Ahnyei X

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Pilastra, Etrasia. Año 599 de la N.E.

Sábado 5 del mes doce.

—¡Corre, Ahnyei! ¡Te daré dos minutos de ventaja, pero después no podré protegerte y tendré que apresarte!

Mathus Carysel la dejó escapar.

—¡Ve por el camino del bosque, no buscaré en ese lugar! Luego, ¡huye! ¡Pronto tendré que cerrar las fronteras!

Ahnyei, confundida, asintió. Mathus había ordenado a la Guardia a no actuar hasta que él diera la señal. Los elementos policíacos obedecieron y esperaron.

—¡Gracias! —exclamó y luego echó a correr. Mathus regresó con su equipo.
Los minutos pasaron y los guardias comenzaron a mostrarse impacientes.

—Jefe... —dijo uno de ellos, el mayor en rango, intranquilo y espoleando su arma.

—¡Esperen! —gritó Mathus—. ¡La criatura es peligrosa y explosiva! ¡Los disparos no harán más que incendiar la ciudad! ¡Atentos a mi orden!

Mathus Carysel ordenó que apuntaran sus armas. El mismo la miró a través de la mirilla de su rifle de alto alcance. La vio desaparecer entre los altos pinos.
Ahnyei alcanzó a escuchar los disparos tras de sí, pero se había escapado a una velocidad increíble, como un felino.
Se perdió entre las profundidades del bosque de Pilastra, corriendo descalza sin ningún rumbo.

¡Pero qué estúpida había sido! ¡Y la chica, la pobre chica ardiendo! Ahnyei se detuvo y se llevó las manos a su cabeza, deshaciendo frenéticamente los restos del peinado, liberando el grueso y erizo matorral en el que se había convertido su precioso cabello.

«Pero ¿qué me pasa?, ¿qué de malo tengo?»

Los recuerdos volvían. Ya sabía que ella era la causante de la erradicación de su primera familia. Ella los había asesinado en un arrebato similar. ¿Qué habría pasado si Jan no la hubiera detenido? Se aterraba con la idea de pensar hasta dónde habría llegado.

«No fue mi intención», lloró mientras se dejaba caer en el frío y rocoso suelo. Allí permaneció unos minutos sin saber realmente qué hacer.

Mathus le había dado la ventaja, pero sabía que de un momento a otro la atraparían. Corrió a su casa, con la esperanza de encontrar a Marie. Antes de bajar la colina, se percató que el terreno ya estaba rodeado por cinco coches patrulla y un escuadrón enfilado. Retrocedió.

Luego pensó en la única persona que probablemente podría ayudarla a huir de Pilastra. Entonces, contrario a lo que Mathus hubiera querido, Ahnyei dirigió sus pasos al hogar de Teho.
Las sirenas de los coches patrulla ululaban a lo lejos. La casa de Mathus estaba despejada. Fue él quien abrió la puerta.

—No deberías haber venido aquí —la reprendió Mathus. Ahnyei estaba irreconocible, con su maquillaje deslavado y sus ojos anegados en lágrimas. El cabello era un manojo de hilos negros chamuscados y gran parte de su vestido estaba quemado. Mathus sintió compasión por ella—. Vine a poner a salvo a mis hijos, pero Mason no para de llamarme; está como loco y los padres de la joven vienen en camino. Seguramente pedirán la pena máxima para ti: la muerte en la cámara de gas.
Ahnyei reprimió un gemido.

—Descuida. Sé por qué estás aquí. Te doy cinco minutos para que te despidas de mis hijos. Luego te marcharás.

—Gracias —susurró Ahnyei.

—Siempre has sido buena con Teho y Mera —dijo el jefe de la Guardia—. Y yo también te tengo estima; intentaré comprender lo que sucedió antes de juzgarte.

Ahnyei, tiritando de frío, le agradeció. La figura de Teho apareció detrás de la ancha espalda de Mathus y, una vez que este se retiró para darles privacidad, Teho corrió a abrazarla. Ahnyei rompió en lágrimas.

