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Andria abrió expectante el paquete que le dejara la auxiliar. Sus hermanas se habían ido y el silencio de la nieve invadía la casa, sólo perturbado por el crepitar del fuego en el hogar.

El lienzo cubría una mochila de travesía de antiguo diseño. La revisó con curiosidad. El material era liviano, resistente, impermeable; las correas y hebillas tenían un acabado prolijo. En una inspección más profunda para comprobar las costuras, descubrió una cápsula en uno de los varios bolsillos laterales. La abrió de inmediato y leyó el breve mensaje que precedía una lista detallada y diversa. Las palabras estaban redactadas en un falso tono neutro que rezumaba autoridad. No eran instrucciones sino órdenes. ¿Por qué pretende ser amigable? Es mi Maestro, no mi amigo. Lo que espero de él es enseñanzas, no amabilidad. Dejó la cápsula junto a la mochila resoplando por lo bajo. El rechazo que había experimentado la noche anterior se reavivaba.

Se envolvió en su manto con un movimiento mecánico y salió con paso rígido. Sentía bullir en su interior una mezcla confusa de emociones antiguas, lejanas, renovadas por las pocas palabras en la cápsula. Un tipo de emoción impropia de alguien con mi preparación. Como si hubiera retrocedido en el tiempo. Y así era, en efecto. En un rincón dentro de ella había despertado una Pupila furtiva y temerosa, su instinto de supervivencia agudizado al máximo, carente de lógica y autodominio, siempre al acecho de cualquier peligro para evitarlo y salvar el pellejo. Literalmente.

El aire frío de la mañana la llenó de imágenes de esa época. Las pesadas tareas manuales para proveerse de lo básico para subsistir. Interminables plantones en noches invernales, orando con sus hermanas hasta que les permitían un respiro, justo antes de morir congeladas. Una celda húmeda y oscura en los sótanos del Edificio Principal. Incontables horas de durísimo entrenamiento físico que pulía sus cuerpos ofuscando sus mentes. La siniestra figura de Iara, la Asistente del Sector Occidental, con sus espías que vigilaban a las Pupilas a toda hora. Y su amiga Pollux, la sanguinaria Maestra de lucha.

"Sólo quien ha conocido la oscuridad absoluta está en condiciones de iniciar su ascenso hacia la Luz de la Madre." Lena lo había dicho años atrás, cuando la reencontraran en el Sector Oriental al iniciar la Segunda Etapa. "Durante la Primera Etapa han descendido hasta el último peldaño. Ahora podrán comenzar a crecer y educarse en la Luz."

Los pies de Andria se hundían en la nieve fresca en su camino al Patio del Sector Septentrional. ¡Hasta el último peldaño! Tenía la impresión de que las pruebas del Primer Umbral habían constituido el descenso final. Y por primera vez reconoció a Vega como parte casi central de ese último peldaño.

Encontró a Lune y Vania en el linde del bosque. Caminaban silenciosas y abstraídas, y se detuvieron sorprendidas al verla. Andria se permitió una débil sonrisa.

—Voy al Taller por equipo —dijo—. Debo prepararme para partir mañana.

—Nosotras también —asintió Lune, y alzó hacia ella sus singulares ojos dorados colmados de interrogantes.

Andria se encogió de hombros. Adivinaba que sus dos hermanas debían haber recibido mensajes similares al suyo, o habían tenido una entrevista con sus Maestros. Era evidente que las tres se hallaban atrapadas en el mismo remolino de recuerdos. Creo que si en este momento Iara apareciera ante nosotras, no nos sorprenderíamos. A una seña de Vania, echaron a andar juntas rumbo al Taller.

—No me agrada recordar la Primera Etapa —murmuró Lune, su voz un pálido eco de su habitual tono enérgico—. No de esta manera.

—Forma parte del Camino —replicó Andria.

—Tiene que haber un motivo para todo esto —dijo Vania.

—Y lo sabremos a su debido tiempo. —Lune hizo una mueca—. Ya hemos escuchado eso demasiadas veces desde que llegamos aquí.

—Tal vez ésta sea la última —aventuró Andria.

Las otras dos asintieron.

—Como sea, me tranquiliza saber que Pollux no surgirá de ningún rincón —terció Vania, tratando de sonreír.

Lune le dirigió una dura mirada y Andria bajó la vista. Lo mismo habían creído al acceder a la Segunda Etapa, y se habían equivocado. La cruel Maestra había resurgido como un fantasma vengativo en el Sector Oriental cuando se declarara la epidemia de cálitus, llevándose a Zamir como voluntaria para cuidar a las hermanas enfermas. Y Zamir jamás había regresado.

—Lo siento —musitó Vania.

Lune le presionó el hombro. Vania también había conocido y querido a Zamir, que en el Sector Oriental había sido separada del grupo junto con Lune, destinadas a compartir vivienda con Vania, N'lil y Dagan. Sabían que no había habido mala intención en su comentario. Ella ayudaba a cuidar el rosal que Xien plantó en memoria de Zamir, evocó Andria apenada.

Después de procurarse cuanto precisaban en el Taller, decidieron regresar a sus casas sin cruzar el Patio y se internaron en el bosque blanco y silencioso. Lune se detuvo ante su puerta y vaciló.

—En caso de que no volvamos a vernos...

—El Manantial del Halcón —asintió Vania.

—Si llegara a pasar por un refugio de altura, dejaré una señal —agregó Lune—. Mi parte de la plegaria.

—Buena idea —dijo Andria.

—Les avisaré a Elde y Narha para que hagan lo mismo. Así sabremos.

—Así sabremos —repitió Vania tratando de sonreír.

Lune las miró por última vez y entró a su vivienda. Andria y Vania se separaron pocos minutos después sin haber cruzado palabra. Ya habían dicho todo lo necesario.

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