31

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

La noche se cerraba cuando alcanzaron el lugar donde acamparían. La temperatura era tan baja, que las tiendas se cubrían de escarcha apenas las montaban. Las muchachas y Yed se refugiaron en la primera, dejando que Vega y Lesath se encargaran de terminar de montar el campamento. Lune, exhausta y dolorida, se quedó dormida apenas se deslizó dentro de su saco. Yed la cubrió con una manta térmica mientras Vania y Andria preparaban la cena a sólo dos pasos.

—Gracias a la Madre están vivas y bien —susurró Vania—. Tuve miedo por ustedes.

—Yo también —murmuró Andria.

Un ademán de Yed les ordenó silencio.

En la cuarta tienda, Vega y Lesath protegían el equipo para que no se helara durante la noche.

—Yed perdió el control esta tarde al ver a su Discípula en peligro —comentó Lesath.

Vega sonrió de costado ante su acento reprobador. —¿Te has detenido a preguntarte cómo habrías reaccionado tú si se hubiera tratado de Vania?

Lesath frunció el ceño, sin comprender.

—Pues creo que tú y yo habríamos reaccionado exactamente igual —dijo Vega con calma.

El otro Maestro hizo un ademán de protesta que hizo que la sonrisa de Vega se acentuara.

—Sé lo que piensas acerca de la familiaridad con nuestras Discípulas. Pero ante todo debemos evitar engañarnos a nosotros mismos.

—¿De qué hablas?

Vega le palmeó el hombro y abrió la tienda. —Vamos a cenar. Ha sido una jornada larga para todos.

Andria despertó en medio de la noche conteniendo un grito. Las imágenes del accidente habían poblado sus sueños, y aún podía ver el cuerpo inerte de Lune balanceándose entre las paredes azuladas de la grieta. La presión de una mano en su hombro la hizo estremecer.

—Tranquila, ya pasó todo —susurró Vega.

Ella asintió con una temblorosa inspiración y alzó la vista. El resplandor rojizo del calefactor dibujaba la silueta de Vega sentado en su saco e inclinado hacia ella.

—Yo... —murmuró—. Tengo miedo... No sé si podré hacerlo, Maestro. Lo siento...

—Intenta volver a dormir. Mañana lo hablaremos.

Andria sintió que las lágrimas amenazaban desbordar sus ojos y volvió el rostro para ocultarlas. —Lune y yo estuvimos a punto de perder la vida hoy. Ella no está en condiciones de continuar y no estoy segura de mi propio estado físico. Puedo quedarme a cuidarla.

—¿Tú crees que permitirá que la dejemos aquí?

Ella volvió a enfrentarlo, desconcertada. —¿Van a permitir que se arriesgue a seguir la travesía?

—Ella debe decidirlo. Tú la conoces mejor que yo, ¿qué crees que hará?

Andria dejó oír un fuerte suspiro. Lune jamás se dará por vencida.

—Podemos esperarlos aquí si lo deseas.

La suavidad de Vega la hizo envararse, enfadada. —Si Lune continúa, yo también —replicó.

La mano de Vega bajó a buscar la de Andria y la presionó. La muchacha sintió cómo su Maestro intentaba alejar el miedo y la angustia que la turbaban. Trata de protegerme... ¿de mí misma?

—No es necesario, Maestro, yo... —murmuró.

Un pesado sopor la inundó, y Vega la instó a volver a acostarse. Su voz sonó distante y opaca.

—Vuelve a dormir, Andria. Necesitas descansar.

Una hora antes del amanecer se reunieron a desayunar en la tienda que ocupaban Yed y Lune. La muchacha se mostraba animada, y decidida a alcanzar la cumbre del Kahara. Cuando Lesath pretendió disuadirla, Yed lo silenció con una sola mirada. Poco después los seis se preparaban para dejar el campamento.

El camino hasta la primera pared fue rápido y directo. Lune marchaba ahora con su Maestro y con Lesath, en tanto Vega y las otras dos muchachas formaban la célula restante. Escalar aquella abrupta pendiente les demandó más de una hora, pero al fin se reunieron en una cuesta rocosa que ascendía hasta la pared principal, una superficie casi vertical de más de cien metros de altura, coronada por un filo de riscos cubiertos de nieve y hielo que se extendía hasta un peñasco de extremos aguzados, el punto más elevado del Kahara.

—Llegaremos.

Andria y Vania siguieron la mirada de Lune y se volvieron hacia ella, encontrando su sonrisa desafiante.

—Es peligroso, puede haber desprendimientos —dijo Vania.

Lune cerró el seguro de su arnés y la enfrentó. —Vale la pena. No resistiría retroceder ahora.

—Reconocer las propias limitaciones no es debilidad ni cobardía —terció Andria.

Lune se tocó el vendaje que asomaba entre el casco y sus cejas. —No quiero que haya sido en vano.

Vega se acercó a ellas.

—Sus Maestros y yo tenemos una costumbre —dijo, fingiendo no haber advertido que habían interrumpido su conversación al verlo—. Nos gusta rezar antes de comenzar la última etapa de una ascensión.

