32

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Vega se detuvo a observar el cielo, cubierto de oscuras nubes de tormenta. Andria lo imitó.

—Tenemos que darnos prisa —dijo él, volviendo a andar—. La lluvia no debe hallarnos al descubierto.

Andria lo siguió en silencio. Durante las dos últimas semanas habían avanzado a un ritmo agotador. Tras descender del Kahara por su ladera septentrional, habían descansado cinco días en las Grutas. Entonces se habían despedido de Lune, Vania y sus Maestros para atravesar el valle hacia el noroeste. Luego de sobrepasar los cerros menores que rodeaban al Invisible, habían vuelto a desviarse hacia el oeste, y en pocas jornadas habían alcanzado el extremo noreste del gran bosque del Valle. Desde allí, Vega la había guiado nuevamente hacia el norte, en dirección a las montañas bajas que separaban el Invisible y La Escala. El día anterior habían hecho cumbre en el Tormentoso, y ahora descendían hacia el diminuto valle que mediaba entre éste y su vecino, el Encantado.

La luz vespertina menguaba con rapidez a causa de las nubes, y todo en derredor parecía adquirir el mismo tinte sombrío del cielo. El viento había cesado por completo y el aire estaba enrarecido. Una roca que Vega pisó se desprendió y rodó a los tumbos cuesta abajo. Andria se apresuró junto a su Maestro, que saltara a un costado para no caer. Al llegar a su lado se detuvo bruscamente: la ladera ante ellos era una abrupta pendiente escalonada, como si se tratara de terrazas cubiertas de roca suelta y arenisca, que ocultaban lo que había más allá. Se volvió hacia Vega y halló su ceño fruncido.

—El deshielo dejó esto peor de lo que esperaba —gruñó, y alzó la vista hacia ella—. ¿Te atreves a intentarlo?

Andria se encogió de hombros. —Ya no tenemos tiempo de buscar otro camino.

—No sin que nos alcance la tormenta.

—Hagámoslo, entonces.

Vega asintió y comenzó a avanzar, probando el terreno con sus bastones. Andria iba tras él, procurando pisar donde él había pisado. A mitad de camino de la primera terraza, una ráfaga proveniente de la cumbre a sus espaldas los golpeó. Vega giró y le tendió una mano a Andria para ayudarla a mantener el equilibrio.

—La presión bajó antes de tiempo. Lloverá de un momento a otro.

—Continuemos —replicó ella.

Al borde de la terraza, hallaron varias rocas de gran tamaño que formaban una escalera natural hasta la siguiente. El viento soplaba con fuerza, haciéndolos tambalearse en ocasiones, mas continuaron adelante a buen ritmo, resbalando a veces, deslizándose acuclillados por la arenisca, utilizando las manos todo el tiempo para sostenerse de los peñascos que jalonaban la ladera. Salvaron la segunda terraza y mitad de la tercera sin demasiados inconvenientes.

Ya tenían a la vista la cuarta y última terraza, donde las rocas eran más grandes y les facilitarían la marcha. Y alcanzaban a divisar la vegetación achaparrada que precedía al bosque.

Un rumor a sus espaldas hizo que Vega se detuviera y mirara hacia arriba. Andria, concentrada en un paso complicado, no lo había distinguido del bramido del viento. Oyó el grito de su Maestro y al volverse vio las rocas que rodaban ladera abajo, precipitándose de una terraza a otra en dirección a ellos.

—¡Salta!

Intentó alcanzar la mano tendida de Vega, pero el pedregullo cedió bajo sus pies. Un golpe en su costado la empujó con fuerza. Los dedos de Vega se cerraron en el aire mientras Andria caía. Rodó ladera abajo hasta chocar de lado contra un peñasco. El dolor nubló su consciencia por un momento.

Vega se deslizó tras ella hasta el peñasco. Varias rocas de gran tamaño se acercaban a los tumbos y Andria parecía desmayada. Corrió hasta ella, la sostuvo en sus brazos y se corrió a toda prisa. Ella atinó a sujetarse de él y trató de caminar a pesar del dolor.

—Resiste —escuchó que Vega le decía.

Un estruendo ronco ahogó su voz y Andria vio la enorme mole parda que proyectaba su sombra sobre ambos. Vega la arrastró detrás del borde inferior del peñasco y la cubrió con su propio cuerpo. Apretada contra él, conteniendo el aliento, Andria sintió cómo vibraba el risco entero al paso fragoroso de las rocas. Cuando el ruido se alejó hacia el bosque, Andria se atrevió a abrir los ojos y encontró el rostro de Vega muy cerca del suyo, sudado y cubierto de arañazos.

—¿Estás bien? —preguntó él.

Andria asintió, intentando devolverle la sonrisa.

En ese momento cayeron las primeras gotas. Vega soltó la saliente a la que se había aferrado para sostenerlos a ambos y empuñó su bastón. Andria vio la sangre en su palma y entre sus dedos.

—Maestro, tu mano...

—¿Puedes caminar? —la interrumpió él—. Debemos llegar al bosque.

Ella volvió a asentir. Se separó tambaleante del peñasco y se apoyó en el brazo de Vega. Él la sostuvo y la guió con lentitud a la última terraza. La lluvia era torrencial cuando alcanzaron los primeros arbustos, y el viento seguía creciendo en intensidad. A pesar de estar concentrada en controlar su dolor, Andria advirtió algo extraño en los movimientos de su maestro. ¿La espalda o un hombro? ¿Se lastimó al cubrirme?

Vega le dirigió una sonrisa alentadora. —Un último esfuerzo.

Andria no respondió. El sendero que llevaba al bosque era un lodazal regado de pedregullo y no quería tropezarse. Apenas estuvieron bajo los primeros árboles, Vega la hizo sentar y se internó solo en el bosque. Ella advirtió su paso irregular. ¿Una pierna también?, se preguntó con aprensión.

Vega no tardó en regresar y la guió a una pared rocosa que se desprendía de la ladera. En su base había un nicho, en cuyo interior podrían refugiarse de la tormenta. Una vez los dos dentro, él cubrió el hueco con el sobretecho de la tienda, aislándolos del viento y la lluvia. Andria echó mano a su modesta reserva de leña mientras Vega juntaba agua de lluvia para colgar al fuego.

—Tal vez tengamos frío esta noche —comentó, volviendo a cerrar el aislante—. No tenemos espacio para montar la tienda y la fogata no durará mucho.

Andria le sonrió, sacando el saco de dormir de su mochila. —Evocaremos el Etana, Maestro. Eso ayudará.

Vega asintió, sonriendo también. —Cámbiate mientras preparo la cena. Y luego necesito revisarte. Te golpeaste la misma cadera que en el glaciar y podrías haberte lesionado.

Andria le dio la espalda, él la imitó en silencio. Unos minutos después ella se sentó a su lado con el diagnosticador y el estuche de primeros auxilios. Vega la enfrentó arqueando las cejas.

—Tu mano izquierda, Maestro —dijo Andria con suavidad.

—Es sólo un rasguño —gruñó él.

Ella tendió su mano en silencio, con la palma hacia arriba, y sostuvo su mirada. Vega apoyó su mano en la de ella todavía gruñendo por lo bajo.

El diagnosticador mostró que además del corte en la palma, Vega se había fracturado el dedo meñique. Resopló molesto cuando Andria soltó una exclamación e intentó retirar la mano, pero ella no se lo permitió. Antes de que pudiera volver a protestar, la muchacha vendó el dedo con dos varillas finas de metal para mantenerlo derecho y luego lo vendó con su vecino. Por último aplicó una gasa cicatrizante al corte en la palma.

—Ya está —dijo—. No era tan terrible, ¿verdad?

Vega resopló, irritado, y señaló el diagnosticador. —Tu turno.

Andria lo observó divertida mientras él aplicaba el aparato a su cadera y leía la pantalla. Vega rebuscó en el estuche de primeros auxilios y le alcanzó un tubo azul.

—Ninguna lesión —dijo con acento hosco—. Toma una de éstas para el dolor.

—Gracias, Maestro.

Vega notó que la muchacha parecía contener la risa y meneó la cabeza. La cena estuvo lista pronto. Comieron con avidez, echaron el último manojo de leña seca al fuego y se acomodaron para dormir. Afuera la tormenta arreciaba, y algunas ráfagas frías y húmedas se colaban dentro del hueco, haciendo vacilar las escasas llamas que aún brotaban de los rescoldos.

Andria se hizo un ovillo dentro del saco de dormir hasta que logró entrar en calor. Cuando pudo distenderse, decidió intentar un ejercicio de regulación circulatoria para no sentir frío durante la noche. Se dispuso a comenzarlo, pero un gruñido ahogado reclamó su atención.

—¿Maestro...? —susurró, sin obtener respuesta—. ¿Te sientes bien, Maestro?

La voz de Vega sonó más cerca de lo que esperaba. —Sólo intento descansar, Andria.

—Lo siento.

Lo oyó moverse, volviéndole la espalda. Curioso, nunca duerme de lado, pensó. Y se sorprendió al darse cuenta cuánto habían llegado a conocerse en aquellos meses.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro