Capítulo 39

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Estaba furiosa, aunque no sabía si toda esa ira estaba dirigida a Taiyari o a la idiota que soltó una tontería de ese nivel. Aquel pensamiento secreto que guardaba bajo un centenar de candados quedó a la luz en un momento de debilidad. Desconecté un segundo mi cerebro y boca provocando un terremoto. Maldije a mi lengua traicionera.

Claro que quería casarme con Taiyari, ¿por qué no? Era el hombre de mi vida, mi corazón estaba convencido que quería pasar la vida con él. Yo solía obedecer lo que mi alma sugería, pero aún no debía saberlo. Debía esperar a que primero él lo considerada para no asustarlo. Me sentí como una estúpida proponiéndoselo, más bien él rechazándome.

«Disparate», recordé con dolor.

Si me hubiera dicho que éramos demasiado jóvenes, que necesitábamos pensarlo a fondo, tiempo para madurar o formar un patrimonio, entonces lo entendería, pero no que fuera tan cruel utilizando la palabra nunca sin detenerse a pensar si me hería arrebatándome la ilusión. Siendo tan egoísta decidiendo por mí de nuevo. No aprendimos nada.

Me llevé las manos a la cabeza mientras recorría a pasos acelerados las calles repletas de familias. Parecía tan felices que me sentí miserable envidiándolos. «Quizás fue una manera de agradecerle lo que hace por mí», intenté convencerme, así la decepción sería menor. Engañarme con la idea de que fue una bobería soltada en el calor del momento sin significado detrás. «Tal vez te hizo un favor, no quieres estar con él para siempre, eres demasiado joven para atarte a alguien, Amanda», consideré enojada.

¿Qué haría sin él? Mi mundo no giraba en torno a Taiyari. Podía sobrevivir perfectamente, lo hice antes. Lloraría media vida, pero me quedaba la otra mitad para recomponerme. Encontraría a alguien más que creería en el para siempre. «Hay millones de hombres en la tierra, no te mueres por uno», dije con orgullo dando un vistazo alrededor solo para comprobar que incluso uno me sonrió en respuesta. Estaba de tan mal humor que sin querer respondí con una mueca de fastidio. «Bueno, uno menos», me reí al verlo caminar deprisa para seguir de largo.

«Pero ninguno es Taiyari, Amanda. Reacciona», discutí odiándome por recordarlo. Ninguno tenía esa sonrisa que me provocaba imitarla, ni esos ojos que te admiraban como si pudieran entregarte su corazón en una mirada. Estaba segura de que tampoco hallaría una voz parecida, y si había un tono similar, imposible una réplica de las palabras que me decía con tanto cariño. Quise ponerme a llorar de lo patética que me sentía queriéndolo tanto. 

«¡Acaba de romper tu corazón, Amanda!». No se casaría conmigo, ni hoy, ni mañana, ni el año siguiente, ni el último día de la humanidad. El problema no era el trámite.

Otra punzada de pena acompañada de una mueca. Era injusto que él fuera mi excepción a la regla, pero que yo no fuera la suya. «No puedes obligar a otros a quererte como a ti te gustaría», repetí las palabras de mi abuela con el viento golpeándome el rostro. 

Solo quedaba aceptarlo si quería seguir con él. Conocía su testarudez no cambiaría de opinión. En sus planes de vida no estaba el matrimonio. «El matrimonio, no tú, Amanda», quise consolarme para no perder el norte. Lo mejor sería quitarme esa absurda idea de la mente. Fantasear con vestidos blancos, flores y firmas eran una pérdida tiempo ahora que sabía que no se concretarían. «Quizás no nací para ser una novia», suspiré recordando la cancelación de último momento con Ernesto. «Maldito karma»

Compré un periódico en una esquina para revisar la sección de departamento en renta. Necesitaba cambiar de aire. No huiría de Taiyari, me sentía incapaz de dejarlo queriéndolo tanto como lo hacía, pero este golpe logró que considerara empezar a hacer otro camino. ¿No decía él que no duraríamos? ¿A dónde iría cuando se acabara? Era momento de pensar en mí.

