De las crónicas de Annika VI

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Londres, Inglaterra. Mayo de 1967 de la Era Común o después de Cristo.

Pergamino seis.

Compañía Royal Ballet Classic.

Atención: Señorita Annika King:

Annika, necesito verte. No sé cuánto tiempo más sea suficiente para ti, tu gira está por terminar y yo he sido paciente. Te he visto danzar tan solo en la pantalla chica, en la soledad de este al que alguna vez llamamos hogar. No cabe duda de que eres la mejor, el público te ama, te adora, y yo también.

Ha pasado casi un año y no sé si volverás a Londres. El bailarín al que tan injustamente molí a golpes ahora danza a tu lado, y no puedo evitar morir de rabia y celos. Me temo que volvería a hacerlo si supiera que tu corazón le pertenece.

No has hecho el más mínimo intento por contactarme, eso solo me deja en claro una cosa: No me amas, rechazas tu naturaleza, el plan de Luhna y a mí.

He frenado varias veces mis pasos hacia el Consejo, sé que solo te dañaría si supieran la verdad. Como te lo dije antes, no sé cómo actuar ni sé qué harían ellos en este caso.

Lo único que sé es que a pesar de todo te sigo amando, sigo deseando esa eternidad a tu lado. Pero necesito saber qué piensas tú. Podría ir a buscarte, pero prefiero que seas tú quien lo haga. Aún podemos resolverlo, si es que me amas, aunque sea un poco. Estoy en el mismo lugar de siempre, sabes dónde encontrarme.

Tuyo, Zenyi.

***

Miré al hombre que estaba a mi lado, su pecho desnudo subiendo y bajando con respiraciones acompasadas. Parecía un niño, lo amaba... Como a nadie nunca, como nunca amaría a Zenyi. Era mi todo, mi cielo, mi infierno, mi proyecto, mi experimento.

Era tiempo de enfrentar a Zenyi y terminar con la comedia. Escaparía con Aiden, el Consejo jamás me encontraría...

Yo era una de sus creaciones más complejas, ya lo he mencionado anteriormente. Con el tiempo, aprendí a controlar a Shardei y a limitar al máximo sus vibraciones, manteniéndolas tan bajas que ni siquiera podían ser detectadas por ese rastreador en el que tanto confiaban.

La historia de Sarah me había hecho comprender los últimos detalles de mi decisión. De alguna manera logré entrar en la mente de Aiden, él me dio acceso a todos sus recuerdos; incluyendo aquellos últimos días en que Sarah mantuvo esa extraña comunicación.

Sí, había algo muy raro en esas visiones. Percibí terror en ella, Sarah estaba asustada y en algún momento, Shardei se apagó. Estaba muerta.

Cuando se lo dije, Aiden lloró en mis brazos, por muchos días, todavía lo hacía los últimos días que pasamos juntos, antes de que todo lo malo sucediera.

Dejé la carta de Zenyi a un lado y con un beso desperté a Aiden. Adormilado me miró con ojos perezosos.

—¿Qué pasa, princesa?

Le sonreí, me acerqué y le robé un beso, luego el me abrazó e hizo que rodara a su lado. Reímos por un rato. Los despertares a su lado eran más divinos que cualquier gloria prometida.

—Ya es tiempo de volver y por fin aclarar todo —le dije, y a pesar de que en sus ojos había miedo, me dio la razón.

—Estaré contigo en todo momento, no temas.

La gira finalizaba en Londres, para ser exacto el ocho junio de 1967, cumpliéndose así doce meses. Todo terminaría al mismo tiempo, la obra y mis lazos con los inmortales.

Porque yo me sentía poderosa, porque pensé que yo sola podría con todo el Consejo. Porque nunca pensé que Zenyi se pondría en mi contra.

Volvimos como pareja el quince de junio y nos instalamos en un nuevo apartamento. Con arrogancia fui testigo de cómo poco a poco mi poder era absorbido y entendido por Aiden. Era más fuerte, más sabio. Hablaba en su cabeza como anteriormente lo hacía Sarah. A veces sin siquiera proponérmelo, él se anticipaba a mis pensamientos.

Le enseñé a extraer energía de sí mismo y otras veces a crearla. Era mi amante, mi aprendiz, mi experimento.
Zenyi se enteró de mi regreso, pues lo anunciaban los carteles y la prensa, siempre presente.

Yo danzando con Aiden...

Lombardo desechó a Fabio en cuanto se enteró de la mejoría de mi amado, y en Francia este asumió el papel. Danzábamos como dos criaturas que no pertenecían a este mundo, como seres angelicales. Así nos llamaban: «La pareja celestial».

Hinchada de orgullo, de billetes y de poder, así regresé a Londres.

El encuentro con Zenyi fue lo más desastroso que pudo suceder. No esperó a que fuera a buscarlo, al contrario, fue a enfrentarme a mi apartamento.

Estaba irreconocible, había perdido completamente los estribos. Tenía el cabello muy largo y la barba bastante crecida. Tocó la puerta, fue lo único sensato que hizo, después todo se volvió un caos. Aiden y yo acabábamos de levantarnos, él se rasuraba mientras yo preparaba el desayuno envuelta en una bata de seda.