—Pero ¿qué sucedió, Ahn? Desde hace horas el teléfono no para de sonar. Las sirenas de los coches patrullas suenan como locas a lo lejos.

—Me están buscando. Y ahora necesito escapar. ¡Ayúdame, Teho!

—Vayamos a charlar arriba, en mi habitación.

Teho ayudó a Ahnyei a ponerse más cómoda, le dio una muda de ropa de Mera que le quedó demasiado ajustada y corta, especialmente los vaqueros. Se deshizo de los harapos en los que se había convertido el precioso vestido que ella misma había diseñado. Como en el cuento de la cenicienta, después de las doce el encanto se había esfumado. Luego de servirle un té y arroparla con una de sus más gruesas chaquetas, se sentaron en su cama.

—Córtame el cabello —le pidió.

Teho la miró sorprendida.

—Pero, Ahn...

—Ya crecerá.

Teho tomó las tijeras que descansaban en uno de los lapiceros de su escritorio. Vaciló un poco antes de hacerlo.

—Bien corto —aclaró ella y cerró los ojos.

A Teho le temblaba el pulso, los vastos mechones caían a sus pies mientras Ahnyei continuaba con la cabeza gacha.

—Dime por favor qué ha sucedido —preguntó cuando el trabajo estuvo terminado y Ahnyei ya no parecía ser la misma de siempre.

—No soy quien tú crees...

—Entonces dime quién eres.

Ahnyei vaciló por unos momentos. No sabía si contarle la verdad. ¿Acaso lo entendería? ¿O también la juzgaría? Decidió que ese no era el momento oportuno para decírselo.

—Te lo diré todo después. Hoy no.

Teho frunció el ceño.

—No me dices la verdad, Ahnyei, y no sé qué hacer para ayudarte —Teho la miró a los ojos, quitándole unos mechones de cabello recién cortados atrapados en sus orejas—. Puedes confiar en mí.

—No hay tiempo —respondió—. Necesito escapar, Teho. Nuestros ahorros. Necesito que me entregues mi parte. Me iré hoy mismo de Pilastra.
Teho se quedó pensativo.

—Entonces voy contigo —dijo con decisión—. No se me ocurre de qué otra manera puedo protegerte.
Ahnyei le sonrió con ternura.

—¡Pues entonces yo también me marcho! —la pequeña Mera en pijamas entraba en la habitación, tenía los ojos hinchados como a punto de llorar—. ¡No puedes abandonarme, hermano!

—¡Mera! —Teho la reprendió—. ¡Deberías estar dormida!

—¿Y cómo voy a dormir con tanto escándalo?

—¡Regresa a la cama! —le ordenó, poniéndose de pie.

—¡No, hermano! ¡No lo haré! ¡No puedo dejar que se marchen sin mí!

Ahnyei se puso también de pie. Lo que menos quería era separar a una familia. Se acercó a la pequeña Mera y la miró a los ojos.

—No te preocupes, Mera. Seré solamente yo quien se marche...

—¡Pero, Ahnyei! —exclamó Teho.

—No puedes dejarla, tampoco a tu padre. Ellos te necesitan —intentó hacerlo entrar en razón. Aunque habría sido lindo que él la acompañara. Era la única persona en quien confiaba, pero no podía separarlos de esa manera

—Te diré algo, me iré a ciudad Sinap y ahí me alcanzarás. Ambos lo harán, pero una vez que hayan terminado el año escolar y hablado con su padre. No así.

Teho asintió y Mera suspiró aliviada.

—Más vale que encuentres un bonito lugar para los tres —dijo Teho.

Ahnyei asintió, forzando apenas una sonrisa. Teho se giró y se agachó para sacar algo debajo de su cama. Sacó la pequeña caja fuerte y dividió en partes iguales los fajos de billetes que ahí se encontraban, pero luego de pensarlo, añadió un poco más de su parte.

—En Sinap me lo pagarás ——le dijo mientras depositaba el dinero en una mochila que luego le entregó.

Ahnyei los abrazó a ambos.

—Los extrañaré —los tres rompieron en pequeños sollozos.

