46

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

El fresco sonido de la cascada guió a Andria adonde Vega la aguardaba. Se había formado un amplio estanque al pie de las rocas, desde donde el agua se apresuraba ladera abajo. El Maestro estaba sobre una piedra alta y aplanada, el rostro alzado hacia el sol del mediodía y los ojos cerrados. Ella se acomodó a su lado en silencio y admiró la singular belleza del lugar.

—¿Por qué estás triste?

Andria sonrió de costado al escuchar su pregunta.

—Hoy se cumplen tres años de la muerte de Zamir —respondió—. Es un día triste para nosotras. Y es la primera vez que estoy separada de todas mis hermanas en esta fecha.

Vega bajó la cabeza y tornó a mirarla. Andria contemplaba la cascada. Su acento había sido melancólico, pero su expresión no lo reflejaba.

—Las echas de menos.

Andria volvió a sonreír, meneando la cabeza. —Somos hermanas: ellas están aquí. —Se tocó el pecho—. Sólo estoy aprendiendo como será este día de ahora en adelante, ya que lo más probable es que nunca volvamos a pasarlo juntas. Es una sensación extraña, como una ausencia de tiempo y espacio. Como si en algún lugar en nuestro interior, siempre fuéramos al Templo a encender juntas un cirio en memoria de Zamir, sin importar cuántos años hayan pasado desde que nos separamos.

Vega asintió y permanecieron largo rato en silencio.

—¿Cómo fue el principio de la Segunda Etapa?

Andria alzó apenas los hombros. —Un poco triste. Nos alegraba dejar atrás el Sector Occidental. En ese momento, esos tres años sólo significaban una pesadilla larga e incomprensible. Ignorábamos que hubiéramos aprendido algo útil. Pero dos de nosotras permanecían graves en la enfermería, y a las restantes nos separaron.

—Siempre hablas en plural. ¿Cómo te sentías tú?

Andria bajó la vista y tardó en responder.

—Angustiada... Me sentía responsable por lo ocurrido a Tirra, y hasta que volví a verla, me resultó imposible prestar atención a nada. Si no tuve problemas a causa de mis distracciones, fue gracias a mis hermanas. Aunque no advertí cuánto me habían ayudado hasta que todo terminó.

Ese núcleo de lealtad. Vega lo hallaba a cada paso. Le tendió una mano, la palma vuelta hacia arriba.

—Muéstrame cómo te diste cuenta que te habían ayudado.

Andria puso su mano en la de él y cerró los ojos respirando hondo. Ya no precisaba una meditación preliminar para comunicarse con él de esa forma, y los recuerdos brotaron y fluyeron de ella sin esfuerzo.


La única luz visible en el Sector Oriental era el candil que ardía a toda hora sobre la entrada del Templo. Presa del insomnio, Andria se sentó en su camastro bajo la ventana. Oyó dos golpes discretos y la puerta trampa en el piso se alzó. Xien asomó la cabeza.

—¿Aún despierta? —susurró.

Andria le hizo señas para que terminara de subir la escalera de mano que llevaba a su habitación y fuera a sentarse con ella. Xien se le unió con cuidado de no golpearse con el techo a dos aguas. Miraron juntas hacia afuera y Xien señaló las estrellas que brillaban sobre la Colina. Dos de ellas eran Atribis y Mira Prime, sus mundos natales. Andria sólo asintió.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Xien.

—¿A qué te refieres?

— Cómo te sientes ahora que has visto que Tirra está bien. Estuviste con ella hoy en el Taller, ¿no?

Andria la enfrentó sorprendida. Xien aún miraba hacia afuera y no demostró haber notado su expresión.

—Recuerdo algo que me dijiste hace cosa de año y medio, sobre nuestras distintas maneras de exteriorizar lo que sentimos —agregó en tono casual—. Y te he estado observando, ¿sabes? Me preguntaba cómo expresas tus miedos o dudas, tú que eres siempre tan decidida y racional. —La miró de lleno a los ojos con una sonrisa vaga—. ¿Puedes decírmelo tú?

Andria frunció el ceño.

