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Las Aprendices salieron del Templo y se encaminaron en prolija formación al Edificio Principal, donde se separaron en tres grupos de diez para dirigirse al encuentro de las Consejeras. Lena no se hallaba en su gabinete cuando Andria y las demás entraron, de modo que ocuparon sus lugares alrededor de la larga mesa y la aguardaron en silencio. Lena no tardó en presentarse. Les dirigió una breve inclinación de cabeza y cruzó la habitación para detenerse frente a la ventana, de espaldas a ellas. Las muchachas intercambiaron miradas de sorpresa, mas ninguna hizo preguntas. Al fin Lena giró para enfrentarlas. Sus labios formaban una línea apretada, un raro destello cruzó sus ojos oscuros.

Ha ocurrido algo malo, pensó Andria. Hacía ya cinco años que conocían a Lena, y ella y sus hermanas sabían leer cualquier indicio en la máscara inescrutable que era su rostro. Que Lena demorara en hablar era una clara señal de la gravedad de la cuestión, y su silencio alimentaba la ansiedad de las muchachas.

Antes que pudiera decir nada, alguien llamó a la puerta del gabinete. Lena se adelantó a abrir. Las diez muchachas atisbaron por sobre sus hombros y lo que vieron les provocó escalofríos. En el corredor había una mujer alta envuelta en el manto gris y rojo del personal de Seguridad. Una tiara rematada en una cabeza de halcón sostenía la corta melena trigueña. Las muchachas volvieron a mirarse entre sí, ya no ansiosas sino temerosas.

—¡Pollux! —susurró Lune—. ¿Qué demonios hace aquí?

—¡Syndrah nos proteja! —murmuró Loha, apretándose contra Elde.

Lena retrocedió, franqueándole el paso, e indicó a las Aprendices que se incorporaran y se formaran ante su antigua Maestra. Pollux entró sin siquiera mirarlas. Siempre delgada y esbelta, de rasgos aquilinos y movimientos de precisión feroz, el mono ceñido que vestía insinuaba su cuidada musculatura.

—¿Cuál vendrá? —preguntó con su acento frío y brusco de siempre.

Lena sostuvo su mirada en silencio, sin ocultar su rechazo.

Pollux frunció el ceño. —¿No era tu trabajo decirles?

Las muchachas las observaban conteniendo el aliento. ¿Pollux en el Sector Oriental? ¿De qué hablaba? ¿Qué estaba sucediendo? Andria se concentró en Lena, que sostenía impasible la mirada de Pollux, las manos unidas dentro de las mangas de su túnica. El enfado de la Maestra no la afectaba, mientras que su fría calma ponía nerviosa a la otra mujer. Pollux chasqueó la lengua con más impaciencia que desdén y se volvió hacia ellas.

—Aprendices, se ha declarado un brote de cálitus en la Escuela. Ya se han registrado diez casos, mas la Regente ha tomado recaudos para evitar que se propague. Las enfermas de cada Sector han sido trasladadas a los Campos de Deportes, y se ha dispuesto que en este Sector tres de ustedes ayuden a nuestras doctoras a cuidar de sus hermanas afectadas. De modo que una de ustedes vendrá conmigo en este mismo momento.

Pollux habló de prisa, irritada por perder tiempo dándoles explicaciones. Cuando calló, las muchachas tornaron a mirar a Lena, sus rostros un claro reflejo del miedo que sentía. ¡Cálitus! Una enfermedad que había hecho estragos, diezmando poblaciones enteras en toda la Galaxia durante las Guerras, hasta que fuera erradicada. ¿Cómo podía haber llegado al Valle? Excepto Elde, hija de un médico, ninguna de ellas sabía con exactitud qué hacía el cálitus al organismo humano, pero sí habían escuchado o leído que podía matar al más sano en cuestión de días.

En el tenso silencio que llenaba el gabinete, todas esperaban sobrecogidas la decisión de la Consejera. Debe ser alguien fuerte, pensó Andria. Y evitar el contagio, si es que alguien sabe o puede hacerlo.

—Munda —dijo Lena al fin—. Munda hija de Muria acompañará a la hermana Pollux.

Las reacciones de las Aprendices fueron dispares, pero Munda dio un paso adelante sin vacilar. Para sorpresa de todas, Pollux la detuvo con un gesto imperioso.

—No —dijo, los ojos rapaces saltando de una Aprendiz a otra—. Ya que he tenido que hacer tu trabajo, también lo terminaré. Tú. Ve a recoger tus enseres esenciales, pues no regresarás hasta que el brote haya sido extinguido.

Munda amagó a protestar, pero una mirada de Lena bastó para acallarla. Las demás se volvieron a Zamir sin poder dar crédito a sus oídos. Zamir inclinó la cabeza con sumisión y dejó el gabinete con Pollux.

Pasado el primer momento de consternación, Andria apartó la vista de la puerta que quedara abierta para mirar a Lena. Permanecía quieta y erguida ante ellas como si nada de lo que ocurriera la afectara. Sin embargo, Andria se dio cuenta de que respiraba con inspiraciones pausadas y profundas para controlar su ira. Detesta a Pollux, pensó Andria. Nos gustara o no, su elección era la correcta. Ella sabe el daño que esto le causará a Zamir. Y también que todas y cada una de nosotras somos capaces de ofrecernos a tomar su lugar para evitarle semejante peligro.

A su alrededor, las demás muchachas se permitieron exteriorizar lo que sentían. Loha lloraba sin ruido contra el costado de Elde. Lune tanteó la mesa y se sentó como si sus pies se negaran a sostenerla. Munda apoyó una mano en el brazo de N'lil con mirada extraviada. Vania se volvió hacia Xien con los ojos llenos de lágrimas, y la encontró pálida y envarada, los dientes apretados y los ojos clavados en la puerta.

Esa noche, una mano fría aferró el hombro de Andria y la sacudió hasta despertarla. Ella se sentó sobresaltada, mirando sin ver a ambos lados en la oscuridad del minúsculo dormitorio individual que ocupaba en el ático de la casa. Alguien se inclinó hacia ella, y en la débil luz lunar que entraba por la ventana reconoció a Elde.

—¿Qué ocurre? —gruñó, ofuscada.

—Necesito tu ayuda, Dirmale —susurró Elde en un hilo de voz—. ¡Tienes que ayudarme! ¡Debo ver a Zamir!

—¿Qué? ¿Te has vuelto loca?

—¡Ilón ha tenido un sueño! Zamir corre peligro de contagiarse. ¡Lo está corriendo mientras hablamos! Una vez leí sobre el cálitus en los discos de mi padre y sé cómo prevenir el contagio. ¡Sólo yo puedo ayudarla! Y la única forma es ir al Campo de Deportes, pero no me atrevo a ir sola. Por eso te desperté. ¡Tienes que ayudarme, Dirmale!

Andria asintió para calmarla mientras intentaba decidirse. Sabía que Elde decía la verdad, y que Ilón no se habría arriesgado a un mensaje en medio de la noche si no se tratara de algo grave. Cerró los ojos un momento y delineó en su mente el camino que deberían seguir para no ser descubiertas. Cómo evadir la vigilancia de los puentes, cómo engañar a los perros pastores del establo vecino al Campo, qué vado era mejor para cruzar los arroyos. Tiene razón. Soy la única que se atrevería a acompañarla. Darse cuenta le pesó, pero se obligó a enfrentar a Elde.

—Ve por tu manto. Y despierta a Munda. ¿Xien lo sabe? Mejor, procura que no se entere hasta mañana. Te aguardaré en la despensa.

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