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El campamento estaba vacío cuando llegaron. Consistía en tres tiendas térmicas para pernoctar y una cuarta para preservar el equipo. A sugerencia de Yed prepararon un almuerzo tardío, que comieron dentro de una de las tiendas para resguardarse del viento, que soplaba helado desde el sur. Luego se entretuvieron preparando el equipo que emplearían al día siguiente. No había señales de Vega y Lesath en los alrededores. Yed no dijo nada al respecto, y ellas no se atrevieron a interrogarlo.

Mientras trabajaban, él les habló de la travesía que les esperaba. Se pondrían en camino al amanecer, para escalar la pared con las primeras luces del día y alcanzar el glaciar por su único flanco accesible. Después cruzarían el hielo hasta el filo occidental para aproximarse desde allí al macizo del pico, donde harían noche.

—Hacer cumbre nos demandará media jornada desde allí —dijo—. Dejaremos el campamento montado en la base del pico para ahorrarnos un buen trecho al retomar la ruta a las Grutas.

—¿Retomar? —repitió Vania con acento reprobador—. Creí que nuestro paso por el Kahara era parte de esa ruta.

Yed esbozó una sonrisa vaga. —Es una lástima desperdiciar la oportunidad de hacer cumbre. A menos, por supuesto, que no te sientas en condiciones. En ese caso, puedes esperarnos en el campamento. —Vania frunció el ceño, ofendida, y Yed rió por lo bajo—. Tranquila. Sé que puedes hacerlo. ¿Qué es lo que te preocupa?

—La estación, Maestro: estamos en pleno deshielo.

Andria recordó haber escuchado la misma objeción en boca de Lesath, y tornó a mirar hacia afuera de la tienda, la pared de roca y la línea blanca del glaciar que asomaba detrás. Los bordes de las grietas estarían cubiertos de nieve blanda, y podían producirse avalanchas. ¿Es realmente necesario correr este riesgo?

—La medida del peligro es uno mismo —oyó que decía Yed, y halló sus ojos pardos fijos en ella—. Si tomamos las precauciones correspondientes y actuamos de la forma correcta, no tiene por qué ocurrir nada malo.

—Nuestro destino está en manos de la Madre —rebatió Vania.

Yed rió alegremente, desconcertándolas.

—¡Claro que sí! Y si no me equivoco, nosotros somos Sus instrumentos. Eso significa que somos nosotros los que ejecutamos Su voluntad. De modo que haremos lo que debamos, en vez de esperar que malgaste un milagro en salvarnos de nuestra propia impericia.

En ese momento Andria creyó ver algo que se movía en la parte superior de la pared. Mientras ella aguzaba la vista, Vania volvió al ataque.

—¿Y qué se supone que significa eso?

—Que debemos actuar como un verdadero equipo.

Eran dos siluetas, empequeñecidas por la distancia. Se deslizaban en rapel pared abajo.

—Como hermanos y hermanas —intervino Lune, haciendo una seña a Vania para que no siguiera discutiendo.

—Exacto —asintió Yed—. Un núcleo sólido de confianza y respaldo recíprocos, si entienden a qué me refiero.

Andria asintió en silencio, sus ojos allá afuera. Ahora comprendía que lo que Yed les dijera de camino al campamento era para prepararlas para lo que afrontarían al día siguiente. Y tal vez allí residía el verdadero motivo de que intentaran hacer cumbre en el Kahara. ¿Podrá esta cumbre acercarnos al sentimiento de pertenencia a la Orden? Calculó cuánto tardarían Vega y Lesath en descender y cuánto le llevaría a ella ir del campamento a la base de la pared. Se volvió hacia Yed y encontró otra vez sus ojos pardos observándola.

—Con los bastones bastará—dijo, anticipándose a su pregunta, y se volvió hacia Lune—. Y un poco de ese horrible matamemoria no vendría mal.

Lune y Vania miraron también hacia afuera y asintieron. Las tres muchachas se incorporaron al mismo tiempo y salieron. Poco después, Yed volvió a sonreír, viéndolas alejarse juntas por la nieve.


Lo primero que advirtió Andria fue el inusual agotamiento que delataban los movimientos de Vega. Las muchachas insistieron en cargar con parte del equipo que traían los Maestros, y el alivio que eso les produjo resultó evidente. Agradecieron el ofrecimiento y la infusión con sonrisas pálidas, y las instaron a apurar el paso para retornar al campamento antes de que se cerrara la noche. La prisa y el frío no les permitía cruzar palabra, pero Andria notó que los dos Maestros parecían preocupados.

