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El sol brillaba sobre El Rilsa, mientras en los recuerdos de Andria, las Pupilas lo veían descender con vivas muestras de inquietud. Una auxiliar de la Asistente se había presentado en la casa para presidir la cuarta plegaria del tercer y último día de ese Ayuno especial de tres jornadas en vísperas de las Pruebas del Primer Umbral.

La ansiedad crecía en las muchachas conforme la noche se cerraba sobre el Sector Occidental. Al comenzar el Ayuno, Lena les había anticipado que antes del mediodía posterior al fin del Ayuno se habrían consumado las dos Pruebas, y durante los dos últimos días habían visto a los otros grupos de Pupilas dirigirse al Edificio Principal de a uno por vez, y regresar sólo cinco o seis horas después. Sin embargo nadie había ido por ellas para llevarlas allí, y Lena se había negado a responder sus preguntas. Y ahora estaba desaparecida desde el mediodía.

Una auxiliar que nunca habían visto en el Sector había ido a buscarla cuando ella compartía con las muchachas un tazón de leche tibia para reemplazar el almuerzo que no tendrían. Y por la dirección en la que partieron, parecían dirigirse a algún lugar fuera del Sector. Tal vez a la Colina misma, como había sugerido Elde. Antes de dejarlas, Lena había prometido que volvería a verlas a solas antes de las Pruebas. Sin embargo, el último grupo de Pupilas había dejado el Edificio Principal a media tarde. Ahora ellas eran las únicas que aún no habían sido convocadas, y no había rastros de Lena.

—¿Por qué no regresa? —exclamó Narha impaciente, apartándose de la ventana.

—Si en verdad fue a la Colina, la Regente no le permitirá regresar a tiempo para vernos. Impedirá que nos dé consejos antes de las Pruebas —dijo Loha desde la mesa—. Es muy propio de ella.

Lune se volvió hacia Loha como picada por un escorpión. —¿Muy propio de ella? ¿Qué sabes tú de la Regente? ¡Siempre hablas de ella como si la conocieras, y le echas la culpa de cuanto nos sucede!

—¿Y qué hay de ti? —estalló Loha incorporándose—. ¡No haces más que alabarla como si fuera un ángel! ¿Te ha ayudado desde que fuimos traídas aquí? ¿Qué te ha dado, además de esta condenada vida? ¡Y ni siquiera se atreve a mostrar su rostro!

Munda entraba a la cocina desde el patio posterior con agua fresca y miró interrogante a Andria. Ella y Tirra estaban sentadas frente al hogar y se limitaron a encogerse de hombros. Loha se interrumpió al ver la expresión ceñuda de Munda, pero Lune le contestó subiendo la voz y continuaron discutiendo.

Andria se hizo eco del suspiro de Munda cuando se sentó con ellas.

—Todo esto es demasiado para nuestros nervios —gruñó Munda.

Andria asintió con gesto fatigado. Al otro lado de la mesa, Loha y Lune seguían gritándose. Narha intentó intervenir, y cuando la ignoraron acabó sumándose a la discusión. Ajena a todo, Xien montaba guardia desde la ventana de la cocina. Tras ella, Zamir lavaba los tazones que acababan de utilizar.

Andria se volvió hacia Tirra intentando mantener la calma.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó.

Tirra esbozó una sonrisa débil. Mirándola, Andria pensó: A pesar de su fragilidad, a fin de cuentas es quien tolera mejor esta situación odiosa. ¡Hasta es capaz de sonreír!

Munda resopló, se puso de pie y rodeó la mesa, plantándose en medio de Loha, Lune y Narha con las manos en la cintura. Loha retrocedió al ver la expresión de Munda. Lune quiso hacerla a un lado. La mano fuerte y morena de Munda se cerró en torno a su muñeca y la muchacha ahogó un gemido de dolor. Entonces Munda encaró a Narha, que había enmudecido.

—Dan lástima —dijo con desdén—. ¿Es así cómo se preparan para las Pruebas? ¿Perdiendo los estribos y obligándonos a soportar su histeria?

