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El comedor del Centro de Instrucción de Nacomor estaba repleto a la hora del desayuno. La Consejera se detuvo en la entrada y paseó su vista por el centenar de jóvenes allí reunidas. No le costó individualizar a las tres que buscaba: una alta morena, una menuda y frágil, una pálida y casi furtiva. El ruedo blanco de sus claras túnicas grises las señalaba como Sacerdotisas de Oficio, Oficiantes en el lenguaje cotidiano de la Orden. Ocupaban una mesa apartada del resto, que compartían con otras dos muchachas de su mismo grado y edad. Dos años aquí no las han cambiado, siempre llevarán la impronta de la Alta Escuela, pensó, abriéndose paso hacia el rincón entre las estudiantes que salían.

Las cinco muchachas interrumpieron su desayuno y alzaron la vista en silencio hacia la Consejera, que enfrentó a las tres de la izquierda sin el menor rastro de una sonrisa.

—Deben presentarse en Supervisión dentro de treinta minutos. Serán trasladadas —dijo con acento frío, impersonal.

—Sí, hermana —respondieron las tres a una.

La Consejera se fue sin agregar más. Apenas estuvo segura de que no la escuchaba, la pequeñita se volvió hacia la morena con una mueca de ansiedad.

—¿Adónde nos enviarán ahora, Munda?

Le respondió la más pálida, procurando que su sonrisa fuera tranquilizadora.

—Nuestro aprendizaje aquí ha concluido. Nos envían a Griffarat para recibir nuestro primer destino y un breve curso intensivo sobre nuestras futuras funciones.

Munda, la morena, frunció el ceño con mirada inquisidora. La pálida siguió sonriendo. Lo esperaba, pensó Munda asintiendo. Sabía que los sueños premonitorios de Ilón eran invariablemente exactos. Había tenido numerosas pruebas de ello en los ocho años que llevaban juntas, pero nunca había vencido su desconfianza instintiva hacia semejante fuente de información. Por eso no nos anticipó nada, comprendió. Sintió la mano de Tirra, la pequeña, sobre su pierna y la estrechó en silencio. Ilón vació su taza y se volvió hacia las otras dos frente a ellas.

—Hermanas... —terció a modo de saludo, incorporándose.

—La Estrella las acompañe —dijeron las muchachas.

Munda instó a Tirra a pararse y siguieron a Ilón rumbo a la ancha galería. A través de los ventanales veían los amplios bulevares de Nacomor, transitados a esa hora por miles de estudiantes que se apresuraban hacia las distintas Casas del Saber.

—Griffarat —dijo Munda mientras subían hacia sus dormitorios.

Ilón asintió. A su hermana le gustaban los datos concretos, nada peor para Munda que conceptos vagos o abstracciones. Había hecho bien en no anticiparles lo que ocurriría; ahora podía hablarles de lo que sabía. Siempre resultaba un alivio compartirlo con ellas, aunque ésta era una de las últimas ocasiones en que podría hacerlo. Las echaré tanto de menos...

—Griffarat —confirmó.

—¿Veremos a Loha? —inquirió Tirra.

—Estará allí para recibirnos. Ha sido transferida a Asignaciones.

Munda frunció los labios, Ilón volvió a sonreír. Nunca le ha gustado tener que guiarse por lo que digo.

—¿Cuánto hace que lo sabes?

La sonrisa de Ilón se acentuó al detenerse frente a su puerta.

—Un mes.

Munda sacudió la cabeza, alejándose con Tirra. Ilón entró a su dormitorio pensando que hubiera podido contarles acerca de las hermanas en el Valle, pero Loha se encargaría de decírselo todo con lujo de detalles, y Munda prefería enterarse de esa forma.

Varias horas más tarde, tras una breve escala en Aishta, el transporte aterrizó en Griffarat. Las tres muchachas aguardaron a que descendieran los demás pasajeros, voluntarias, hermanas de distintos grados, Maestras, técnicos. Cuando al fin abandonaron la nave, vieron a dos Oficiantes que venían a su encuentro. La mayor de ellas, de tez amarilla y duro semblante, dejó que su compañera se adelantara a recibirlas. Loha era menuda como Tirra, aunque de movimientos mucho más enérgicos. Sus dedos aletearon con disimulo el mensaje para las recién llegadas: "Compórtense, hablaremos luego", al tiempo que las saludaba.

—Alabada sea la Madre. —Su voz aguda tenía un tono de seriedad desconocido

Las otras tres se tragaron su sorpresa al responder. —Su Luz es nuestra guía.

Loha les indicó que la siguieran hasta donde la otra mujer aguardaba.

—La hermana Eiree, de Asignaciones —la presentó.

La mujer inclinó apenas la cabeza a modo de saludo y clavó en ellas sus ojos hundidos, inspeccionándolas con intensidad y rapidez. Luego les dio la espalda y echó a andar a largos trancos hacia el estacionamiento. Las cuatro muchachas fueron tras ella en silencio.

Griffarat era una ciudad baja, rodeada por un amplio círculo de tierras destinadas a cultivos y ganado. Los únicos edificios que sobresalían del nivel general se encontraban en el extremo sur, y eran los destinados a Inteligencia y sus dependencias, aislados del resto de la ciudad por una zona de parques y bosquecillos artificiales. En el extremo opuesto de la ciudad, en otro sector forestado, se hallaba el Centro de Instrucción. Entre ambos núcleos se repartían los barrios residenciales, dispuestos con prolijidad en torno al moderno centro comercial.

Mientras el vehículo que las transportaba se dirigía por la autopista hacia el sur, la hermana Eiree ofició de guía para las recién llegadas. Así supieron que la población estable de Griffarat ascendía a un millón de habitantes estables y setecientos mil estudiantes. Una vez en el sector de alojamientos del Departamento de Inteligencia, la mujer se despidió de ellas.

—La hermana Loha les mostrará sus apartamentos —dijo con su voz neutra.

Loha se apresuró a introducirlas en un edificio de cinco pisos con la Estrella de Ocho Puntas tallada sobre la entrada. Apenas la puerta del elevador se cerró, abrazó efusivamente a sus tres hermanas.

—¡Por la Estrella! —exclamó, reteniendo a Tirra a su lado—. ¡Temía que la momia no nos dejara hasta la cena!

—¿Qué significa eso de "apartamentos"? —preguntó Munda.

Loha le sonrió con aire de suficiencia.

—Esto es Inteligencia, hermanita, y ustedes están aquí en carácter de Oficiantes a punto de recibir destino. No más habitaciones de uno por uno: ¡ahora tendrás apartamentos de dos por dos!

Los apartamentos que les asignaran estaban en el primer piso, y poco después se sentaban las cuatro a la mesa en el departamento de Loha, en el cuarto piso del mismo edificio. Durante la cena, ella les habló de sus actividades como auxiliar en Asignaciones.

—¿Por qué nos pusiste en guardia respecto a Eiree? —preguntó Ilón.

—Trabajar en Inteligencia acaba convirtiéndote en fisgona involuntaria, y no en vano Eiree llegó a Jefa de Zona en Asignaciones sin ser Alta Sacerdotisa.

—¿Tienes alguna idea de qué destino nos darán? —intervino Tirra.

Munda miró de reojo a Ilón, que le devolvió la mirada con sonrisa serena. Sí, lo sabía. No, no se lo diría a menos que se lo preguntara expresamente. Loha no respondió. Parecía haber recordado algo, y luego de hurgar en los bolsillos de su túnica, extrajo un minidisco sellado que le tendió a Ilón.

—Carta de Elde —dijo.

Ilón lo tomó con un breve asentimiento y lo guardó sin tocar el sello. Munda hizo un ademán de protesta.

—La Ardilla puede contarte las novedades mejor que esta carta —terció Ilón con suavidad.

En ese momento Tirra les sirvió té. Loha le indicó que volviera a sentarse a su lado.

—Ven, hermanita. ¡Claro que hay novedades en el Valle! —dijo excitada, y las enfrentó con los ojos brillantes—. ¡Hombres!

—¿Hombres? ¿En la Escuela? —repitió Munda incrédula.

—¡Apasionante! ¡Se los contaré todo!

—Dime, Ardilla, ¿acaso no hay hombres aquí en Griffarat?

Loha se volvió ceñuda hacia Ilón, picada por su acento irónico. En vez de contestarle, probó su infusión.

—¡Gran Madre! —exclamó, atragantándose— ¿Acaso quieres matarme? ¡Esto es el matamemoria de la Dorada!

—Para recordar a nuestras hermanas —terció Tirra con dulzura.

Loha esbozó una sonrisa que parecía extrañamente madura para ella.

—¿Cómo podríamos olvidarlas? —replicó.

Se llevó una mano al pecho y las otras tres asintieron. Ella no tardó en volver a reír y se incorporó para ir a su dormitorio.

—¿Qué se trae entre manos? —gruñó Munda.

Loha regresó pronto con tres discos, que les tendió.

—Ustedes recordarán que cuando dejamos la Escuela les conté mi idea de hacer una especie de diario de nuestro paso por el Valle —dijo, volviendo a sentarse junto a Tirra—, y que pedí la ayuda de todas para hacerlo. Bien, ahí tienen el resultado: una verdadera recopilación de colaboraciones.

Munda abrió su disco con curiosidad y alzó la vista enseguida, volviéndose hacia Ilón sin ocultar su sorpresa.

—¿Tú la ayudaste?

—¿Por qué no? —replicó Ilón con su suavidad habitual.

Tirra miró el primer archivo de su disco y comprobó que estaba escrito por Ilón.

—Esas copias son para ustedes —explicó Loha—. Llévenselas. Ya tendrán tiempo de leerlas.

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