Capítulo 29

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Mis dedos temblaron al arrancar la hoja de una vieja libreta. Ni siquiera gastaría una moneda para entregarle una respuesta, así como él habría prescindido del tacto antes de darle punto final. Tuve que recoger una pluma del suelo cuando volqué mi portalápices. Al menos, tal como predije, la contestación de Taiyari había sustituido la tristeza por otra emoción más peligrosa: la rabia.

Medellín, Colombia. 10 de septiembre del 2003

Taiyari.

¿Deberías hacerles caso? ¿Esa es tu manera de limpiarte las manos? Vamos, Taiyari, te conozco desde que era una chiquilla, sé que puedes escribir algo mejor, más desgarrador o profundo. Siempre se te dieron bien las palabras, unas frases tan sosas no pueden ser la forma en que le rompas el corazón a tu eterna amiga. Intenta buscar una estrategia más original. Tampoco te presiones, tómate el tiempo que necesites. Cuando esté lista envíamela a esta misma dirección. Oh, otra cosa, si te es posible también añade la maldita razón por la que ni siquiera puedes despedirte como es debido. Te he escrito un par de veces a la semana durante casi ocho años. No pretendas que me quede satisfecha con tan mediocre final. He olvidado comer, dormir o la fecha, pero nunca responderte. Pensé que al menos tendrías más consideración.

¿Qué te pasó? El Taiyari que yo conozco nunca hubiera hecho algo así, jamás sería tan frío a sabiendas me lastimaría. Tampoco un cobarde que no puede dar explicaciones, por más que duras que sean.

Hace seis años me dijiste que nunca dejarías que esto muriera, yo te creí. Te confié mi vida, y he intentado cuidarte a distancia. Me equivoqué contigo. Al menos ten compasión de mí, esa insípida indiferencia, que mata lentamente, no me dice nada. Si no quieres escribirme está bien. Yo luché por mantenerlo vivo, pero es tu decisión no hacerlo de vuelta.

Ahora, seré clara: no quiero volver a saber de ti sino tienes nada bueno que decir. Ahórrate tus ridículas justificaciones. Hazles un favor a los árboles.

Amanda Díaz.

Eché la carta en el correo importándome poco si aquello era lo más adecuado. Después de todo, a él tampoco parecía afectarle en lo más mínimo los sentimientos de otros. Fue Taiyari el que me pidió desapareciera de su vida justo cuando yo le conté que me había opuesto a las personas que más amaba por él.

«Ni una respuesta por educación merece», declaré molesta antes de entrar a casa.

Me enfoqué de lleno en mi trabajo, avancé en los preparativos de la boda y mantuve en silencio la decepción para librarme de los «te lo dije» de mamá o Ernesto. Un ritmo constante hasta que el viernes mis energías notaron el cambio de la rutina y se desplomaron. Comprender que se terminó aquello que significó tanto me tentó a volver a llorar.

Tuve que ocupar la tarde cocinando para ocupar mi cabeza aprovechando que mamá no estaba en casa. Si regresaba a mi cuarto sabía que el final sería una deprimente Amanda lloriqueando como una niña en la esquina de su habitación. Y una Amanda repleta de harina era mucho mejor que una bañada en lágrimas.

Claro que hubiera preferido no ser ninguna de las dos cuando tocaron a la puerta y me vi obligada a atener con semejante facha. El hombre debió hallar gracioso mi mandil deslavado repleto de polvo, pero mucho más mi expresión cuando me entregó una carta.

Reconocí la dirección enseguida. Fruncí el ceño antes de cerrar la puerta. Resoplé frustrada arrojándola en el comedor. Negué, chasqueando mi lengua.

—No. No. No —hablé para mí, rodeando la mesa—. Dijiste que era el final—murmuré señalando a la pobre hoja—. Estoy tratando de olvidarte. No me interesa lo que tengas que decir —concluí, cruzándome de brazos y dándole la espalda.

«¿En serio, Amanda?».

Giré discretamente al papel que me llamaba en silencio para liberar su contenido. La tentación fue adueñándose de mi voluntad. Tomé un respiro, dudando. La curiosidad me susurró al oído que leerla no cambiaría las cosas, no tenía compromiso de responder. Él jamás se enteraría que había logrado despertar mi incertidumbre.

Rasgué el papel despacio controlando la impaciencia, preparándome para lo que pudiera estar dentro. «No me afectará», me prometí.

Medellín, Colombia. 15 de septiembre del 2003

Amanda.

No puedo iniciar esta carta de otra manera que pidiéndote disculpas. He sido un idiota. No sé qué pasó por mi cabeza la última vez que decidí escribirte. Estaba abrumado. Claro que no es una justificación válida. Tienes todo el derecho de odiarme. Eres tú la menos culpable de mis estupideces, de hecho eres mi ancla a tierra cuando estoy perdiendo el rumbo, el recordatorio oportuno cuando estoy fallando. Para no ir más lejos antes de leerte estaba seguro de haber hecho lo correcto. No buscaba lastimarte.

Gracias por decirme cuando actúo con un tonto. No deseaba continuar ocasionándote más problemas. Sería injusto que después de todo lo que haces por mí te pague con líos. Pensé que plantear distancia era lo adecuado para ti. Tienes un futuro que no quiero estropear. Serás una novia maravillosa, Amanda. Tu futuro marido es afortunado. Ser el responsable de peleas con él me hizo llegar a una conclusión equivocada.

No sabes cuánto me duele herirte por mis malas acciones. Perdóname, Amanda. Disculpa a tu tonto muchacho, por favor.

Yo sí te quiero, incluso más de lo que debería.

Taiyari.

Fingí orgullo, pese a que nadie podía verme, hasta que me rendí. Abracé sus palabras dejando aquel sentimiento de pesar. Un dulce alivio me devolvió la paz al cuerpo. ¿Cómo Taiyari tenía la capacidad de hacerme feliz con unos simples párrafos? Un momento de alegría que se esfumó ante la lógica.

Quizás Ernesto tenía razón, Taiyari escondía algo. Por eso ni siquiera confirmaba su asistencia. «¿Sería otro motivo para que quisiera apartarme? ¿El miedo?» Estaba segura de que pronto recibiría otra excusa, al igual que hace cuatro años cuando me dejó en el aeropuerto, para no enfrentarme. 

Me esforcé por no pensar en él, pero resultó imposible, mientras más deseaba alejarlo lo atraía como un imán. No podía quitarme de la cabeza que me estaba perdiendo de un dato importante, la pieza faltante del rompecabezas.

Taiyari tenía un secreto, ya no tenía dudas, uno que protegía a toda costa, incluso de mí. «¿Por qué? ¿Qué tan grave sería?», me pregunté en silencio.

Solo había una manera de averiguarlo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro