Capítulo 43

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En multimedia una foto de Archie <3

Capítulo 43

—Mis padres quieren que termine el instituto antes de que pueda firmar un contrato con una agencia de modelos. —Jessica mordió su manzana mientras nos hablaba de sus planes de futuro—, y si en dos años no he conseguido algo que merezca la pena, probablemente intente ir a la universidad.

Tatti, frente a ella, la miró sorprendida. Sus ojos claros se abrieron mucho y sus labios gruesos formaron una pequeña «o».

—Si les dijera a mis padres que no planeo ir a la universidad en cuanto salga de aquí... wow, seguro que me inscriben ellos mismos en lo primero que se les pase por la cabeza: en estudios sobre la cultura vikinga o en taxidermia.

—¿Qué demonios es eso? —preguntó Jessica.

Yo me reí.

—No quieras saberlo, Jess —dije, después me giré hacia mi otra amiga—. ¿Qué quieres estudiar en la universidad, Tatti?

—Veterinaria, creo. Aún me estoy decidiendo.

—¿Y tú? —me preguntó Jess—, ¿cuáles son los magníficos planes de Luntz?

No pude evitar reírme.

—Son obvios. Estudiar periodismo, escribir, escribir y... espera, ¿qué más? Oh, claro. ¡Y escribir!

Mis amigas se rieron jovialmente y de pronto, noté que una pequeña carcajada parecía extenderse por todo el comedor. Tardé, con exactitud, dos minutos en enterarme de qué estaba sucediendo porque, a juzgar por las sonrisas burlonas y las miradas de reojo, era evidente que la broma era a mi costa. Otra vez.

—¿Qué habré hecho ahora? —pregunté, hastiada.

Jessica apretó los dientes.

—Qué TE HABRÁN hecho, Anne. Tú nunca buscas problemas, son ellos quienes te encuentran a ti.

Tatti, que acababa de sacar su teléfono móvil de su bolsillo, nos informó de que no se trataba de @HHSsays, pues no había nada nuevo en su página por ese día. Fue entonces cuando Malcolm Graham se acercó a nuestra mesa corriendo con varios papeles en las manos. Se dirigió a mí directamente.

—Anne, piensa rápido —me dijo, acelerado—, un imbécil está repartiendo esta mierda sobre ti en los pasillos. ¿Debería darle una paliza? Haré lo que tú digas.

Abrí los ojos desmesuradamente. ¿Qué diablos?

—¿Qué dice ahí?

Traté de alcanzar uno de los papeles entre los dedos de Malcolm, pero éste apartó la mano de inmediato para evitar que yo pudiera tocarlo.

—Son tonterías, pero tiene muuuchos papeles.

—Malcolm —insistí.

—No, Anne.

Jessica intervino por él.

—Malcolm, lo va a ver de todos modos. Ya lo sabes. —Y ella misma se inclinó para tomar uno de esos papeles. Tomé aire antes de mirarlo cuando Jessica lo presentó frente a mí. Mi sangre se enfrió de inmediato al leer lo que decía:

«Anne Luntz. ¿Citas fallidas? 6. ¿Artículos patéticos escritos en su revista fracasada? 34. ¿Años ignorada por Ryan Fiennes: TODA SU VIDA. Anne, Ryan pasa de ti, ¡acéptalo!»

Y cuando leí eso no me dolió. Al menos no tanto como cabría esperar. Más bien fue como un bofetón de esos que uno siente que debe devolver. No tenía ni la más remota idea de quién me estaba haciendo eso. Un millón de rostros me pasaban por la cabeza, ¡podía ser cualquiera!

Me levanté de la silla del comedor y salí corriendo hacia el pasillo del que provenía Malcolm. Supe de inmediato, al ver la cara de las personas que me rodeaban, que nadie esperaba que hiciera eso. Esa sensación me gustó.

El muchacho estaba ahí, frente a la entrada del aula de música, dejando caer intencionadamente decenas de hojas con ese mensaje escrito y repartiéndolos entre la gente. Y yo apreté los dientes al verlo, ya había tenido suficiente. No lo conocía, era rubio y alto. Lo había visto por los pasillos alguna vez, pero probablemente tendría trece o catorce años, nunca había hablado con él.

—¡Eh, tú! —exclamé, acercándome por su espalda.

—¿Qué quieres? —me preguntó, mientras dejaba caer de nuevo varias hojas más al suelo.

—¡¿Pero qué demonios haces?! —pregunté, arrebatándole las hojas de papel violentamente.

El muchacho pareció extrañado y tardó un par de segundos en reaccionar hasta que, de pronto, sonrió mientras asentía con la cabeza.

—¡Ah, tú eres esta Anne!

—Sí. ¿Y tú quién eres para hacer esto? Ni siquiera me conoces, ni yo a ti.

El muchacho se encogió de hombros, como exculpándose.

—A mí me han pagado cuarenta libras por repartir esto. Necesito la pasta.

Bufé. Creía de verdad que me estaba diciendo la verdad, pero eso me frustraba aún más. Yo quería encontrar a la persona detrás de todo lo que me sucedía y cada paso que daba parecía alejarme un poco más de lograr hacerlo.

—Veremos si eso le parece razón suficiente al director cuando le cuente la mierda que estabas dejando por los pasillos.

Me sentí orgullosa de mí misma, en silencio. ¿Habéis oído? ¡Acababa de decir «mierda» en una discusión en mitad del pasillo del instituto! Al mirar a mi alrededor me di cuenta por primera vez de que el chico y yo no estábamos solos. Que un grupo de alumnos se habían apiñado a nuestro alrededor. Dios Santo, ¿por qué era todo el mundo tan metomentodo en ese lugar?

Una de las filas de nuestro público se abrió de pronto y Ryan apareció corriendo, llegando hasta mí. Traía uno de esos estúpidos panfletos en la mano y lo agitó con furia delante del muchacho.

—¿Qué es esto? —rugió.

Casi pude sentir cómo, quien quiera que fuera @HHSsays, sacaba una foto al melodramático momento para postearlo en Instagram.

—No ha sido él, Ryan —lo tranquilicé—, le han pagado por hacerlo.

Los ojos verdes de Ryan se entornaron al escuchar esto. Parecía muy enfadado.

—¿Quién ha sido? —reclamó.

Y yo tuve que pararle los pies. Porque no entendía a ese muchacho. Un día sí y otro no, uno te rechazo y otro quiero dar la cara por ti. Llegaba un punto en el que me encontraba cansada de él.

—Ryan, yo me ocupo —le pedí.

Y pude ver que mis palabras lo sorprendían. Pero era la realidad: no quería que nadie más se metiera en eso, bastante tenía yo sola como para también involucrar a mis amigos.

Jessica, viendo la situación desde la multitud, se adelantó hasta nosotros y tomó a Ryan del brazo. Le dijo algo que no escuché al oído y Ryan finalmente aceptó alejarse. Con un suspiro me dirigí al muchacho de los papeles de nuevo, si bien antes parecía relajado, al darse cuenta de la seriedad de sus acciones, se había puesto pálido.

—Voy a hablar con el director del instituto —resumí.

Salí caminando por un nuevo pasillo y él me siguió, pidiéndome que me detuviera. A nuestra espalda, mis amigos recogían todos los papeles que el muchacho había dejado caer en el suelo.

No fue sino hasta que llegué a los cuatro escalones que conducían al despacho del director cuando decidí pararme y escucharlo. Nuestro público había quedado bien atrás y en ese momento estábamos completamente solos.

—Puedo darte una dirección de correo electrónico —ofreció al ver que me había detenido—, no tengo más. Me contrató por internet.

—Dámela.

Sacó su teléfono móvil y solo unos instantes después me la presentó en la pantalla. Yo tomé el teléfono y me la reenvié a mi propio correo electrónico. Le devolví el teléfono, bufando. Se trataba de una dirección de correo electrónico muy poco reveladora: [email protected]. ¿Qué iba a conseguir con eso?

—¿Y ahora qué? —me preguntó.

—¿Cómo te llamas?

—Archie.

Suspiré.

—Dame esas cuarenta libras que te han pagado, Archie.

Él frunció el ceño.

—Ni hablar, son mías.

—No —le interrumpí—, son mías. Así aprenderás a no ser un capullo integral en el instituto, porque no sabías quién era yo, pero sí sabías que estabas haciéndole daño a alguien con esos papeles.

Archie suspiró, derrotado.

—Pero necesito la pasta... mi hermano está a punto de tener un bebé y...

Supe que lo que escucharía a continuación me iba a resultar demasiado difícil. Dejé que terminara.

—No tenemos mucho dinero. Quería comprarle ropa al niño.

Tragué grueso. ¿Cómo iba a coger las cuarenta libras si Archie me planteaba esa situación? Nunca había tenido que lidiar con algo así. Me senté en uno de esos anchos escalones de mármol y Archie hizo lo mismo a mi lado. Como estudiante de último curso, sentía que, por una parte, debía ayudar a los más jóvenes.

—Te ofrezco un trato —dije al cabo de unos minutos.

—Lo que sea.

—La revista del instituto se publica la semana que viene. Necesitamos a alguien que la venda por los pasillos entre clase y clase, alguien que tenga carisma. Y tú eres un tramposo, pero creo que puedes hacer un buen trabajo. No te voy a pagar, cóbrate con esas cuarenta libras.

Una enorme sonrisa se extendió por su rostro.

—Cuenta conmigo, Anne.

Asentí con la cabeza.

—Lunes, martes y miércoles. Te espero en el aula de la revista a la hora del almuerzo.

Me puse en pie, algo más tranquila.

—¡Voy a vender mil ejemplares! —dijo con una enorme sonrisa.

Yo me reí también.

—Sólo imprimimos quinientos.

—Los venderé todos y tendremos que encargar más.

Archie se despidió de mí con un gesto de cabeza y yo me di la vuelta, caminando hacia mi siguiente clase y a la que, por cierto, llegaba cinco minutos tarde. Salí corriendo, con mi mente muy lejos de allí. Sonreí al comprender que acababa de hacer algo que la chica invisible jamás habría hecho.


Espero que os haya gustado el capítulo <3 Perdonad, pero mi ordenador no funciona y apenas puedo usarlo, así que no he podido subir más capítulos.

He alucinaaaaaado con la cantidad de gente de otros países que me lee, ¡me encantaría ir a visitaros a todas!

¡¡Mil besos!!


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