—Tenemos que hablar, ahora y sin él presente —me ordenó y soltó una tremenda ráfaga de viento con tanta o más furia que la ocasión anterior. Aiden salía del baño y fue a estrellarse sin remedio contra la ventana, rompiendo el vidrio con el impacto.

La pesadilla estaba por repetirse, pero para mi asombro, esta vez no fue como la anterior. En pocos segundos Aiden se puso de pie y las heridas provocadas por los cristales comenzaron a sanar; dejándome perpleja.

Las pupilas de Zenyi se abrieron con asombro.

—Pero ¿qué?... ¿Qué has estado haciendo, Annika? —en sus ojos había miedo, reproche, todos los sentimientos aglomerados en una mirada que me aterrorizó.

—Él... —me atreví a decir—. Es susceptible a nuestros dones. No he hecho nada. Él simplemente parece absorberlos.

Zenyi enfurecido estiró su brazo, abrió más su mano y comenzó a atormentarle, ahora de una manera diferente, metiéndose en su cabeza; de pronto, la habitación se llenó de los gritos de dolor de Aiden.

—¡Veremos si absorbes esto!

No le iba a suplicar que lo dejara en paz, me dispuse a protegerlo y a enfrentar a mi gemelo. Lo miré con rabia y en cuestión de segundos eliminé su energía y cesaron los gritos.

—¡Hablaremos! —ahora yo le ordené—. ¡Pero a él lo dejarás en paz!

Nada del hombre que conocí alguna vez quedaba en él, el dolor y la incertidumbre parecían haberlo enloquecido.

Obedeció, no tuvo alternativa, me miró con odio y bajó su brazo.

—Iré a ver al Consejo, Annika. Ya es suficiente. No necesito más explicaciones tuyas —me miraba con esa rabia, con esa furia con la que jamás pensé que me miraría. Luego sus ojos se llenaron de lágrimas—. No lo puedo creer... Tú... ¡Me has despreciado!

No iba a permitir que me amedrentara, era lógico que las cosas entre nosotros ya habían terminado.

—No le temo al Consejo, ni tampoco a ti, Zenyi. No me obligarán.

—¡Eres una traidora! ¡Una egoísta que ha cambiado la gloria por mierda!

—¡Esta es la vida que quiero! —reafirmé.

—¡Egoísta! ¡Me has arrebatado a mí la oportunidad de regresar con El Creador!

Quise decirle que todo era mentira, que Silen no existía, pero Zenyi era tan ciego al plan de Luhna, tan respetuoso de los einheres.

—Lo lamento. Si estimas advertir al Consejo, hazlo, Zenyi. Jamás me encontrarán.

Aiden fue a reunirse a mi lado para apoyarme. La sola visión de vernos juntos, de nuevo encendió su ira.

—¡Todo es tu culpa! —gruñó y se abalanzó sobre él—. ¡Traidores! ¡Traidora! —me señaló. No dejaba de gritar, mientras sus manos ahora ahogaban el cuello de mi amado. En eso lo había convertido: en un monstruo.

El contragolpe vino desde la otra habitación, Aiden atrajo con su fuerza una cómoda que se estrelló en la cabeza de Zenyi, aturdiéndolo y liberando su opresión. Entonces ambos se pusieron de pie y comenzó el combate cuerpo a cuerpo, pero ahora Aiden ya no estaba en desventaja.

Me levanté para intentar separarlos, pero una onda de viento me apartó del camino.

—¡A ella déjala en paz!

Aiden se encendió al verme rodar por el suelo y por momentos lo vi más alto y fuerte que Zenyi—. ¡No te ama, nunca lo hará, y jamás irá contigo a ese horrible lugar! —lo repetía al compás de sus puñetazos.

—¡Eres un iluso si piensas que puedes compararte a nosotros! —gritó Zenyi mientras escupía sangre—. ¡Somos dioses! ¡Tú eres tan sólo un despreciable humano! ¡Una abominación! ¡¿No te das cuenta?!

—¡Me doy cuenta de que tan solo eres un dios de mierda!

Zenyi volvió a entrar en su cabeza y Aiden comenzó a retorcerse, cayendo al piso.

—¡Zenyi, por favor...! —rogué—. ¡Ya basta! ¡Basta! ¡Déjanos en paz! —lloré mientras intentaba anular sus poderes—. ¡Vete! ¡Tan solo vete! —repetí mil veces, mientras mis lágrimas no cesaban y de nuevo corría en auxilio de mi amado.

Al vernos ahí en el piso abrazándonos; yo con lágrimas en mis ojos aferrándome al cuerpo semi inconsciente de mi amado, Zenyi al fin comprendió que había sido derrotado. Bajó los puños y retrocedió.

—Escóndete bien, Annika —no le quedó más qué decir—. Jamás volveré a buscarte, pero ellos tarde o temprano te encontrarán. Fue su advertencia antes de marcharse—. Que sean muy felices... —escupió las palabras y salió del apartamento y de nuestras vidas.

Cuando Aiden reaccionó me calmó con sus dulces besos.

La pesadilla terminaba para dar paso a una mucho peor.

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