—No te enfades, sólo eres transparente en la medida que cualquier ser vivo puede serlo, pájaro o árbol. Como cualquier ser humano. Todos tenemos nuestros códigos individuales. Si aprendes los de alguien, aprendes a comprenderlo.

—Suenas a lección de aramita arcaico —gruñó Andria.

—¡Sueno a mi abuela enseñándome a plantar zanahorias! —rió Xien—. Tu defensa es aislarte, mostrarte indiferente o irónica. En cierto sentido, tu defensa es la soledad.

Andria desvió la vista con la excusa de volver a mirar por la ventana. Xien había hablado sin pretensiones ni rodeos, y sentía que sus palabras eran consejo y advertencia al mismo tiempo. ¿Insinúa que encerrarme en mí misma no me pone a salvo de nada? ¿O se referirá a otra cosa?

—Escuché un rumor interesante en el molino esta tarde —dijo Xien tras una larga pausa.

Andria volvió a enfrentarla, intrigada por el cambio de tema.

Xien sonrió de costado. —Las auxiliares cuchicheaban sobre Pollux. Algo como "junta disciplinaria".

—¿Tú crees...?

—¿Quién sabe?

Permanecieron en silencio, mirando hacia afuera, hasta que Xien suspiró y se incorporó.

—Es una hermosa noche y tienes una vista magnífica —dijo—. Vale la pena la amenaza de darte la cabeza contra las vigas a cada paso. ¿Cómo haces para pararte siquiera, tú que eres tan alta?

Xien no esperaba ninguna respuesta. Abrió la puerta trampa, se sentó en el suelo de madera para pasar sus piernas por el hueco y hacer pie en la escalera de mano, y desapareció, cerrando la puerta sobre su cabeza. De nuevo sola, Andria se volvió una vez más hacia la ventana y abrazó sus rodillas, pensativa, los ojos fijos en un farallón de La Escala que parecía de plata en la luz de las estrellas. Sí, ver a Tirra le había quitado un gran peso de encima. Xien tiene el don de la discreción, pensó. Vaya diplomacia para decirme que soy una imbécil.


Vega sintió que el flujo de recuerdos menguaba y volvía a crecer: la muchacha tenía algo más para mostrarle. Se está abriendo a mí por propia voluntad, pensó, sorprendido. Andria siempre se había mostrado celosa de su relación con las otras Elegidas de su promoción, protegiendo esa parte de su intimidad como si creyera que alguien podía dañarla o alterarla. Y "alguien" había significado Maestras primero, luego él mismo. La separación entre ambos bandos comienza a vacilar. Andria tendía poco a poco a pensar en todos los que la rodeaban como en iguales. Pares. Hermanos, al fin. Y eso me incluye. Volvió a cerrar los ojos para atender a lo que Andria le transmitía.


La Escala y las montañas vecinas se recortaban contra el cielo estrellado, pintadas de estrías de plata por la escarcha que también cubría los edificios del Sector Oriental, al que habían arribado hacía pocas horas. Incapaz de conciliar el sueño, Andria se deslizó sin ruido por la escalera de mano hasta la planta alta de la casa que les habían asignado y se dirigió en puntas de pie a la escalera para bajar a la cocina. Tal vez un té de hierbas la ayudara a descansar.

No lograba apartar de su mente lo que había sucedido durante las Pruebas en los últimos dos días. Veía todo el tiempo a Tirra caída a los pies de Pollux, y la promesa de muerte de la Maestra. Se sentía fuera de su alcance, pero le costaba creer que no volvería a enfrentarse a ella.

Un rumor ahogado le llamó la atención cuando bajaba los últimos escalones, y encontró a Elde envuelta en una manta, sentada en el suelo frente a las últimas llamas del hogar. Se acercó intrigada. Elde lloraba. Se agachó junto a ella y apoyó una mano en su hombro.

—Hermanita —susurró.

La muchacha se estremeció, volviendo hacia ella la cara bañada en llanto. Una sola palabra brotó de sus labios en un sollozo: —¡Ilón!

Andria se sentó a su lado y la abrazó. —Ilón está bien. Estará aquí en pocos días —le dijo al oído.