Las muchachas lo siguieron adonde aguardaban Yed y Lesath y los seis formaron un círculo, tomándose las manos. Lesath miró a Vania con un breve asentimiento. Ella se volvió hacia Lune, que no vaciló en recitar la plegaria que ellas habían creado tantos años atrás. Los Maestros no hicieron comentarios ni preguntas, limitándose a repetir lo que las muchachas se turnaban para decir.

—Soy uno. Uno con la Madre, uno con mis hermanos.

—Somos uno en la Madre. Ella nos hace fuertes.

—Somos fuertes porque somos uno.

Andria sintió que aquella sencilla oración surtía un efecto mágico de disipar sus dudas y mejorar su ánimo. Llegaremos a la cumbre, pensó, poniéndose la mochila. Oyó los pasos de su Maestro en la nieve y giró hacia él.

—¿Lista?

Andria asintió sonriendo. Vega la estudió un momento antes de devolverle la sonrisa.

El primer tramo de la pared no presentó demasiados inconvenientes. Se habían dividido en tres células de dos para las partes de roca, y a mitad de camino se reunieron en una pequeña cavidad para descansar. Sin embargo, el segundo tramo no resultó tan sencillo. Los rebordes de roca congelada se multiplicaban, haciendo más lenta la ascensión.

A medida que avanzaban, Andria sentía que los músculos forzados en el accidente en el glaciar acusaban un desgaste prematuro. Vega no tardó en advertir que perdía agilidad. Al hacer el siguiente relevo, la retuvo con expresión inquisidora. Ella sostuvo su mirada un momento y continuó escalando sin pronunciar palabra. Al fin y al cabo no resultó ilesa ayer, pensó Vega preocupado.

Poco después alcanzaron una cornisa de una decena de centímetros de ancho y Vega fingió precisar un descanso. Andria se acomodó a su lado encerrada en un silencio obstinado.

—No seguiremos adelante —dijo Vega de pronto.

Los ojos violáceos de su Discípula fulguraron al enfrentarlo. Él ni siquiera pestañó.

—Te niegas a admitir que no estás en condiciones de seguir y eso multiplica el peligro al que nos exponemos los dos.

Andria inspiró hondo, irritada. —Debo hacerlo, Maestro —dijo.

—¿Debes?

Necesito hacerlo.

Vega frunció el ceño ante la urgencia y la determinación de su acento. Ella intentó suavizar su tono.

—Creo que puedo lograrlo, Maestro. Sólo quisiera... —Su voz se perdió en un murmullo y él la instó a continuar. Ella se encogió de hombros—. Saber que no estoy sola para intentarlo.

Vega iba a responder cuando Yed asomó por encima de la cornisa, trepando con lentitud pero sin detenerse. Les guiñó un ojo señalando a Lune, un par de metros más abajo.

—Puedo jactarme de tener la Discípula más terca de la historia.

Vega sonrió e intercambió una mirada con Andria. —Eso está por verse. —Presionó el brazo de la muchacha y se aprestó a continuar.

Andria sujetó la soga sintiendo un tibio bienestar. Aquel breve contacto le había bastado a Vega para transmitirle su respuesta: "¡Hermanos!"

Una hora más tarde se reunían los seis en el filo. Desde ese punto, sólo restaba una caminata de un kilómetro y medio hasta la cumbre. Se libraron de las mochilas y el equipo innecesario y echaron a andar, aún encordados. Pero apenas habían recorrido un centenar de metros cuando una furiosa ráfaga de viento los embistió, haciendo trastabillar a Lune. Yed corrió a sostenerla e insistió en ayudarla el resto del trayecto.

A sólo trescientos metros de la cumbre, una aguda puntada en la cadera obligó a Andria a detenerse. Vega retrocedió al instante y ella aceptó su mano rehuyendo su mirada. Sólo tenía ojos para la cima tan cercana, y en su mente sólo cabía un único pensamiento: llegar.

El viento creció cuando subieron la cuesta final, obligándolos a hundir con fuerza los bastones y caminar doblados hacia adelante. La nieve en polvo se alzaba en torbellinos que danzaban a su alrededor. Pero no volvieron a detenerse.

Vania y Lesath fueron los primeros en alcanzar la cumbre, y se dejaron caer en la nieve a recuperar el aliento.

Andria veía borrosas sus figuras. La cadera dolía más a cada paso, la garganta ardía en el aire helado y pobre en oxígeno, las sienes martilleaban, las piernas temblaban de agotamiento. La mano de Vega apretó la suya y sortearon juntos las últimas rocas. Andria sólo atinó a arrodillarse y cubrirse el rostro con ambas manos. Recitó una plegaria de gratitud, respiró hondo, procuró serenarse. No es momento de llorar. ¡Lo logramos! Alzó los lentes de protección lo indispensable para secarse los ojos y se irguió con ayuda de Vega, admirando el espectáculo increíble que se desplegaba ante ellos.

—Agradezco que la Madre me haya permitido estar aquí —murmuró emocionada.

Vega no respondió. Su brazo ciñó la espalda de la muchacha, que inclinó la cabeza con un suspiro. Un agudo grito de júbilo les indicó que Yed y Lune habían llegado a la cumbre. Entonces Andria se apartó de Vega para abrazar a su hermana. Vania se les unió, riendo. Los tres Maestros se miraron sonriendo, satisfechos y orgullosos.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro