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Andria se despertó al sentir que Vega se movía. Ninguno de los dos había conciliado un sueño profundo esa noche. Tendidos lado a lado en la estrechez de la tienda, cualquier movimiento de uno despertaba al otro. Las horas de frío y oscuridad transcurrieron lentas en esa calma forzada, ambos inevitablemente expuestos al menor ruido del otro. Ningún ejercicio le había servido a Andria para disipar tensiones. La proximidad de Vega la ponía más nerviosa de lo que era capaz de reconocer.

Vega se deslizó fuera de la tienda y Andria experimentó un alivio indescriptible al saberse sola. Se tendió de costado, tironeó la manta térmica para cubrirse hasta el mentón y suspiró. Tras sus párpados cerrados, percibió un cambio en la oscuridad fuera de la tienda: Vega había encendido fuego. Si todas las noches hasta que el clima les permitiera vivaquear iban a ser como ésa, sería el invierno más largo de su vida.

Escuchó el tintineo de la escudilla colgando sobre el fuego. Se sentía agotada. Sabía que era natural estar cansada tras la primera jornada de la travesía, pero en este caso su agotamiento era producto de la tensión creciente entre ella y su Maestro. Debía hallar pronto una solución si no quería ser la primera perjudicada. "Durante prácticas prolongadas de exposición, el rendimiento físico es siempre decreciente." Una verdad que la Maestra de Supervivencia les había hecho comprobar desde las primeras salidas con ella a la montaña. Sonrió al evocar el momento que la Maestra había elegido para decirlo: en plena escalada en la ladera oeste del Cerro Blanco. La Maestra de pie en el filo, ella y sus hermanas colgando varios metros más abajo, sostenidas a duras penas por los seguros, los dedos de manos y pies en angostas fisuras de la roca, mochilas y arneses más pesados a cada segundo. Y la Maestra hablando desde allá arriba con su voz calma y neutra.

Alphard, evocó. "La Solitaria." Un nombre que la retrataba a la perfección. Les había enseñado mucho más que técnicas de escalada y supervivencia. Con ella habían aprendido a respetar y disfrutar las montañas. Gracias a ella, habían empezado a ver el Valle con otros ojos. Ya no el reducto amurallado por la cordillera donde habían sido recluidas. Tampoco el escenario del místico Descenso de Syndrah. "Un maravilloso microuniverso bullente de vida; un sistema autosuficiente; una muestra del perfecto equilibrio de la naturaleza, producto de la Sabiduría Divina," como Alphard lo había descripto. "Abierto a toda criatura que desee y se atreva a sumarse a él sin perturbarlo."

Otro suspiro escapó de sus labios, mientras sentía que su cuerpo comenzaba a relajarse por primera vez desde la mañana anterior, cuando descubriera a Vega en su cocina.

Así como la Primera Etapa había sido una época oscura y triste, la Segunda Etapa había sido pródiga en momentos como el que acababa de recordar. La habían vivido sumergidas en las Casas del Saber, acosadas sin tregua por los exámenes, pero cuanto recordaba tenía el sabor agradable de un discurrir tranquilo, de un aprendizaje tanto intelectual como humano, sazonado por largas noches de estudio con sus hermanas y los vertiginosos descubrimientos propios de la adolescencia.

Jamás imaginé que una noche de mal sueño me pondría nostálgica, pensó, burlándose de sí misma.

El siseo de tela y la ráfaga de aire frío le indicó que Vega había abierto la tienda. Alzó un poco la cabeza y lo vio tenderle una escudilla humeante.

—Buenos días.

—Buenos días —murmuró Andria, y se irguió apoyándose en un codo para tomar la escudilla.

—Es buen momento para hablar —dijo Vega, y retrocedió, dejando caer el pliegue delantero de la tienda sin cerrarla.

Andria se tomó un momento para saborear el café, sintiendo el calor reconfortante que bajaba por su garganta y se extendía por su pecho. Luego se envolvió en su manto y salió. Vega no apartó la vista del fuego cuando ella se sentó a su lado. A través de las ramas desnudas, la posición de las estrellas le indicó a Andria que aún restaban dos horas para el amanecer. Una delgada película de hielo se había formado sobre el suelo y la tienda. La nieve escarchada brillaba con reflejos pálidos bajo los últimos rayos de luz lunar. El murmullo constante del arroyo parecía llenar el bosque.

Andria se arrebujó en su manto, sosteniendo la escudilla con ambas manos, y aguardó en silencio que Vega tomara la palabra.

—La otra noche te mencioné la razón por la que fui designado tu Maestro —dijo él al fin.

Es cierto, tal parece que la noche lo pone locuaz, pensó ella con desdeñosa ironía. Aquel momento de soledad la había ayudado a sentirse más preparada para enfrentar a su Maestro.

—No te pases de lista.

Andria ocultó su sorpresa llevándose la escudilla a la boca. Una vez más se sentía expuesta e indefensa.

—Claro que estás expuesta. Y no, no soy telépata. —Vega disimuló una sonrisa y recuperó su tono grave y sereno—. Un Maestro varón tiene casi un único objetivo durante la Etapa Final: extremar la tensión entre él y su Discípula para lograr un aprendizaje más vívido y profundo.

—Recuerdo que lo dijiste —terció ella en un tono cuidadosamente neutro.

—Se me ocurrió que tal vez te serviría saber cómo se van a desarrollar los próximos meses.

