1. Anna: La jugada perfecta

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Hay momentos que te cambian la vida. Que te hacen dar un paso gigantesco hacia un futuro incierto, pero que aun así te hacen sentir que merecerá la pena porque es la nueva puerta que se acaba de abrir. Y también hay otros momentos que te conducen a viejas puertas que reabren viejas heridas. Puertas que pensabas que habías cerrado, aunque sabías que habías empleado la fuerza justa y necesaria para que siguiese existiendo la duda, o la esperanza, de que hubiesen quedado entreabiertas a una segunda oportunidad.

En qué momento estoy ahora.

Estoy corriendo, desbocada hacia el próximo metro después de haberme entretenido media hora en una tienda de zapatos para hacerme con unas converse nuevas que ni de lejos conjuntan con mi falda de tubo negra y la camisa blanca de oficinista bajo el abrigo oscuro. Me falta el aliento cuando entro al vagón y me aferro a la barra vertical de color amarillo repleta de otras manos que buscan equilibro.

Tengo el corazón tan acelerado que siento que va a explotar en cualquier momento.

Sí, en ese momento estoy ahora.

En el de los latidos agresivos, el del cosquilleo continuo en el estómago al pensar que volveremos a encontrarnos y que me hace dudar entre si eso me emociona o me da ganas de vomitar. Sobre la línea que separa lo que fue y lo que puede ser, lo que depende de un paso atrás o adelante. Yo he decidido dar un paso al frente. Porque no puedo sacarme de la cabeza su mirada, sus caricias, su voz, su historia. Nuestra historia. Y hay otra cosa que tampoco puedo sacarme de la cabeza desde que la tarjeta se balanceó entre nosotros y descubrí en esas letras impresas que Gianni es jefe franquiciado de una oficina de Digihogar.

Maldigo no tener coche al subir las tropecientas escaleras mecánicas que me conducen al exterior. El gentío empuja y estorba, y tengo tanta prisa por escuchar respuestas y seguir avanzando que termino imitando al bando que se mueve deprisa y empuja para apartar a los que estorban. Como todo en la vida.

El aire frío me acoge los pulmones y la garganta. Un manto de nubes blancas cubre el cielo invernal, las luces de Navidad en la calle se mecen tintineando entre ellas y puedo oler el aroma a buñuelos calientes que despide un puesto a unos metros de la fachada del lugar en el que me ha citado: Café del Art. Se mezcla con el aroma a café infusionado.

Sonrío. Tiemblo. Y dejo de respirar al localizar a Gianni sentado en una mesa para dos tras el ventanal de la cafetería. Viste un traje de chaqueta gris jaspeado y tiene su cabello oscuro algo despeinado. Parece distraído leyéndose la carta que estoy segura de que se sabe de memoria. A su lado, una bolsa enorme con un disfraz de oso en el interior me hace reír nerviosa.

Así que de verdad eras tú.

Trago saliva, recupero el aliento y entro rápida antes de que las piernas me flaqueen o mis miedos me asalten con la posibilidad de salir huyendo del lobo en lugar de enfrentarme a él. Yo sé que me encanta el peligro que supone el lobo. Y ese es el verdadero peligro. Que me guste esa parte de mí con él, esa que solo despierta Gianni.

La oscura, la insensata, el caos.

Cuando cuelgo mi bolso en el respaldar de la silla, sus ojos claros recorren mi silueta y aterrizan en los míos. Se me encoge el corazón. Está guapísimo, aunque parece agotado. Tomo asiento y aparta la carta. Entonces, le atraviesa el semblante ese brillo de malicia que tanto me irritaba de él. Porque no suele augurar buenas noticias para mí.

—¿Y tus tacones?

—Como siempre, te fijas en todo.

—En todo lo que me interesa —recalca con una sonrisa pretenciosa y cruza los brazos sobre la mesa.

Me muerdo los labios para reprimir la sonrisa y me aclaro la garganta.

—Cuánto tiempo, Gianni.

—Demasiado para mi gusto, Anna.

Escuchar mi nombre en su voz, pronunciar el suyo mirándolo a los ojos, retándonos como al principio de conocernos sin tener un motivo aparente, hace que sienta cómo se expande por todo mi pecho una descarga eléctrica que termina arremolinándose en un sube y baja entre mi estómago y mis comisuras. Como si hubiésemos estado separados por una eternidad y, al mismo tiempo, por un solo instante. Desvío la mirada al camarero que se acerca a la mesa. Pido lo mismo que la primera vez que vine, un café trifásico, y Gianni se decanta por un affogato, un café con la base de helado de vainilla.

—Supongo que te preguntarás por qué te he citado aquí.