Al final la boda me importaba un comino. Lo que me ahogaba en la tristeza era saber que los miedos de Taiyari quizás nunca nos dejarían ser felices. No sabía cuánto aguantaría si seguía construyendo murallas entre nosotros. Podía intentar saltar del otro lado, pero quién sobrevive tantas caídas. Los muros cada vez más altos terminarían haciéndome pedazos al final porque intentaba protegerse de mí.  De mí. 

Me dolía en el fondo de mi corazón que anticipara el trágico final. Me esforzaba por hacerle ver que contaba conmigo, le repetía que lo amaba un centenar de veces, le demostraba que lo hacía, no sabía qué otra prueba necesitaba para sacarse de la cabeza que éramos una bomba de tiempo.

Decidí acudir a la misma cafetería de la vez anterior, imaginando que tendría el mismo resultado, que unos minutos de soledad aclararían mi atormentada mente, pero esta vez repensar el mismo tema lo único que hizo fue avivar la llama del enfado. Rememorar anécdotas solo me hizo encontrar menos razones para comprenderlo.

—Te odio, Taiyari. No sabes cuánto te odio —mentí enfadada, apretando los dientes, a la par que subrayaba unos departamentos sencillos en alquiler que se ajustaban a mi presupuesto para visitarlos.

Casi me sentí aliviada cuando dejé por la noche mi asiento y me dirigí de vuelta a casa. Una buen sueño era lo que necesitaba para reconciliarme conmigo misma. Además, esperaba que el cansancio hubiera vencido a Taiyari, que se hubiera dormido temprano, no quería verlo al regresar. «Es un hombre, Amanda, no un niño de cinco años para estar en la cama a las ocho», resoplé revisando el reloj.

—Maldita sea —chisté al acordarme que había olvidado las llaves y que no podía entrar sin avisar a los demás. Recargué mi frente en la madera antes de tomar un respiro. «Perfecto, cuando no quieres que todos se percaten de tu llegada», pensé resignada de mi mala suerte esperando que alguien atendiera.

Fue la madre de Taiyari quien me sonrió aliviada cuando me divisó del otro lado de la entrada. Una sonrisa débil apareció en respuesta, lamentaba preocuparla. Ella estaba colocándose unos aretes deprisa, parecía que estaba por salir. Al fondo vi a su marido, comprobé mi teoría.

—Te esperamos para comer, Amanda —me avisó haciéndose a un lado para darme acceso—,  pero se hizo tan tarde que...

—Me entretuve por ahí. Discúlpame —le pedí porque era la menos culpable de mis enfados. Había sido uno de mis mayores apoyos en las últimas semanas, no podía pagarle con mi indiferencia—. El tiempo se pasó volando.

—¿Tienes hambre? —me preguntó amable—. Vamos a cenar, ven con nosotros si quieres. Taiyari dijo que prefiere quedarse, pero tal vez tú...

—No. No —mencioné rápido. Además, los pobres apenas tenían ratos libres, no sería el mal tercio—. Ya pedí algo en la cafetería —mentí porque no había probado bocado en horas. Apenas se marcharan asaltaría la cocina—. Ahora solo quiero dormir un rato.

Cuando creí que no podía quererla más me brindó una sonrisa comprensiva que enterneció mi carácter. Abril tenía un sitio ganado en el cielo. Acarició mi brazo después de tomar su bolso.

—Cualquier cosa llámame —me pidió. Sonreí asintiendo para que se quedara tranquila. Saludé con un ademán al padre de Taiyari que repitió la invitación que rechacé fingiendo un bostezo. 

Suspiré aliviada al verlos cruzar la puerta dejándome sola en la antesala. Arrastré los pies dirigiéndome a mi habitación. Me cambiaría de ropa en un minuto antes de prepararme algo ligero de cenar, quería estar dormida para cuando regresaran. 

Toqué la puerta de mi cuarto. Hace tiempo que no entraba, semanas en la que solo me refería a él como un adorno que no utilizaba, una excusa que nadie creía. Estuve a punto de abrir cuando escuché un sonido a mi espalda. Apreté los labios molesta, identificando perfectamente de quién se trataba. La casa estaba casi vacía, pocas opciones quedaban, un fantasma travieso que quería hacerme el favor de matarme o él.

—Amanda.

«¿Qué quieres?», pensé cerrando los ojos. Ni siquiera me di la vuelta para darle la cara. No quería saber de él por un tiempo.

—¿Necesitas algo? —cuestioné, tratando de no sonar grosera, pero sí fría.

—¿Podemos hablar?

—Preferiría que fuera mañana, ahora estoy cansada —me justifiqué porque lo último que deseaba era ponerme a pelear con él a esta hora. Ya tenía suficiente con discusiones. Además, me conocía, estaba demasiado alterada, le diría cosas hirientes.

—Amanda, vamos —me pidió conciliador. Flexioné el cuello intentando aligerar la tensión que cargaba sobre los hombros.

—Estoy cansada.

—De verme —asumió. «Era listo», admití—. Al menos mírame, Amanda.

Chasqueé la lengua girándome porque no era una cobarde.

—¿Ahora estar cansada es un delito?

—No, pero creo que hablar tampoco.

—¿No me vas a dejar en paz hasta que te diga que sí?

—No quiero que te vayas a la cama estando enojados —dijo suavizando la voz.

—¿Y pretendes que en una conversación de cinco minutos vamos a arreglarlo? —me molesté sin razón. Supongo que en ese momento estaba a la defensiva.

—Tengo que intentarlo, ¿no?

Tomé una bocanada de aire. Debía usar la cabeza, no quería ser la culpable de un enrollo por mi capricho. Lo seguí de mala gana a su habitación. Después de pasar tantos días dentro por primera vez me pareció enorme. Tal vez era el enfado que hacía la distancia pesada. Me crucé de brazos dándole un vistazo a cada rincón.

—Amanda, lamento lo de esta tarde —empezó él. Yo evadí su mirada encontrando más interesante unos papeles que cogí de su escritorio. No entendía nada, pero actué que eran de gran interés.

—¿Qué exactamente? —Fingí demencia. Taiyari suspiró, no se la iba a poner fácil. Quería que lo pronunciara para que entendiera por qué me dolió.

—Todo lo que dije, Amanda —respondió para no dar más rodeos.

—Dijiste muchas cosas. Todas igual de crueles. Volviste a dejarme fuera —le eché en cara. Taiyari aceptó los cargos en su contra. Esa sumisión me hizo enfadar más, quería que lo explicara—. ¿Por qué crees que no soy capaz de tomar mis propias decisiones? ¿Por qué siempre asumes que tienes lo mejor para los dos? No entiendo lo que buscas, primero dices que me quieres y después me haces a un lado.

—Yo te amo, Amanda —insistió. Quise taparme los oídos, mi corazón se enterneció con excesiva facilidad—. No te confundas, son dos temas distintos.

—No, es el mismo. El que ama confía en la otra persona.

—No confío en mí, ese es el problema, por eso me aterra que tú lo hagas —soltó al final.

Preferí quedarme callada porque no encontré manera de protestar. Había focalizado todo el conflicto en mí, olvidé lo que implicaba a él. Mordí mi labio sin saber qué decir. Me dejé caer al borde de la cama. Abrí la boca para defender mi postura, pero al no saber quién era el enemigo me recosté agotada de luchar conmigo misma. Me había portada demasiado inmadura.

—Lo de casarnos no...

—No digas que no debiste decírmelo, Amanda, porque necesitaba escucharlo. Es solo que... La pregunta me tomó por sorpresa... Siendo honesto, sé que suena ridículo, pero creo que me asusté —aceptó riéndose de sí mismo. Yo fruncí el ceño sin hallar lo gracioso. Me senté de golpe para encararlo, pero al verlo sonreír mi coraje fue cesando—. No me malinterpretes. Hace años, cuando me enteré lo que me pasaba, me costó hacerme a la idea que no tendría la oportunidad de realizar muchas cosas que otros harían sin pensar. Además, cuando anunciaste tu compromiso perdí toda esperanza. Me resigné a que jamás sucedería.

Escuchar la estupidez que estuve a punto de cometer me hizo volverme a la cama para esconder la cabeza en la almohada. Me estremecí de pensar que si no fuera por este viaje ahora sería la esposa de Ernesto. Una verdadera pesadilla. 

—No es un reclamo, Amanda —me llamó, confundiéndose—. Tú tenías derecho a seguir con tu vida. Yo jamás esperé que no lo hicieras.

