdad, por primera vez noté que él se había puesto nervioso.

—Si te duele, dime —repetí.

Él asintió, abrazando mis caderas con sus piernas.

Me acomodé sobre su cuerpo luego de prepararlo. Aquellos suspiros tímidos se convirtieron en algo más, una voz que Samuel mantuvo escondida hasta ese momento, y yo me sentía genial por ser el primero en descubrir sus secretos. Lo tomé entre mis brazos con ternura, y cuando nuestros cuerpos finalmente se fundieron, sentí como si tuviese un montón de fuegos artificiales explotando por todo mi cuerpo. Comenzamos despacio, con movimientos un tanto torpes, que fueron perfeccionándose sobre la marcha. Y es que los dos éramos un par de chicos inexpertos y nerviosos experimentando el sexo por primera vez. Pero bien dicen que esto es cuestión de perder los nervios y dejarse llevar. Johana tenía toda la razón, otra vez.

Al final, las cosas acabaron saliendo mucho mejor de lo que esperaba. Conseguí arrancarle mucho más que un par de suspiros a Samuel, y estaba orgulloso de no haber metido la pata.

Terminamos durmiéndonos a las cuatro de la mañana. Y cuando nos despertamos, antes de levantarnos, volvimos a hacerlo, pero esta vez, los nervios ya no estuvieron presentes, porque la picardía había ocupado su lugar, y los dos queríamos seguir explorando las maravillas del sexo.

—Gracias por venir, Boris. Espero verte muy pronto.

—Tú siempre tan chistoso, Colman. —Boris subió su mochila y a Rufus al auto de los señores Colman, y antes de marcharse, agregó—: Las paredes de la habitación son muy delgadas, ¿saben? soy ciego, no sordo.

De pronto sentí como si me hubiese caído un yunque en la cabeza. Samuel, como buen desvergonzado que era, solo se carcajeó.

Olvidé por completo que las personas ciegas tienen más desarrollado los otros sentidos. O tal vez nosotros hicimos demasiado ruido. 

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