Las primeras estrellas se encendían sobre ellos cuando llegaron a las tiendas, donde Yed los recibió con una cena abundante. Sirvió seis platos generosos y cada Maestro se retiró a una tienda con su Discípula, dando por finalizada la jornada.

Pronto Andria comenzó a sentir una rara inquietud. Sabía que Vega y Lesath habían pasado el día revisando la ruta que seguirían por la mañana, y la actitud ausente de su Maestro le daba mala espina. Estaba acostumbrada a su hermetismo, pero esa noche el cansancio parecía hacerle bajar las barreras y teñir su silencio con la preocupación que ella había notado. A pesar de todo, le llevó toda la comida decidirse a tomar la palabra. Estoy demasiado habituada a que sea él quien empiece siempre las conversaciones, se dio cuenta.

Desvió la vista con la excusa de retirar los platos y se esforzó por dar a su voz un tono casual. —¿Han inspeccionado el camino, Maestro?

Vega, que miraba sin ver por la diminuta ventana de la tienda, pareció reaccionar al escucharla, aunque no respondió. Andria lo enfrentó para ofrecerle té y halló sus ojos claros y brillantes. La tensión en su mirada sólo alimentó la inquietud que sentía.

Vega tomó la escudilla y le tendió la otra mano con la palma vuelta hacia arriba. Andria vaciló antes de apoyar su mano en ella. Una vibración irregular, discontinua, recorrió todo su cuerpo desde sus dedos, y contuvo el impulso de retirar la mano. Mientras sostenía la mirada penetrante del Maestro, una serie de imágenes cobró forma en su mente. Grietas en el hielo y montículos de nieve. La vibración enviaba un mensaje único a sus centros nerviosos: "peligro". Ya ha habido avalanchas, comprendió. La nieve está blanda y confunde los bordes de las grietas. Vega asintió y retiró su mano.

—Nos enseñaron a realizar travesías como ésta, Maestro —dijo Andria.

Vega forzó una sonrisa al darse cuenta de que su Discípula intentaba tranquilizarlo.

—En realidad existe un solo peligro: nosotros. Que no seamos capaces de actuar como un equipo sólido.

Andria se limitó a asentir, bajando la vista. Vega tenía razón. Ella y sus hermanas sabían moverse como una célula de escalada. Igual que los Maestros entre sí y cada par de Maestro y Discípula. Pero, ¿qué ocurriría al tener que trabajar todos en conjunto?

—Es indispensable sentir que estamos los seis juntos en esto —agregó él.

Andria alzó los ojos con una rápida mueca dubitativa. Vega la observaba con atención.

—¿Crees que tú y tus hermanas podrán hacerlo?

Ella no se apresuró a responder. —Creo que sí. Sé que haremos todo a nuestro alcance para lograrlo.

—Entonces tenemos una buena chance.

El eco de alivio en su acento no pasó desapercibido para Andria. Y se dio cuenta que nunca se había imaginado que su actitud pudiera influir en el ánimo de Vega. ¿Tal vez el peligro era mayor de lo que él había querido transmitirle, o de lo que ella había podido captar? No se percató de que Vega se preparaba para acostarse hasta que lo oyó suspirar.

De pronto lo sintió más cercano. Éste no era el Maestro que lo tenía todo previsto, el que sabía exactamente qué hacer y qué decir en cada situación. Esa noche su Maestro se permitía mostrarse vulnerable a la fatiga y las dudas. Esa noche era más humano que nunca antes.

Lo vio tendido boca abajo dentro del saco de dormir, la cabeza sobre los brazos cruzados. Afuera la temperatura no bajaba: se desplomaba. De modo que Andria cubrió el saco de dormir de Vega con una de las mantas aislantes y se sentó a su lado. La inducción de energía no se le daba tan bien como a algunas de sus hermanas, pero imaginó que a Vega no le molestaría que no fuera una experta.

Apenas extendió sus manos a un par de centímetros por encima de los hombros de él, sintió cómo los músculos de Vega absorbían cuanta energía ella era capaz de canalizar. A veces cuesta recordar que no sólo es mi Maestro. También es un hombre. Carne y hueso. Él no se movió ni abrió los ojos. Poco a poco su respiración se hizo más profunda y pausada. Andria no interrumpió la inducción hasta estar segura de que Vega estaba dormido y su cuerpo había logrado estabilizar su nivel de energía. Sólo entonces se acostó al otro lado de la estrecha tienda y apagó la luz.

Vega cambió de posición con un suspiro y Andria sonrió dentro de la tibieza de su saco de dormir.

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