—¿Y por qué tú no sigues con la tuya? —le dije con la voz ahogada por la tela. Giré sobre el colchón para verlo a mi costado.

—No sé, supongo que aún creo que es irreal. Pienso que voy a despertar, Amanda. No tienes una idea de lo mucho que me cuesta asimilar que eres tú la que estás dormida a mi lado, porque durante años me conformé con soñarte y me sigo preguntando cómo terminé con la mujer que amo cuando comenzaba a asumir la idea que estaría siempre solo. Y no quiero que pienses que no quiero estar contigo, todo lo contrario, daría lo que fuera porque nunca te marcharas.

—¿Para qué? Tú dices que no durará para siempre.

—Quizás... —Liberó un pesado suspiro. Prometí que no lloraría, pero sentí las lágrimas perderse en mi almohada—. Quizás solo tengo miedo de que no lo sea, porque no sé qué hay después de ti, así como tampoco hubo nada antes. No sé si me entiendas... Nunca he querido a nadie que no seas tú. He pasado enamorado de ti desde hace ocho años. Y no quiero perderte ahora que...

—No vas a perderme —le prometí sentándome para acunar su rostro en mis manos—. Solo no me alejes. Cada que me apartas me lastimas...

—Me equivoqué —reconoció con pesar. Ya no importaba—, solo intento protegerte de los sufrimientos que padecerás a mi lado. No tengo control sobre ellos, no quiero arruinar tu vida por el egoísmo de ser feliz.

—Tú nunca arruinarías mi vida, Taiyari —mencioné con honestidad. Lo miré directo a los ojos porque podía poner en tela de juicio mis palabras, pero no la claridad de mi mirada—. Y nunca te culparía de nada. Te lo digo hoy, siendo plenamente consciente. Acepto lo que venga, todo lo que nos aguarde. Sé que no es fácil, pero eso no me pone contra las cuerdas. Solo déjame entrar, por favor.

—Amanda, tú ya estás dentro. Ese es el problema, no quiero renunciar a ti, pero tampoco lastimarte. Sigo creyendo que no te merezco. Ojalá fuera tan fuerte para aceptarlo —dijo atormentado. 

Entendí al verlo tan confundido el caos que reinaba en su interior. Aquello que para mí no era tan importante, quizás para él significaba su mayor inseguridad. Y tenía que aceptar que eso no desparecía de un día a otro. Taiyari tenía miedo de sí mismo. Necesitaba mayor empatía para comprenderlo. Meditar por primera vez el dolor que le producía hacerme feliz contra el temor de no poder realizarlo, me hizo sentir miserable. Lo había juzgado duramente sin escucharlo. Yo jamás podría entender lo que él sentía, y obligarlo a abrirse a mi velocidad era injusto.

—Perdóname, Taiyari —le pedí avergonzada de mi comportamiento. Posé mi frente sobre la suya. Cerré los ojos disfrutando del sonido de su respiración y su compañía—. He sido tan egoísta.

—No. Amanda, saber que piensas en una vida conmigo significa mucho para mí. Eres más de lo que esperé. He soñado tanto contigo, cuesta creer es verdad —susurró antes de que me inclinara para alcanzar sus labios.

Le robé un beso para acallar sus inseguridades. Quería expresar sin palabras lo mucho que lo quería, entregarle un trozo de mi corazón. Yo no tenía dudas, mis latidos resonaban con la certeza de quien construye su felicidad. Sonreí contenta por la reconciliación, quise decirle lo mucho que lo amaba, pero Taiyari me atrajo de nuevo a su boca. Esta vez en un beso lento, cálido y profundo, de esos que despiertan un extraño cosquilleo en la piel mientras sus manos ascendían despacio acariciando mi cuello. Me sumergí en el calor de sus besos y roces desconectándome de a poco del mundo en la oscuridad de esa habitación.

Era real, podía parecerme un sueño, por ese miedo e impaciencia creciente en mi interior que anunciaba el alma, pero formaba parte de mi realidad. Lo supe por la manera en que mi corazón palpitó haciéndome sentir más viva que nunca. El mundo calló para escuchar a mi alma susurrar a mi oído una verdad que no seguirá escondiendo, quería estar con él por mucho tiempo.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro