Capítulo 10

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Mamá decía que era de pésima educación llegar a una casa con las manos vacías, por lo que ella misma se había encargado de prepararme la cesta. Papá se había marchado y ahora tenía que enfrentarme yo misma a lo que estuviera del otro lado de la puerta. Dejé el puño en el aire para darme un último vistazo. Escogí mi sudadera favorita de un vivaz celeste, unas zapatillas negras con un pomposo moño y tardé una hora anudando perfectamente mi cabello en dos gruesas trenzas. Quería que se llevara una buena impresión de mí, aunque reflexionándolo quizás lo único que lograría sería que pensara que era una niña.

Como era imposible volver a casa para cambiarme, no me retrasé más. Toqué a la puerta un par de veces y aguardé paciente a que alguien atendiera a mi llamado. Aproveché para examinar el pequeño jardín repleto de pequeños brotes que crecían en la tierra húmeda. No había macetas, solo plantas que surgían y coloreaban el paisaje. Sonreí porque aunque la casa de Taiyari no contara con grandes decorados tenía un encanto natural que te hacía catalogarla como un lugar bonito a primera vista.

Me erguí cuando escuché la puerta abrirse frente a mí. Por ella atravesó una mujer de dulce sonrisa. Morena clara, ojos negros familiares y delgada, esto último no sería importante si no fuera porque era una de mis inseguridades, pero viéndola a ella que lo lucía tan bien me animé. Tal vez de mayor lograría verme así.

—¿Amanda? —Su voz me sacó de mis tonterías.

—Sí, esa soy yo. ¿Cómo lo supo? —le pregunté sorprendida—. Oh, estaban esperándome —asumí—. Y soy la única persona que vendría... Eso supongo, puede que tengan más invitados, porque así son las personas muy sociales... ¿Por qué no lo serían? Es decir , tienen todo el derecho del mundo a... Dios mío, qué vergüenza —me lamenté al ver que lo arruinaba. «¿Podemos comenzar de cero?»

La mujer rio haciéndose a un costado para que pudiera entrar.

—¡Taiyari, baja ahora! Ven a ver quién está aquí —gritó hacia las pequeñas escaleras de madera que estaban cerca de la entrada.

Nada de cuadros, solo fotografías familiares en las paredes claras. La casa era pequeña, pero la palabra acogedora le hacía más justicia.

Escuché unos pasos apresurados descender hasta que choqué con la mirada de mi amigo. Su cabello negro estaba ligeramente alborotado, pero su ropa de mezclilla no tenía una arruga. Involuntariamente planché con mis manos mi pantalón.

—¿Amanda? Llegaste temprano —dijo sin creerlo, sosteniéndose del pasamanos.

—Sí, ya sabes que soy puntual —remarqué lo último para que su madre escuchara una de mis pocas y carentes virtudes. Taiyari apretó los labios para no reír.

—Deberías aprender, Taiyari —opinó su madre, pasando por alto mi terrible interpretación —. Oh, no, no, no, no, olvidé la cacerola. Ahora debo terminar la comida, no tardaré nada. Acompáñenme si quieren —regresó veloz al vernos quedarnos congelados en nuestro sitio. No me lo pensé dos veces, la seguí de cerca hacia la cocina donde se desprendía un agradable aroma.

—Tranquila, señorita puntual. Vienes a comer, no a pedir mi mano —se burló él por mi evidente nerviosismo.

Quise protestar, pero cuando me di cuenta ya habíamos llegado. La cocina era una pulcra habitación con una barra en el centro, a cada uno de sus lados había pequeños muebles. Desde el refrigerador hasta alacenas. Se trataba de uno de los cuartos más grandes de la casa, al menos comparándolos únicamente con la sala que había visto de pasada y el recibidor.

De la estufa, una olla arrojaba tanto vapor que nublaba la vista.

—Perdón, perdón —dijo su madre dirigiéndose a la ventana para abrirla—. Olvidé apagar esta cosa del demonio —chistó girando la perilla—. Espero que te guste lo que cociné. No soy una experta, pero hice la lucha.

—Mi madre no sabe cocinar —me explicó Taiyari, ganándose un reproche.

—Sí sé, cosas sencillas. Pero no puedo darles sándwiches —se justificó. Sonreí porque no me importaba lo que sirvieran, estaba demasiado ilusionada por la invitación como para buscarle peros—. Mi marido cocinaría, él es el maestro en estos asuntos, pero salió esta mañana de última hora por lo que tuve que aventurarme. Me dio una clase de cinco minutos que espero rinda frutos —me explicó en complicidad—. Ahora solo me falta hacer el postre. Si gustan pueden ir a la sala a charlar mientras yo termino.

—¿Quiere que le ayude con algo? —propuse. Me adelanté a su negativa—. No soy muy buena, pero creo que podría seguir sus instrucciones sin problemas.

—Sí, mamá. Amanda es una gran cocinera —señaló Taiyari ante su titubeo. Su exageración era un chiste, pero ella no pareció notarlo porque ante mi insistencia aceptó.

—Claro. Las galletas —apuntó orgullosa de dar con la referencia.

Recordé que traía la canasta entre mis manos adormecidas. La coloqué sobre la barra para sacar lo que guardaba en su interior. Una caja de bombones de chocolate y un frasco de mermelada.

—Mi madre ha enviado la mermelada. Ama hacerlas y siempre envía a sus amigos. Aunque no sé exactamente si existe una razón. Quizás es solo que le quedan bien... ¿Tendrá algún significado en la cultura general que nunca me ha dicho? En realidad... Espero le gusten —me callé de golpe por el bien de todos.

—Perfecto. Rellenaremos los churros con esta delicia —propuso tomando el contenedor de cristal. La idea me gustaba—. Ven aquí a lavarte las manos — indicó el lavabo al otro lado de la habitación. El sonido de la puerta la interrumpió. Sonrió aliviada—. Ojala que sea tu padre que olvidó las llaves —rogó, saliendo deprisa. Dejé escapar una risa.

Aproveché su ausencia para darle un discreto, pero fuerte, pisotón a Taiyari que se atravesó en mi camino.

—Auch —se quejó en voz baja. Me encogí de hombros, indiferente. Eso era por burlarse de mi nulo talento en postres—. Conozco esa mirada —me dijo parándose a mi lado al verme decidida, arremangándome.

—No, no la conoces. Estoy entrando a mi faceta de cocinera profesional, que fracasó en todas las áreas, pero lo sigue intentando. Es un buen nombre para un reality show, ¿no? —le pregunté divertida, maravillada porque él también pondría manos a la obra. Al menos podríamos equivocarnos juntos.

—Se te ocurre cada cosa —agregó con risas que avivaron mi corazón. Encabezaba mi lista de sonidos favoritos.

—¿Te molesta? —cuestioné viéndolo sobre mi hombro, lavándose las manos—. Te advierto que no dejaré de hacerlo.

Él negó divertido.

—No, me encanta —respondió más concentrado en la caída del agua—. Me refiero a que es entretenido oírte —aclaró sin que nadie le pidiera explicaciones. Asentí entendiéndolo, disfrutando de los nervios que lo dominaban al corregir una de sus esporádicas frases.

—También es entretenido oírte a ti —repetí para que se tranquilizara, fingiendo que no le daba valor a esa niñería.

—No puedo competir con tus testamentos —bromeó—. Por cada diez o veinte palabras que tú dices, yo con suerte pronunciaré una.

—Cierto —admití, reflexionándolo—. No lo había notado. Será porque siempre sabes que decir, sin tanta palabrería. Es gracioso porque con una te es suficiente para cambiar algo. No sé cómo explicarlo —hablé más para mí—. El día que te saludé por primera vez, en el camión, cuando me defendiste. Eres sincero, eso ayuda, no te enredas con falsedades. Yo lo intento, pero me es complicado. No quiero decir que lo que diga sea mentira, la mayoría son ciertas —acepté con pesar—, pero me cuesta ser honesta cuando tengo miedo. Tú no te echas para atrás, en cambio yo me hago bolita como un ratoncito asustado y me trago las palabras. A menos que explote —reconsideré. Suspiré, cansada de parlotear—. Entonces digo lo que pienso sin reparos.

—¿Qué piensas ahora? —se burló él al terminar mi discurso.

Lo analicé un segundo. Jamás se lo diría.

—Que te quiero por escucharme. No es tarea fácil —respondí contenta.

—¿Me quieres? —me cuestionó desde su sitio mientras yo abrí la bolsa de harina. No creí le diera importancia a esa palabra.

—Claro que sí. ¿Por qué te odiaría?

—Hay una diferencia abismal entre querer y odiar —señaló con total razón.

—Sí, pero conmigo no existen los puntos medios —admití, sin pizca de orgullo—. Odio o amo a las personas con todo mi corazón. Nada de grises. Aunque si los hubiera, no estarías ahí. Te quiero, Taiyari. Estás en el primer grupo. Siempre estarás en el primer grupo —repetí para que creyera.

Taiyari sonrió de lado sin decir nada. Yo tampoco agregué más porque había hablado demasiado. Había momentos en que me avergonzaba ser tan trasparente con mis emociones, pero es que cuando sentía algo por las personas sentía la necesidad de hacérselo saber.

Balbuceé intentando romper el silencio. Fue un milagro que la madre de Taiyari interviniera en aquel instante.

—Falsa alarma —suspiró. Luego nos miró a los dos, concentrados en preparar nuestras tareas. Demasiado ocupados—. ¿Todo bien?

—Sí —respondimos a unísono. Sonreímos al escucharnos.

—Taiyari me ha hablado mucho de ti, Amanda. Debo confesar que tenía muchas ganas de conocerte —mencionó mientras la ayudaba a preparar la masa que se me pegaba a los dedos.

Busqué la mirada de Taiyari por una explicación. Sudé frío al notar una sonrisa maliciosa en sus labios.

—Oh, no —juré. Negué un sin fin de veces—. Es mentira. No soy... La única vez que escapé fue hace unos días, pero fue la primera y última. No volverá a pasar, o eso creo. No, no lo hará. Fue un arrebato. Sí, soy un poco impulsiva, no es cosa de todos los días. Me controlo, aunque no siempre, depende mucho de... Lo que quiero decir es que no volveré a hacer locuras así.

Taiyari y su madre se miraron entre sí. Yo apreté los labios abochornada, desviando mi atención al aceite que se calentaba.

—Sí, habla mucho —mencionó divertida—. Por cierto, linda, ¿a qué te gustaría dedicarte al salir de la preparatoria?

—Pues... —titubeé. Jamás había pensado en una respuesta. Quedaba un año para tomar la decisión y aún no tenía la menor idea de mi futuro—. No lo sé —confesé.

—Quiere ser pintora —intervino Taiyari. Le hice una mueca con los labios par que se callara.

—¿En serio? —preguntó su madre intrigada mientras sacaba unas duyas.

—No lo hago muy bien.

—Lo hace muy bien, mamá —me corrigió.

—Deberíamos comprarte una pintura —propuso su madre, sorprendiéndome—. No soy muy fanática de los cuadros, pero es un buen momento para estrenar la pared de la sala. ¿Tú qué opinas, Taiyari?

—Que deberías preguntárselo a ella.

—¿Qué dices linda? ¿Te animas? —me preguntó sonriente. La propuesta era maravillosa, pero mis garabatos no eran dignos para estar expuestos. El problema, no sabía cómo negarme sin ofenderla, sobre todo porque su mirada invitaba a decir que sí.

Abrí la boca, pero no salió ninguna palabra porque otra gruesa voz me ganó la partida.

—¡Familia, ya estoy aquí!

Me giré siguiendo el recorrido de la mujer que salió a su encuentro. Ella se apoyó en el marco de la puerta mientras, el que asumí se trataba del padre de Taiyari, se acercó. De él había heredado su color de piel, el cabello y algunos rasgos que fueron fácil de percibir a primera vista.

—¿Cómo van las cosas? —le preguntó a la mujer, dejando la mochila en el suelo y dándole un beso en la frente—. ¿Ves? La cocina no es tan terrible.

—Cállate —respondí juguetona echándome un vistazo. Yo fingí estar ocupada en otras cosas para que no me atraparan estudiándolos. Taiyari rio al verme—. Amanda no está dando una mano —dijo, señalándome con la cabeza.

Sonreí nerviosa controlando mis manos para no tocar mi cabello. Su padre me regaló una cordial sonrisa, pero pronto dirigió su atención a su hijo.

—Al final te armaste de valor para invitarla.

—Yo no...

—Fue yo quien la invité, ¿lo recuerdas? —lo corrigió su esposa apretando los dientes—. Ay, mejor vete a cambiar antes de que sueltes más indiscreciones.

El hombre obedeció y yo me quedé pensando en la posibilidad de que en verdad fuera idea de Taiyari. Él conocía lo importante que era para mí. Lo observé distraído vaciando el contenido de un plato a otro. Sonreí, pese a que no pudiera verme, porque para ser un chico de pocas palabras siempre hallaba la manera de hacerme feliz.

La familia de Taiyari resultó tal como la imaginé. Su madre colaboraba en una institución de la zona. Amaba su labor, me contó los detalles con mucha ilusión. Era evidente que estaba contenta con la decisión que había tomado al dedicarse en lo que realmente le apasionaba. La admiré. Su padre, un hombre muy simpático, hacía sus artesanías desde casa y era el encargado de mantener el orden de su hogar.

El ambiente durante la comida era tan agradable que la plática se extendió más de la cuenta. Y aunque al principio me cohibí, después de un par de bromas y de la calidez de su madre logré encajar. Fue un momento que no olvidaría, porque era la primera vez en mi vida que una familia me trataba como si fuera parte de la suya. Todo demasiado bello para durar para siempre, porque terminando el postre su madre fue perdiendo poco a poco la energía. Algo malo se avecinaba. Ya final había más miradas que palabras entre los presentes.

Yo comencé a ponerme nerviosa del misterio. Observé el rostro de todos, pero siempre lograban sortear mis miradas hasta que su madre se detuvo un segundo para hablarme directamente.

—Linda, estamos encantados de tenerte aquí —comenzó. Asentí con una sonrisa agradecida—. Tenía tantas ganas de conocerte, pero también he querido aprovechar esta ocasión para decirte una noticia importante.

El tono que usó me puso la piel de gallina. Ella miró a Taiyari que fingió estar ocupado bebiendo agua. Lo conocía, solo estaba evadiendo lo que se venía. La tensión comenzó a formarse en mi alrededor y sentí un revoltijo en el estómago imaginando lo peor.

—Taiyari y nosotros nos iremos de la ciudad en unas semanas, Amanda. Vamos a mudarnos.

Esa última frase fue el sonido perfecto para romper mi corazón lleno de ilusiones.

💔 Muchísimas gracias por leer este nuevo capítulo.Mañana uno nuevo :'3.

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