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Año 1363 CC – Godabis, Sistema Mira Omega, Fraternidad de Cetus

En la víspera del primer solsticio del año, una pequeña nave despegó del campo de aterrizaje situado al norte de Aishta, ciudad cabecera de Godabis. A su bordo viajaban sólo tres mujeres, que miraban hacia afuera en silencio. Las tres vestían túnicas de blancura deslumbrante y ruedos dorados, una tiara rematada en una discreta Estrella de Ocho Puntas ceñía sus frentes: las tres eran Altas Sacerdotisas de la Orden de Syndrah. El piloto viró, ganando altura. Les llevaría cuatro horas cruzar al otro hemisferio y alcanzar el Valle Sagrado, situado cuarenta grados al sur del paralelo cero.

La mujer más joven se incorporó y se dirigió al expendedor de bebidas; desde allí les echó una rápida mirada a las otras dos, que no le prestaron atención. Se sirvió una infusión y fue a sentarse en una butaca al otro lado de la nave, incómoda por la actitud de sus dos compañeras de viaje.

Ese silencio cargado de tensión era inusual entre Altas Sacerdotisas, Hijas de Syndrah con el adiestramiento profundo que solía hacer de ellas un océano de calma en medio de la peor tempestad.

Una de las Sacerdotisas tenía la vista fija en el paisaje que se deslizaba con vertiginosa rapidez al otro lado del visor. Su edad rondaba los cincuenta convencionales, si bien aparentaba una década menos. Una caperuza negra se ajustaba a su cabeza, enmarcando el rostro de piel trigueña y facciones agradables. Desde la coronilla de la caperuza brotaba la abundante cabellera dorada, que descendía trenzada por su espalda. Sus ojos gatunos poseían una extraña intensidad, y su mirada se animaba con fugaces destellos de tanto en tanto. Su expresión, sin embargo, permanecía inescrutable.

La mujer ubicada frente a ella era de su misma edad, pálida y delgada, y sus ojos verdes no se apartaban del semblante trigueño que se negaba a enfrentarla. En su pecho llevaba el emblema de la Hermana Superiora, casi oculto bajo los espesos rizos rojizos.

Espera que hable, pensó la rubia con un dejo de disgusto. Es increíble cómo el oficio acaba moldeando la personalidad. ¡Censoras! Todas ellas arrastran la inconfundible impronta de Inteligencia.

La Censora advirtió la estrecha línea que formaban los labios de la rubia. No puede ocultar que la reunión no resultó como ella esperaba, pensó la Censora. Sin embargo, ¿qué había impulsado a la Hermana Superiora de la Orden a llamar a la Regente de la Alta Escuela a esa reunión intempestiva y sin previo aviso? ¿Qué le había comunicado a la Regente para provocar este silencio reconcentrado? La Censora conocía a la Regente hacía más de treinta años, cuando ingresaran juntas como Pupilas de la Alta Escuela, y jamás la había visto de semejante talante. De lo único que podía estar segura era de que el motivo de la reunión, y del extraño humor de la Regente, era el que la llevaba a ella misma al Valle en vísperas del solsticio: las Elegidas que estaban a punto de iniciar la Etapa Final en la Alta Escuela.

La Regente dejaba que la Censora tejiera conjeturas a las que no respondería. En ese momento, en su cabeza sólo había lugar para las muchachas que al día siguiente comenzarían la Etapa Final de su adiestramiento, el último trayecto del Camino que debía conducirlas al Portal de Luz y su consagración como Altas Sacerdotisas. Esa mañana, por fin, había conocido los planes de la Orden para ellas, y sabía que hacía al menos un milenio que la Escuela no albergaba un grupo como ése, en el que la Orden depositara semejantes expectativas.