Las lágrimas de Elde le mojaban el cuello, y le acarició la cabeza apretando los dientes.

—¡Yo le había prometido que nunca la dejaría sola! ¡Y la abandoné! —gimió Elde.

—¡Por Syndrah, hermanita! ¡No lo hiciste!

Andria sintió la garra de su propio remordimiento mientras hablaba. Elde hizo un esfuerzo por calmarse.

—Ni siquiera la vi antes de dejar el Sector... —musitó.

—Lena te habría hecho saber si existía la posibilidad de verla.

—Pero... pero... —Elde ocultó el rostro entre sus manos, apartándose de Andria—. Siento que no tengo derecho a estar aquí mientras Ilón quizás agoniza. ¡Prometimos estar siempre juntas!

Andria se pasó una mano por los ojos, hallándolos húmedos. —¡Gran Madre, Elde! ¿Crees que me agrada estar aquí? ¿Haber cruzado el Umbral dejando a Tirra atrás?

Elde observó sorprendida a Andria en el resplandor menguante de las llamas, descubriendo sus facciones contraídas en una mueca de dolor e impotencia.

—¡Dirmale! ¿Qué dices?

Ella ladeó la cabeza, ocultando el rostro en la sombra.

—Yo fui quien propuso engañar a Pollux.

—¿Y qué más hubieras podido hacer? ¡Era la única manera de evitar que Tirra saliera herida!

¡No entiendes nada! Andria no podía explicarle la inmensa ventaja que tenía sobre Tirra. ¿Cómo decirle que había llegado a la Segunda Prueba comida y descansada?

Elde estrechó sus manos, instándola a enfrentarla. —Era una buena idea —dijo con suavidad—. Y todas estuvimos de acuerdo. ¿Cómo íbamos a saber que Pollux se daría cuenta?

Pero lo hizo. ¡Y es Tirra quien lo está pagando! Meneó la cabeza con un suspiro agitado. No tenía sentido seguir hablando. Sólo ella conocía la verdad, y debería cargar sola con la culpa. Elde le acarició la mejilla, causándole un escalofrío.

—Escúchame, hermanita. Desde que llegamos a la Escuela, tú y Munda se han dedicado a proteger a Tirra. ¡Hasta fuiste a dar a una celda de castigo por hacerlo! No puedes culparte por haber cometido un error. ¡Eres humana, Dirmale! ¿Acaso esperabas poder enfrentarte sola a esas dos arpías?

Las palabras de Lena resonaron en sus oídos junto a las de Elde: "No pretendas ser más que la Madre cuando ni siquiera eres Su Hija." Volvió a suspirar y se secó los ojos. Deseaba de corazón permitirse algún consuelo, pero su consciencia no se lo permitía, recordándole constantemente su ventaja secreta sobre las demás durante esa Prueba. Pensó en Vega con furia. ¿Por qué insistió? ¡Baisha nos condene a ambos! ¿Por qué acepté? Recordó con nitidez el rostro del hombre, su sonrisa cálida, sus claros ojos grises. Me dejé llevar por el miedo. ¡Y por la comodidad! La culpa es sólo mía.

Elde estrechó su mano.

—Tirra regresará con Ilón —dijo—. Tal vez entonces puedas dejar de atormentarte con culpas inexistentes.

Andria se apartó de ella y se incorporó sin responder. Había pretendido consolar a Elde y ahora comprendía que era ella quien más consuelo precisaba. ¡Vaya engreída!, pensó, enojada consigo misma. ¡Siempre creyéndome más fuerte que los demás! Aquella muestra de su propia vulnerabilidad la asustó. Elde le habló, mas se negó a enfrentarla.

—Tú compusiste nuestra plegaria con Zamir, hermanita, no la olvides ahora —susurró la muchacha con dulzura—. Somos una. Ésa es nuestra fuerza. No te prives de ella. Estamos juntas para ayudarnos porque hemos comprendido que no podíamos recorrer este Camino solas.

Andria sacudió la cabeza sin responder. Elde tenía razón, por supuesto. Demasiada para ese momento.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro