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Anabelle.

Una vez dentro de la embarcación, me cubro el rostro con mi brazo para protegerme de la densa cortina de humo que consume velozmente el lugar.

Estamos en un espacio destrozado y corroído en su totalidad por el tiempo. El centro de la parte inferior de la cubierta está sostenido por enormes pilares de aceros donde el agua se desliza por la superficie oxidada; algunos cangrejos se esconden ante nuestra presencia mientras que diminutos peces sumergidos en profundos estanques cristalinos, se alejan en todas direcciones.

Camille pisa con cautela el derruido suelo de metal, sus improvisadas botas parecen estar al punto del colapso. En cambio, Dan está delante de mí con su estaca en mano a la espera de cualquier ataque. El resplandor del fuego proviene del otro lado, en la estancia contigua, que une el vestíbulo en donde nos hallamos con un angosto corredor.

Un formidable agujero negro se expande a nuestra derecha y rezo en silencio una y otra vez por no caer en la profunda oscuridad que lo constituye.

—Por aquí. –susurra Dan mientras sigue andando por el inclinado pasillo.

El suelo cruje tras cada pisada y amenaza con ceder; y aunque, todo está oscuro, el humo va creciendo y nos ahoga lentamente.

— ¿Es realmente seguro hacer esto? –pregunta Salma a mi lado.

Me mira y entiendo que no nos queda mucho tiempo. El metal emite un ruido similar al gruñido de un animal y me pone los nervios de punta mientras doy un paso hacia adelante.

Camille comienza a toser estrepitosamente.

Dan detiene la marcha y casi tropezamos unos con otros.

— ¿Qué sucede? –interrogo entre las sombras.

Él levanta una mano y todos guardamos silencio al mismo tiempo que gira y su rostro se ensombrece con un gesto atemorizado.

—No lo van a creer. –nos dice y su voz me eriza la piel.

Salma intenta ver por encima del hombro de Dan y se lleva una mano a la boca ahogando un alarido.

— ¿Pero qué...?

Y antes de que pueda terminar la frase, lanza un grito de terror que se eleva por la tétrica estancia y hace que se me activen los sentidos.

Corro hacia ellos y observo como el cuerpo desnudo de Ariadna está adherido de forma inhumana a una estructura de hierro forjado que sirve como pared. Los brazos humean en su totalidad y se incrustan a ambos lados mientras que las piernas están unidas por un cruento alambre de púas del cual emana ligera gotas de sangre que se deslizan por el húmedo suelo. Su tronco está cubierto de hollín y en algunas partes del pecho donde la piel parece estar indemne, se le cae en pequeños pedazos como una pintura descascarillada.

Sus ojos, entretanto, están ensombrecidos por una mancha negra azabache y observo atónita como todo el cabello ha desaparecido de raíz.

Las lenguas de fuego se cruzan por su cuerpo ahogando sus gritos en el suplicio más gutural que pudiésemos imaginar.

— ¡Ariadna!

Dan se ha acercado para tratar de ayudarla pero el calor del fuego le impide cruzar hasta nuestra compañera cuyos espasmos son más regulares y prolongados.

— ¡Ariadna! –grito, de manera desesperada.

Entonces, como una horrenda pesadilla, Ariadna se desprende de la pared y cae de bruces al suelo mientras de su boca emergen sus últimas palabras:

—Jared... –balbucea, expulsando un cruento chorro de sangre. 

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