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Anabelle.

Hora de la fiesta.

Mi padre realiza un gesto de invitación hacia mí, con la carne asada humeando enfrente de él. Evidentemente, niego con la cabeza; pues de ninguna manera voy acercarme y dañar mi hermoso atuendo de esta noche. Para mi decimoctavo cumpleaños he escogido algo un poco menos convencional en lo que a mí respecta. Me he colocado una falda ondeante de cuero negro que he combinado con un jersey tweed y mis botas altas de tacón grueso.

Si la revista local me estuviese observando sería, sin duda, una estrella de rock. Pero bueno, apenas soy una niña saliendo de su hermético cascarón y la verdad estoy sumamente ansiosa porque me vea Marcus..., quién es realmente, el único que me interesa.

— Come un poco, pequeña. –papá blande la carne sobre la barbacoa y no me queda más remedio que aceptar.

Es sumamente cariñoso conmigo. Demasiado diría yo. Ser su prodigio, y la favorita de la casa tiene sus consecuencias después de todo; viste una bermuda de tela fina que usa para este tipo de momentos con una camisa de flores silvestres que resaltan con sus colores fluorescentes. Es un poco corpulento y sin cuero cabelludo y, aunque para mí solo es mi padre y nada más, debo admitir que me importa mucho, solo que no se los demuestro demasiado.

Tomo asiento y mi primo de quince años: Hunter, coloca la música de fondo. Estamos sentados en el jardín de la casona con la noche en su máximo esplendor. El cielo nocturno está colmado de estrellas y a pesar de las fechas y el clima de esta temporada, todo está muy cálido y acogedor.

Pruebo la barbacoa y ¡ufff!, siento el delicioso sabor de la proteína en mi boca. Papá me observa desde el otro lado y le hago una seña con mi dedo de que la comida está muy deliciosa.

Dejo el utensilio respectivo en el plato y reviso mi celular. Hay varios mensajes de textos pero nada que sea referente a mi novio. Por el contrario, vislumbro un comentario de Dan sobre la foto que acabo de subir a mi cuenta de Instagram.

<<Hermosa, como siempre>>.

Sonrío, y espero que Camille no me esté mirando en estos momentos. O quizás, sí. Últimamente he tenido cierta aversión a sus actitudes y a esos extraños comportamientos que muy poco la caracterizan. Bueno siempre ha sido así, pero no sé hay algo que no me gusta del todo y sospecho que me está ocultando algo y si hay algo que me molesta en la vida... es eso. Las mentiras.

— Pero que hermosa estás, Annie. –

La voz de mi madre me hace girar la vista y contemplo como me mira con su rostro angelical y genuino. Mi madre, cuánto parecido tenemos y al mismo tiempo, cuán diferentes somos. Y solo por eso ya me encanta.

A diferencia de papá, mi madre es sumamente elegante y delicada. Su cabello negro azabache es similar al mío salvo que es mucho más corto y su forma es redondeada y en puntas, aunque a simple vista le proporciona un deje de imponencia, es la mujer más dulce y complaciente que pueda existir. Con movimientos ágiles me ajusta un poco el jersey y me hace un guiño con el ojo. Me sonríe y se acerca hasta donde se encuentra mi padre. Con cierto disimulo los observo desde mi asiento y noto lo felices que son. Si hay algo que me encantaría tener en esta vida es eso: felicidad. Y claro, todo eso lo quiero cumplir con mi amado Marcus.

... Que por cierto, no ha respondido mis mensajes ni nada.

Marco el número de teléfono y lo llamo. El sonido metálico al otro lado suena incesante pero no me contesta. Desisto, y marco el número de Camille.

Para ese momento, Hunter me entrega una copa de vino tinto que tomo de un sorbo.

Nada. La llamada se cae.

— Te han abandonado hoy, ¿no? –apunta mi primo tomando una cerveza.

— Cállate, Hunter. Y tráeme otra copa, o mejor, una cerveza.

Él salta como un niño sobre sus propios pies y se aleja en busca de la bebida.

<< ¿Dónde diablos estás, Marcus?>>.

Y entonces, respondiendo las interrogantes en mi cabeza, veo como su hermoso cuerpo cruza el umbral del jardín y me mira directamente a los ojos. Mi corazón se acelera y corro con rapidez a su encuentro. Lo abrazo y él me planta un beso con pasión. Mi madre aplaude y mi padre realiza su silbido de sorpresa, característico de él cuando no está de acuerdo con algo.

¡A la mierda todo! Soy la mujer más dichosa de esta noche y nada ni nadie podrá cambiar eso.

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