Andria asintió y volvió la cabeza para observarlo. Vega seguía mirando el fuego y frunció un poco el ceño.

—De momento, has sobrellevado la tensión transformándola en rechazo hacia mí. Pronto tal vez hasta me odies. Pero luego comenzarás a respetarme. Llegarás a admirarme, y aceptarás cualquier cosa que haga o diga. Hasta que te enamores de mí. Entonces intentarás todos y cada uno de los trucos que te han enseñado para seducirme. Será una forma de tratar de poseer lo que admires de mí a través de poseerme a mí físicamente. En caso de que te interese mi opinión, la perspectiva no me agrada, pero sé que es un proceso tan inevitable como necesario. Mi meta es que tus sentimientos hallen su cauce correcto y que terminen convirtiéndose en respeto y compañerismo, basados en comprensión.

Vega calló y enfrentó a Andria impasible. Los ojos violáceos de la muchacha parecían arder a la luz de la fogata, reflejando el remolino de emociones que sus palabras le provocaban: asombro, rechazo, temor, infinidad de dudas.

Andria deglutió con dificultad, buscando qué decir. La sinceridad del Maestro no parecía tener otro objetivo que allanar el terreno entre ellos, dentro de lo posible. No pudo evitar preguntarse por qué la Regente habría planeado algo así.

—¿Cómo...? —logró articular con voz enronquecida.

—Lo más delicado será la primera parte —respondió Vega, conservando la calma y la distancia—. La transición del odio a la admiración y lo que vendrá inmediatamente después.

¡Se refiere a cuando me enamore de él! Andria desvió la vista sin preocuparse por disimular su rabiosa turbación. La seguridad de Vega la aturdía. ¿Cómo podía saber tan bien lo que ocurriría? No debo ser su primera Discípula, se dijo.

—Debes tener presente que desde que ingresaste a la Escuela sólo has tratado con mujeres —siguió Vega. Una leve variación en su acento la obligó a volver a prestarle atención—. Las prácticas que incluían hombres no cuentan. Has sido educada por mujeres dentro de un sistema matriarcal. Pues bien, eso ha terminado para siempre.

Andria se envaró contra su voluntad. Notó el leve temblor de sus manos y se apresuró a dejar la escudilla para ocultarlas bajo el manto. Vega volvió a mirar el fuego y se entretuvo alimentándolo con ramillas que ardían en pocos segundos.

—Debes aceptar y comprender que a partir de ahora estás sola, Andria. Tus hermanas no están aquí, tampoco Lena, ni ninguna de tus Maestras. Sólo tú y yo.

Su voz adquirió una inflexión que activó todas las alarmas internas de la muchacha, gritando peligro.

—En los próximos meses estaremos solos, lejos de los recintos de la Escuela, en una ruta no exenta de riesgos y con un espacio reducido como única alternativa de descanso. Es un desafío importante para ti: no sólo deberás aprender a tenerme como Maestro, también deberás aprender a convivir conmigo como hombre.

Su espalda dolorida demostraba que Vega tenía razón. Tal vez si lograra verlo como a una de mis Maestras..., pensó. Pero todo parecía conspirar en contra de semejante idea.

—Tienes que aprender a verme como lo que soy —dijo Vega, que siempre parecía saber lo que ella estaba pensando.

Andria optó por hablar con honestidad. —Primero debo aprender qué significa "lo que eres".

Con un movimiento repentino, Vega le aferró un hombro. Cuando Andria pudo registrar qué ocurría, se hallaba tendida boca arriba en la nieve con él encima, sujetándole las manos separadas de su cabeza, todo el peso de su cuerpo impidiéndole moverse. El rostro de Vega estaba a escasos centímetros del suyo. Tan cerca que podía sentir su aliento sobre su propia boca. Un destello burlón animó los ojos del Maestro cuando le mostró los dientes en una sonrisa.

—Ayer descubriste que puedo ser peligroso, ¿ya lo olvidaste? —dijo—. Ésa fue tu primera lección. Sólo resta agregar una cosa: soy y seré tan peligroso como sea preciso. Y eso significa que podría resultar mortal para ti.

Su voz le heló la sangre en las venas a Andria. ¡Por Syndrah que no estaba mintiendo! Reguló su respiración para que las costillas de él no la presionaran a cada inspiración e intentó relajar sus músculos. Los dedos de Vega se apretaron como tenazas en torno a sus muñecas y cerró las piernas, haciendo que las rodillas de Andria se entrechocaran. La muchacha apretó los dientes de dolor. ¿Qué demonios se supone que haga?

—Jamás pierdas la tensión —dijo Vega, mirándola de lleno a los ojos—. ¿No fue eso lo que Pollux te enseñó? ¡Nunca bajes la guardia! Ningún oponente te pedirá permiso para atacarte. Pero sobre todo, no maldigas. Una Hija de Syndrah es ante todo una dama. Y una dama ni siquiera piensa en términos de "diablos", "demonios" o "maldito".

Las mejillas de Andria se encendieron de rabia. Lo miraba con ojos fulgurantes y sus músculos habían vuelto a tensarse. Vega sonrió y se incorporó de un salto. Una vez más, Andria ignoró su mano tendida para ayudarla a incorporarse.

Vega no se molestó. Alzó la vista al cielo y dijo: —Ya es hora de la primera plegaria.

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