Después de escuchar a la Hermana Superiora, no podía menos que experimentar una rabia tardía e inútil por haber sido forzada a actuar a ciegas durante los últimos ocho años, sin más guía que su propia intuición, y las reticentes medias palabras que la Hermana Superiora había permitido que le sonsacara en sus reuniones anteriores. Ahora veía que desde el mismo momento en que esas Elegidas iniciaran la Primera Etapa, todo el personal de la Escuela había sido puesto a prueba una y otra vez a causa de ellas. Incluyéndome a mí, por supuesto. A mí más que a nadie.

La educación de las Elegidas estaba organizada en tres Etapas de tres años cada una, que se cerraban con evaluaciones rigurosas para determinar quiénes accederían a la siguiente Etapa. Las Elegidas que no superaban las Pruebas eran derivadas a los Centros de Instrucción en Godabis, para completar una preparación que les permitiría sumarse a las actividades de la Orden en cargos de jerarquía intermedia.

La Regente recordaba bien la noche en que estas Elegidas llegaran a la Escuela, el primer solsticio del 1355, cincuenta niñas temerosas de lo que el futuro pudiera depararles. Las habían dividido en cinco grupos de diez, de acuerdo a la costumbre. Les habían asignado una Tutora a cada grupo y las habían llevado al Sector Occidental, sede de la Primera Etapa.

Tres años después, sólo treinta de ellas accedieron a la Segunda Etapa, y esa transición le costó el puesto a la Asistente a cargo del Sector Occidental y a su amiga, la Maestra de Educación Corporal, ambas acusadas de maltratar a las Elegidas. La Regente se alegró por el episodio, ya que desde que asumiera su cargo había intentado en vano dejar en evidencia los tortuosos manejos de ese par. Uno solo de los grupos de diez Elegidas superó completo estas Pruebas, y la Regente obedeció a su intuición y otorgó un ascenso a su Tutora, para que siguiera acompañando a estas diez muchachas en la Segunda Etapa. Ya en ese momento, la Regente y su equipo se referían a este grupo de diez Elegidas como "las rebeldes". Y las Elegidas y su Tutora se trasladaron al Sector Oriental. Se las dividió en grupos de cinco, la mitad de "las rebeldes" fueron distribuidas en grupos con otras Elegidas, con la esperanza de que sus espíritus combativos se suavizaran.

Los dos años siguientes fueron bastante tranquilos, pero seis meses antes de que concluyera la Segunda Etapa se declaró una extraña epidemia. Tardaron una semana en que los técnicos llegaran de Aishta, analizaran la situación, aislaran el misterioso virus y lo identificaran: cálitus. Un virus asociado con las armas estriáticas que se creía extinto hacía un milenio. Esa cepa tenía una alteración genética que prolongaba el período de latencia de meses a años. Una vez despierto, mutaba y se convertía en un agente letal de contagio por aire. Se lo atribuyó, como tantas otras cosas, a los arsenales secretos de las Guerras de Tradiciones que todavía no terminaban de descubrirse y desmontarse. Cualquiera de las Elegidas podía haber traído el virus durmiente desde su mundo natal, imposible de detectar en su estado de latencia.

El brote fue rápidamente controlado, pero no antes de que varias Elegidas murieran. Una de las que enfermó provenía del grupo de "las rebeldes", y su contagio había impulsado al resto del grupo a desafiar absolutamente todas las reglas de disciplina del Sector y la Escuela. Arrastrando, por supuesto, a sus nuevas compañeras de grupo, lo cual puso a la Asistente del Sector Oriental en una situación casi insostenible. A pesar de todo, las Elegidas se las ingeniaron para que sólo tres de ellas fueran descubiertas.

Dos de ellas se habían atrevido a escaparse del Sector y subir a la Colina, con intención de pedir ayuda para su hermana enferma a la propia Regente. ¡Gran Madre! ¡Ojalá jamás hubiera visto su rostro!, pensó la Regente, recordando a la muchacha arrodillada a sus pies. La tercera se había escapado de la Casa en plena noche para ir a ver a su hermana enferma. Era obvio que habían contado con ayuda de las demás, pero las tres muchachas habían acatado con hosco estoicismo las durísimas sanciones que les aplicaron, negándose rotundamente a delatar a sus cómplices.

Poco después del brote de cálitus llegaron las Pruebas, y veinte de las treinta Elegidas habían quedado fuera de la Escuela. Fueron enviadas a Centros de Instrucción Especializada en Godabis y a las Universidades del vecino planeta Arka Risena, las mejores de la Galaxia. Sorprendida por esas disposiciones de Aishta, la Regente intentó interrogar al respecto a la Hermana Superiora. Sólo se le dijo que los destinos de estas Elegidas se hallaban en Departamentos clave de la Orden: Inteligencia, Comunicaciones, Planeamiento, incluso Política Exterior, un Departamento casi exclusivo para Altas Sacerdotisas.

Entre las escasas diez Elegidas que accedieron a la Tercera Etapa se contaban cuatro de "las rebeldes", incluyendo, por supuesto, dos de las que fueran castigadas durante el brote de cálitus. Y su cómplice, que hasta entonces mantuviera una disciplina ejemplar. Ya en guardia por las disposiciones para las veinte Elegidas salientes, la Regente otorgó un nuevo ascenso a la Tutora para que siguiera acompañando a las diez restantes, como responsable directa por ellas.

¡Y ahora esto! ¿No podía habérmelo dicho siquiera un año antes?

La Hermana Superiora había recibido a la Regente en sus habitaciones privadas, y lo que expusiera durante la comida la había dejado sin aliento. Por primera vez había hablado abiertamente de los planes de la Orden para estas diez muchachas.

Volvió a verla de pie ante ella, recortándose a contraluz en contraste con el ventanal a sus espaldas. El sol estival rodeaba su figura con un halo resplandeciente, pero comenzaba a evidenciar el peso de los años. Sus hombros, su cuello, la tiesa cabeza, toda ella parecía agobiada por las largas décadas presidiendo una religión con trillones de fieles en toda la Galaxia.

La Hermana Superiora la había llamado por su nombre, con la autoridad maternal que le confería haberla tenido como Discípula tres décadas atrás. Pero ni siquiera aquella íntima familiaridad había atenuado el efecto de su anuncio. En perspectiva, ahora se hacía comprensible su insistencia en la importancia de esta selecta promoción de Altas Sacerdotisas. Una Princesa Imperial de Delta Cygni, dos futuras representantes ante la Liga, las sucesoras de ambas al frente de la Escuela y la Orden, cinco futuras Directoras en cuadrantes estratégicos de Kor.

¡Vaya promoción!, había atinado a pensar al escucharla. Teniendo en cuenta los destinos de las veinte Elegidas que no accedieran a la Tercera Etapa, era preciso reconocer que semejante convergencia se daba contadas veces en un milenio.

—Son el emergente de la nueva generación, Juné —había dicho la Hermana Superiora—. La Orden precisa renovarse, como todas las grandes instituciones de nuestra civilización. Estas muchachas serán las encargadas de iniciar y dar forma a esa transformación.

Muy bien, para una promoción extraordinaria, medidas extraordinarias. Sobre todo esas tres rebeldes. La Regente apartó la vista de las nubes y tornó a mirar a su secretaria auxiliar, que seguía sentada al otro lado de la cabina de pasajeros.

—Comunícate de inmediato con Morgana —le dijo—. Que cite a las siete primeras Maestras de la lista, me reuniré con ellas apenas aterricemos. Y que mande llamar a los Maestros, tienen que estar mañana en el Valle y en mi Casa.

—Sí, señora.

La Regente volvió a mirar hacia afuera. Casi disfrutaba ignorando la perpleja curiosidad de la Censora, que no se atrevió a formular ninguna pregunta. Ella no las necesitaba para adivinar sus pensamientos: ¿¡Maestros!? Una Hija de Syndrah no solía expresarse, ni siquiera pensar, con tanto énfasis en su sorpresa, pero lo que la Censora acababa de escuchar lo ameritaba y en esta ocasión se lo permitiría. La Regente sonrió para sus adentros. Piensa lo que quieras, querida.

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