De las crónicas de Sethus II

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Base de Heskel, Polo 10, Islas de la Antártida. Año 568 de la N.E.

Durante los días en que Annika estuvo cautiva.

Sethus, uno de los hijos de Luhna, escribe:

—Le quedan pocos días de vida —dice Innos, el genetista que acaba de inyectar en las venas de Annika el suero final—. Mi sugerencia es que se quede en alguna de las habitaciones aquí  en Heskel, para que sea vigilada. —Innos se quita sus guantes y guarda celosamente la sustancia y los instrumentos en una caja de cristal hermética, que cierra con llave—. Mas no me atrevo a exigir nada, no quiero contradecir a ninguno de mis hermanos.

Los párpados de Annika se cierran. Está atada a una camilla cual si fuera una rea condenada a muerte recibiendo su inyección letal. La diferencia es que su agonía no terminará en un par de minutos, sino que será larga y dolorosa. Eso es lo que quiere Soni, que muera sola, reflexionando y purgando cada uno de sus errores, lamentando y anhelando la muerte que será lenta en llegar.

Innos la mira con compasión. No fue suficiente arrebatarle a la pequeña de sus brazos; ahora debe cumplir con su misión, envenenando la sangre de una de sus creaciones.

Innos pertenece a la parte científica y genética de los eihneres. Los encargados de las modificaciones genéticas en el primer cielo, o cámara de almas, son subordinados de Ramia. Aquí en la tierra ya no tienen mucho trabajo, más que corroborar la naturaleza de los sihes que recuperan los rastreadores luego de su despertar. Supongo que ahora él, bajo las instrucciones de Ramia, se entretendrá con la hija de Annika.

Al final, me permiten a mí ir a despedirla en su destierro, a las tierras de Meridian.

Es, a pesar de todo, un bonito lugar con vegetación creciente. Pareciera que la mano de Vertha, Tithus y Sanghus nunca pasó por aquí durante el primer recogimiento. Al menos, la vista desde la precaria vivienda que acondiciono toscamente le otorgará cierta calma en los días venideros.

Es una modesta cabaña de madera, con una techumbre de paja que apenas logra mantener el interior seco durante las lluvias. Las paredes están cubiertas de musgo y enredaderas, como si la naturaleza hubiera comenzado a reclamar lo que alguna vez le perteneció. Solo hay una cama de madera con un colchón delgado, una mesa pequeña y una silla. Las ventanas están cubiertas con cortinas desgastadas que permiten la entrada de la suave luz del amanecer. En algún momento la vivienda fue acogedora, pero eso fue hace muchos cientos de años.

La tomo entre mis brazos y se siente tan ligera como una pluma de ave y la instalo en la que será su cama, donde en poco tiempo morirá. La carne ya se le pega al hueso; los pómulos afilados le dan una apariencia cadavérica.

—¿Cuidarás de ella? —me pregunta, con apenas un hilo de voz. Asiento con la cabeza.

—Te lo prometo.

—Estuve... —dice como evocando mejores tiempos—. Pensando en su nombre.

Voltea a verme y sus ojos son como dos cuencas enormes y vacías, pero extrañamente llenas de ilusión.

—¿Sabes? El nombre de Marie siempre me gustó y sé que Aiden lo aprobaba.

Entiendo a la perfección su petición.

—Así se llamará. —Le hago una promesa y ella sonríe. Me despido dejándola al parecer en un profundo sueño.

—Sethus... —me llama cuando estoy a punto de salir de aquel lugar y de su vida. Regreso a su lado para tratar de entender sus palabras—. ¿Por qué no me matas?

—Porque no es lo que me han ordenado.

—Pero tú podrías hacerlo. Tú siempre fuiste bueno.

No, en realidad nunca lo fui. Sobre mi consciencia pesan grandes errores, uno de ellos es, por supuesto, ella, Annika. Una sihe dotada de una inmensa magnitud de dones que nunca fuimos capaces de entender y, al parecer, incompatible genética y espiritualmente con su gemelo celestial. O tal vez sea cierto lo que tanto dice Soni, que al final fue corrompida por esta dimensión y sus bajos sentimientos.

Mi error ha sido mi falta de carácter, mi cobardía o excesiva misericordia, como suele llamarle Soni.

Los fallos en el plan de Luhna son más que evidentes. Comenzando con las creaciones incompletas, estas eran detectadas antes de la migración a Canto y se destruían en Sihe. Si la materia era buena, el material se reutilizaba y los científicos como Ramia e Innos diseñaban una nueva forma, asegurándose de que fuera completa esta vez.

Pero yo, incapaz de destruir alguna de mis creaciones, pasé por alto mis propios errores dejándolas migrar al cielo de Canto. Luego, cayeron por error a la tierra. Creaciones incompletas, dañadas y sin su gemelo. Shardei nunca se activó en ellos, así que despertaron a medias, viviendo sus días ignorando su identidad divina. Confusos y sin propósito alguno, hasta que fueron destruidos por La Orden de Acán. Esa maldita Orden que porta con orgullo el estandarte de un dios muerto. Jamás nos molestamos en recuperar a ninguno de ellos. Al no activarse Shardei, era imposible seguirles el rastro. De igual manera, según mis hermanos, solo eran fallos y no eran importantes en el plan.

—No puedo hacer nada más por ti, Annika —admito para mí vergüenza—. Tan solo prometerte que cuidaré a Marie. La protegeré por siempre.

Ella sonríe al escuchar a mis labios decir el nombre de la pequeña.

Me despido de ella, pero le prometo que volveré.

Cuidaré de Annika hasta que muera e intentaré proteger a Marie.

Se lo debo.

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