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Vega arrojó un leño al hogar, removiendo las brasas con una ramilla de extremo ennegrecido. Andria había limpiado la mesa y ahora disponía todo para dormir cerca del fuego. Afuera, las nubes que solían envolver la cumbre de La Escala parecían haber descendido, rodeando el refugio y aislándolo del resto de la Galaxia.

El Rilsa era muy parecido al Etana, aunque era más espacioso y contaba con ciertas comodidades de las que el Etana carecía. Colchonetas, por ejemplo, sobre las que Andria tendió los sacos de dormir y las mantas térmicas, preguntándose qué se sentiría dormir sobre otra cosa que no fuera el duro suelo. Como si nunca hubiera conocido una cama, pensó divertida. Me he convertido en una perfecta salvaje. El siseo del agua al fuego reclamó su atención. Sirvió las dos infusiones y se acercó con los tazones a su Maestro, que contemplaba las llamas con fijeza.

Vega pareció despertar al advertir su cercanía, y tomó su té agradeciéndole con una sonrisa rápida, distraída. Al cabo de unos minutos se volvió hacia Andria, que se sentara a su lado y lo observaba atentamente. Alzó una ceja, interrogante, y ella respondió con un gesto vago de su mano.

—Me preguntaba... —dijo, tomando un sorbo de té—. Es curioso. O tal vez ése no sea el adjetivo adecuado. Como sea, me preguntaba por qué jamás he sido capaz de "leer" nada en ti, Maestro. Me refiero a que pasé los últimos dos años aprendiendo a interpretar hasta el detalle más insignificante en la voz y el lenguaje corporal, y nada de lo que sé me sirve contigo.

—Quizás has olvidado un detalle —terció Vega—. Y es que hemos recibido el mismo adiestramiento.

Andria frunció los labios en una mueca dubitativa. —Las lecciones incluían reacciones musculares inconscientes.

—Y esas lecciones tenían una finalidad doble.

—Oh, sí: ser capaz de "leer" en otros y evitar que lean en nosotros.

—¿De qué te sorprendes, entonces? Al igual que tú, fui entrenado para impedir que mi cuerpo se transforme en la cartelera de mi mente.

Andria tornó a mirar el fuego, pensativa.

Vega permitió que la pausa se prolongara varios minutos, mientras terminaba su té.

—La respuesta a tu inquietud es que hay una diferencia básica entre nosotros —dijo luego. Ella lo enfrentó sin ocultar su curiosidad—. Podríamos definirla a partir de nuestros roles. El mío es brindarte o guiarte a ciertos conocimientos. El tuyo es aprender.

—Pero el aprendizaje al que me refiero ya lo hemos finalizado, los dos. En teoría, deberíamos hallarnos al mismo nivel.

Vega sonrió. La insistencia de Andria siempre le agradaba.

—Nuestros roles marcan, sobre todo, una diferencia de actitudes —respondió. Andria frunció el ceño—. Piensa en mí: terminé mi adiestramiento formal hace unos diez años. Ese tiempo no transcurre en vano. Durante una década, cuanto aprendí se asentó más y más. Ni siquiera recuerdo las lecciones como tales: se han transformado en parte de mí. Yo soy ese adiestramiento, Andria.

Ella se tomó un momento para meditar sus palabras. —¿Y yo...?

—Tú aún no has concluido tu aprendizaje formal. Todavía hablas de lecciones, algo separado de ti. No las has aceptado como tu forma de vida. —Andria abrió la boca y Vega se le anticipó—. No malinterpretes lo que he dicho. Se trata de una decisión que cada adepto toma por sí mismo. Llegará el día en que tendrás que elegir entre una forma de vida o la otra.

—¿Elegir? ¿A qué te refieres?

—Tomar esas "lecciones" como forma de vida o mantener cierta clase de dualidad. Apelar a ellas sólo cuando lo consideres necesario y comportarte en líneas generales como una persona común.

Los ojos de Andria se entornaron. Nunca había considerado que existiera esa alternativa. Y descubrió sorprendida que era incapaz de decidirse honestamente. Comportarme como una persona común...

—No te apresures —dijo Vega—. Ya llegará el momento. Además, no suele darse como un proceso consciente. Uno sólo es lo que es, y no hay poder capaz de cambiar eso. Tal vez un día te detengas a analizar tu conducta y descubras que ya tomaste tu decisión, sin siquiera advertirlo.

Andria asintió con lentitud. Vega se incorporó y hasta su saco de dormir, tras ella. El refugio estaba caldeado para dormir vestidos, y comenzó a desprenderse la casaca para acostarse.

—Eso no es todo.

Vega giró hacia el hogar y alzó las cejas.

Andria alzó la vista hacia él muy seria, sin prestar atención a su casaca abierta. —Cuanto dijiste es cierto. Pero tiene que haber algo más, otro motivo por el que tú eres capaz de ver en mí como si fuera agua, en tanto yo me estrello contra una roca cada vez que intento descubrir cualquier indicio en ti.

Vega rió suavemente y se acuclilló ante ella.

—Me alegra que insistas. Significa que este año no ha sido en vano.

—Gracias por el cumplido, Maestro. Pero no me has contestado.

Él volvió a reír, meneando la cabeza. —¡Vaya forma de dirigirte a tu Maestro!

—¿Entonces...?

—Entonces... —Vega suspiró, sentándose sobre su saco de dormir—. Mi función principal es empujarte a que te sumerjas más y más en ti misma. Eso hace que tu atención esté siempre demasiado concentrada en lo que ocurre en tu interior, y tiene dos consecuencias directas. Como aún no has incorporado a tu vida cuanto aprendiste, estar expuesta a constantes situaciones críticas te hace bajar la guardia, volviéndote transparente a un ojo entrenado. Y estar tan volcada hacia adentro hace que te pasen inadvertidos muchos detalles de lo que te rodea. De no ser así, a mí me resultaría imposible continuar siendo tu Maestro, ya que anticiparías mis actos, intenciones y reacciones.

Andria giró hacia el fuego nuevamente y permaneció en silencio. Detrás de ella, Vega terminó de acostarse y desvestirse sin agregar más. Intenciones y reacciones, había dicho. ¿Reacciones?, repitió intrigada.

—Maestro...

—Sí, Andria —respondió Vega, cubriendo sus ojos con un brazo.

—¿Para qué necesitas empujarme hacia adentro? —Andria habló en voz baja, concentrada. Sin detenerse a pensarlo, comenzó a desvestirse.

—Discípula, es una explicación larga y es cerca de medianoche.

Sólo al escuchar su voz, Andria se dio cuenta de que ya estaba descalza y con la casaca a medio abrir.

—Gracias por no terminar de desvestirte delante de mí.

Andria se envaró al escucharlo, avergonzada. Pero se distendió enseguida y hasta soltó una risita. —No resulta educado de tu parte espiarme, Maestro.

Vega percibió la intención maliciosa en su acento, algo que Andria jamás había esgrimido en su presencia. Significa que es tiempo de seguir adelante.

—Mis oídos bastan para saber lo que haces —respondió con acento fatigado.

Andria apagó los candiles y se deslizó dentro de su saco de dormir para terminar de desvestirse.

—Aún no me has respondido, Maestro —dijo.

—Tal vez porque tú eres capaz de deducirlo por ti misma.

—¿Me permites ser impertinente en voz alta por una vez?

—¡En voz alta! Al menos eres sincera. Adelante.

—La verdad es que detesto esa muletilla tuya. Gracias, Maestro.

—Para servirte, Discípula.

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