—Lena no debe hallarnos así, hermanitas —dijo Tirra con suavidad desde su lugar.

Xien abandonó su vigilancia para girar hacia ellas. Las enfrentó con su calma habitual y meneó la cabeza. Zamir se mostró a su lado.

—Esto no nos ayuda —dijo Xien—. Necesitamos hacer algo que nos fortalezca, no que nos debilite.

Zamir se adelantó extendiendo ambas manos.

—Soy una, una con la Madre, una con mis hermanas —recitó con su voz melodiosa.

Las otras tres agacharon la cabeza, avergonzadas.

—Somos una en la Madre —agregó Xien, tomando las manos de Lune y Loha.

Tirra se les unió, situándose entre Munda y Narha. —Ella nos hace fuertes.

—Somos fuertes porque somos Una —concluyó Zamir, sonriendo.

En ese momento Elde irrumpió en la cocina y corrió hacia ellas.

—¡Ilón ha tenido una crisis nerviosa! —gimió—. ¡No logro calmarla!

Andria se apresuró tras ella hacia los baños. Ilón lloraba hecha un ovillo en un rincón, repitiendo sin cesar que moriría esa noche. Andria le indicó a Elde que se procurara una tinaja de agua fría. Se sentó en el frío suelo junto a la muchacha y la estrechó en sus brazos, meciéndose y acariciando la corta melena cenicienta. Recordó una canción de cuna que su madre solía cantarle y la tarareó en voz baja. La muchacha se estremeció de pies a cabeza al escucharla y su voz se perdió en un murmullo, aunque aún no lograba contener su llanto. Poco a poco dejó de temblar, y los sollozos fueron reemplazados por fuertes suspiros entrecortados. Ocultó el rostro en el pecho de Andria, que seguía cantándole en susurros, y le permitió acunarla como si fuera una chiquilla. Elde regresó apresurada, dejó la tinaja a un costado y se sentó con ellas.

—Ven, Ilón. Nos refrescaremos e iremos junto al fuego —dijo Andria con suavidad—. Aquí hace demasiado frío y no podemos enfermarnos ahora.

Ilón asintió, vacilante. Andria le secó el rostro con su túnica, y luego ella y Elde la ayudaron a incorporarse. Ilón las enfrentó con los ojos todavía llenos de lágrimas. Por un instante Andria temió un nuevo estallido, pero la rara tensión en las facciones, el inusual brillo de su mirada siempre opaca, su forma de respirar, le indicaron que intentaba por todos los medios recuperar el dominio de sí misma.

—Gracias —murmuró Ilón, tomando sus manos—. Gracias, hermanas... —Su voz se quebró e hizo un esfuerzo por controlarse—. Ignoro cómo llegamos hasta aquí, o por qué. Pero sé que jamás lo hubiera logrado sin ustedes.

Elde la abrazó conmovida, apretando los dientes para no llorar también. Ilón besó su frente forzando una sonrisa.

—Escúchame, hermanita —dijo, y su repentina gravedad sorprendió a las otras dos—. Tú eres mi amiga, Elde, y quiero que siempre recuerdes que ocurra lo que ocurra estaré contigo.

—¡No digas eso, Ilón! ¡Tú no...!

—No logro ver más allá de hoy, Elde. Tú sabes lo que significa. Por eso te digo, amiga: siempre estaré contigo. Aunque no puedas verme. Me reconocerás en tu corazón.

Elde volvió a abrazarla, atemorizada por su fatalismo. Andria bajó la vista, turbada. ¿Es posible que sus pesadillas se refieran a esta noche?, se preguntó, sintiendo un nudo en la garganta.

En ese momento se percató de la ausencia de ruidos en la cocina. Se acercó a la puerta del baño y cuanto escuchó fue un rumor quedo y cadencioso. ¡Gran Madre, ellas también están cantando! Miró hacia atrás, vio que las otras dos seguían abrazadas estrechamente y dejó el baño apresurada.

En la cocina halló a las otras siete sentadas en círculo junto al hogar, tomadas de la mano y con los ojos cerrados. Xien entonaba una melodía tradicional de su tierra. Su voz grave y reposada llenaba el espacio con una armonía que conmovió a Andria. Las demás la escuchaban arrobadas, y costaba creer que fueran las mismas que pocos minutos atrás se insultaban a gritos. La paz que emanaba del canto de Xien era contagiosa y ese remanso era provechoso para ellas. Pero Lena podía llegar de un momento a otro y debían evitar que las encontrara así. De qué no sería capaz Iara si se enterara, pensó Andria. ¡Pupilas cantando! ¡Durante el Ayuno y en víspera de las Pruebas!

Xien calló y abrió sus profundos ojos verdes, fijándolos en Andria con una sonrisa serena. Andria sonrió también y asintió. Las otras seis se movieron como si despertaran. Elde e Ilón se les unieron, y la muchacha parecía haberse recuperado por completo.

—Es hora de la quinta plegaria —dijo Andria.

Lune no había completado la primera frase cuando la puerta se abrió, y una silueta enjuta se recortó en medio del remolino de nevisca y hojarasca que se coló dentro de la casa. Lena cruzó la habitación sin decir palabra y se sentó en su taburete junto al fuego. Las Pupilas se apresuraron a repartirse a sus pies en completo silencio.

—La Primera Prueba comenzará en cuestión de minutos —dijo Lena, su voz más fría y grave que de costumbre—. Y apenas concluya, comenzará la Segunda y última. —Le echó una rápida mirada de advertencia a Loha—. Presten atención y no me interrumpan.

Las muchachas asintieron, inquietas por la velada urgencia en el acento de la Tutora.

—La Primera Etapa se concentra en el aspecto físico de las Elegidas. Durante estos tres años, su aprendizaje apuntó a fortalecer sus espíritus a través de un entrenamiento corporal riguroso y una disciplina férrea. Eso significa que las Pruebas del Primer Umbral son necesariamente de carácter físico. La Primera las confrontará con una situación física que hasta ahora no han enfrentado, y que sólo volverán a abordar aquéllas entre ustedes que logren acceder a la Tercera Etapa. Es por eso que en el Edificio Principal las aguardan diez miembros masculinos de la orden, con quienes pasarán la noche. —Un murmullo de consternación corrió entre las Pupilas, mas un gesto de Lena bastó para acallarlas—. Y en la mañana, luego de la primera plegaria, iré por ustedes para llevarlas al Campo de Deporte. Allí tendrá lugar la Segunda Prueba: un torneo de lucha como los estivales, dirigido por la Maestra Pollux. La Asistente lo presenciará en nombre de la Regente y mañana por la noche, tras la quinta plegaria, serán llamadas nuevamente al Edificio Principal y sabrán quiénes de ustedes han sido consideradas aptas para cruzar el Primer Umbral.

Un silencio tenso, cargado de temor e interrogantes, llenó la casa. Las muchachas habían bajado la vista y se miraban de reojo, turbadas. Dos golpes recios en la puerta las sacudieron como latigazos.

Lena se incorporó, uniendo las manos dentro de las mangas de su túnica. —Vayan por sus mantos.

Cruzaron el Patio con ella tras una auxiliar del Edificio Principal. La mujer las introdujo en el hall, vasto y carente de todo mobiliario, y desapareció por un corredor lateral sin haber pronunciado una sola palabra. Lena miró por sobre su hombro, cerciorándose de que nadie más podía escucharla, y les indicó que se acercaran.

—Éste es el momento de ser fuertes —les dijo en voz baja—. Tengan siempre presente quiénes son: Elegidas destinadas a convertirse en Hijas de Syndrah. Confíen en Ella. La Madre es en ustedes.

Otra auxiliar apareció en el extremo opuesto del hall y salió al encuentro de las Pupilas. Lena retrocedió, ignorando sus miradas suplicantes. La mujer se acercó a ellas y les indicó que la siguieran escaleras arriba. Las muchachas inclinaron la cabeza con sumisión y fueron tras ella.

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