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El resplandor dorado del fuego era lo único que iluminaba la estancia. Solo frente al hogar, sentado sobre el grueso tapiz, descalzo y con el torso desnudo, Vega había cerrado los ojos. Sus manos descansaban sobre las rodillas, su respiración era pausada y profunda. A pocos pasos, Andria se movió en el lecho, bien abrigada bajo las gruesas mantas y envuelta en la casaca blanca de Vega. Era la primera vez desde que llegara a la Escuela que dormía sobre algo que no fuera el duro camastro de la casa, con una manta tosca y áspera por único cobertor y el suelo por alternativa. Vega la escuchó darse vuelta y suspirar, pero su consciencia no se distrajo. Apenas logró que Andria se durmiera, se había sentado allí a meditar, cediendo a su necesidad de repasar hasta el más pequeño detalle de cuanto sucediera esa noche.

Durante la cena le había hecho muchas preguntas a Andria acerca de su vida en los últimos tres años. Ella había respondido con frases breves, siempre evitando emitir juicios. Pero Vega no había precisado sus palabras para saber lo que pensaba o sentía. Y eso era uno de los puntos que más lo intrigaban de aquella situación. A medida que la muchachita se distendía, Vega había podido ver en ella con creciente claridad. Pero que bajara la guardia no había obedecido a ninguna de las sutiles maniobras de Vega. Ninguna entonación especial, ningún gesto o mirada, ninguna palabra "llave" había hecho mella en ella. Y aún es una simple Pupila. Una niña sumergida en un microuniverso rudo y primitivo.

Le había llevado un rato completar su registro de Andria, y sólo entonces halló algunas respuestas. Habían cenado conversando, y luego se habían sentado frente al hogar a tomar té, prolongando la charla hasta que él la convenció de que descansara unas horas antes de la Segunda Prueba. Y ella también había aceptado cambiar la túnica, que vistiera durante los tres días del Ayuno, por la casaca que él le ofrecía. Una muestra final de confianza que Vega no se había atrevido a esperar. Volvió a ver su espalda desnuda, la piel tersa y sana, la firmeza de su cuerpo joven. Y volvió a ver su sonrisa tímida al agradecerle la oportunidad de descanso.

Una vez más se planteó la misma pregunta: ¿A qué había obedecido realmente su conducta? Andria le resultaba atractiva como para desearla. Y luego de cenar y conversar con ella, pasar la noche con ella habría distado de ser sólo una tarea que le habían impuesto. Sabía muy bien que la muchachita no se hubiera resistido a que él la tomara, y jamás se le habría pasado por la cabeza reprochárselo. Sin embargo, había desobedecido las órdenes de la Regente.

Cerró los ojos y volvió a revivir lo que sintiera al tenerla en sus brazos, luchando contra el miedo pero resignada a ser sometida. En su muda desesperación, el espíritu de Andria había transmitido a su joven cuerpo una respuesta tan clara y concreta que hasta se había impuesto al miedo por un momento. Una respuesta qué él había reconocido. Había hallado eco en su propio espíritu. Y él había hecho lo único que podía hacer: retroceder.

Pero al hacerlo parecía haber alimentado esa extraña conexión entre ellos, que en vez de durar sólo ese instante, se prolongaba y hasta profundizaba, sorprendiéndolo y turbándolo por igual. Nunca se había hallado tan expuesto a las emociones de nadie como le sucedía con ella.

Reconocía la intencionalidad de la Regente al ponerlos frente a frente. Yo era el que estaba a prueba en realidad. Esta niña la superó con sólo cruzar la puerta. Una prueba sin opciones reales. Un arma de doble filo. Evocó la mirada frontal de Andria, su actitud humilde pero decidida. Y mi desobediencia le ha dado a la Orden la semilla de una Hija leal y devota.

Andria volvió a moverse, inquieta en su sueño. Antes de concluir su meditación, Vega se entretuvo con un ejercicio que su viejo maestro le había enseñado años atrás, en la lejana Selva del Chacal donde se desarrollara su adiestramiento desde que era un niño. Situó la imagen de la muchacha tal como era entonces, sola en medio de un vasto campo vacío, y a partir de allí proyectó diversas líneas de futuro en todas direcciones. No se sorprendió al hallarse a sí mismo en la mayoría de ellas. Conociendo a la Regente, era de esperar. Su ojo interior se paseó por aquellas representaciones, atisbando sus prolongaciones más allá de la Escuela. Le gustaba ese ejercicio. Siempre le había resultado sencillo realizar esa clase de proyecciones con exactitud asombrosa, y su maestro le había dado todas las herramientas a su alcance para que profundizara esa capacidad innata.

Estudió con satisfacción lo que veía. La Luz crecerá en ella. Permanecerá en latencia, aguardando ser descubierta. Sería interesante reencontrarla en ese momento. También será un juego peligroso para los dos. Pero ella lo superará sin dificultad. Consumar la Prueba habría destruido su vida como Maestro y el futuro de Andria como Alta Sacerdotisa. Su desobediencia acababa de salvar la situación de ambos, provocando además un vínculo por sublimación que resultaría provechoso para Andria a la hora de encarar el adiestramiento más profundo. Y en cuanto a mí... Modificó su ritmo respiratorio, preparándose para regresar por completo al plano físico. Pues no me han dejado muchas alternativas.

Los ojos de Vega se abrieron bruscamente. ¿Qué había sido eso? Algo que no lograba identificar acababa de perturbarlo en el umbral del plano físico. Sus sentidos sondearon el entorno. Andria dejó oír un murmullo agitado. ¿Miedo?, descubrió Vega sorprendido. Pero no era sólo eso. Algo más latía en el aire. ¡Muerte!

En ese preciso momento Andria se sentó en la cama con los ojos dilatados por el terror, respirando afanosamente, el rostro perlado de sudor. Vega se apresuró a su lado. Podía sentir el vórtice de su miedo girando enloquecido, envolviéndolo sin tocarlo. Se sentó en la cama y tocó el hombro de Andria, que se estremeció.

—¡Ilón! —murmuró la muchacha con voz enronquecida.

Sintió el calor de la mano de Vega, pero sólo podía atender a lo que acababa de ver en sueños: su hermana Ilón muerta. La voz de Vega sonó lejana, indistinta en sus oídos.

—¿Qué sucede, Andria?

Ella sacudió la cabeza, incapaz de explicarse. ¿Me dejé arrastrar por la sugestión de sus pesadillas? Un rumor en la galería atrajo la atención de ambos. Pasos, voces. Se alejaron doblando el recodo y se perdieron sin ecos. Andria se cubrió la cara con las manos y Vega percibió la desesperación que crecía junto a su miedo. Las emociones de la Pupila seguían alcanzándolo con una intensidad que lo sorprendía.

—¡Ilón!— la oyó repetir.

—Tranquilízate, Andria. Todo está bien.

Ella volvió a menear la cabeza y lo enfrentó, muy pálida.

—Se trata de una de mis hermanas —explicó, luchando por controlarse—. Temo que algo malo le haya pasado.

Vega se incorporó. ¿Ella también lo había sentido? Andria lo siguió con mirada ansiosa cuando se dirigió a la puerta.

—Intentaré averiguar qué ocurre —dijo sin mirarla, y salió.

Andria permaneció muy quieta, los brazos cruzados estrechamente y los ojos fijos en la puerta. Había notado la actitud de Vega, cómo había captado su urgencia, cómo había accedido a su ruego tácito. Su prisa tampoco le había pasado inadvertida. ¿Tal vez sabe de algún riesgo que nosotras ignoramos?, se preguntó. ¡Por la Estrella! ¿Por qué vi a Ilón muerta? Contuvo las lágrimas con un suspiro tembloroso. ¿Era posible que Ilón hubiera perdido la vida esa noche, que su capacidad premonitoria fuera tan terriblemente exacta?

Los minutos se eternizaron para Andria hasta que Vega regresó, y entonces su expresión alimentó el temor que la oprimía. Vega cruzó la habitación y se detuvo frente al hogar, evitando mirarla. Permaneció en silencio, los ojos grises perdidos en las llamas, el rostro y el pecho poblados de sombras cambiantes.

—Una de tus hermanas ha sufrido un ataque cardíaco —dijo al fin con voz opaca. Andria se cubrió la boca. —Está viva —añadió—, aunque su estado es crítico. Ignoran si se recuperará.

Andria hubiera deseado experimentar algún alivio, pero sólo podía sentir que la angustia la desbordaba. Volvió a cubrirse el rostro con ambas manos, ahogando un gemido. Un frío hiriente se cernió sobre ella cuando las lágrimas desbordaron sus ojos. ¡Gran Madre! ¿Por qué has permitido que sus visiones se hicieran realidad?, sollozó para sus adentros. ¿Por qué nos abandonaste?

En medio de su oscura desesperación, sintió que algo cálido luchaba por llegar a ella. Sintió el contacto firme de un brazo rodeando su espalda y se dio cuenta que Vega intentaba consolarla. Exhausta, vencida, no podía hacer nada por alcanzar ese remanso tibio tan cercano. Sin embargo, la furia de su miedo menguó y Vega logró alcanzarla. Andria se refugió en él, permitiendo que la abrazara y la calmara. Cuando fue capaz de volver a abrir los ojos, encontró la mirada triste y comprensiva del hombre de quien poco antes había deseado huir.

Vega le acarició la cabeza con una dulzura que terminó de sosegarla. Aún sentía los embates de las emociones de Andria, que lo golpeaban como si fueran suyas. Se cuidó de exteriorizar cuánto lo conmovía percibirla con tanta claridad. En ese momento, él era el único sostén de esa niña asustada. Debía contenerla hasta que se recuperara.

Andria secó sus lágrimas y logró forzar una sonrisa. No comprendía lo que había hecho Vega, pero podía sentir sus efectos. Le tomó una mano entre las suyas y enfrentó los claros ojos grises que la observaban con intensidad.

—Gracias —murmuró.

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