Capítulo 6

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La radio sonando bajito en la cocina y el delicioso aroma a panqueques recién hechos me recordó que papá tenía el día libre esa mañana.

Comenzó trabajando en una carpintería que estaba bastante lejos de casa, y aunque para él significó un sacrificio muy grande, finalmente pudo reunir el dinero suficiente para poner su propia tienda de muebles artesanales, y la verdad es que tenía un gran talento para hacerlos y le iba muy bien. Gracias a eso, se podía dar el lujo de tomarse los fines de semana libres.

—Bien dicen que a los animales se los atrae con comida -comentó, deslizando un vaso de jugo de manzana por la mesada de la cocina.

Tomé asiento en una de las butacas y la cuerina se quejó bajo mi peso. Bebí un sorbo de jugo, luego me pasé la mano por la cara para intentar espabilar.

—¿Y mamá?

—Salió a hacer compras al mercado. No te quiso despertar.

Me pasó un plato con un par de panqueques rellenos con dulce de leche y espolvoreados con azúcar glas y canela.

—Me despertaste tú con el olor a desayuno delicioso.

Mi padre se rio.

—Tu mamá me dijo que te llevas muy bien con el hijo de los vecinos, me alegra saber eso. ¿Va a ir al mismo colegio que tú?

Me encogí de hombros mientras engullía el último panqueque, cual animal hambriento.

—No hemos hablado sobre el colegio. Me está enseñando a leer en braille.

—Eso es genial. Tú deberías enseñarle algo también para devolverle el favor.

Mi padre salió de la cocina y yo me quedé allí, pensando en sus palabras. ¿Qué podía enseñarle yo a un chico como Samuel?

Cuando mamá llegó, entre papá y yo la ayudamos a guardar las compras, luego preparamos el almuerzo.

—¿Puedo ir a visitar a Samuel un rato?

—Claro —dijo mamá.

—Intenta regresar antes de las siete, así seguimos jugando la partida que dejamos pendiente el otro día.

Desde que papá había descubierto la magia de los juegos virtuales, desarrolló una especie de obsesión con ellos. Comenzamos a jugar uno llamado "Apocalypsis" donde tú eras un tipo que tenía que sobrevivir a un apocalipsis zombie. Desde luego, mamá también intentó jugar, pero abandonó la idea inmediatamente después de que un zombie se la comiera viva. Ella se espantaba con mucha facilidad con ese tipo de cosas.

Al llegar a la casa de Samuel, me encontré con señora Colman. Estaba acomodando el jardín.

—Elías, qué bueno verte. —Se pasó el dorso de la mano por la frente para evitar ensuciarse con tierra -¿Buscas a Samuel? Estaba terminando de ordenar su cuarto, sube a verlo.

Asentí con una sonrisa y crucé la puerta. La casa ya había tomado forma, se notaba que los Colman sabían cómo darle el toque hogareño que necesitaba.
Cuando llegué a la habitación de Samuel, él estaba parado en la puerta.

—Escuché tu voz —me dijo con una sonrisa.

—Sí, me crucé con tu mamá en la entrada. Si vieras el jardín que se armaron entre ella y mamá... —Me di cuenta de inmediato de lo que había dicho y me golpeé internamente —. Lo siento.

Samuel, lejos de enojarse, se destornilló de risa.

—Lo que me gustaría ver es tu cara cuando haces ese tipo de comentarios, sería muy gracioso.

—¡No te burles de mí! Es que tú no pareces ciego, se me olvida.

—Es que lo estás naturalizando y eso es genial, detesto que cuiden lo que van a decir cuando hablan conmigo.

Me senté en la cama, bufando. Samuel siguió riéndose de mis tonterías hasta que cambié de tema para evitar sentirme más avergonzado.

—Oye, ¿ya sabes dónde vas a estudiar?

—Bueno, mis padres querían ponerme en un colegio "especial".—Hizo el gesto de las comillas con los dedos-. Pero les dije que no. Así que creo que iré al que está cerca de aquí.

Sonreí ampliamente sin darme cuenta.

—Eso significa que vamos a ir al mismo colegio.

Él también sonrió. En ese momento caí en cuenta de lo mucho que me gustaba su sonrisa.

—¿Sabes qué? Es raro ser amigo ser alguien sin saber cómo es.

Pestañeé. Me había dejado en blanco con aquel comentario.

—Bueno... puedo describirme para ti, para que te hagas una idea de cómo soy.

Él asintió, acomodándose sobre la cama, indicándome que estaba completamente atento.
Busqué mi teléfono en el bolsillo de mis pantalones, abrí la cámara frontal y me miré durante unos momentos antes de comenzar a describirme.

—La verdad es que no tengo mucha gracia —comenté con una sonrisa —, tengo la cara larga, la nariz un poco ancha, mi piel tampoco es muy bonita, tengo algunas espinillas. Mis cejas son anchas, mis ojos demasiado grandes para mi gusto. En resumen, tengo la cara desordenada.

Samuel hizo una mueca, luego soltó una carcajada.

—¿Por qué te machacas tanto? ¿No estás a gusto con tu aspecto?

—Solo te dije la verdad.

De forma repentina, Samuel se deslizó en la cama y estiró las manos. Yo me quedé inmóvil incluso cuando sentí sus dedos sobre mis mejillas. No tenía idea de lo que iba a hacer, pero el hecho de tenerlo tan cerca me puso bastante nervioso.

—Veamos... -sus dedos contornearon el perfil de mi rostro, mis pómulos, mis cejas y mis ojos, mi nariz, mi boca y mi mandíbula—. Tienes rasgos muy masculinos, y tus cejas son pobladas pero tienen una bonita forma. Oh... ¿usas barba?

—No... hoy no me afeité, me dio pereza. Me crece muy rápido -admití con algo de vergüenza.

Samuel soltó una risilla pícara y prosiguió.

—Tu piel se siente suave, el asunto de las espinillas es algo normal, a mí también me salen de vez en cuando, pero yo todavía no tengo indicios de que me vaya a salir barba. Tu nariz está bien, la punta es redonda... no, espera -Tocó mi nariz con el dedo índice y el medio —. Es cuadrada. Y tu boca es carnosa, tienes una línea que divide al medio tu labio inferior. Y tu mandíbula... —Sus dedos me hicieron cosquillas cuando volvieron a contornear mi mandíbula —, es un poco ancha. La forma de tu rostro es triangular, tienes un huequito en la barbilla.

—Lo heredé de mi madre —comenté, todavía más avergonzado.

Cuando apartó sus manos de mi rostro, sentí una sensación extrañísima en todo el cuerpo. Estaba como adormecido, pero muy agitado al mismo tiempo.

—Y bien... -pregunté, tragando saliva.

—¿Qué? Ya sé cómo eres. ¿De qué color tienes los ojos?

—Son verdes.

—¿Y tu pelo?

—Castaño oscuro.

—¿Negro?

—Algo así, un poco más claro que el negro. Casi marrón.

—Qué bonita combinación —dijo finalmente—. Eres un chico lindo a mí parecer, creo que tienes un concepto bastante erróneo de ti mismo.

Agradecía infinitamente que no pudiera ver mis mejillas arreboladas en ese momento. Se sentía rarísimo que un chico le dijera a otro que era lindo, pero a Samuel eso no parecía importarle.

—¿Crees que yo soy lindo?

Volví a quedar en blanco.

—¿A qué te refieres? ¿Cómo voy a saber eso?

—Bueno, tú puedes verme, los videntes no saben aprovechar sus recursos —dijo a modo de broma.

Yo lo miré con detenimiento. No es que no lo haya mirado antes, y lo cierto es que su rostro era muy delicado, casi como el de una chica. Quizás era por eso que me parecía lindo. ¿Me parecía lindo?

—Elías, ¿sigues ahí?

—Te estoy analizando para poder responder a tu pregunta —dije con la voz apretada, tratando de no sonar alterado —. Tu cara es muy... femenina, tienes las cejas delgadas y los ojos grandes, como los de un muñeco. Creo que... sí, para una chica serías lindo.

—¿Y para ti? - insistió.

alcé ambas cejas. Sentía el corazón galopando en mi pecho.

—¿Por qué quieres saber eso?

—Es solo curiosidad. Yo no puedo ver a nadie, así que me interesa saber qué ven los demás en mí. No te asustes, no estoy ligando contigo ni nada por el estilo —Rio.

Solté un largo suspiro. No sabía si me sentía realmente aliviado por lo que acababa de decir.

—Bueno, sí, me pareces... lindo. De todas maneras, sería raro que le preguntes a otros chicos algo como eso. No todos se lo toman tan bien, aunque ahora las cosas sean distintas y haya más mentes abiertas, siempre puede tocarte un tonto inseguro que acabe golpeándote o algo por el estilo.

—Si me golpearan por eso, entonces reafirmarían que son unos estúpidos. Para mí el asunto de la masculinidad no es más que una construcción social impuesta por un montón de tontos machistas.

Me rei, pero compartía su punto de vista. Quizás lo hubiese dicho con palabras menos rebuscadas, pero ese es otro asunto.

—Tienes razón. Oye, antes me preguntaste de qué color eran mis ojos y mi pelo, ¿cómo puedes llegar a imaginarte eso?

—Las personas ciegas asociamos las cosas con texturas, temperaturas y esas cosas. De esa forma conocemos lo que nos rodea, por ejemplo, tú eres como un árbol, o un arbusto.

Ambos nos reímos ante aquel comentario. Me imaginé a mí mismo disfrazado de árbol y me resultó bastante chistoso al final. Pero sí, entendí su comparación y al final de cuentas tenía bastante sentido.


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