En eso estaban cuando escucharon el timbre de la puerta. Alertados, se separaron y guardaron silencio. A lo lejos se escuchaba una voz, grave y rasposa que Ahnyei reconocía a la perfección.

—Y bien, ¿cuál es tu reporte, Mathus? —Mason estaba en la sala de estar, tan cerca de Ahnyei que por un momento perdió toda esperanza y pensó que sería entregada por el jefe de la policía.

—Estamos patrullando la ciudad. Las fronteras de Pilastra y la Sede de los Cinco están vigiladas. Todos mis elementos están buscándola.
Mason lo miró con furia.

—¡Y sin embargo la dejaste escapar y estás aquí como si nada!

—Vine a ver a mis chicos y a ponerlos a salvo. Volveré de inmediato a la estación.

Mason rio a carcajadas.

—Puedes decir lo que quieras, Mathus, pero yo sé que la dejaste escapar.

Mathus guardó silencio, luego contestó.

—Yo soy el jefe de la Guardia y no estoy bajo tus órdenes sino bajo las de Statz.

Mason se pasó una mano por la frente, perlada de sudor pese al clima frío. Las manos le temblaban, Mathus pudo ver las heridas que escapaban de su camisa y del cuello clerical. Lo notó en un estado casi febril.

Mason se quitó los lentes y los guardó en uno de sus bolsillos. En un momento de furia agarró a Mathus de las solapas de su camisa y lo estrelló contra la pared. El reloj cucú se desprendió de su sitio señalando para siempre las doce horas.

—¡Escúchame bien, Mathus! ¡Si no atrapas a esa chica dirás adiós a tu carrera, te despedirás de ella, así como de tu casa, de tus bienes y de tus hijos! ¡Has sido un hereje que no ha sabido encaminar tu vida ni hacerte cargo de lo que queda de tu familia desde que Maia murió! ¡No asistes a las reuniones del día de adoración!, ¿y ahora te atreves a retarme? ¡¿Acaso no sabes que Statz es solamente un monigote?! ¡¿Que soy yo quien realmente manda en esta ciudad?!
Mathus se quedó callado.

—¡Por herejes como tú la obra ha dejado de avanzar! —continuó Mason—. ¡No eres un buen elemento para Pilastra!

—He pagado mis diezmos fielmente, aunque mi familia y yo no asistamos —se defendió, y con sus manazas se libró de las garras del viejo—. Mi familia y yo no le debemos nada ni Pilastra ni a la Sede, ni siquiera a ti. No puedes hacer nada contra mí.

—Eso lo veremos —sonrió Mason—. Tienes menos de una hora para atrapar a la chica. Me reuniré con Statz en la estación. Y si para entonces no me la entregas, el mismo Statz te quitará tu placa y tu empleo y terminarás recogiendo la basura de las aceras.

Mason se despidió azotando la puerta. Mathus se quedó de una pieza. Miró de soslayo hacia el cuarto de Teho. Adentro, Ahnyei contenía la respiración. Luego de unos instantes, los pasos de Mathus se encaminaron a la habitación.

—¡Vete! ¡Vete! —le apremió Teho—. ¡Sal por la ventana!
Mera se apresuró a abrirla
Ahnyei se puso la mochila con el dinero y saltó hacia el tejado de la casa vecina.

—Nos veremos luego, Mera, Teho.

Ahnyei corrió con rumbo a la estación del tren, y mientras lo hacía, repasaba en su mente una y otra vez la fatídica noche. Entonces recapacitó y pensó en ella, en la pobre chica ardiendo, y de pronto detuvo sus pasos. ¿Qué estaba haciendo? Ella no era culpable y no merecía pasar por ese dolor. Beka era un dolor de cabeza y no debía haber dicho esas crueles palabras, pero no merecía pasar por esa agonía. Podía sanarla, ya lo había hecho con Jan anteriormente. No podía marcharse sin intentarlo.

Fue así como, en lugar de virar hacia la derecha rumbo a los rieles, corrió con prisa de regreso hacia la boca del lobo. Intentaría salvar a la chica, y una vez hecho, huiría para siempre de Pilastra.

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