—La verdad es que me pregunto por qué eres jefe franquiciado y no estás en la calle.

Se le escapa una media sonrisa que me devuelve las insaciables ganas que tenía siempre de besarle. Lucho por controlar la marea de sentimientos contradictorios que me despierta una simple mueca de él.

—¿Sabes que la ley de competir por las ventas de un misma zona ya existía? Se introdujo a principios de este año, pero decidieron no anunciarla hasta la convención de diciembre.

—¿A qué te refieres?

—He investigado a tu jefe, está arruinado, así que podríamos suponer que intentó aprovecharse de mis ventas legales en vuestra zona antes de que la ley se anunciara.

Las neuronas que aún sobreviven en mi cerebro empiezan a colisionar. Pestañeo varias veces y analizo la expresión de Gianni en busca de alguna señal que me saque de dudas. ¿Está diciendo la verdad?

—¿Cómo sabías que esa ley ya existía?

—Quizá pensó que serías más rápida en conseguir esos papeles, que no te acostarías con quien se suponía que debías arruinar y...

—Gianni —lo interrumpo dando un ligero golpe a la mesa con los puños apretados. Noto fuego en las mejillas—. Quiero saber cómo supiste de esa ley.

En mi oficina de Blupiso jamás se mencionó algo similar. De haberlo sabido, no me habría infiltrado en la competencia porque el delito habría sido mío. Tengo la tripa encogida.

—Porque soy jefe franquiciado desde hace dos años. Pedí el traslado desde Barcelona de manera urgente, así que acordé con Gerardo que trabajaría en su oficina hasta que abriese la mía en la zona de Hortaleza.

Alza su tarjeta de franquiciado y se balancea en el aire. Acallamos cuando el camarero nos sirve las bebidas y clavo la mirada en la pared enladrillada tras Gianni. Hay una guirnalda de lucecillas enredada en las plantas trepaderas. Me siento estafada por Roberto, porque esa información la reciben todos los jefes franquiciados al mismo tiempo, lo que significa que supo de esa ley al mismo tiempo que Gianni o Gerardo. Que podría haberme arruinado a mí en primer lugar de haber dado un paso en falso. Le doy un sorbo a mi café mientras Gianni mezcla el helado con su expreso. Al envolver la taza con mis dedos para calentarme las manos, me percato de que estoy temblando de la rabia.

—¿Estás insinuando que...?

—Sí, te ha utilizado —sentencia deslizando por la mesa un documento que lo corrobora.

Lo atrapo por los bordes laterales y leo el contenido. Está dirigido expresamente a los altos mandos de las agencias inmobiliarias de España. Más abajo, impreso en negrita, resalta: «Anunciamiento oficial previsto para la próxima convención de diciembre».

—Me ha utilizado —declaro, confusa.

—No te culpo, para ti era imposible acceder a esta información, a menos que te hubieses metido en casa de tu jefe a robarle documentos como a mí.

—Gianni...

—Escúchame, Anna. Ese tío al que llamas jefe es repugnante, está dispuesto a hacer cualquier cosa para ganar dinero. No porque su oficina lo necesite, sino porque está endeudado hasta las cejas. Y ha tomado decisiones demasiado temerarias a través de ti para cubrirse las espaldas.

—¿Por qué me adviertes sobre todo esto? —mascullo con la vista perdida en las letras que se han tornado difusas—. Yo también te utilicé, estaba dispuesta a... destruirte.

—Que olvidase los documentos sobre la mesa para que me los robaras no fue un accidente. —Resopla pasándose los dedos por el cabello negro—. Me cansé de jugar. Quise que tomaras una decisión.

—¿Qué...?

—¿De verdad pensabas que yo no sabía quién eras? ¿Que, al igual que había estudiado cada piso de la zona al trasladarme a esa oficina, no había estudiado a cada uno de mis rivales? Simplemente me apetecía ver hasta dónde eras capaz de llegar. Y me sorprendiste.

Los latidos lentos y profundos adquieren un ritmo violento. Busco su mirada con la esperanza de encontrar la calma entre el barullo de mis pensamientos. Sin embargo, en sus ojos verdes descubro el caos disfrazado de inocencia. De la víctima que jamás ha sido. Creo que se me han congelado las facciones de la cara porque intento hablar, pero soy incapaz de entreabrir los labios.

Qué ingenua he sido.

Gianni cruza los dedos por encima de la mesa, se inclina hacia mí con una sonrisa maliciosa.

—Deberías de haberlo tenido en cuenta, Anna.

—¿Que siempre vas un paso por delante?

—Que la jugada perfecta sería mía, no tuya.

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